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María del Rocío Falcó y Fernández de Córdoba

Biografía

Falcó y Fernández de Córdoba, María del Rocío.  Condesa de Berantevilla (XII). San Sebastián (Guipúzcoa), 20.XI.1932 – Madrid, 20.II.1990. Benefactora, cazadora.

Única hija de los cuatro habidos en el matrimonio entre Hilda Fernández de Córdoba y Mariátegui, III condesa de Santa Isabel y XII marquesa de Mirabel (Madrid, 24 de abril de 1908 – 1 de julio de 1998) —hija a su vez de María de la Luz Mariátegui y Pérez de Barradas, IV marquesa de Bay, y de Joaquín Fernández de Córdoba y Osma, VIII duque de Arión—, y Manuel Falcó y Escandón, IX duque de Montellano y marqués de Pons (Île de France, Francia, 2 de septiembre de 1892 – Madrid, 28 de julio de 1975) —hijo de Carlota Escandón y Barrón y de Felipe Falcó y Osorio, VIII duque de Montellano—; ambos progenitores Grandes de España. Rocío Falcó, también conocida en los círculos sociales allegados a la familia como Rocío Montellano, nació en los convulsos años de la Segunda República. Su familia huyó de Zarauz, donde pasaban el verano, cuando finalmente se desencadenó el Alzamiento Nacional, en un buque de guerra inglés que los trasladó a Londres. A finales de 1936, cuando el general Queipo de Llano tomó Sevilla, retornaron a su patria, siendo acogidos en el palacio de Dueñas por Jacobo Fitz James Stuart, duque de Alba, primo segundo de la familia. Tras la contienda, volvieron a Madrid, alquilando un piso en el que Rocío Falcó se fue educando con profesores particulares como la mayor parte de las niñas de su entorno, y sólo en la adolescencia cursó unos años en el Liceo Francés, perfeccionando ese idioma tan bien como el español o el inglés. A partir de 1943 comenzó la carrera de piano, que concluyó cuando finalizaba la década. Para entonces, la familia ya estaba asentada en el palacio del Paseo de la Castellana de la capital española, después de que quedara libre de arrendamiento para embajada de Estados Unidos cuando la retirada de los diplomáticos en 1947 con la finalidad de aislar internacionalmente al régimen franquista, hasta que en enero de 1955 cedieron la vivienda a don Juan Carlos, entonces Príncipe de España, que había llegado del exilio en Estoril para formarse en España.

Además de una esmerada educación, Rocío Montellano heredó de su padre cierta inquietud altruista.

El duque de Montellano desarrolló una intensa labor por salvaguardar el patrimonio histórico español y contribuyó a preservar la naturaleza patria, dando forma a lo que hoy es Parque de Monfragüe. Fue quien sugirió al general Miguel Primo de Rivera la construcción de los paradores. Además, involucró a su mujer, dueña del conjunto monumental de Yuste, en la idea de cederlo al Estado con ocasión del cuarto centenario de la muerte de Carlos I de España y V de Alemania y después no fueron invitados a los fastos que las desagradecidas autoridades del Régimen organizaron en el monasterio que habían donado. A pesar de lo cual, el duque de Montellano no se resintió en continuar sus actividades de mecenazgo, pues con la venta del palacio de la Castellana, en 1967, restauró el palacio familiar de Mirabel, principal edificio civil placentino, y adquirió en pública subasta los dieciséis artesonados, las columnas del patio y todas las piedras trabajadas de la mansión renacentista de Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, que bajo la dirección del arquitecto José Carlos Álvarez de Toledo levantó en un terreno del Albaicín comprado al efecto, para después cederlo al Ayuntamiento de Granada, para que fuera ubicado en esta sede el Archivo del Reino de Granada. También Rocío quiso contribuir haciendo el bien al prójimo. Así, en 1956, organizó una verbena benéfica en los jardines de su casa para ayudar económicamente a la organización Luisa de Marsillac, que atendía a la infancia desamparada, donde pudo comprobar sus dotes de convocatoria y capacidad de trabajo, que le sirvieron algunos años más tarde para el proyecto de Nuevo Futuro. Por entonces, había comenzado la Guerra de Ifni y se apuntó con algunas amigas, entre ellas, Fabiola de Mora y Aragón, futura reina de los belgas, para realizar los dos cursos de Sanidad Militar, que ofrecían mayor nivel que los exigidos por la Cruz Roja, con la intención de alistarse como voluntarias para acudir a dicha guerra después de aprobar las clases teóricas y prácticas en el Hospital Gómez Ulla de Madrid, siendo disuadidas de su propósito por el propio ministro del Ejército, el general Barroso. Sin embargo, no decayó en su ánimo, pues, tras una visita de Mercedes Fórmica al colegio de San Ildefonso, en la que pudo observar que los métodos tradicionales en hospicios impersonales daban lugar a personas desarraigadas y propensas a la delincuencia, se entregó decididamente a promover el proyecto que había emprendido Carmen Herrero de Nuevo Futuro, que tenía como fin recuperar a niños huérfanos o de familias conflictivas y educarlos en grupos reducidos, conviviendo en una casa bajo la supervisión de un adulto. Como el proyecto requería financiación para afrontar los costes que suponía montar cada una de estas casas, se le ocurrió organizar un baile benéfico en junio de 1967, logrando casi medio millón de pesetas de beneficios. Pero, como no era suficiente para cubrir las necesidades de Nuevo Futuro, se le ocurrió al año siguiente organizar una almoneda de trastos que pudieran estar guardados en las buhardillas.

