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Marino Caracciolo

Biografía

Caracciolo, Marino. Conde de Gallarate (I) en Milán. Nápoles (Italia), 1469 – Milán (Italia), 27.I.1538. Cardenal, diplomático y gobernador del Milanesado.

Nació en Nápoles, hijo de Domizio, señor de Ruodi, que ocupó diversos oficios en la Administración de los reyes aragoneses, y de Martuscella di Lippo Ca­racciolo, de una rama colateral de la misma familia de su marido. En 1482, Marino Caracciolo entró como paje al servicio del protonotario apostólico Ascanio Sforza, en aquel momento exiliado en Nápoles junto a su hermana Hipólita, mujer del rey Alfonso de Nápoles. En 1484, Marino Caracciolo marchó a Roma cuando su señor fue nombrado cardenal, con el grado de secretario, cargo que mantuvo los veinte años si­guientes, permaneciendo fiel a Ascanio Sforza, tanto en los éxitos como en las adversidades. Por lo de­más, el escenario de la política italiana era bastante tormentoso en aquellos años, caracterizados por los conflictos por la hegemonía entre diversos prínci­pes de la península; en primer lugar, el papa Alejan­dro VI Borgia y el duque de Milán Ludovico Sforza, el Moro, hermano de Ascanio. El cardenal Sforza fue uno de los protagonistas de aquellos sucesos, en el curso de los cuales Caracciolo adquirió una relevante experiencia político-diplomática. Tras un primer desencuentro con el papa Alejandro VI, el cardenal fue encarcelado en 1494 para ser rápidamente liberado tras el ingreso en Roma de Carlos VIII de Francia. Sin embargo, el cardenal Sforza entró pronto en con­flicto con el soberano francés, que prefirió aliarse con el papa Borgia. Después de haber continuado Ascanio Sforza su exilio en Nápoles, Caracciolo (protonotario apostólico desde 1497) retornó con él a Roma. Nue­vas controversias —que tenían en su centro el apoyo de Alejandro VI a las pretensiones de Luis XII de Francia sobre el ducado sforzesco— llevaron al cardenal a trasladarse a Milán en 1499 y de ahí, después de la conquista francesa, a la Corte imperial y a los cantones suizos en busca de ayudas. Durante la breve restauración de los Sforza en 1500, el cardenal As­canio y Caracciolo volvieron a Milán, pero, una vez que los franceses invadieron nuevamente el ducado, fueron hechos prisioneros por los venecianos, que los entregaron a Luis XII. Los dos permanecieron cau­tivos en Bourges hasta el inicio de 1502, siendo li­berados por intervención del cardenal de Amboise. En septiembre de 1503, Caracciolo siguió a su señor a Roma con ocasión del cónclave en el cual Ascanio Sforza estuvo a punto de ser elegido papa, siendo, sin embargo, derrotado por Giuliano della Rovere, que tomó el nombre de Julio II.

En 1505, tras la muerte de su protector, Caracciolo recibió del nuevo pontífice la encomienda de Santa Maria di Teneto en Reggio Emilia. No se tienen no­ticias de los años siguientes: vivió probablemente en Roma de algún oficio curial. Sólo se sabe que, en 1513, por iniciativa de Girolamo Morone, gran canciller del duque de Milán, Massimiliano Sforza, Caracciolo vol­vió a la escena política con su nombramiento como “oratore”, esto es, embajador ducal ante la Santa Sede. Al poco tiempo, la difícil estabilidad del régimen sfor­zesco fue sometida a dura prueba con la elección del papa León X, que le retiró su apoyo. Caracciolo y Morone fueron entonces encargados de convencer al pontífice de no abandonar a su destino el ducado de Milán. En 1515, Caracciolo convenció a León X para promover una gran alianza entre Fernando el Católico, el emperador Maximiliano I y Suiza, contra Francisco I de Francia. El acuerdo llegó, sin embargo, demasiado tarde para impedir la derrota de las fuerzas suizas y milanesas en la batalla de Marignano que de­volvió a Francia el control sobre el ducado de Milán.

