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Francisco de Remolins y Pardines

Biografía

Remolins y Pardines, Francisco de. Lérida, 1462-1463 – Roma (Italia), 5.II.1518. Arzobispo, jurista, nuncio, cardenal, virrey de Nápoles, auditor de la Rota.

Nacido en el seno de una familia de artesanos y juristas, era hijo de Isabel de la Pardina y Gispert de Remolins, doctor en Decretos y catedrático del estudio general de Lérida. Francesc imitó la carrera de su padre iniciando los estudios de derecho en Lérida y continuándolos después en el estudio de Pisa, donde lo encontramos en 1491 formando parte del grupo de catalanes y valencianos —como Joan de Borja y Navarro y Joan de Vera— que estudiaban con César Borja. Éste, antes de regresar a Roma tras la elección de Alejandro VI, encareció a Piero de Medici —señor de Florencia— una Cátedra en el estudio de Pisa para el doctor Remolins: “mi queridísimo familiar” que, aunque “no tiene vocación para la vida sacerdotal [...] su erudición y su integridad justifican esta ambición profesional” (5 de octubre de 1492). La instancia fue atendida, pues Remolins figura como profesor extraordinario de derecho canónico en los cursos 1492-1493 y 1493-1494, aunque siguiera haciendo vida de estudiante hasta el punto de implicarse en los desórdenes del Carnaval de 1494 (A. F. Verde). Para su manutención recibió su primer beneficio como chantre de la catedral de Mazzara en Sicilia (14 de febrero de 1493).

Sin embargo, su carrera eclesiástica no duró mucho, pues poco después le encontramos en Lérida contrayendo matrimonio con una dama —probablemente del linaje de los Carcassona— que más tarde fue a dar en el claustro. Disuelto el matrimonio, Lladonosa afirma que Remolins recibió en 1496 ciertos beneficios en la catedral de Lérida y dos años después fue nombrado obispo auxiliar de la diócesis por el cardenal ausente Lluís Joan del Milà. El citado historiador también señala —sin aportar referencias documentales— que sirvió como jurista y secretario de Fernando el Católico hasta que fue enviado a Roma en calidad de embajador. Sin embargo, más que servir a los intereses del Rey, el prelado inició su carrera curial al servicio de los Borja obteniendo en fecha indeterminada el oficio de protonotario y auditor del gobernador de Roma —Pedro Isvalies— a quien sucederá después en el cargo. También se afirma que fue auditor de la Rota y autor de unas Decisiones publicadas por aquellos años (F. Torres Amat).

El 12 de mayo de 1498 el papa le nombró juez del tribunal que —junto con el general de los dominicos Gioacchino Torriani— debía abrir el proceso contra el predicador dominico Girolamo Savonarola. La elección de Remolins pudo estar avalada por su amistad con los Medici y los enemigos del fraile que en aquel momento dominaban Florencia y alojaron a los dos jueces delegados el 19 de mayo en San Piero a Scheraggio, junto al palacio de la Señoría. Las fuentes favorables a Savonarola acusan a Remolins de traer ya firmada la sentencia condenatoria, y cargan las tintas sobre su cinismo y crueldad (“un fraile más o menos no tiene importancia”, afirman que dijo cuando se dudaba de la ejecución de uno de los compañeros de Savonarola), o detallan los obsequios con que la Señoría agasajó a Remolins (S. Filipepi). Sin embargo, los mismos autores que admiten tales acusaciones no desmienten su reputación como juez, pues “podía ser cualquier cosa salvo privado de cualidad” (R. de Maio). Remolins intervino en los tres días que duró el interrogatorio del fraile interesándose especialmente por la implicación de ciertos miembros de la Curia —como el cardenal Caraffa— en el proyecto conciliarista de Savonarola. Finalmente, el 22 de mayo los comisarios pontificios y los representantes del tribunal de la República pronunciaron la sentencia condenatoria y al día siguiente el fraile fue ejecutado. Tras levantar las penas eclesiásticas que pesaban sobre la comunidad dominica, Remolins abandonó Florencia con una vajilla de plata como regalo y una carta de la Señoría dirigida al papa alabando su actuación.

Alejandro VI aumentó sus ingresos otorgándole un paquete de beneficios en la diócesis de Bolonia con una renta anual de 70 ducados (19 de enero de 1500), y al año siguiente le nombró arzobispo de Sorrento (31 de marzo de 1501) escribiendo inmediatamente a Federico de Nápoles para que le diese la pacífica posesión de la sede. Aquel verano Remolins tomó posesión del obispado a través de un vicario que confirmó ciertos privilegios relativos al nombramiento de las dignidades catedralicias (11 de noviembre de 1501).

