Ortiz de Amaya, Juan José. Sevilla, 10.VIII.1690 baut. – Madrid, 17.III.1765. Abogado e historiógrafo.
Su partida bautismal (parroquia de El Sagrario de la Catedral hispalense), lo documenta como “Juan Esteban José, hijo de Juan de Amaya Ortiz y de Josefa de Vilches, su mujer”. La familia estaba arraigada en Sevilla: el padre, nacido en la misma feligresía, pidió en 1694, como “vecino originario”, las “preeminencias” que, por usuales, no constan en la concesión.
Salvo en pocas referencias al hijo como “don Juan de Amaya”, consta con los nombres primero y tercero, y sólo los apellidos del padre, en orden inverso; pero esa partida es con certeza la suya: hay copias en sus expedientes universitarios de limpieza de sangre, para grados mayores.
En los complejos libros del Archivo Histórico Universitario de Sevilla abundan las lagunas sobre sus estudios.
De sus matrículas, sólo aparece la de 3.º de Cánones; de entonces (1711) hay un expediente de cinco documentos donde consta como bachiller en Artes y presenta tres testigos de que luego se matriculó y asistió a dos cursos que no constaban, y se aceptan. Las señas físicas que le atribuye una obra son de un parónimo posterior. No obtiene el grado de licenciado hasta 1716. De apenas cuatro meses después (julio) hay en el Archivo Histórico Nacional una relación de cómo están las cátedras de la Universidad sevillana. Lo insta el nuevo Estado, de Felipe V; dependían del voto de los pocos colegiales del de Santa María de Jesús, que dominaba entonces en esa Universidad. Se lee allí “Instituta: Instituida de tiempo inmemorial. 6.000 maravedises [cada año]. Actual poseedor, Juan José Ortiz de Amaya, abogado manteísta y licenciado por esta Universidad”.
Destaca, junto a la pobre renta, la voz ‘manteísta’, opuesta a la de ‘colegial’. Habrá dura lucha política, y triunfo anticolegial bajo políticos como Roda o Campomanes, discípulo de Amaya; aunque venzan ya muerto éste (Blanco White evocará aquello como consumado por Olavide en la Sevilla de 1772, y no con éxitos; estudió allí a fines del siglo XVIII, aún en una mala Universidad, según sus críticas).
Amaya alcanzó el doctorado en 1717, ya con veintiséis años, fecha tardía para lo habitual entonces. Tal edad pudo ser por sus prácticas previas docentes y jurídicas.
Fue, en la precedente Universidad, la de dicho Colegio, buen alumno, influyente catedrático, y su secretario, dos veces. El anterior, Pedro Bustamante, al pasar a Cádiz la Casa de la Contratación (1717), se fue allí; pretendía llevar la secretaria con un pasante.
Lo sustituyeron por Amaya, que ejercía, además, como abogado de la Audiencia (y en 1718 imprimió dos defensas, de un agustino contra un carmelita, por una capellanía en la que se remontan a la octava generación); y vivió preso, meses, por no entregar los libros al juez ante el pleito que puso el antecesor. Éste, tras ganar, dimitió: sólo quiso vencer. Amaya pasó a titular (1721). Como manteísta, tenía una de las escasas Cátedras de su época a las que, por su poca renta, no se presentó ningún colegial; y osó enfrentarse en dos ocasiones a dos opositores a Vísperas de Cánones, colegiales: según el aludido sistema de votos en manos del citado Colegio, perdió, pese a ser ya catedrático y, en la primera, secretario. Siguió en la abogacía, y todo eso le hará ir dejando la Universidad. En 1728 consta su última firma en claustro; aunque, con intermitencias, figura en otros temas hasta finales del año siguiente, el de la llegada de la Corte a Sevilla. Aguilar Piñal dice que “se trasladó a Madrid”. Pero antes, con Felipe V en Sevilla, obtuvo nombramiento real como caballero jurado del Ayuntamiento de esta ciudad, con “recibimiento” en el mismo 1730. Siguió como abogado. De ese año es uno de sus tres impresos a favor del caballero Rivarola contra la casa de Misericordia de Sevilla (hay una continuación, por otro jurista en 1756).
A los tres años, firmó, como mayordomo jurado, la petición de beatificar a Miguel de Mañara (muerto en 1662), del que elogiaba su “humildad, paciencia y prudencia”; los grandes pasos sólo se darán muchos años más tarde; y aún así, ese proceso, sigue todavía, sin razón, inconcluso.
Como catedrático, abogado e historiógrafo, se especializó en un tema galicano muy del siglo XVIII, las Regalías, y, en concreto, el Real Patronato de nombramientos eclesiásticos. Su marcha a la Corte, cansado de colegiales, y, luego, de caballeros veinticuatro, debió de ser no muy posterior a la de los Reyes (1733).
