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Mateo de Laya

Biografía

Laya, Mateo de. Marcoleta (Vizcaya), 27.I.1630 – ?, 5.X.1693 ant. Marino, almirante general de Marina.

Mateo de Laya fue hijo de Bartolomé de Laya, natural de Galdames, y de Francisca de la Cabeza, natural de Marcoleta (ambos de Vizcaya). Desde niño vivió el ambiente marinero de su tierra, lo que influyó en su vida e inclinó a Laya a seguir la vocación de sus familiares y paisanos. Quedó huérfano a la edad de nueve años, cuando su padre, que servía al lado de Oquendo, falleció en la batalla naval de las Dunas (1639) al ser destrozado por una bala de cañón. Pobre, sin recursos y desamparado buscó cobijo en los buques de la Armada, y a la edad de doce años sentó plaza de paje a bordo del galeón Santísima Trinidad (1642), almiranta de la Armada Real del Océano que en aquella época se encontraba en Pasajes. La plaza de paje era la más baja y humilde a bordo, y en aquella época era la única que Laya podía tener. Entre sus obligaciones estaba cantar las oraciones, vigilar el reloj de arena y barrer la cubierta, además de obedecer a todos y tratar de aprenderlo todo. Durante diez años sirvió en diferentes barcos, recibió su bautismo de fuego, y ascendió hasta el grado de contramaestre.

Sus primeros jefes y maestros fueron los generales Mencos, Díaz Pimienta y Bañuelos.

Embarcó como grumete en el galeón Nuestra Señora de la Asunción y Santiago (1643), con el que participó en diferentes acciones en la guerra contra Francia y las siete provincias de Holanda, encuadrado en la escuadra española. Primero se batió con la escuadra francesa mandada por el duque de Brezé a la altura del cabo de Gata. Después, siendo marinero, participó en la fallida ayuda a Rosas (1644) que cayó en manos de los franceses. Más tarde, siendo marinero y gaviero de proa, peleó contra la escuadra de Brezé que bloqueaba por mar la plaza de Orbitelo, Italia (1645- 1646); Brezé murió en el combate y sus barcos abandonaron la acción.

En 1647 embarcó en la nao San Miguel de Flandes, con la que acudió al socorro de Nápoles y participó en una batalla contra la Armada francesa. Pasó por otros barcos y destinos, y ascendió a alguacil de agua.

Destinado en el galeoncete San Antonio de Nápoles ascendió a guardián (1648) y más tarde a contramaestre (1649). Firmada la paz con Holanda (1648), España quedó enfrentada sólo con Francia, y envió a Burdeos una división naval con una fuerza de desembarco.

Uno de sus buques, en el que se encontraba Laya, chocó con un bajo, y al ser cogido bajo el fuego del castillo de Blaya se rindió. Laya y el resto de la dotación fueron hechos prisioneros y llevados a La Rochele (1652).

Liberado seis meses después, embarcó en la nave almiranta de la escuadra del norte, y participó en un combate contra una escuadra francesa a la vista de La Rochelle. Laya sobresalió por su comportamiento en aquel combate, lo que le valió dar un gran salto en su carrera ya que ascendió a teniente (1653), algo que parecía irrealizable en una época en que para ser oficial era necesario contar con buena posición social e instrucción científica. Pero a Laya lo avalaba su gran pericia marinera, su constancia en el servicio y su buena reputación, cualidades por las que fue nombrado capitán de una pequeña fragata (1654).

