Collantes, Ignacio de. Hita (Guadalajara), s. m. s. xv – Abadía de Santa María de Huerta (Soria), 21.V.1539. Abad general de la Congregación Cisterciense (OCist.) de Castilla, canonista.
Ignacio de Collantes nace en Hita, pero se ignora la fecha de nacimiento y todos los detalles de su infancia y juventud; se puede conjeturar que nació a partir de 1460. Lo que sí está claro es que debió de recibir una amplia y profunda formación clerical y canónica.
El primer dato que se conoce es de 1494, en que aparece como clérigo de Sigüenza y doctor en Decretos y Cánones. Se le ve ejerciendo su actividad en la iglesia segontina y en los monasterios insertados entonces en esa misma diócesis, Huerta y Óvila. El doctor Collantes, como se le solía nombrar, debió de ser un personaje relevante en el campo jurídico de su Iglesia y también, quizá, en otros ámbitos más o menos cercanos.
La escasa documentación de la que se dispone ofrece a nuestra mentalidad la imagen de una persona contradictoria; con más datos, tal vez se podrían armonizar todos esos aspectos tan diferentes. Se le encuentra por primera vez en la documentación en 1494 y precisamente en el monasterio de Óvila (Guadalajara): el doctor Collantes denuncia en Roma a fray Alonso de Alcubilla, abad de este monasterio, por delitos graves, que ni se especifican ni se conocen por otras fuentes, pero tales que le hacen reo de privación del cargo.
Fray Alonso llevaba al frente de la abadía unos treinta años. Esta denuncia en Roma contra el abad coincide en los mismos términos con la de Romano o Gómez de la Mata, canónigo de Cuenca.
Inocencio VIII exige que fray Alonso renuncie y ceda la abadía a Collantes, con la condición de que éste haga primero el noviciado y abrace la vida monástica.
Fray Alonso, viéndose obligado a dejar la abadía ante la presión ejercida contra él en los tribunales, renuncia a su cargo en favor del arcediano de Almazán, fray Bartolomé de Medina. El Papa acepta esta renuncia y da la abadía en encomienda al dicho fray Bartolomé, quedando sin efecto la provisión anterior; se ve aquí un cruce de intrigas de una y otra parte, para conseguir un objetivo particular.
Lo que pudo ser la ocasión de un largo pleito quedó resuelto por el fallecimiento del Papa, que lo cambió todo de rumbo; Collantes recurre a su sucesor, el español Alejandro VI, quien decide en favor suyo. El cronista del Tumbo de Óvila resume así el hecho: “En virtud de lo determinado por su antecesor y visto dicho pleito, mandó y decretó que se diese posesión de la abadía a dicho Doctor Ignacio de Collantes, y que como a verdadero abad le obedezcan los monjes y los vasallos del monasterio de Óvila, el cual lo ejecutó un auditor por orden de su Santidad y lo puso en pública posesión perpetua el año de 1494”.
He aquí a Collantes abad comendatario de Óvila, sin tener que hacer el noviciado ni profesión alguna, como exigía el anterior Papa. Pero tal vez se inicie ahora el proceso que desembocará precisamente en la profesión de la vida monástica cisterciense. Goza de un beneficio, que depende de las posibilidades económicas del monasterio; su primer objetivo será asegurar y garantizar el patrimonio del monasterio; aquí demostrará su habilidad y decisión.
Simultanea el cargo con el de visitador y provisor de la diócesis de Sigüenza; no será problema mayor, ya que no tiene por qué residir en el monasterio. En este cargo se muestra un hombre activo y enérgico y empeñado en la reforma de clérigos y de fieles, dentro de la línea de reformadores de este siglo xvi, que prepararon la reforma que quiso promover el Concilio de Trento. Se conoce su intervención en la importante villa de Cifuentes, donde hizo la visita canónica y promulgó sabias y enérgicas instrucciones respecto a los clérigos y a los seglares.
Sin embargo, no tocó a fondo los problemas reales de la comunidad, que su situación como abad comendatario no favorecía; la iglesia abacial se encontraba aún en ruinas y los monjes tenían que celebrar los oficios litúrgicos en el refectorio, y la misma vida espiritual dejaba bastante que desear. Pese a todo, los monjes sintieron la necesidad de cambio, motivados con toda seguridad por los padres de la reforma que debieron de visitarlos; en estos momentos aparece por Óvila fray Blas de Tagle, procurador de la Congregación en Roma. En 1506, le piden a nuestro abad comendatario la renuncia, que acepta inmediatamente ante el reformador, fray Pacífico de Riaño, pero lo hace en favor de su hermano, fray Pelayo de Collantes, que se había hecho monje del monasterio.