Como gobernador de Roma (febrero de 1501), Remolins celebró con gran solemnidad el aniversario de la fundación de la Urbe (20 de abril 1501) y dirigió una dura represión contra la familia Colonna y, especialmente, contra los Orsini acantonados en su fortaleza romana de Monte Giordano. Como vicecamarero del Papa, intervino en el nombramiento de los cuatro tutores asignados a Joan de Borja, el infans romanus que acaba de recibir el ducado de Nepi (17 de septiembre de 1501). Probablemente el ascenso de Francesc contribuyó a que también prosperaran dos de sus tres hermanos clérigos: Gispert —canónigo y doctor en leyes— aparece como paje de César en las fiestas de los desposorios de su hermana Lucrecia y Alfonso de Aragón en agosto de 1498, y tal vez permaneció en la Urbe hasta su regreso a Lérida en 1502 como procurador de su hermano, a quien sucederá en el obispado de Sorrento el 22 de octubre de 1512.

Miquel, en cambio, había sido familiar del arzobispo y embajador de los Reyes Católicos, Gonzalo Fernández de Heredia, y llegó a ser cubiculario del papa, secretario y consejero de César Borja a partir de 1501.

Dos años después fue nombrado por Pío III regente de la cancillería pontificia (13 de octubre de 1503) hasta que huyó a Nápoles, donde falleció en 1504.

Algunas fuentes citan también a un Girolamo Remolins —familiar del papa que recibió en 1498 dos beneficios de César (M. Menotti) y luego sirvió al duque en la campaña de la Romaña—, y a aquel “Remolines, hermano del cardenal de Sorrento” que encontró la muerte en una refriega contra los Orsini en agosto de 1503 (A. Giustinian).

El 31 de mayo de 1503 Alejandro VI concedió a Francesc el capelo cardenalicio con el título de San Juan y San Pedro, junto a otros cinco españoles de un total de nueve, la mayor parte de los cuales suscitaron la sospecha del embajador veneciano: “son hombres de nada buena fama y todos han pagado por su nombramiento grandes sumas de dinero” (M. Sanuto).

Durante algunos meses Remolins administró la sede de Perusa (4 de agosto de 1503) tras el proceso sufrido por su antiguo titular, Troilo Baglioni, a quien Julio II reinstaló en el obispado. Durante los cónclaves que eligieron a Pío III y Julio II, Remolins formó parte del grupo de cardenales borgianos fieles a César, y fue uno de los pocos conclavistas que no se refugiaron en Santa María sopra Minerva por temor a las tropas del duque. A los pocos días del fallecimiento de Pío III, los cardenales borgianos decidieron apoyar —en connivencia con César— la candidatura de Giuliano Della Rovere, el futuro Julio II. El Papa prometió la signatura de justicia a Remolins y le envió a Ostia junto con el cardenal Soderini para negociar con el duque la entrega de las fortalezas de la Romaña, con la promesa de devolvérselas cuando desapareciera el peligro veneciano (21 de noviembre de 1503). Remolins fracasó, y al regresar tres días después con la negativa de César, recibió la reprimenda del Papa que ordenó el encarcelamiento del duque a pesar de las insistentes peticiones de Miquel Remolins. Sin embargo, nada hacía prever una reacción pontificia contra el cardenal leridano que acababa de recibir en administración el arzobispado de Fermo (4 de diciembre de 1503), donde años después fundó un monasterio de clarisas.

La noche del 20 de diciembre Pere Lluis de Borja y Francesc Remolins —junto con Miquel— huyeron secretamente de Roma en dirección a Nápoles con la ayuda de algunas tropas del Gran Capitán. Se ha planteado la hipótesis de su implicación en el asesinato del cardenal Giovanni Michiel que se estaba investigando entonces. Probablemente así pensaba Julio II cuando escribía al Rey que los cardenales huían “no por mis malas intenciones sino por el reproche de su conciencia” (21 de diciembre de 1503), lo que desmintieron los propios acusados alegando “los malos tratamientos que el Papa les hacía, por ser servidores del rey” (J. Zurita).

Una tercera posibilidad más verosímil es que los cardenales siguieran indicaciones de César de llevarse a Nápoles a los duchetti —Joan de Borja y Rodrigo de Borja y Aragón— para ponerlos a salvo ahora que Julio II empezaba a tomar represalias contra los Borja.