Hasta 1660 realizó el corso como capitán de diferentes fragatas. Alcanzó renovada popularidad al participar en diversos combates y realizar varias presas, entre las que destacó una fragata francesa de veinte cañones y ciento cincuenta hombres, mandada por un caballero de San Juan, y otra turca de veintidós cañones y trescientos ochenta hombres, que llevó a Cádiz (1660). Pero lo más sobresaliente de aquella época fue cuando navegaba a la vista de Cádiz en una nao particular y se encontró con dos fragatas argelinas que lo abordaron (1662). Al ver su buque tomado y sin posibilidades de defenderse, le prendió fuego, y, con otros cinco hombres, escapó agarrado a un cuartel del barco. El pañol de pólvora explotó y el barco se hundió. Murieron gran cantidad de argelinos y la mayor parte de la dotación del barco, que, de ochenta y cinco que eran, sólo se salvaron Laya y sus acompañantes. Laya, muy malherido y conservando la bandera de su nao, fue recogido por otro barco que lo llevó a Cádiz, donde el general Manuel Bañuelos le proporcionó cirujanos y médicos que lo curaron, aunque quedó con secuelas en sus manos.

La nueva hazaña de Laya fue comentada en la Corte, y sirvió para que la Compañía de Provisión de esclavos negros en las Indias le ofreciera el mando de uno de sus buques (1663). Durante tres años, Laya realizó sin ningún accidente ni tropiezo de importancia muchos y muy arriesgados viajes a Veracruz y Cartagena de Indias dedicados al transporte de esclavos negros, que por aquellos tiempos era un mercado lícito. Este trabajo podía haber durado más, pero Laya se encontró en La Habana con el general Bañuelos (1666), que lo conocía muy bien y le tenía en gran estima, y al estar muy escaso de oficiales le obligó a cambiar de ocupación y le dio el mando de un patache de la Armada.

A partir de entonces, Laya se dedicó a convoyar galeones cargados de plata y otras riquezas (1667- 1668).

Regresó a España y construyó una fragata de su propiedad (1669), con la que se dedicó a hacer comercio con las Indias, al tiempo que condujo despachos oficiales. A la vuelta de uno de sus viajes su barco fue embargado para ser utilizado por la Armada, sin que Laya recibiera más que una pequeña compensación económica. Realizó otras comisiones sin recibir paga alguna (1673-1674), hasta que de nuevo se requirieron sus servicios. Ascendió a capitán de mar y guerra y recibió el mando del Nuestra Señora del Rosario de cincuenta cañones y trescientos hombres de dotación (1675). Era necesario llevar munición y pertrechos para la escuadra de Nápoles, y ése fue uno de los cometidos de Laya, que tuvo que prorrogar por más de un año para atender con su barco otras cuestiones de mayor urgencia: llevar socorros a Orán; hostigar los barcos argelinos que amenazaban las costas españolas; y transportar tropas a Cataluña.

La situación de la Armada española continuaba debilitándose mientras la francesa se fortalecía, por lo que España firmó un acuerdo con los Países Bajos para que, a cambio de importantes concesiones comerciales, enviaran al Mediterráneo una escuadra de veinticuatro barcos, que se uniría a la de Juan de Austria (hijo bastardo de Felipe IV y por ello medio hermano de Carlos II) para formar una escuadra combinada que pudiera hacer frente a la francesa. Los holandeses cumplieron su palabra, y se presentó en Cádiz una escuadra a las órdenes del almirante de Ruyter (26 de agosto de 1675), quien después de órdenes, contraórdenes y cambios de puertos, y tras haber perdido tres meses, zarpó de Barcelona rumbo a Italia (29 de noviembre) escoltando un transporte de pertrechos, llevando como única fuerza española al Nuestra Señora del Rosario de Laya. Al mismo tiempo partió de Tolón una escuadra francesa para tratar de reunirse con la de Mesina. De Ruyter entró en combate con la escuadra francesa de Du Quesne a la altura de la isla de Estrómboli (8 de enero de 1676), en un encuentro de inciertos resultados en el que el barco de Laya fue de los primeros en abrir fuego, y sus cañones fueron los únicos cañones españoles que se dejaron oír. El comportamiento de Laya fue ejemplar, y así lo expuso Ruyter por carta. A continuación, Laya se dirigió con los transportes a repartir provisiones por los diferentes presidios de Italia, lo que le alejó del posterior combate de Agosta (1676) en que de Ruyter resultó mortalmente herido.

