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Antonio Beltrán Martínez

Biografía

Beltrán Martínez, Antonio. Sariñena (Huesca), 6.IV.1916 – Zaragoza, 29.IV.2006. Historiador, humanista, polígrafo y divulgador.

Experto internacional en arte rupestre prehistórico, reconocido numismatica, epigrafista y arqueólogo, maestro universitario con numerosos discípulos, impulsor de los estudios etnográficos, fundador de congresos científicos, revistas especializadas y museos, defensor del patrimonio histórico-artístico, autor prolífico de centenar y medio de libros y más de un millar de artículos, gran comunicador en conferencias, prensa, radio y televisión, profundo conocedor de la historia y las tradiciones aragonesas, ha sido definido como “un último erudito polígrafo de tradición humanista” y como una “figura capital de la cultura aragonesa de la segunda mitad del siglo xx”, estrechamente vinculado a su tierra, aunque, como él mismo afirmaba, “ciudadano del mundo”, por el que viajó incansablemente.

Nació de María Martínez Franca, hija del farmacéutico de Sariñena, y de Pío Beltrán Villagrasa, profesor de matemáticas de instituto, destinado sucesivamente en Reus (1917) y Valencia (1925). Sus padres le transmitieron el apego por la tierra natal, a la que regresaban en verano, y particularmente por Bujaraloz (Zaragoza), donde nació su padre en el seno de una familia campesina y están enterrados tanto sus progenitores como él y su mujer. En Valencia cursó el bachillerato en las Escuelas Pías y comenzó estudios universitarios de derecho que simultaneó con los de letras, pues heredó de su padre, eminente numismático y humanista, la afición por las monedas, la arqueología y la historia. El estallido de la Guerra Civil le impidió continuar estudiando, pues se alistó voluntario en el batallón 520 de Izquierda Republicana, que le correspondía por su nacimiento en Sariñena: sirvió en oficinas primero y en los servicios jurídicos después.

Compartió las peripecias de la 43 división, medalla colectiva al valor, que, mandada por otro Antonio Beltrán, El Esquinazao, fue atrapada en la bolsa de Bielsa (Huesca), pasó a Francia y volvió a la zona republicana por Cataluña. En 1939 marchó de nuevo a Francia huyendo del ejército de Franco y fue recluido en el campo de Saint Cyprien-sur-mer. A su regreso a Valencia, en el mismo 1939, fue objeto de denuncias y detenciones, y sufrió encarcelamiento por algún tiempo, aunque entre tanto logró terminar sus estudios universitarios de derecho en Zaragoza (1939- 1940) y de filosofía y letras en Valencia (1942), antes de ser destinado a Cartagena para realizar el llamado servicio militar complementario. En esos años formalizó sus relaciones con Trinidad Lloris Miralles, con la que se casó en Valencia (1943) y crió tres hijos: Antonio, Miguel y Francisco, que fueron respectivamente abogado, arqueólogo e historiador de la Antigüedad, continuando la tradición familiar.

En Cartagena, volvió a ser objeto de denuncias y acusaciones, una de ellas por confusión con su homónimo El Esquinazao, pero empezó a ganarse la vida como profesor de secundaria y a estudiar los restos arqueológicos de la ciudad. Pronto disfrutó de la protección del almirante F. Bastarreche, mecenas de la arqueología, gracias al cual obtuvo seguridad personal y pudo fundar el Museo Municipal, iniciar los Congresos Arqueológicos del Sudeste e incluso un curso internacional a bordo del buque de guerra Magallanes, que le permitieron insertarse en los circuitos académicos de la época, leer su tesis doctoral sobre las antigüedades de Cartagena (1945) y empezar la preparación de las oposiciones a cátedras de arqueología, fruto de las cuales fueron dos manuales muy apreciados de arqueología clásica y de numismática.

En 1949 obtuvo por oposición la cátedra de arqueología, epigrafía y numismática de la Universidad de Zaragoza.