César también confió al cardenal sus pertenencias, una parte de las cuales fueron requeridas por Hércules d’Este (31 de diciembre de 1503) —duque de Ferrara y suegro de Lucrecia—, o fueron confiscadas por el propio Julio II en mayo de 1507 (F. Gregorovius).

Al enterarse de la huida de los cardenales, Fernando el Católico escribió al virrey de Nápoles —Gonzalo Fernández de Córdoba— pidiendo explicaciones y ordenando el retorno de los mismos si así lo requería el papa (3 de febrero de 1504). Borja y Remolins se atrincheraron exigiendo todo tipo de salvoconductos, y al final se llegó a un acuerdo pues “fueron del Papa muy bien recebidos y muy bien tratados dende adelante a requesta del Gran Capitán” (Historia del Gran Capitán); y no sólo del Papa sino también del Rey que concedió a Remolins una comensalía en la sede de Tarragona (27 de febrero de 1504), a la que renunció dos años después. Sin embargo, los dos cardenales no eran hombres de Julio II, sino de César, a quien apoyaron desde Nápoles preparando su evasión (28 de abril de 1504) con un salvoconducto del Gran Capitán. Una vez allí, le mantenían informado de las intenciones del papa gracias a sus contactos “dentro de la Cámara de Su Santidad”, alentaban a las ciudades de la Romaña a permanecer fieles al duque, y colaboraban en la campaña militar que éste estaba preparando contra Pisa. Remolins se hallaba inmerso en esta empresa cuando César fue arrestado por orden del Gran Capitán junto con dos hermanos del cardenal que después fueron liberados (29 de mayo de 1504). Tras su envío a la península ibérica, Remolins siguió intercediendo por él y a finales de 1504 negoció —con otros trece cardenales— una capitulación con Fernando el Católico por la que solicitaban su liberación a cambio de favorecer los asuntos del Rey en la Curia y apoyar a su candidato en el futuro cónclave. Aquel mismo año el cardenal también intercedió por Jofré de Borja —príncipe de Esquilache— escribiendo al Rey en su favor “forçado por la obligación que tengo a la Santa memoria del Papa Alexandro” (11 de diciembre de 1504); y cuidó también de Rodrigo de Borja —probable hijo de Alejandro VI— a quien cedió en 1518 la abadía de Santa María de Vetro, cercana a Salerno.

Remolins aprovechó su estancia en el Reino para ampliar la Catedral de Sorrento en 1505 y enriquecerla con ornamentos u objetos de culto. Junto con Pere Lluís participó en la vida ceremonial de Nápoles asistiendo a los funerales de Isabel la Católica (7 de enero de 1505) o escoltando a Fernando durante su solemne ingreso en la ciudad (1 de noviembre de 1506). El Monarca congenió inmediatamente con los dos cardenales. En el mes de diciembre estudió con ellos la empresa contra los turcos y encomendó al virrey que facilitara buenos ingresos al cardenal de Sorrento “para su sustentación [y] acrecentamiento en la Iglesia [...] por su abilidad y meritos y por la afección que tiene a nuestro estado y servicio”. En verano de 1509 Remolins aparece de nuevo acompañando al virrey —el conde de Ribagorza— en la procesión de acción de gracias por el alumbramiento del primer hijo de Germana de Foix y Fernando el Católico (3 de mayo de 1509), y en octubre escolta junto al cardenal Borja al nuevo virrey Ramón de Cardona, con quien entabló una estrecha amistad.

No hemos encontrado pruebas de su supuesto protagonismo en el establecimiento de la Inquisición en Palermo, y en cambio sí las hay de su mediación ante Fernando el Católico durante las revueltas que se desencadenaron en Nápoles por la introducción del tribunal en 1510, finalmente abolido el 21 de noviembre de 1510 (G. D’Agostino). El Monarca se fiaba del cardenal leridano, pero no logró que regresara a Roma, pues se obstinaba diciendo que “antes irían a servir a vuestra alteza en esta santa empresa de África y al cabo del mundo” (13 de julio de 1510). Fernando volvió a insistir a raíz de la celebración del concilio cismático de Pisa (febrero-marzo de 1511) prometiéndole todo tipo de salvoconductos y ofreciéndole la sede de Tarento, permutada después por la de Palermo (12 de marzo de 1511) cuyas rentas empezó a percibir antes de recibir las bulas de presentación (23 de enero de 1512). Remolins tuvo que ceder la diócesis de Sorrento a su hermano Gispert (22 de octubre de 1512), y en su nueva sede palermitana su vicario Tommaso Bellorusso se ocupó de la atención pastoral y de la edificación del Convento de Santa Clara en 1513.

