González de Mendoza, Pedro. Guadalajara, c. 1518 – Salamanca, 10.IX.1574. Obispo de Salamanca, conciliarista, cronista.
Era hijo del duque del Infantado, Íñigo López de Mendoza, y de Isabel de Aragón. Pertenecía a la aristocracia, pues descendía por parte de padre de la familia de los Mendoza, de la más alta nobleza castellana, y por parte de madre de la casa real aragonesa.
Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, en la que el 18 de abril de 1543 recibió el grado de bachiller en Derecho Canónico. De ahí pasó a la Universidad de Salamanca, de la que fue rector en el curso 1544-1545.
En 1533 fue nombrado arcediano de Guadalajara, dignidad del Cabildo catedralicio de Toledo, el más importante de la Península Ibérica. En 1549 obtuvo, además, las abadías de Santillana y de Santander, en el Cabildo colegial de esta última ciudad.
En 1560 el ya rey Felipe II le presentó al Papa para ocupar el Obispado de Salamanca. Fue nombrado por Pío IV en el consistorio del 26 de junio de 1560.
El 29 de septiembre de 1560 recibió la consagración episcopal en su ciudad natal, Guadalajara.
Como obispo, González de Mendoza inició una labor reformadora convocando un sínodo en noviembre de 1560 en el que se confirmaron los preceptos de sínodos y algunos puntos nuevos de reforma eclesiástica.
Su tarea diocesana se vio interrumpida por la reanudación del Concilio de Trento, que estaba suspendido desde 1552. El rey Felipe II ordenó a González de Mendoza partir hacia Trento en agosto de 1561. El obispo llegó a la ciudad alpina el 30 de noviembre.
A decir verdad, González de Mendoza no destacó en los debates tridentinos por la calidad teológica o jurídica de sus discursos, a pesar de que se llevó como asesor al prestigioso teólogo Pedro de Fuentidueña. Pero sí es recordado por la historiografía conciliar por dos razones: la primera, porque participó activamente en lo que podríamos llamar la política intra-conciliar; la segunda, porque dejó escrito una especie de diario.
En cuanto a la primera, el obispo de Salamanca ha sido señalado por la historiografía como líder del grupo de obispos españoles que solían apoyar las propuestas de los legados pontificios y no compartían las posiciones episcopalistas o regalistas de la mayoría de sus compatriotas, agrupados en torno al arzobispo de Granada, Pedro Guerrero. Si bien ambos grupos coincidían sobre la necesidad de realizar una profunda reforma eclesiástica, Mendoza y los suyos atribuían el papel director en la definición y ejecución de la reforma al Papa, atenuando cualquier tentativa de autonomía episcopal o de conciliarismo. Algunos autores han querido ver una fractura de clase en dicha escisión: los prelados de la alta nobleza no soportaban que uno de origen social inferior, como Guerrero, dirigiese sus actuaciones. Tanto los legados como el Papa se sirvieron de González de Mendoza para transmitir sus opiniones a los obispos españoles, y le recompensaron con continuas dádivas. Incluso corrió el rumor de que le harían cardenal.
En cuanto a la segunda razón, el diario escrito por González de Mendoza constituye una fuente de primera mano para seguir los grandes temas de discusión de la tercera etapa tridentina, tanto en las congregaciones públicas como, sobre todo, en las reuniones, más o menos reservadas que celebraban los prelados españoles o que convocaban los legados pontificios: la continuación del tridentino o el inicio de un nuevo concilio, el deber de residencia episcopal, la controversia por la precedencia protocolaria entre el embajador español y el francés, la exención de los Cabildos eclesiásticos del poder episcopal (que González de Mendoza consideraba origen de muchos males), la reforma de las órdenes religiosas, etc. El texto no tiene el tono subjetivo que hoy atribuimos a un diario, sino que el obispo describe sin retórica y con pocas valoraciones personales lo sucedido entre el 1 de febrero de 1562 y el día de la clausura del Concilio, el 4 de diciembre de 1563. Lógicamente, presta especial atención a sus propios pareceres, emitidos en las congregaciones y en las sesiones. Circularon varias copias manuscritas del texto, una de las cuales utilizó el cardenal Pallavicino en su Historia del concilio de Trento (1664). Fue editado en el siglo xx.