Continuó al mando de la Rosario, llevó a cabo otras acciones, e intervino en salvamentos, como el del naufragio del general Roco de Castilla en el canal de Piombino (1677). Y lo hacía con la carena de su barco en muy mal estado por las continuas navegaciones sin apenas mantenimientos, pero dando siempre muestras de muy buena voluntad. Fue precisamente por esta cualidad de no poner dificultades para llevar a cabo cualquier misión, por la que el capitán general marqués de Villafiel lo eligió para el mando del galeón San Bernardo, barco muy viejo y en muy mal estado, que nadie quería, incluida su dotación que solicitaba el traslado a otro barco. Laya aceptó sin objeciones el nuevo mando, aunque por aquel tiempo elevó una respetuosa queja a sus superiores (1677), en la que manifestaba que ya no contaba con recursos, y pedía que las dieciocho pagas que se le debían se abonaran a su esposa para atender a las necesidades de su casa.

En aquella época Mesina fue liberada, los franceses expulsados, se firmó la Paz de Nimega, y Laya se fue de licencia a gozar de un merecido descanso a su casa, donde tuvo que lidiar otra batalla de índole muy diferente a aquellas a las que estaba acostumbrado.

Había enviado el memorial y la solicitud para el ingreso en la Orden de Santiago, y había recibido de Madrid buenas esperanzas, pero al poco tiempo le llegó la noticia de que un influyente personaje lo había suplantado en la capitanía de mar y guerra, con el pretexto de que la tenía abandonada y se encontraba en su casa sin servir su puesto. Se vio de golpe sin título, sin sueldo, en las habladurías de muchos y sin amigos influyentes que pudieran hacer valer la licencia real que estaba disfrutando. A Laya no se le ocurrió entonces mejor solución que enviar al ministro duque de Medinaceli una petición de enganche para sentar plaza de soldado junto con dos de sus hijos (1681), argumentando que siempre había sido su ánimo servir al Rey, y ya que no tenía el puesto de capitán de mar, quería tomar el que estaba a su alcance.

Como resultado de tal petición, Laya recibió el nombramiento de almirante real honorífico, equivalente a jefe de división, con la declaración del aprecio del Rey y la concesión a su hijo mayor del empleo de alférez con 200 ducados de pensión. La Orden de Santiago quedó en suspenso para que no pareciera excesiva la compensación que recibía, aunque dicha Orden fue efectiva poco después (1683), cuando al renovarse la guerra con Francia fueron de nuevo necesarios sus servicios. En poco tiempo ascendió a almirante real de la Armada del mar Océano (mayo de 1683), con especial mención de su actuación en el pasado combate de Estrómboli, y con la orden y potestad de sustituir al capitán general de dicha Armada (que lo era Rodrigo Manuel Manrique de Lara, conde de Aguilar y Frigiliana) cuando por cualquier circunstancia éste no pudiera atender su puesto. Poco después fue nombrado almirante general interino (septiembre de 1683), con la autoridad, prebendas, jurisdicción y sueldo de un almirante efectivo. Volvió de lleno a la actividad, y tan pronto aparecía por las costas de Nápoles, como era requerido en las de la Península, o partía con urgencia hacia las de Berbería. Por sus méritos y servicios le fue asignado un sobresueldo de 2.000 escudos (diciembre de 1684).

Francia se dedicó a hostigar directa e indirectamente a España, y apoyó a Marruecos y Argelia favoreciendo sus ataques a las plazas españolas del norte de África.

Haciendo rentable el reciente invento de las bombardas, los franceses cobraron importantes tributos de Trípoli y Túnez, y ante la posibilidad de que se presentasen frente a las costas españolas, Laya desplegó en el estrecho de Gibraltar una escuadra de doce navíos (1685). Cuando los franceses se aproximaron a Cádiz con una flota de unos sesenta barcos, Laya fondeó los suyos junto con los del conde de Aguilar a la entrada del puerto, y paró a los atacantes que fondearon ante Chipiona, con los dieciocho navíos de Tourville a levante y los once de d’Estrées a poniente, además de otros barcos de menor porte. El rey de Francia reclamaba agravios y perjuicios por la detención de naves francesas en las Indias, acusadas de contrabandistas, y pedía una compensación de medio millón de pesos. Durante dos meses los franceses bloquearon la bahía, pero terminaron por levantar el bloqueo y desistieron de entrar en Cádiz.

