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'Abd al-Mu'min

Biografía

‘Abd al-Mu’min: Abu Muhammad ‘Abd al-Mu’min b. ‘Alī b. ‘Alwī b. Ya‘là. Tagra, cerca de Orán (Marruecos) f. s. XI-p. s. XII – Marrakech (Marruecos), V.1163. Primer califa almohade (1130-1163) en tanto que sucesor de Ibn Tumart, el fundador del movimiento almohade y considerado Mahdī (figura mesiánica musulmana). ‘Abd al-Mu’min fundó la dinastía mu’miní que gobernó el imperio almohade hasta su desaparición en el s. XIII.

Su nombre es Abu Muhammad ‘Abd al-Mu’min b. ‘Alī b. ‘Alwī b. Ya‘là. Por línea materna, las genealogías pro-almohades entroncan a ‘Abd al-Mu’min directamente con el Profeta a través de los descendientes idrisíes de éste que habían gobernado en el Magreb (actual Marruecos) desde el s. VIII. Por lo que se refiere al linaje paterno, esas mismas fuentes pro-almohades recogen extensas genealogías que remontan su origen a la tribu árabe de Qays ‘Aylan. El epónimo de esta tribu habría tenido un hijo, Barr, del que descenderían los beréberes según leyendas que gozaron de aceptación entre los genealogistas beréberes. La genealogía que enlazaba a ‘Abd al-Mu’min por vía agnática con Qays ‘Aylan cumplía varias funciones: por un lado, lo vinculaba con la tribu del Profeta (Qurays); también lo vinculaba con la tribu de un profeta pre-islámico, Jalid b. Sinan, quien parece haber sido objeto de culto entre los beréberes de la zona argelina; por último, lo vinculaba con las tribus árabes de los Banu Sulaym y los Banu Hilal, que, tras penetrar en el norte de África, se habían convertido en una de las piezas principales de la política militar de la región. La derrota que a esas tribus árabes infligió ‘Abd al-Mu’min en Sétif fue seguida de su absorción dentro del ejército almohade con objeto de contrarrestar el peso de los elementos beréberes, especialmente los Masmuda (la tribu de Ibn Tumart), sobre los que se había fundamentado el movimiento almohade en sus orígenes. La genealogía qaysí de ‘Abd al-Mu’min, que es la que cantarán los poetas en los numerosos panegíricos que se conservan dedicados a él y a sus descendientes, era por tanto muy ventajosa para la legitimación política y religiosa de quien reclamó el califato para sí y sus descendientes. En realidad, ‘Abd al-Mu’min era beréber, perteneciente a los Kumya, una facción de la tribu Zanata.

Los Kumya estaban asentados en el norte de lo que es hoy la provincia de Orán, cerca de Nadroma. En una aldea llamada Tagra nació ‘Abd al-Mu’min. Antes de nacer, un adivino de Tremecén habría hecho la siguiente predicción: “nada impedirá que esta mujer tenga un hijo cuyo mandato (amr) abrazará el este, el oeste, el sur y el norte”. De joven, ‘Abd al-Mu’min dejó su lugar de nacimiento en compañía de su tío con objeto de llevar a cabo un viaje de estudios, si bien no sabemos si pretendía llegar hasta Oriente o simplemente estudiar con maestros de la zona de Ifrīqiya (actual Túnez). Su viaje no le llevó demasiado lejos. Al llegar a Bugía, en una fecha que hay que situar hacia el año 1117, en un suburbio de esa ciudad llamado Mallala, se produjo el encuentro con el maestro que habría de cambiar su destino. En efecto, allí residía Ibn Tumart, conocido como “el alfaquí del Sus” (por la región del sur del actual Marruecos, el Sus, de donde era originario). Ibn Tumart era también beréber, aunque de otra tribu, los Masmuda (facción de los Harga). Según sus biógrafos, Ibn Tumart estuvo en Oriente y allí habría estudiado en Bagdad con al-Gazalī, un famoso jurista y teólogo responsable de haber llevado a cabo una profunda renovación de las ciencias religiosas islámicas. Aunque este encuentro con al-Gazalī ha sido puesto en duda, la obra de Ibn Tumart que se conserva sí muestra un buen conocimiento de las doctrinas teológico-filosóficas del momento, así como una gran originalidad en su desarrollo. Ibn Tumart también habría estudiado con otro famoso maestro de la época, el andalusí al-Turtusī, en Alejandría. Partió en barco de esta ciudad y desembarcó en Trípoli, dirigiéndose desde allí hacia el oeste y empezando a tener problemas al decidir ejercer escrupulosamente el precepto de “ordenar el bien y prohibir el mal” y condenar las prácticas que le parecían reprobables. Mirado por ello con desconfianza por las autoridades, llegó a Bugía, donde tuvo lugar el mencionado encuentro con ‘Abd al-Mu’min y el establecimiento de una relación de maestro-discípulo entre ambos.