En 1950 tomó posesión de su plaza en Zaragoza, donde prefirió seguir hasta su jubilación, pese a las oportunidades de traslado. Se integró pronto en la ciudad y desempeñó diversos cargos en la Diputación Provincial (1955-1967), vinculándose desde entonces a la Institución Fernando el Católico, y en el Ayuntamiento de Zaragoza (1961-1967) actuó como comisario de excavaciones y de patrimonio (1953-1973), y ejerció diversas responsabilidades universitarias (secretario general, 1957-1968; decano de la Facultad de Letras, 1968-1985) hasta su jubilación en 1986, tras la que se mantuvo plenamente activo casi hasta el final de su vida.

De su ingente labor científica destaca la relativa al arte rupestre prehistórico con trabajos en el sur de Francia, sudeste español, Canarias, Levante y Aragón, que le convirtieron en un experto de talla mundial y asesor de la Unesco, creador de la idea de los Parques Culturales de Aragón —expuesta ya en 1987— y, por todo ello, copartícipe de la declaración del arte rupestre del Arco Mediterráneo como Patrimonio Mundial (1998). Como arqueólogo, además de dirigir excavaciones en Azaila, Cabezo de Monleón (Caspe), Los Bañales de Uncastillo, Botorrita o Zaragoza, deben destacarse los Congresos Nacionales de Arqueología (1949-2002), creados, pilotados y editados por él, que fueron durante decenios el principal foro de la materia en España.

En la estela de su padre cultivó también la numismática y fundó los Congresos Nacionales de Numismática (1972-2003) y la revista Numisma, actuó como asesor de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y presidió la Sociedad Iberoamericana de Estudios Numismáticos. En el terreno de la epigrafía dirigió la serie Hispania Antiqua Epigraphica, estudió numerosas inscripciones latinas y editó el primer bronce celtibérico de Botorrita. Prestó atención a los estudios etnológicos, muy descuidados en España por esos años, y creó los Congresos Nacionales de Tradiciones y Artes Populares y, en Zaragoza, el Museo Etnológico y de Ciencias Naturales de Aragón. Dirigió también el Museo Provincial de Zaragoza (1964-1974). Sus acciones en favor del patrimonio beneficiaron a monumentos zaragozanos como La Aljafería, La Lonja, el teatro romano o a las pinturas de Goya en El Pilar y la cartuja de Aula Dei, mientras que en sus cargos de la Diputación Provincial y el Ayuntamiento fomentó publicaciones, exposiciones y bienales artísticas, e incluso la Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar, convertida hoy en una manifestación multitudinaria que Antonio Beltrán solía retransmitir por televisión. Sus conocimientos no sólo quedaron plasmados en su ingente producción escrita, sino que los divulgó en conferencias, prensa (sobre todo en Heraldo de Aragón) y programas radiofónicos tanto en Radio Zaragoza como en la Cope, que le merecieron el Premio Nacional de Prensa y Radio, e hicieron de él un personaje popular. Durante los últimos años de su vida se volcó en estas actividades de divulgación, con particular atención a los pueblos de Aragón, sin descuidar la investigación o sus trabajos de arte rupestre, fue nombrado cronista oficial de Zaragoza y fundó la Academia Aragonesa de Gastronomía. Miembro de múltiples academias, como la Real de la Historia, recibió numerosas muestras de reconocimiento, homenajes y galardones de instituciones, pueblos y asociaciones científicas desde las Palmas Académicas de Francia hasta el premio Aragón del Gobierno de Aragón o la Medalla de Oro de Zaragoza.

 

Obras de ~: Ser arqueólogo, Madrid, Fundación Universidad- Empresa, 1988; Antonio Beltrán. Historia de una vida, vols. I-V, Zaragoza, Ediciones Moncayo, Zaragoza, Aneto, 1996, 1997, 1999, 2000 y 2005.

 

Bibl.: VV. AA., Miscelánea Arqueológica al prof. Antonio, Zaragoza, Editorial Librería General, 1975; VV. AA., Estudios en homenaje al Dr. Antonio Beltrán Martínez, Zaragoza, Universidad, 1986; M. Almagro-Gorbea, “Antonio Beltrán Martínez (1916-2006)”, en Archivo Español de Arqueología, 79 (2006); F. Beltrán Lloris, “Antonio Beltrán Martínez”, Palaeohispanica, 6 (2006).

 

Francisco y Miguel Beltrán Lloris

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