Una vez más, Caracciolo apoyó la causa sforzesca en el quinto concilio lateranense y entró, por tanto, al servicio del Pontífice que, en 1518, lo nombró nun­cio apostólico ante el emperador Maximiliano con el objeto de convencerlo para reemprender la gue­rra contra los Otomanos. Junto al cardenal Tom­maso de Vio, el nuncio tomó parte en la Dieta im­perial de Augusta, buscando en vano convencer a los estados alemanes y al Emperador —bastante descon­fiados respecto a las peticiones de dinero por parte del papado— de la necesidad y de la urgencia de re­coger fondos para rechazar la ofensiva otomana que en breve habría atacado los Balcanes. No tuvo me­jor suerte en otro objetivo de la diplomacia pontifi­cia: evitar la sucesión en la corona imperial del nieto de Maximiliano, Carlos de Habsburgo, rey de Casti­lla, de Aragón y de Nápoles, apoyando, primero, la candidatura de Francisco I de Francia y, después, del elector de Sajonia.

Tras la elección de Carlos V (1519), a Caracciolo le fue confiada la nunciatura ante el nuevo empera­dor. A él se unió pronto un nuncio extraordinario, Girolamo Aleandro, con el objetivo de hacer publi­car en los territorios imperiales la condena de Lutero y de sus doctrinas. Los dos prelados se movieron en un cuadro de creciente dificultad: no consiguieron impedir que fuese convocada la Dieta imperial de Worms (1521) en el curso de la cual los príncipes del imperio fueron llamados a discutir y a decidir sobre cuestiones religiosas. Además, justo con ocasión de la Dieta, Lutero pudo desarrollar su apasionada crítica del papado y de las doctrinas católicas, que tuvo una enorme resonancia.

En mayo de 1521, concluida la Dieta con la pu­blicación del edicto imperial mediante el cual Lu­tero era desterrado del imperio, Caracciolo siguió a Carlos V a Flandes. Gracias también al nuncio, se al­canzó la alianza entre el Emperador y el Papa con­tra Francia. Además, él mismo, en representación de León X, tomó parte en los coloquios entre Mercurino Arborio da Gattinara y Thomas Wolsey que llevaron a la adhesión de Inglaterra a la alianza antifrancesa. Por tanto, Caracciolo, confirmado en el nuevo cargo por el papa Adriano VI, siguió a Carlos V en su viaje a Italia.

En el curso de los meses pasados en la Corte im­perial, la posición del prelado napolitano cambió gradualmente: de representante diplomático papal, pasó a convertirse, de hecho, en consejero de con­fianza y agente de Carlos V. No por casualidad, en la primavera de 1523, Caracciolo fue enviado por el Emperador a Venecia para tratar la incorporación de la República en la nueva alianza contra Francia. La misión tuvo éxito y, a la muerte de Adriano VI, en noviembre de aquel año, Caracciolo estaba de nuevo en Roma, como representante del Emperador ante el papa Clemente VII. El 18 de enero de 1524, tras pre­sentación imperial, Caracciolo fue creado obispo de Catania, diócesis en la cual nunca estuvo, dejando la administración primero a su hermano Scipione y des­pués al nieto Ludovico.

Pasó, por tanto, a Milán como “oratore” imperial ante el duque Francesco II Sforza, con el objeto de mantener los contactos entre éstos y los comandantes del ejército de Carlos V, Charles Lannoy y el mar­qués de Pescara, Fernando Francisco de Ávalos. Con tal objeto, trató de hacer prevalecer las razones de la política —con el fin de mantener buenas relaciones entre el Emperador y el duque—, sobre aquéllas de la guerra contra los franceses con su efecto de devasta­ción y sufrimientos de las poblaciones lombardas. Por tal motivo, Francesco II Sforza concedió a Caracciolo el título de conde de Vespolate.