‘Abd al-Mu’min decidió unir su destino al de su maestro. Por su parte, Ibn Tumart habría advertido en seguida que aquel joven tenía cualidades especiales. Al-Baydaq (otro discípulo de Ibn Tumart a quien debemos unas “Memorias” en las que relata los comienzos de la dinastía Mu’miní y que es una de las fuentes principales sobre nuestro personaje, pues de hecho esas “Memorias” están dedicadas sobre todo a ensalzar a ‘Abd al-Mu’min) relata que una noche en que estaba a solas con Ibn Tumart en Mallala sosteniendo una lámpara, el maestro habría dicho: “El mandato (amr) del que depende la vida de la religión no se alzará sino por ‘Abd al-Mu’min, lámpara de los almohades”. La historiografía mu’miní busca con esta y otras anécdotas transmitir la impresión de que Ibn Tumart habría mostrado desde el principio su predilección por el joven ‘Abd al-Mu’min, si bien ello se contradice con otras informaciones que muestran que junto al maestro del Sus había otros discípulos que constituían el círculo de los más allegados y que ‘Abd al-Mu’min no era sino uno más entre ellos. Formando parte de ese grupo, ‘Abd al-Mu’min siguió a Ibn Tumart en su regreso al Magreb extremo. Cuando el maestro tuvo que huir de Marrakech, la capital almorávide, temiendo por su vida por haber polemizado con los alfaquíes del régimen y por haber censurado a la dinastía reinante, ‘Abd al-Mu’min le siguió en su retiro primero a Agmat y luego a Tinmal, obteniendo un puesto en el “Consejo de los Diez” y entrando a formar parte, por adopción, de la tribu de Ibn Tumart.

Participó en las primeras expediciones militares de los almohades contra los almorávides. Fue especialmente destacada su participación en la batalla de al-Buhayra en 1130, cuando los almohades intentaron la conquista de Marrakech sufriendo una derrota y graves pérdidas, pues falleció Basīr al-Wansarīsī, uno de los compañeros de Ibn Tumart de quien se decía que tenía dotes adivinatorias y que parece haber sido el sucesor previsto del Mahdī. Al-Baydaq, testigo de los hechos, cuenta que ‘Abd al-Mu’min le dijo que fuese a informar a Ibn Tumart de la derrota. Cuando así lo hizo, Ibn Tumart (que para entonces ya había sido proclamado Mahdī), le preguntó si ‘Abd al-Mu’min seguía vivo. Al contestarle que sí, pero que le habían herido en el muslo derecho, el Mahdī habría exclamado: “Vuestra autoridad (amr) ha sido preservada (qad baqiya amru-kum)”. Este episodio quiere claramente reflejar el traspaso de la autoridad de Ibn Tumart a ‘Abd al-Mu’min, pero hay que poner en duda que los hechos ocurriesen de ese modo: la crónica de al-Baydaq no es imparcial, pues más que versar sobre Ibn Tumart es ante todo una defensa de la sucesión de éste por ‘Abd al-Mu’min. En cualquier caso, la elección de ‘Abd al-Mu’min por parte del Mahdī se convirtió en la interpretación dominante, tal y como se refleja en la obra del cronista almohade Ibn al-Qattan para quien las palabras de Ibn Tumart se vieron confirmadas por la realidad, ya que ‘Abd al-Mu’min logró establecer una línea dinástica “que habría de perdurar hasta la llegada de la Última Hora”. Sin embargo, y como ya se ha indicado, la sucesión de Ibn Tumart fue un asunto mucho más controvertido y complicado. De hecho, el Mahdī murió en el año 1130 y el juramento de fidelidad (bay’a) a ‘Abd al-Mu’min como sucesor suyo no tuvo lugar hasta el año 1133. A pesar de este nombramiento, a ‘Abd al-Mu’min le quedaba un largo camino por recorrer hasta ver afianzada su situación, tanto por lo que respecta a sus enemigos externos como internos. En ese camino mostraría sus extraordinarias cualidades como jefe militar y político.

