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Pedro de Melo de Portugal y Villena

Biografía

Melo de Portugal y Villena, Pedro de. Badajoz, 2.V.1733 – Pando (Uruguay), 15.IV.1797. Militar, caballero de la Orden de Santiago, virrey del Río de la Plata.

Descendiente de los duques de Braganza, fue hijo de José Francisco Melo de Portugal y de Ana de la Rocha Calderón. Ostentaba el grado de teniente de fragata en la Marina española cuando fue destinado al Regimiento de Dragones de Sagunto, es decir, pasó de la Marina al Arma de Caballería, donde llegó a sargento mayor, equivalente a segunda autoridad del Regimiento.

Su primer cargo en América fue el de gobernador de la provincia del Paraguay (desde 1778) e intendente (hasta 1787). De su actuación en la Gobernación e Intendencia del Paraguay se encuentran escasas noticias (“Se carece de un estudio de conjunto de esta Intendencia”, Historia General de España y de América, 1992: 836). Muy someramente, la Enciclopedia Espasa dice (vol. XLI, 1920: 1240) que: “Pedro Melo de Portugal (1778-1787) dio a la Provincia [del Paraguay] un alto grado de prosperidad, redujo a los salvajes, fundó numerosas poblaciones y formó un censo que dio una población de 52.496 españoles y 116.510 pardos”. Por otro conducto (Funes, 1910) se sabe que, en el citado censo de población, entre los llamados “pardos” había 10.510 negros, de los que “solamente” eran esclavos 3.843, lo que le parece una proporción alta de libres (“por la generosidad de los paraguayos”), a tenor de otros coeficientes en diversos territorios hispano-americanos, como Cuba.

Al parecer, Melo fue enviado a la Argentina hacia el año 1770 y sólo se sabe con certeza, como hemos expuesto, que en 1778-1787 estuvo al frente del Paraguay.

Por lo tanto hay dos vacíos temporales: dónde estuvo y qué hizo entre 1770 y 1778 (quizás en Buenos Aires como ayudante del gobernador), y, después, entre 1778 y 1795 (casi con seguridad, en España).

Ha de tenerse en cuenta que el Virreinato del Río de la Plata, último creado por España en América, no lo fue hasta el año 1776. Hay inseguridad entre los historiadores sobre la presencia de Melo en Buenos Aires antes de ser nombrado virrey, pues hay quien dice que ocupaba en Buenos Aires un alto cargo de confianza del virrey Arredondo, al haber sido factor del Consulado Real, hechura oficial de Arredondo y fáctica de Melo. Pero en la más moderna Historia de la Argentina (2005: 238) se dice que estaba en Madrid, “en funciones de confianza”, cuando fue nombrado el día 2 de enero de 1794 virrey del Río de la Plata. Y que pasó más de un año hasta que, llegando a Buenos Aires, entró en la ciudad dándole el mando el virrey dimisionario, Nicolás de Arredondo, el día 16 de marzo de 1795. Arredondo había dictado un bando, el 12 de marzo, por el que se disponía una serie de festejos en honor del nuevo virrey.

En la corta duración de su virreinato no hay nada espectacular que reseñar. Muchas de sus iniciativas de importancia no llegaron a realizarse por causa de la breve duración de su gobernación (dos años y un mes). Por ello solamente se pueden describir algunas diversas acciones de gobierno. Mejoró y redecoró el palacio virreinal, convirtiéndolo en centro de reuniones sociales y académicas; respecto a funciones edilicias se destaca el empedrado de las calles de Buenos Aires, la limpieza y salubridad de la ciudad, siempre deficientes, y la policía gubernativa sobre acciones de agricultura, ganadería, comercio, moneda, diversiones públicas, etc. También se preocupó de la organización de algunos gremios.

Mantuvo una severa intransigencia en la represión de la delincuencia, la especulación y el contrabando.

Por primera vez atracaron en Buenos Aires barcos llegados de Filipinas.

Mantuvo en orden la administración de su extenso territorio, en el que trató de fundar nuevos establecimientos en las fronteras del Chaco (el interior), así como en la costa patagónica (el litoral). Sobre la base de un informe que había preparado el naturalista Félix de Azara (1746-1821) se empeñó en avanzar la línea limítrofe con los indios insumisos. Todas las relaciones con los diversos órganos locales, tales como la Audiencia, de la que era su presidente, los Cabildos municipal y episcopal, el Consulado del comercio y otros más, que frecuentemente chocaban entre sí, en cuestiones de competencias que cada uno se atribuía en detrimento de otros que querían lo mismo, se desarrollaron en una constante paz.

El 27 de junio de 1795 el funcionario de la Corona española Agustín de la Rosa, por orden del virrey Melo, fundó la Villa de Melo, muy cerca de la frontera luso-brasileña. Su función fronteriza lo demuestra el hecho de que fuera atacada y momentáneamente ocupada por los brasileños en los años 1801, 1811 y 1816. Hoy es una importante ciudad del Uruguay.

Su primera parroquia, la de Nuestra Señora del Pilar, construida en 1797, es hoy la catedral del Obispado de Melo-Treinta y Tres.

Por Real Cédula de 1 de febrero de 1796, la intendencia de Puno, la más alejada de Buenos Aires, que dependía del Río de la Plata, pasó a depender del virreinato de Lima.