Una nueva oportunidad para lograr el traslado a Roma se produjo a raíz del inminente fallecimiento de Julio II y la posible convocatoria del conclave, donde el Monarca quería contar con los votos de sus dos cardenales napolitanos. Borja y Remolins se desplazaron a Fondi y celebraron allí la inminente defunción del Papa colgando un cartel a la entrada de su residencia con la invocación Te Deum laudamus (M. Sanuto). Sin embargo, el que falleció fue el cardenal Borja, cediendo a su compañero el título cardenalicio de San Marcelo (27 de octubre de 1511) que ocupó sin renunciar a la encomienda de San Juan y Pablo hasta el 6 de julio de 1517. Aquel mismo año recibió también el arciprestazgo de Santa María la Mayor y el obispado de Perusa en administración.

La actividad de Remolins cambió de sesgo cuando Fernando el Católico le nombró lugarteniente del Reino de Nápoles en sustitución del virrey Ramón de Cardona, que había marchado a la campaña militar contra Luis XII de Francia. El cardenal se puso al frente del gobierno en dos períodos consecutivos: del 2 de noviembre de 1511 al 3 de mayo de 1512, y del 27 de mayo de 1512 al 23 de febrero de 1513. Su labor se concentró en facilitar el sostenimiento económico de las tropas en campaña —enviando 26.000 ducados al ejército del virrey en marzo de 1512— y pacificar los disturbios que siguieron a la derrota de Rávena (11 de abril de 1512), de la que informó al Rey con una lista detallada de bajas y prisioneros. Siguiendo las indicaciones del embajador de Vich, el cardenal acudió al virrey de Sicilia —Hugo de Moncada— solicitando el traslado de sus tropas para evitar las posibles defecciones de los barones napolitanos pro-franceses. Mientras tanto aseguró la fidelidad de los Colonna, recaudó la décima concedida por el Papa en Nápoles y reunió en Gaeta un ejército de más de dos mil infantes y quinientos jinetes gracias a la venta las ciudades de Bisceglia y Corata.

Durante el gobierno del cardenal las instituciones del Reino funcionaron con eficacia, pero hubo que hacer frente a los brotes de bandolerismo aristocrático que surgieron en algunos territorios aprovechando la ausencia del virrey. Contando con el apoyo de una parte de la nobleza —como los Acquaviva o los condes de Venafro y duques de Boiano— Remolins reprimió con dureza el bandidaje y la delincuencia que se había extendido en el principado de Salerno, y las revueltas antifeudales que estallaron en Calabria en julio de 1512. Las enérgicas medidas disgustaron al pueblo napolitano que consideraba al cardenal “molto mal’huomo et era molto male voluto” (G. Passero), y tal vez expliquen su cese oportunamente encubierto por el Rey al ordenar su marcha a Roma para participar en el cónclave tras la muerte de Julio II. Sin embargo, el rey quedó satisfecho de su gestión, pues mantuvo el Reino “muy bien gobernado y pacífico” (J. Zurita). Pacífico y mundano, si damos fe al ambiente de la corte virreinal descrita en la Question de amor, donde se nos muestra al cardenal dirigiendo versos galantes a Bona Sforza, hija del duque de Milán; “licencias poco modestas” que escandalizaron a algunos (D. A. Parrino). Aun así, Remolins ofrecía una imagen caballeresca dibujada en el tratado De instituendis liberis principum que Belisario Acquaviva le dedicó hacia 1512 como espejo de la joven nobleza napolitana por su pericia en el gobierno del Estado y su ejemplaridad en la práctica de las virtudes (D. Defilippis).

En Roma el cardenal ilerdense participó en el cónclave tras el fallecimiento de Julio II apoyando la candidatura de Giovanni de Medici, su antiguo compañero de estudios en Pisa, candidato de Fernando el Católico y futuro pontífice. Pensando tal vez en convertirle en su cardenal-protector, el Rey le pidió que permaneciese “de continuo en Roma”, mientras aconsejaba a su embajador Vich que se apoyara en él pues “confiamos que nos servirá fielmente, y tiene para ello muy buena abilidad” (13 de marzo de 1513).