En una primera etapa, centró su actividad en el mando del ejército almohade (constituido principalmente por beréberes Masmuda y las otras cábilas que se habían unido al movimiento), organizando expediciones militares contra los emires almorávides que, poco a poco, le permitieron la ocupación del territorio que corresponde al actual Marruecos y la parte occidental de Argelia. Primero atacó el Sus y el Dra y, a continuación, las fortalezas almorávides que rodeaban el Gran Atlas y que habían sido construidas para prevenir ataques contra las llanuras y contra la capital Marrakech. Luego, ‘Abd al-Mu’min se dirigió contra el noreste, asegurándose la posesión del Atlas Medio y de los oasis del Tafilelt durante los años 1140-41. Las tropas almohades llegaron hasta el norte de Marruecos y, desde sus bases en el macizo montañoso de Yebala, ocuparon las fortalezas en la región de Taza. Desde allí, fueron incorporando al movimiento a las tribus del Wadī Law, Badīs, Nakur, Melilla y de la región septentrional del Oranesado, donde ‘Abd al-Mu’min pudo regresar como triunfador a su aldea natal. La táctica seguida hasta ese momento fue la de permanecer en las montañas, evitando la confrontación en las llanuras. Por su parte, los almorávides tuvieron que recurrir cada vez más a fuerzas destacadas en al-Ándalus para resistir contra el avance almohade y a partir de 1132, dependieron cada vez más de un mercenario catalán, Reverter, que había sido vizconde en Barcelona y cuyas tropas constituían el cuerpo de elite del ejército almorávide.

A medida que fue conquistando nuevos territorios, el número de los soldados de ‘Abd al-Mu’min fue aumentando y éste se sintió lo suficientemente fuerte como para abandonar la guerra de guerrillas en territorio montañoso en que había consistido su táctica hasta ese momento y enfrentarse a los almorávides en las llanuras. Esta decisión coincidió con el fallecimiento del emir almorávide ‘Alī b. Yusuf b. Tasufīn en 1143, quien dejó tras sí un reino tambaleante a su hijo Tasufin. La situación de éste se vio empeorada por la rivalidad entre los jefes tribales Lamtuna y Massufa acerca de la sucesión al emirato; los Sanhaya del norte terminaron por abandonar la causa almorávide. Otro suceso que favoreció a los almohades fue el fallecimiento en batalla del catalán Reverter, comandante de la milicia cristiana. Por último, los beréberes Zanata (recordemos que a esa tribu pertenecía ‘Abd al-Mu’min) se adhirieron al movimiento almohade, lo cual inclinó la balanza a favor de estos últimos. Los ejércitos de ‘Abd al-Mu’min y Tasufīn b. ‘Ali se enfrentaron en Tremecén en 1145; el derrotado emir almorávide falleció ese mismo año. El camino a Fez quedaba así abierto (la ciudad cayó tras un asedio de nueve meses en 1146); siguieron Miknasa y Salé. Marrakech fue conquistada a continuación, en el mes de abril de 1147, a pesar de la resistencia ofrecida. Hubo una gran matanza de almorávides, dándose muerte al joven príncipe Ishaq b. ‘Alī b. Yusuf. La caída de Tánger y de Ceuta en mayo-junio de 1148 completó la conquista almohade de Marruecos, conquista que duró casi unos veinte años, desde la primera ofensiva infructuosa contra Marrakech en 1130 (cuando todavía vivía el Mahdī). Fue una conquista brutal en la que hubo frecuentes masacres y persecuciones de la población civil, brutalidad que fue denunciada décadas más tarde por el famoso jurista Ibn Taymiyya, quien acusó a los almohades de haber dado muerte a miles de musulmanes (de hecho, el Mahdī había prometido a sus compañeros más próximos que los habitantes de los territorios que conquistaran serían sus esclavos).

La conquista de Marrakech no significó el final de la lucha. Hubo numerosas revueltas de tribus y ciudades que provocaban represalias militares inmediatas, como ocurrió en la revuelta de otro Mahdī llamado al-Massī en 1148. También se produjo una feroz purga dentro de las filas almohades: ‘Abd al-Mu’min llevó a cabo una investigación o inquisición (i’tiraf) entre sus seguidores entre 1149-50, entregando a los jeques almohades listas de los que debían ser eliminados en las tribus rebeldes o desafectas. Se dice que los ejecutados fueron más de 32.000. Al-Baydaq afirma que gracias a esa purga y al terror que provocó se pudo establecer la paz y se eliminó la divergencia de opinión.