Una vez clausurado el Concilio y aprobado por Pío IV y por Felipe II, González de Mendoza se consagró con ímpetu a aplicarlo en su diócesis. Fue uno de los primeros obispos en ordenar su observancia, lo que hizo el 2 de agosto de 1564. Además, el obispo ordenó a los párrocos y predicadores explicar a sus feligreses el contenido de los decretos que pudiesen afectarles. Para su mejor ejecución, hizo circular resúmenes de las normas sobre velatorios, sacramentos, residencia de los curas y reforma del clero regular.
González de Mendoza participó en el Concilio Provincial Compostelano que el arzobispo de Santiago, Gaspar de Zúñiga y Avellaneda, convocó para aceptar y poner en ejecución los cánones tridentinos. Dicho Concilio se celebró en Salamanca para facilitar el desplazamiento de todos los obispos de la vasta provincia eclesiástica de Santiago, que iba desde Galicia hasta Extremadura. Se reunió entre el 8 de septiembre de 1565 y el 28 de abril de 1566, bajo el estrecho control de un enviado del Rey.
También tenía como finalidad desarrollar las disposiciones tridentinas el sínodo diocesano que González de Mendoza hizo reunir en 1565. Entre sus disposiciones más importantes se cuenta la redacción de un catecismo, de la que se encargó el jesuita Juan Ramírez.
En 1570, otro sínodo revisó los cánones del de 1565 y modificó algunos. Las constituciones sinodales fueron editadas en 1573, lo que garantizaba su difusión y, en principio, su cumplimiento.
En suma, González de Mendoza sobresalió por su trabajo jurídico para desplegar la Reforma Católica formulada en el Concilio de Trento a través de decretos, sínodos y del Concilio Provincial. Eso no le impidió aceptar algunos encargos del Rey, empeñado en la constitución de un panteón real en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En junio de 1573 asistió en El Escorial al traslado de los restos mortales de la reina Isabel de Valois y del príncipe Carlos. En enero de 1574 presidió la comitiva que condujo a El Escorial los cadáveres de la reina Juana, llamada la Loca, que era la abuela del Rey, y de la reina de Hungría, doña María, tía de Felipe II, desde Valladolid y Tordesillas, respectivamente.
En su testamento dejaba parte de sus bienes para la fundación de un colegio de doncellas huérfanas en Guadalajara, bajo la advocación de Nuestra Señora del Remedio, en cuya iglesia fue enterrado.
Obras de ~: Lo sucedido en el Concilio de Trento desde el año 1561 hasta que se acabó (ed. incompleta de M. Serrano Sanz, en Autobiografías y Memorias, vol. II, Madrid, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 1905, págs. 239-270; ed. completa de Sebastian Merkle, Friburgo de Brisgovia, 1911, en Concilium Tridentinum. Diariorum, Actorum, Epistolarum, Tractatuum. Nova Collectio, vol. II, págs. 633-721; El Concilio de Trento, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947).
Bibl.: S. Merkle, Concilium Tridentinum. Diariorum, vol. II, Friburgo de Brisgovia, Societas Goerresiana, Ed. Herder, 1901, págs. CXLI-CXLVII; C. Gutiérrez, Españoles en Trento, Valladolid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1951, págs. 935-947; I. Fernández Terricabras, Felipe II y el clero secular. La aplicación del Concilio de Trento, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Carlos V y Felipe II, 2000; J. I. Tellechea Idígoras, “El Obispo de Salamanca D. Pedro González de Mendoza. Sus cartas desde Trento y otros documentos”, en Salmanticensis, 48 (2001), págs. 293-309.
Ignasi Fernández Terricabras