La reforma, sin embargo, sigue torpedeada, por el inconveniente de este medio abad comendatario. El primer abad reformador de Óvila es nombrado en 1510, en la persona de fray Benito de Fuensalida, quien tomó posesión de la abadía en el momento de recibirse la bula de anexión, entre 1510 y 1512. Pero su labor siguió obstaculizada por la presencia y actuación de fray Pelayo, quien se sentía abad, hasta que por fin dejó la abadía, no se sabe si por decisión personal o por fallecimiento.
Mientras tanto, Ignacio de Collantes había ingresado en el monasterio cisterciense de Valbuena, de donde procedían la mayoría de los reformadores de la Congregación; es allí donde realiza el noviciado y hace su profesión monástica. Solamente se conocen estos detalles escuetos; se nos escapa su trayectoria interior.
Lo que sí está claro, es que también aquí aparece como un triunfador nato. La primera noticia que se tiene de él es sorprendente: en el Capítulo General de la Congregación de Castilla, celebrado en el monasterio de Montesión (Toledo), cuna de la reforma, el 21 de septiembre de 1522, es elegido reformador general (así se llama en esa época a los abades generales), fray Ignacio de Collantes, hijo del monasterio de Valbuena y abad de dicho monasterio.
Cuando quieren resaltar algún aspecto de su vida, los cronistas se fijan en lo peculiar suyo: la actividad jurídica.
Consigue de Roma la revocación de las leyes modernas, que había solicitado y no conseguido su antecesor, la restitución del rito de elección de los reformadores y el poder hacer visita canónica a los monasterios castellanos.
En resumen, se dice que fue un abad de muy gran valor y que rigió la casa (algunos dicen que durante doce años) con tanta prudencia y cordura, como queda en la memoria de los monjes que gobernó.
Probablemente cesó de su cargo al final del trienio, pero sigue aún en activo durante varios años. En 1528 es nombrado definidor, cargo importante dentro de la Congregación, y en 1533, abad regular de la abadía de Huerta. Ya conocía a la comunidad, porque estando todavía en Sigüenza y siendo abad comendatario de Óvila, fue solicitado por los monjes para resolver varios problemas de la comunidad. En 1498 empieza a intervenir en el litigio sobre límites y otras vejaciones con los duques de Medinaceli; en 1504 hace de árbitro entre el abad y el duque, para resolver este litigio; cincuenta años más tarde, los monjes achacarán a Collantes que la solución fuera perjudicial al monasterio.
En el mismo 1504, aconsejará también a los monjes en otro pleito por las heredades de Cuenca.
Los dos trienios de su abadiato en Huerta tampoco estarán exentos de pleitos, uno de ellos muy espinoso con el señor de Ariza a través de los de Monreal, que llegaron hasta desafiar al Emperador. El abadiato de Collantes en Huerta, por otra parte, tiene una marca indeleble en su labor de construcción; suyo es el comienzo del claustro plateresco, en su alas sur y oeste, no tan refinadas como las otras dos, pero con una connotación histórica, la fundación con Jiménez de Rada y Alfonso VIII en el ala occidental, y la alusión al descubrimiento de América, noticia ya confirmada, en la meridional. Falleció en Huerta el 21 de mayo de 1539 y allí fue enterrado. Dejó visitadas y firmadas las cuentas por el reformador.
Fuentes y bibl.: G. Pérez, Libro tumbo del Monasterio de Nuestra Señora Santa Maria de Óvila, Orden de Nuestro Padre San Bernardo, año de 1729 (inéd.) (en Archivo del Monasterio de Oseira, Orense).
C. Cordón, Obispos, Generales y Abades de Huerta, s. l. s. f. (inéd.) (Archivo de la Abadía de Huerta, fols. 65v.-66r.); L. Estrada, Exordio y Progresos de Nuestra Regular Observancia en los Reinos de Castilla y León, 1620 (inéd.) (en Archivo Histórico Nacional, Clero, lib. 16.621); A. Manrique, Cisterciensium seu verius Ecclesiasticorum Annalium a condito Cisterci, vol. IV, Lugduni, sumptibus Lavr. Anisson & Io. Bapt. Devenet, 1659, págs. 623 y ss.; P. Guerín, “Collantes, Ignacio de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 470; D. Yáñez Neira, “Fray Ignacio de Collantes”, en Wad-al Hayara, 13 (1986), págs. 385-399.
Agustín Romero Redondo, OCist.