Laya tomó parte en la defensa de diferentes plazas del norte de África, actuando en ocasiones en sustitución del conde de Aguilar, directo responsable de la defensa de dichas plazas. A la vista de sus valientes y destacadas acciones, Mateo de Laya recibió el título de almirante general efectivo (1688), y también recibió el mando de la Armada del Océano durante los dos años en que su comandante, el conde de Aguilar, tuvo que servir en otro destino. Cruzó con sus barcos de San Vicente a las Islas Terceras para proteger los ricos convoyes de la carrera de Indias. En 1692, cuando ya contaba con sesenta y dos años de edad y cincuenta de servicio, fue llamado para ocupar un puesto de consejero en el Supremo de la Guerra y Junta de la Armada, y así aprovechar su experiencia, tan necesaria en una Armada en muy mal estado. Fue un justo descanso a una vida tan ajetreada como la suya, y fue el puesto en que prestó sus últimos servicios, ya que falleció al año siguiente (1693).

Mateo de Laya contrajo matrimonio el 28 de mayo de 1651 con María Martín de Aramburu, natural de Pasajes de San Juan, con la que tuvo seis hijos: cuatro varones (Mateo, Juan Antonio, Juan Bernardo e Ignacio) y dos hembras (María Antonia y María Josefa).

No se sabe con exactitud la fecha de su muerte, pero tuvo que ser anterior a la fecha del testamento hecho por su esposa el 5 de octubre de 1693, en el que declaraba ser su viuda. Su hijo mayor, Mateo, nació el 13 de mayo de 1660 y llegó a ser almirante real y caballero de Santiago.

Laya fue un incansable trabajador, que alcanzó los más altos grados en la Armada empezando desde los puestos más humildes. Tuvo que vivir en una época calamitosa para España en general y para la Armada en particular, en la que no alcanzó ninguna victoria que le hiciera pasar a la inmortalidad, pero tampoco sufrió ningún desastre digno de ser tenido en cuenta. Siempre guió con energía, prudencia y acierto las escasas fuerzas que tuvo a su mando. Destacó por su disposición para cumplir los cometidos que se le ordenaron, sin poner obstáculos a pesar de las penalidades de sus barcos. Aun sin gozar de formación intelectual ni experiencia burocrática, fue muy apreciado por su gran experiencia y eficacia en la mar. Tanto en su forma de ser como en sus informes y partes, siempre demostró ser un hombre directo y sin alardes de presunción.

 

Bibl.: C. Fernández Duro y F. J. de Salas, Mateo de Laya. Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Ilmo. Sr. D. Cesáreo Fernández Duro, el día 13 de marzo de 1881. Contestación del académico de número D. F. Javier de Salas, Madrid, Imprenta, Estereotipia y Galvanoplastia de Aribau y Cía., 1881; C. Fernández Duro, “Mateo Laya. Discurso del académico electo Ilmo. Sr. D. Cesáreo Fernández Duro”, en Revista General de Marina, t. VIII (1881), págs. 649-668; Armada Española, t. V, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1902; M. Fernández Navarrete (comp.), Museo Naval Madrid. Colección de documentos y manuscriptos compilados por Fernández de Navarrete, t. XI, Nendeln, Liechtenstein, Kraus-Thomson Organization Limited, 1971, págs. 85-91; J. M.ª Martínez-Hidalgo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. VIII, Barcelona, Ediciones Garriga, 1982, págs. 307-308; F. González de Canales y López-Obrero, Catálogo de Pinturas del Museo Naval, t. II, Madrid, Ministerio de Defensa, Armada Española, 2000, pág. 141.

 

Marcelino González Fernández