Llegados a América los coletazos de la Revolución Francesa, y aunque en los años de su gobernación, iniciada en 1795, ya había pasado su máxima efervescencia, tuvo que hacer frente a un conato de revuelta de unos ciudadanos franceses que fue fácilmente dominada por tratarse de una minoría insignificante, después de unas duras diligencias comprobatorias, que terminaron en una severa causa criminal.

En el año 1796 se produjo lo que se ha venido en llamar la “Rebelión en el Real Colegio de San Carlos”, cuya cuestión y desenlace se explica en la citada y moderna Historia de la Argentina (2005: 238). Este Real Colegio fue establecido en 1783 por el virrey Juan José de Vértiz, en el mismo edificio donde los jesuitas tuvieron su colegio. Había cien alumnos de pago y cuatro becados “hijos de pobres honrados”.

La instalación era decrépita, faltaban cristales en las ventanas, los bancos de madera estaban roídos por las ratas, los cuartos eran húmedos. Para colmo la disciplina era muy severa: se levantaban los alumnos a las cinco de la mañana y el desayuno consistía en unas cuantas pasas. Se castigaban con latigazos las faltas más o menos graves de los alumnos. Esta vida se les hizo insoportable y “un día” (sin especificar) de 1796 los alumnos se rebelaron en toda regla. Tomaron a celadores y a algunos profesores, los golpearon y los prendieron. Subieron a la azotea y se dispusieron a resistir.

Dejaron salir a jovencitos y pusilánimes. El virrey Melo tuvo que enviar contra ellos al Regimiento Fijo de Veteranos, que fue recibido a tiros, pues los estudiantes habían conseguido armas. Entre los jóvenes alumnos figuraban personajes que tuvieron años después destacada intervención en la insurgencia. El cabecilla fue un alumno de dieciséis años llamado Juan Gregorio de las Heras, que después fue glorioso general del ejército. Fue un prematuro aviso del espíritu de liberación e independencia que brotaría un decenio y medio después en Buenos Aires.

Declarada la guerra nuevamente entre España y Gran Bretaña el virrey Melo se trasladó a la Banda Oriental (actual Uruguay), zona limítrofe con el Brasil portugués, para inspeccionar las instalaciones defensivas y evitar irrupciones violentas de los lusobrasileños, y en la villa de Pando contrajo una súbita enfermedad que le produjo la muerte el 15 de abril de 1797, sin haber cumplido los sesenta y cuatro años. Tomó interinamente el mando del virreinato la Audiencia Pretorial. El cadáver fue llevado a Buenos Aires, envuelto en el hábito de la Orden de Santiago, con el uniforme de su alto cargo y, cumpliendo su voluntad, fue sepultado en el convento de las madres capuchinas. Su sepulcro se halla en la iglesia de San Juan, a nivel del suelo, cerca del altar y de la reja del coro. En 1870, siendo capellán del convento Pedro Sardoy, hubo que abrir el féretro, para extinguir una plaga de hormigas. Se encontró su espadín de plata con empuñadora de oro, con la que se hizo una patena (Historia de la Argentina, 2005: 238).

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de la Nación (Argentina), Departamento Documentos, lib. 7, fols. 203-204, 206- 227, 230-231, 233-234, 236-238, 243-248, 252-253, 256- 265, 268-273, 275-275v. y 278-279.

O. Araújo, Diccionario Popular de Historia de la República O. del Uruguay. Desde la época del Descubrimiento de su territorio, hasta la de su independencia, vol. III, Montevideo, Imprenta Artística, 1903, págs. 45-47; G. Funes, Ensayo de la Historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, vol. I, Buenos Aires, Talleres Gráficos L. J. Rosso, 1910 (3.ª ed.), pág. 383; J. A. Muzzio, Diccionario Histórico y Biográfico de la República Argentina, Buenos Aires, Librería La Facultad, J. Roldán, 1920, págs. 268-269; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, vol. XLI, Madrid, Espasa Calpe, 1920, pág. 1240; A. Zinny, Historia de los Gobernadores de las provincias argentinas, vol. I. Adelantados, Gobernadores y Virreyes del Río de la Plata, Buenos Aires, Vaccaro, 1920, pág. 53; Títulos de Indias, Valladolid, Archivo General de Simancas, 1954, págs. 648 y 650; VV. AA., Diccionario de Historia de España, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 1979, R. Levillier (dir.), Historia Argentina, vol. II, Buenos Aires, Plaza y Janés Argentina, 1981, págs. 1023-1024; VV. AA., Historia General de España y América, vol. XI-2, Madrid, Ediciones Rialp, 1992 (2.ª ed.), págs. 828 y 836; E. de Cárdenas Piera, Caballeros de la Orden de Santiago, vol. VIII. Años 1789 a 1799, Madrid, Hidalguía, 1995, n.º 2137, págs. 62-63; Archivo General de la Nación (Argentina), Departamento Documentos Escritos, Bandos de los Virreyes y Gobernadores del Río de la Plata (1741- 1809). Catálogo cronológico y temático, Archivo, adaptación e índices, por Graciela Swiderski, Buenos Aires, Archivo General de la Nación, 1997, págs. 110-112; VV. AA., Historia de la Argentina, Barcelona, Grupo Océano, 2005, págs. 236-238.

 

Fernando Rodríguez de la Torre