Acatando las órdenes del Rey, ambos protestaron a León X por su reconciliación con los cardenales rebeldes de Pisa —Bernardino López de Carvajal y Federico Sanseverino— y por la deslealtad que parecía mostrar hacia sus aliados al aceptar las negociaciones de paz con Francia. Remolins recibió entonces la reprimenda de León X al tiempo que hacía reserva de su misión como pontífice de velar por la unidad de la Iglesia. El cardenal no se amilanó, poco después insistió con los agentes ingleses e imperiales en la conveniencia de firmar una Liga general abierta a Venecia y cerrada a Francia. Para entonces Remolins mantenía una tupida red de relaciones que se extendía a Inglaterra como amigo del cardenal Bainbridge, con quien celebró en Roma la victoria de Flodden (9 de septiembre de 1513). Como cliente de los Medici fue además un eficaz agente en la negociación encargada por Fernando el Católico de conceder un estado a Giuliano de Medici —hermano del Pontífice— y concertar el matrimonio de su sobrino Lorenzo con Teresa de Cardona, prima hermana del Rey.

Durante el pontificado de León X, Remolins recibió los obispados de Sarno (22 de junio de 1513) —hasta el 11 de febrero de 1517—, Gallipoli (9 de septiembre de 1513) y Lavello (8 de agosto de 1515), al que renunció por condescendencia al V Concilio de Letrán en un gesto que el papa le agradeció y recompensó con la sede de Albano (16 de marzo de 1517). El cardenal recibió además una cascada de pequeños beneficios que se repartían por diferentes monasterios e iglesias de la Península Ibérica e Italiana (K. Eubel). Participó en el V Concilio de Letrán como deputatio de pace en la sexta sesión (27 de abril de 1513), y en la séptima (17 de junio de 1513) fue nombrado miembro de la comisión que trató la paz general entre los príncipes cristianos y la extinción del cisma. Probablemente el nuevo cargo le obligó a incrementar una actividad diplomática que las fuentes no permiten precisar bien. En 1513-1514 fue nombrado legado pontificio para tratar la paz con Fernando el Católico pero no sabemos si tal legación se llevó a efecto, pues en 1515 le hallamos en el cortejo que acompañó a León X en su solemne ingreso en Florencia (30 de noviembre de 1515). El cardenal siguió informando al Rey aragonés de las negociaciones de paz que el Papa había firmado con Francia “por fuerza y necesidad” y el Rey a su vez seguía dándole instrucciones para coordinar las fuerzas militares de los miembros de la Liga —especialmente las tropas florentinas, las suizas y las del Emperador— que debían evitar la invasión francesa de Italia (octubre de 1515).

Tras el fallecimiento de Fernando el Católico, Remolins recibió el mandato de trasladarse a Sicilia para “asentar las cosas” (7 de mayo de 1516), mientras las fuentes venecianas señalan que en junio de 1516 se dirigía a Nápoles con galeras del Papa para combatir a los turcos. Vuelve a haber discrepancia en el mes de diciembre, en que fue destinado como legado a Inglaterra (M. Sanuto) mientras otros autores le ubican en Lérida tratando de apaciguar los enfrentamientos entre los bandos de Lluís Riquer y Lluís Desvalls (M. de Riquer). Parece mejor documentada su presencia en Roma a principios de 1517, en que el Papa —confiando en su talento y en su formación jurídica— le incorporó al tribunal que juzgó a los cardenales Bandinello Petrucci y Alfonso Sauri, acusados de conspiración y condenado a muerte el primero de ellos tras la sentencia leída por el Pietro Bembo (22 de junio de 1517). En noviembre de 1517 Remolins fue nuevamente requerido por el Papa para formar parte de la congregación de ocho cardenales que debía concertar a las potencias cristianas para una campaña militar contra los turcos. El cardenal presidía la comisión en Roma cuando el 5 de febrero de 1518 falleció en su palacio aquejado por la sífilis (M. Sanuto). Fue enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor y años después —cuando exhumaron su cuerpo y lo trasladaron a Santa María sopra Minerva— hallaron su brazo derecho bajo la cabeza, suscitando la sospecha de que había sido enterrado vivo.

Las fuentes contemporáneas no son benignas con el cardenal: los partidarios de Savonarola describen los remordimientos que le atormentaron en su lecho de muerte por la condena del fraile dominico, los testimonios napolitanos le reprochan su crueldad y falta de escrúpulos, mientras el embajador veneciano le describe como “hombre de ingenio, de la raza del papa Alejandro”. Sea como fuere, Remolins supo ganarse la estima de Fernando el Católico y los Papas de su tiempo —salvo Julio II— por su lealtad, su experiencia jurídica y su habilidad diplomática, que hizo compatibles con una sensualidad desordenada, una piadosa actividad edilicia y una inquietud intelectual que le puso en contacto con humanistas de la talla de Pietro Bembo, Belisario Acquaviva o Battista Casali, autor de la oración fúnebre de sus exequias.

 

Obras de ~: Decisiones (atrib.).

 

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Álvaro Fernández de Córdoba Miralles