Una vez conquistado Marruecos y sometido el territorio bajo su mando, decidió extender sus conquistas más allá de las posesiones que los almorávides habían tenido en el Magreb. La conquista de Ifrīqiya fue relativamente fácil, ya que las dinastías Sinhaya de Bugía y Qayrawan estaban muy debilitadas, entre otros factores, por las incursiones de las tribus árabes beduinas de los Banu Sulaym y de los Banu Hilal, así como por los ataques normandos, quienes, durante el reinado de Roger II, habían conseguido ocupar algunos puertos tunecinos. Esta presencia cristiana hacía que la penetración almohade en la zona pudiese ser presentada como “guerra santa” (yihad) contra el infiel. ‘Abd al-Mu’min pasó dos años en el puerto de Salé (1150-1151), reuniendo un gran ejército y se lanzó luego hacia el este, ocupando Argel, Bugía y la Qal’a de los Banu Hammad. En Sétif infligió una gran derrota a los árabes nómadas al servicio de los Hammadíes de Bugía (año 1153). Tras la batalla, ‘Abd al-Mu’min incorporó a esos mismos árabes a su ejército y abandonó por un tiempo la conquista de Ifriqiya. Unos años después, en el mes de junio de 1159, ‘Abd al-Mu’min llegó a Túnez tras una marcha de seis meses. Después de conquistar la ciudad, marchó contra Mahdiyya en poder de los normandos, conquistándola en enero de 1160. Durante esta campaña también conquistó Susa, Qayrawan, Sfax, Gafsa, Gabes y Trípoli. Volvió después a Marrakech. Por vez primera, el Occidente islámico quedaba unificado bajo una única dinastía originaria de la región.

La intervención de los almohades en la península ibérica había comenzado en 1145, inmediatamente después de la conquista de Tremecén y del fallecimiento del emir almorávide, como consecuencia lógica del hecho que al-Ándalus formaba parte del imperio almorávide. Los almorávides habían sido aceptados como gobernantes mientras cumplieron con la defensa del territorio musulmán contra los cristianos. Pero la conquista de Zaragoza por los cristianos en 1118 supuso una gran conmoción. El poder militar almorávide se debilitó aún más cuando la amenaza almohade exigió concentrar tropas en Marruecos. En septiembre de 1125, Alfonso I de Aragón pudo penetrar con sus tropas en las regiones de Granada y Córdoba sin encontrar resistencia durante varios meses, llevándose de vuelta consigo a parte de la población mozárabe que allí encontró. En 1133 la milicia de Toledo llegó hasta las puertas de Sevilla y mató al gobernador musulmán. Aunque los almorávides todavía tenían capacidad de reacción (Tasufīn b. ‘Alī pudo penetrar con sus tropas al norte del Tajo y los aragoneses fueron derrotados en Fraga en 1134), en la década de 1140-1150, a medida que los almohades iban ganando terreno en la otra orilla del Estrecho y que la política fiscal almorávide se iba haciendo más abusiva, la posición de los almorávides en al-Andalus se deterioró rápidamente. Entre 1144 y 1147, los andalusíes se rebelaron contra los almorávides, siendo liderados, según de qué zona se tratase, bien por los jueces, bien por jefes militares andalusíes, bien por figuras religiosas carismáticas. El primero en rebelarse fue un sufí, Ibn Qasi, descendiente de conversos cristianos. Al mando de sus novicios transformados en soldados, en 1144 estaba gobernando en Silves, Beja, Mértola y Niebla, llegando a atacar Sevilla, donde el comandante almorávide Yahyà b. ‘Alī b. Ganiya los detuvo. Pero éste no pudo acabar con la rebelión de Ibn Qasi, pues se vio obligado a ocuparse de otra rebelión, la del cadí Ibn Hamdīn en Córdoba (año 1145). Otros cadíes (generalmente miembros de familias de notables urbanos) se rebelaron en Málaga, Jaén, Granada y Valencia. A pesar de que estos cadíes-gobernantes parecen haber gozado del apoyo popular, no consiguieron crear ejércitos estables y efectivos y por tanto su autoridad duró poco tiempo. En varios casos, fueron sustituidos por jefes militares andalusíes, como ocurrió en Valencia. Sayf al-Dawla Ibn Hud (Zafadola), hijo del último soberano hudí de Zaragoza, a quien los castellanos habían dejado el mando del castillo de Rueda de Jalón, decidió intervenir en los asuntos andalusíes con el apoyo de Alfonso VII y se hizo con el poder en Córdoba en marzo de 1145, pero no pudo mantenerse allí por la hostilidad popular. Se dirigió entonces al Levante, donde se hizo con Valencia y Murcia en enero de 1146, proclamándose “Emir de los creyentes” y adoptando el título de al-Mustansir. Ibn Hud fue derrotado y muerto por los cristianos en febrero de 1146. Más éxito tuvo otro “hombre de la espada”, Ibn Mardanīs, de quien procederá la resistencia más tenaz frente a los almohades y que logrará mantenerse como gobernante del Levante hasta el año de su muerte en 1172.