El Rastrillo tuvo tanto éxito que muy pronto comenzó a organizarse por toda la geografía española y, anualmente, hasta la actualidad, constituye uno de los eventos sociales imprescindibles.

Por vía materna, Rocío Montellano sucedió en la merced de condesa de Berantevilla y en la afición cinegética que por medio de su madre transmitió el duque de Arión, “montero de los de zurrón a la espalda, infatigable en el andar, [que] no perdonaba la menor distracción o negligencia ni que se infringiesen las reglas, para él sagradas, de la montería”, en palabras del conde de Yebes. “Fue el Duque de Arión exponente máximo del verdadero montero español, con una afición que nadie igualó y un conocimiento que imponía respeto. Practicó la montería como un verdadero rito y cuando, en su casa, era quien dirigía, fue verdadero deleite para los afortunados buenos aficionados que concurrían, comprobar la forma en que se observaban todas las reglas del ‘bien montear’”, continuaba Yebes. Prueba de la erudición en el arte de montear del duque de Arión, se recoge en la correspondencia con su hija Hilda, madre de Rocío Montellano, auténticos ensayos de caza, y que en su conjunto constituiría un verdadero tratado cinegético.

En homenaje a su padre, Hilda Fernández de Córdoba destinó los pabellones del palacio de Mirabel como museo de caza en el que exhibir los trofeos y fotografías de cacerías de su padre. Por su parte, la condesa de Berantevilla comenzó a dar continuidad a esta saga de cazadores en su segunda montería, el 7 de febrero de 1951, cobrando un venado horquillón en la mancha El Morisco de Valero, finca situada en Torrejón el Rubio (Cáceres), muy cerca del Parque de Monfragüe que el duque de Arión había destinado a coto de caza y quiso, a su fallecimiento en noviembre de 1957, dejar —también su rehala— en usufructo a su hija Hilda y en propiedad a su nieta Rocío. Para ella, también “la caza trascendía de una mera afición, conformando un código de conducta y una manera de enfrentarse a la naturaleza, principios asimilados en su casa, tanto de su abuelo como de su madre”, según el marqués de Laula. Mujer inteligente, culta, observadora y con gran sentido del humor, aunque en forma más íntima que sus mayores, pues la correspondencia fue consigo misma a través de un diario, fue anotando minuciosamente, narrando y describiendo cerca de las cuatro mil jornadas de caza que vivió a lo largo de su vida. Cazó en ciento sesenta y un cotos diferentes de España —principalmente en Extremadura, pues conoció ochenta y dos fincas distintas frente a las cuarenta de los Montes de Toledo y veinticinco de Sierra Morena Oriental distribuidas entre las provincias de Ciudad Real y Jaén, ocho en la parte de Hornachuelos y finalmente seis entre las montañas de Asturias, Burgos, Guadalajara y Gredos—, en nueve de Europa, repartidos entre Bélgica, Luxemburgo y Alemania y además cuatro safaris en Mozambique, en África. La relación de reses que cobró fue de 535 venados, 336 cochinos, 368 ciervas, 7 gamos, 17 corzos, 3 rebecos, 1 urogallo, 1 cabra hispánica, que conformaban 1.268 reses, que junto a las 39 reses de 16 especies distintas africanas, hacían un total de 1.307 reses, de las cuales 279 fueron en berrea (75 venados, 195 ciervas y 9 cochinos) y 972 en montería y rececho, además de las 39 reses batidas en África. El año de menos cacerías fue el segundo, sólo ocho días, mientras que 1975, el de más cacerías con sesenta y seis días, si bien las mejores temporadas fueron 1968, 1972 y 1974, con 69 reses abatidas cada uno de estos tres años. Por el contrario, el resultado más exiguo es de 3 reses en 1953. La temporada de caza daba comienzo en septiembre con la berrea y terminaba en agosto, utilizando estas fechas para sus cómputos venatorios. A lo largo de su vida de caza, la condesa de Berantevilla utilizó solamente dos rifles: un Nagel del calibre 8 x 57 heredado de su abuelo, con el que nunca logró acoplarse, y un cerrojo Sako 30-06 que adquirió en junio de 1964, con ocasión de su safari en Mozambique, y se descalibró en julio de 1983. El rigor de Berantevilla y la exactitud de sus datos permiten conocer el número de disparos efectuados hasta la erosión del cañón del Sako: 2.411 en montería y berrea, 200 en África y 200 de remate y al blanco, es decir, un total de 2.811 disparos, un número verdaderamente corto para ese calibre, que no alcanza las grandes velocidades de los magnum. Y, en sus treinta y nueve temporadas de caza, disparó 3.715 cartuchos de bala, con un promedio de 2,9 tiros por res muerta, incluidas las rematadas. El peor año fue el primero, 1951, con 6,3 disparos por res, y el mejor de 1986 con 2 balas por captura. El promedio de los diez últimos años osciló alrededor de 2,5 balas por res cobrada.