Ya en Madrid, dedicó al Rey un Memorial impreso, que firmó a finales de 1735. Es un dictamen “en vista de un nombramiento dado por el Abad Vivanco”: cincuenta y cuatro folios por ambas caras, salvo la última.
Muestra erudición histórica, con estilo. Así, en el párrafo segundo dice: “Es, Señor, el Patronato Real, uno de los más grandes asuntos en que suele pararse la consideración, pues en la subsistencia y conservación de él está simbolizada la más realzada regalía”. Y el tema era actual, la obra de Amaya y de sus discípulos, como el citado Campomanes, influye en la política española sobre la Iglesia. El regalismo, como fuente de poder, buscaba más bases históricas, ante la erudición del papa Benedicto XIV.
Aguilar Piñal sitúa, además, en El Escorial, otro impreso de similares características donde alguien de aquella época anotó: “El autor de este papel es don Juan de Amaya”; pero hay de esa etapa muchos dictámenes así. En 1736 firmó un impreso en defensa de los acreedores de Gabriel Morales. Figura como “de los Reales Consejos y del Colegio de Madrid”; pero, en todo caso, por lo que destacó Amaya es por haber visto, en sus estudios, que hubo en Sevilla un Concilio Nacional (1478), convocado por los Reyes Católicos, omitido entonces por los historiadores.
Este dato fue expuesto en un impreso (hacia 1748) sobre la importancia de estudiar los concilios, para lo que pidió al confesor del Rey [Fernando VI], padre Rávago que se buscasen las actas. Se generó abundante correspondencia cultural, por ejemplo, entre el jesuita padre Burriel (encargado de temas así por Rávago), y Amaya, al que trató con gran afecto y respeto; aun opinando que no había sido concilio, sino junta. Se hallaron pruebas del hecho, y, aunque pocos años después, Gálvez, bibliotecario de la Colombina dijera que “no hubo en la corte, ni fuera de ella, que oyera la noticia, que enteramente no la despreciara”, Amaya ingresó, como primer supernumerario, en la Real Academia de la Historia (1748), y pasó a numerario en 1750. Allí leyó su Crítica del falso cronicón de Dextro; y fue censor en 1751.
En 1752 fue nombrado honorario en la sevillana de Buenas Letras, fundada el año anterior; y en 1756, el citado Gálvez disertó allí aportando pruebas sobre la realidad de aquel concilio del que llamó a Amaya “primer descubridor”. Siglo y medio tras el hallazgo, el padre Fita halló y publicó las actas. Hoy, los historiadores hablan sin reticencias de ese concilio sevillano.
Obras de ~: Papel en derecho de dos capellanías que en Carmona fundó Don Juan de Vilches a que son llamados todos los Briones, por cuya razón tienen derecho a ellas los hijos y descendientes de Dª Francisca Micaela Ponce de León, Condesa de Miraflores, Sevilla, 1718; Sobre el Real Patronato, ¿1735?; Reverente representación [...] al P. Rávago, confesor de S. M. [Fernando VI] [1748]; Memorial donde solicita su admisión, Oración Gratulatoria, Dictamen sobre una espada hallada en una torre del Convento de San Pablo, en Peñafiel, 1752 y 1753 [Real Academia de la Historia (RAH), ms. 9-5930]; El Doctor don Juan Joseph Ortíz de Amaya, Jurado i Mayordomo de su Cabildo, i en su nombre, con la debida veneración [...] i honra de esta felicissima Republica [...] merece exaltacion aun en las espirituales, por la multitud de hijos, que logra cortesanos de la Corte Celestial, canonizados unos [...] sino para merecer la Corona en el de Bienaventurados: Dice, que contempla entre los de esta ultima classe al Venerable siervo de Dios [...] el Señor Don Miguel Mañara Vicentelo de Leca [...], s. f.
Bibl.: D. A. de Gálvez, “Sevilla, sede de un Concilio Nacional, 1478. 20.III.1756”, en Memorias literarias de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, Sevilla, Joseph Padrino Solís, 1773, págs. 152-171; A. M. Burriel, Cartas eruditas y críticas del Padre Andrés Marcos Burriel de la extinguida Compañía de Jesús, Madrid, Imprenta de Don Blas Román, ¿1778?; M. Méndez Bejarano, Diccionario de escritores [...] de Sevilla y su actual provincia, Sevilla, Tipografía Gironés, 1922 (ed. fac. Sevilla, Padilla Libros, 1989, pág. 169); F. Aguilar Piñal, La Universidad de Sevilla en el siglo XVIII, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1969; A. Vargas Zúñiga y Montero de Espinosa, marqués de Siete Iglesias, Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos con noticias sacadas de sus archivos, Madrid, Real Academia de la Historia, 1981, pág. 43, n.º 39.
Antonio Rafael Ríos Santos