Mientras tanto, disensiones internas en su movimiento llevaron a Ibn Qasī a pedir ayuda a los almohades, lo cual explica que la primera región de al-Ándalus en caer en manos almohades fuese la occidental. En septiembre de 1145, Ibn Qasī marchó a Marrakech y en 1146 estaba de vuelta en el Algarve con apoyo almohade. En ese mismo año, el almirante almorávide Ibn Maymun se pasó a ‘Abd al-Mu’min y en Cádiz se nombró a los almohades en el sermón del viernes. En el año 1147, un ejército almohade conquistó las ciudades de Jerez, Niebla, Silves, Beja, Badajoz, Mértola, y finalmente Sevilla. Ibn Qasī, sin embargo, aprovechando que los almohades en Marruecos tenían que hacer frente a la revuelta del Mahdī al-Massī en 1148, quiso independizarse de quienes le habían ayudado y empezó a negociar con los cristianos, lo cual llevó a que algunos de sus partidarios lo asesinasen en agosto-septiembre de 1151. Silves volvió a manos almohades.

El avance cristiano continuaba en el norte de la Península, donde las últimas fortalezas musulmanas en el valle del Ebro fueron conquistadas (Tortosa cayó en manos cristianas en 1148, Lérida y Fraga en 1149). Los castellanos ocuparon Almería en 1147, cuando el rey leonés-castellano Alfonso VII logró obtener el apoyo de Ramón Berenguer IV, de García IV Ramírez de Navarra y de la flota genovesa, manteniéndose en esa ciudad hasta la conquista almohade del año 1157. Quedaba un reducto almorávide en Granada, ciudad que no fue conquistada por los almohades hasta 1155, lo cual explica que el ejército almohade no lograse penetrar en el Levante de al-Ándalus hasta después de esas fechas. Al tener que hacer frente a la amenaza almohade, Ibn Mardanīs buscó una alianza con Castilla, obteniendo tropas y ayuda militar. Pero este acuerdo con los cristianos favoreció una feroz propaganda almohade en la que se le deslegitimaba como gobernante musulmán por tener apoyo de los infieles. Por otro lado, numerosos sabios religiosos que rechazaban el proyecto religioso almohade buscaron refugio en los dominios de Ibn Mardanīs.

La conquista cristiana de Almería había mostrado cuán beneficiosa era la política de alianzas entre distintos poderes de la Cristiandad. Lo mismo se demostró en la zona occidental, donde en marzo de 1147 Alfonso Henríquez de Portugal logró conquistar Santarén y el 24 de octubre Lisboa, esta última ciudad gracias a la ayuda prestada por Cruzados de Colonia, Flandes e Inglaterra que se dirigían en barco hacia Tierra Santa. Ni Santarén y Lisboa en el oeste, ni las fortalezas del valle del Ebro conquistadas entre 1148-1149 serían recuperadas por los musulmanes, quienes en estos años perdieron valiosos territorios desde el punto de vista estratégico.