Sólo interrumpió su mundo filantrópico y cinegético el 7 de octubre de 1976, un año después de la muerte de su padre, el duque de Montellano, para contraer matrimonio ya con cuarenta y cuatro años en el palacio de Mirabel con Alfonso Díaz de Bustamante y Quijano, de sesenta y dos años, que había enviudado de Cristina Ulloa y Ramírez de Haro, y que llegó a la alcaldía de Cáceres, limpiando y embelleciendo la ciudad y logrando que fuera proclamada Patrimonio de la Humanidad. Rocío se afincó en esta ciudad extremeña, donde se encontraba más cerca de su finca Valero. Pero, coincidiendo con el reconocimiento de sus méritos en el mundo de la caza con el nombramiento de presidenta del Club de Monteros, el más antiguo de España, en 1986, el gobierno socialista que había alcanzado el poder esa década, secundado por los feudos autonómicos que le eran proclives, se empeñó nuevamente en resucitar la republicana Ley de Bases de la Reforma Agraria de 9 de septiembre de 1932, que propugnó Marcelino Domingo Sanjuán, que permitía la expropiación de las tierras de los Grandes de España sin indemnización alguna, y en este atávico afán y al amparo de la Ley de Fincas Manifiestamente Mejorables que había entrado en vigor en el anterior gobierno de la Unión de Centro Democrático, la Junta de Extremadura, con su presidente Rodríguez Ibarra a la cabeza, se encaprichó de la finca de la condesa de Berantevilla y de manera coactiva se propuso expropiar el uso de la propiedad para parcelar la tierra e instalar en ella colonos. Al recurso que interpuso Rocío Berantevilla para paralizar la ocupación de la finca, le siguió la denegación de los permisos de berrea y montería a causa del pleito, así como toda clase de objeciones a desarrollar la actividad cinegética. Para entonces comenzó a padecer un tipo de esclerosis medular que paulatinamente le fue atrofiando las articulaciones de las piernas. A pesar de las dolencias, luchó por encontrarse en los puestos de las monterías, siendo la última pieza cobrada una cierva en Cabeza de Matabuey recechando en Valero, el 9 de febrero de 1990. “El estreno y la despedida, ambos en el coto familiar, como un homenaje histórico a esa finca de sus amores”, como apuntó el marqués de Laula. Poco después, sus piernas le traicionaron en unos grandes almacenes de la capital, y murió al caer rodando por unas escaleras mecánicas. Ese mismo día, 20 de febrero de 1990, el Tribunal Supremo falló en contra de la Junta de Extremadura, la quieta posesión de la finca de Valero en su dueña que, desgraciadamente, no podía ya disfrutarla.

 

Obras de ~: Diario de caza (inéd.); “Damas monteras y consejos para las mismas”, en Trofeo, n.º 79 (diciembre de 1976); “Las cacerías”, en Í. Moreno de Arteaga, marqués de Laula, La caza en la sangre: Rocío Falcó, condesa de Berantevilla, Madrid, Otero Ediciones, 2007, págs. 1-215.

 

Bibl.: E. Figueroa y Alonso-Martínez, conde de Yebes, La sala de los trofeos de un montero ejemplar: el último duque de Arión, 1870-1957, Madrid, Talleres Altamira, 1963; F. S ánchez Marroyo, “La mujer como instrumento de perpetuación patrimonial”, en Norba (Cáceres), 8-9 (1987-1988), págs. 210-213; “Necrológica: Rocío Falcó Fernández de Córdoba”, en ABC (Madrid), 22 de febrero de 1990; E. Roig, “La aristócrata Rocío Falcó muere al caer por la escalera de un supermercado con el carro de la compra. La Condesa de Berantevilla era hermana de Carlos y Fernando Falcó”, en El País (Madrid), 22 de febrero de 1990; “El Tribunal Supremo devuelve a la familia Falcó una finca expropiada por la Junta. La propietaria de los terrenos fue enterrada ayer en Madrid”, en ABC (Madrid), 23 de febrero de 1990; J. E. Pardo y M. C. Vázquez, “Expropiaciones: El último gran fiasco de Rodríguez Ibarra”, en Abc (Madrid), 24 de marzo de 1997, pág. 56; F. Jiménez Santos, “Las tierras del señor”, en Tribuna de Actualidad, 13 de abril de 1999; A. S. O., “El CIT rinde homenaje al histórico mecenazgo de la Casa de Zúñiga”, en Hoy (Plasencia), 23 de septiembre de 2006; Í. Moreno de Arteaga, marqués de Laula, “Proemio” y “La caza en la sangre. Una estirpe de cazadores”, en La caza en la sangre: Rocío Falcó, condesa de Berantevilla, op. cit., págs. VII-LX.

 

Iván F. Moreno de Cózar y Landahl, conde de los Andes