Bien pronto, sin embargo, la aversión de los prín­cipes italianos hacia el predominio habsbúrgico que se perfilaba llevaron a la crisis los frágiles equilibrios políticos de la península. En 1525-1526, Caracciolo fue dos veces a Venecia para lograr un acuerdo con la República, ya alineada en el frente adverso a Car­los V. Además, debió afrontar la traición de Fran­cesco II Sforza que, a finales de 1525, se encerró en el castello de Milán, siendo asediado por los imperia­les. Durante el verano siguiente, mientras el duque se había retirado a territorio veneciano y la Lombardía se convertía en un campo de batalla entre los diver­sos ejércitos, Caracciolo asumió en la práctica el go­bierno de Milán, colaborando con el general habs­búrgico Antonio de Leyva. El prelado debió sostener una situación bastante dura que se hizo particular­mente dramática cuando las exhaustas fuerzas impe­riales se encontraron, a su vez, bajo asedio en Milán en 1527-1528. A tal escenario, se añadieron la peste y la carestía de 1528-1529.

Con las victorias militares imperiales, Caracciolo volvió a desarrollar diversas misiones diplomáticas para Carlos V, deseoso de restablecer la paz con los estados italianos. En 1530 fue nombrado nueva­mente “oratore” imperial ante Francesco II Sforza que, a cambio del feudo de Vespolate (restituido a la familia Trivulzio a la que había pertenecido), le con­cedió el condado de Gallarate y una renta sobre las aduanas para cubrir la diferencia de valor entre los dos feudos. En el ejercicio de su cargo, además de su­pervisar de cerca la conducta del duque, Caracciolo volvió a enfrentarse con los generales imperiales res­pecto al desarrollo de la guerra y a la actitud hacia las poblaciones locales, sosteniendo la exigencia de evitar una desproporcionada fiscalidad y el recurso indiscri­minado de los alojamientos de las tropas a cargo de las comunidades lombardas, a fin de no exacerbar los ánimos y de preservar la estabilidad política del régi­men sforzesco. Intervino también ante el emperador, recomendándole clemencia sobre las indemnizaciones debidas por el duque Francesco II que se habrían tra­ducido en nuevos y pesados gravámenes fiscales para un país extenuado.

Frente al problema de la ausencia de herederos di­rectos al trono ducal, Caracciolo tomó posición por el mantenimiento del Milanesado bajo la tutela im­perial, pero dejando en el Gobierno un príncipe autónomo. Entre tanto, Carlos V le confirió, en caso de muerte del duque, plenos poderes para asumir en su nombre el control del ducado, con la orden de hacer ocupar las fortalezas de las tropas imperiales y exigir el juramento de fidelidad al emperador. Sin embargo, a la muerte de Francesco II, en noviembre de 1535, Caracciolo no se encontraba en Milán, sino en viaje de vuelta de Roma donde había acudido para recibir el capelo cardenalicio que el papa Paolo III le había concedido en el mes de mayo anterior. Después de la ceremonia de consagración, se desplazó a Nápoles junto a Carlos V, que regresaba de la expedición de Túnez. Sólo en julio de 1536, Caracciolo tornó a Milán con el cargo de gobernador imperial en un contexto político y militar todavía bastante incierto, como testimonian las instrucciones bastantes genéri­cas impartidas por el Soberano que, si, por un lado, disponía de escasas informaciones acerca de la situa­ción real del ducado, por otro, tenía la intención de ejercer un firme control sobre él. En tales circunstan­cias, la actuación de Caracciolo, primer gobernador habsbúrgico del Milanesado, tuvo, por muchos mo­tivos, caracteres únicos y, por así decir, experimenta­les: tuvo en efecto poderes de intervención y de control sobre las instituciones locales sin duda mayores de cuanto tendrían sus sucesores, pero no el mando supremo del Ejército imperial, confiado, en cambio, a Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto. Tal división de las funciones fue la causa de los ásperos conflictos entre los dos mayores representantes de Carlos V en Milán, acentuados por las urgentes peticiones impe­riales de contribución en razón de retomar la guerra contra Francia. El cardenal, siempre atento a la exi­gencia de privilegiar la lealtad de los súbditos hacia el nuevo statu quo, se vio así obligado a imponer gravo­sas imposiciones fiscales extraordinarias a las comu­nidades lombardas. En 1537 renunció al obispado de Catania a favor del nieto Nicola Maria. Marino Caracciolo murió en el ejercicio de sus funciones en Milán el 27 de enero de 1538.

 

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Massimo Carlo Giannini