En noviembre de 1160, ‘Abd al-Mu’min decidió cruzar el Estrecho, estableciéndose en Gibraltar, donde ya el año anterior habían comenzado las obras para preparar adecuadamente su instalación. Permaneció allí dos meses durante el invierno (se conservan muchos de los panegíricos que le dedicaron los poetas andalusíes) y luego envió su ejército contra Jaén, en la zona donde las tropas de Ibn Mardanīs y su suegro Ibn Hamusk habían puesto en grave aprieto a los almohades durante los años anteriores. ‘Abd al-Mu’min volvió a Marruecos a comienzos del año 1162. Concentró sus tropas en Rabat (ciudad que había fundado frente a Salé en 1150), preparando una nueva expedición contra al-Ándalus, donde tropas almohades acababan de recuperar Granada, con la que había logrado hacerse Ibn Hamusk con ayuda cristiana y de Ibn Mardanīs (por estas fechas, ‘Abd al-Mu’min dio orden de que Córdoba volviese a funcionar como capital de al-Ándalus). Pero tras una larga enfermedad ‘Abd al-Mu’min falleció en el mes de mayo de 1163 (todos los historiadores están de acuerdo en el mes y año, pero no en el día). Sus restos fueron llevados de Salé a Tinmal, donde fue enterrado cerca de la tumba de Ibn Tumart.

‘Abd al-Mu’min mantuvo su capital en la ciudad que lo había sido del imperio almorávide, Marrakech, estableciendo su residencia en el palacio de los emires almorávides. En Marrakech creó un gran jardín con numerosas fuentes y árboles frutales. El reformismo religioso del movimiento se manifestó visiblemente mediante la purificación y re-orientación de las mezquitas, en una nueva llamada a la oración y en unas nuevas monedas en las que predominaba la forma cuadrada y en las que se menciona a Dios, al Profeta Muhammad y al Mahdī. Las profesiones de fe escritas por este último debían ser memorizadas. El Mahdī había propugnado la reforma moral de la comunidad musulmana mediante el retorno a las fuentes de la Revelación, razón por la cual se apoyó el estudio del Corán y de la Tradición del Profeta y el esfuerzo de reflexión individual sobre dichas fuentes, criticándose el recurso a las autoridades surgidas con posterioridad a la “edad de oro” del Islam (= época del Profeta y de sus Compañeros).

‘Abd al-Mu’min desarrolló un ambicioso programa de legitimación político-religiosa de su gobierno con miras también a asegurar la de sus sucesores, dando así a la dinastía Mu’miní por él fundada una sólida base doctrinal y conceptual. La legitimidad para gobernar le venía a ‘Abd al-Mu’min de ser el heredero del Mahdī Ibn Tumart, considerado vicario de Dios en la Tierra (jalifat Allah) y figura cuasi-profética (las visitas a Tinmal y a la tumba del Mahdī serán frecuentes durante todo su reinado). Así, en las cartas almohades, ‘Abd al-Mu’min es denominado vicario del Mahdī (jalīfatu-hu) y en tanto que tal, adoptó el título califal de “Emir de los creyentes” (amir al-Mu’minin), aunque no lo hizo antes de la conquista de Marrakech. El concepto coránico de amr Allah (mandato, autoridad, disposición de Dios) ocupó un lugar central en ese programa, tal y como se refleja en las monedas, en los documentos de la cancillería y en las titulaturas califales. ‘Abd al-Mu’min será denominado al-qa’im bi-amr Allah, título de resonancias sī’íes, del que habían hecho uso los fatimíes (los primeros en proclamar un califato independiente en el Occidente islámico) y también, por imitación de los fatimíes, el omeya ‘Abd al-Rahman III. El amr Allah será presentado como exclusiva posesión tanto de ‘Abd al-Mu’min como de sus descendientes, hasta el punto de que pasarán a ser llamados simplemente “al-amr”, en un proceso en el que dejarán de ser los ejecutores del mandato divino para convertirse en personificación del amr Allah mismo (algo nuevamente más próximo a las concepciones sī’íes que a las sunníes). La adopción de una genealogía árabe qaysí, como ya se ha indicado, servía varios propósitos, siendo el más importante el de legitimar su título califal; además le emparentaba con las tribus árabes derrotadas en Sétif en 1153, a las que incorporó al ejército, junto a miembros de su propia tribu beréber (los Kumya) para reducir la importancia en él de los Masmuda y poder hacer así frente a su creciente hostilidad al ver que la dirección del movimiento, fundado por su contríbulo Ibn Tumart, se había escapado de sus manos. Fue precisamente a partir del momento en que ‘Abd al-Mu’min buscó afianzar su posición dentro del movimiento y asegurarse una base de poder independiente (año 1153), cuando los hermanos y familiares de Ibn Tumart empezaron a dar señales de rebelión. Los hermanos del Mahdī, conocidos como los Banu Amgar, se habían establecido en Sevilla en 1147, pero su conducta despótica hacia la población local habría provocado la rebelión de Niebla, Sevilla, Cádiz, Badajoz y Silves entre 1147-1149. Otra rebelión de los familiares del Mahdī los llevó a atacar Marrakech, pero fueron derrotados, siendo masacrados los que les habían ayudado.

Si los miembros fundadores del movimiento almohade que todavía vivían pensaban que la dirección no debía quedar restringida a la familia de ninguno de ellos, ‘Abd al-Mu’min puso fin a esas expectativas cuando entre los años 1154-1156 proclamó heredero suyo a su hijo Muhammad (la tardanza en hacerlo es prueba de que la monarquía hereditaria no estaba prevista en los orígenes del movimiento almohade, consistente en una oligarquía teocrática). Tenía el califa unos cincuenta y cuatro años y catorce hijos varones. La proclamación se hizo en Salé, no en la capital Marrakech, en presencia del ejército árabe que era leal al califa. Se daba así un paso decisivo en el establecimiento de la dinastía Mu’miní, pero también se creaba un caldo de cultivo favorable a la rebelión de aquellos que pensaban que el modelo original había sido traicionado. ‘Abd al-Mu’min se había casado con Zaynab, hija de Abu ‘Imran Musà al-Darīr, miembro del consejo de los Cincuenta de Ibn Tumart. Zaynab fue la madre de quien acabó siendo el sucesor, Abu Ya’qub Yusuf (Yusuf I), pues su hermano Muhammad reinó muy poco tiempo antes de ser destronado.

A ‘Abd al-Mu’min se debe también el establecimiento de una administración califal eficiente y compleja, basada en parte en la organización del movimiento creada por Ibn Tumart. Los talaba eran funcionarios religiosos adictos al régimen, encargados de la difusión de la doctrina almohade, que actuaban como predicadores y directores de la oración en las mezquitas; también participaban en las expediciones militares y en la administración del estado. Muchos de ellos eran beréberes (contrariamente a lo que había ocurrido bajo los almorávides, cuando el mundo del saber religioso había estado en manos de los andalusíes) y utilizaban a menudo el beréber como lengua de instrucción. Por lo que se refiere a la estructura jerárquica del movimiento, ‘Abd al-Mu’min eliminó los Consejos de los Diez y de los Cincuenta e introdujo importantes cambios: en primer lugar, situó a los almohades de la primera época (los que se habían unido al movimiento antes de la batalla de Marrakech de 1129) y en segundo lugar, a aquellos que se habían unido entre 1129 y 1144-5 (fecha de la conquista de Orán); en tercer lugar venía el resto. Los jeques almohades se vieron debilitados cuando nombró gobernadores a sus propios hijos (entre 1152-1156), aunque miembros de los jeques almohades continuaron actuando como consejeros de esos gobernadores y obteniendo otros puestos oficiales que traían consigo importantes prebendas. En las filas almohades no abundaban en esta primera época quienes pudieran hacerse cargo de funciones cancillerescas como la correspondencia oficial, para la que se requería una excelente formación tanto en la lengua como en las “bellas letras” árabes, por lo que no ha de extrañar que hasta muy avanzado el reinado de ‘Abd al-Mu’min el cargo de visir sea ocupado por un andalusí, Ibn ‘Atiyya, quien no solamente había trabajado con anterioridad para los almorávides sino que además estaba casado con una princesa almorávide. Este visir no caerá en desgracia hasta el año 1158 y a partir de ese momento el visirato será ejercido casi exclusivamente por miembros de la familia reinante (a los que se daba el apelativo de sayyid).

Por lo que se refiere a su relación con las poblaciones dimmíes, ‘Abd al-Mu’min habría abolido el estatus que les permitía mantener su religión judía o cristiana a cambio de estar sometidos al gobierno musulmán. En un proceso que se había agudizado ya en época almorávide, las comunidades cristianas desaparecieron casi por completo del territorio almohade. Muchos judíos emigraron bien a territorio cristiano bien a otras regiones del mundo islámico. A los judíos a los que se había obligado a convertirse al Islam se les obligó también a vestirse de manera diferente a la de los musulmanes “viejos”.

 

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Maribel Fierro

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