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Luis Francisco de Viana y Bustos

Biografía

Viana y Bustos, Luis Francisco de. Granada, 1689 – 10.II.1762. Canónigo y abad del Sacromonte de Granada, historiador, publicista.

Luis Francisco de Viana y Bustos nació en la ciudad de Granada en 1689. Fue colegial del Colegio de San Dionisio Areopagita, del Sacromonte, desde el año 1704 hasta 1711, “en cuyo tiempo el cauildo le hizo la gracia de que se ordenase in sacris a título de colegio”. Hombre bien dotado para el estudio, siendo todavía colegial, y durante dos cursos, leyó cátedra de Filosofía, que repitió luego como canónigo, supliendo asimismo las de Teología Escolástica y Moral.

Fue rector del Colegio en cuatro ocasiones. Su elección de canónigo de la Abadía del Sacromonte se produce el 1.º de octubre de 1715 (colación, en virtud de bula pontificia, el primero de marzo de 1716, y posesión el día 7 de ese mes). Este mismo año obtiene el doctorado en la Universidad de Granada. Ejerció de familiar del arzobispo de Granada Martín de Ascargorta, sujeto sacromontano.

Fuera del Sacromonte, es capítulo destacado de la vida de Viana haber servido al poderoso cardenal Belluga como teólogo de cámara, cuando era éste obispo de Cartagena. Siendo Belluga obispo de Murcia, fue Viana “vno de los padres fundadores” de la Congregación de San Felipe Neri que en esa ciudad instituyó el cardenal, y, luego, prefecto del Oratorio y secretario de la Congregación, “y pasó por su mano y estubo a su cuidado lo más principal de esta fundación” (así se lee en el Libro de entradas, fuente principal de información primaria; a él aluden los entrecomillados referentes al currículum del biografiado). Al servicio del obispo de Jaén, Rodrigo Marín, fue maestro de pajes y secretario de cartas secretas, y coadjutor de la nueva fundación de la Congregación en Baeza, donde predicó algún tiempo; también, rector del colegio que la Congregación tenía en esta localidad, y, al mismo tiempo, vicario de los dos conventos de esa filiación allí establecidos. Luego, ya canónigo del Sacromonte, “le ofreció varias conveniencias el señor cardenal obispo de Murcia, a que se escusó diciendo preciaba más viuir en el Sacromonte en el ministerio más humilde que las mayores ínfulas de qualquier conveniencia en otra parte”.

El papel de Viana en la fundación sacromontana, una vez concluida esta etapa foránea, fue enormemente activo, atendiendo a todas las labores que se le encomendaron por el cabildo. Así, se ocupó de la administración de la hacienda de la institución durante años: arregló la contaduría, ajustó las memorias y patronatos y puso corrientes sus ventas; ordenó en legajos la documentación, los cuantiosos manuscritos, del “archivo de las quatro llaves”, poniéndola de manera que pudiese ser conocida y utilizada por sus compañeros (Heredia Barnuevo, en el Mystico ramillete, y Pastor de los Cobos en sus Guerras Cathólicas Granatenses e Historia apologética). En 1742, y por orden del cabildo sacromontano, trabajó “el índice de todos los papeles del archivo secreto de las cuatro llaves que se retenían en él, para remitirlo, como en efecto, visto y aprobado por el cavildo, se remitió al señor inquisidor general con la razón de retenerlos, que el cavildo tenía sin embargo de su general prohibición; lo que motiuó el sobreseimiento de el decreto que hauía publicado por su auto”. Ese mismo año, el inquisidor general y arzobispo de Santiago, Manuel Isidro Orozco Manrique de Lara, concedió a Viana licencia para leer libros prohibidos, sin limitaciones, y la Real Academia de la Historia le nombró académico (correspondiente) como reconocimiento explícito de su labor erudita.

Desde comienzos de la década de los cuarenta la actividad de Viana se centra en la defensa de las invenciones y demás asuntos del Sacromonte, convertidos en presencia obsesiva hasta su muerte. Son una veintena de años de una actividad febril en pro de una causa que era la razón de su vida, en que no parece importarle demasiado, por más que fuera la coronación simbólica de sus afanes, ni siquiera la elección para abad —“ cuyo empleo havía renunciado por dos veces en los años antecedentes”—, que se produce el 30 de diciembre de 1760, poco más de un año antes de su muerte.

Esos veinte años finales son los más interesantes. La preparación que le había supuesto el trabajo con los documentos del archivo secreto, su ordenación e indización, le había proporcionado un conocimiento excepcional de toda la problemática que se venía arrastrando desde fines del siglo XVI. Conocía mejor que nadie las obras de su siglo (desde la Vindicias de Diego de la Serna, publicada siendo ya Viana colegial, hasta el extenso alegato de Pastor de los Cobos, pasando por la hagiografía del fundador de Diego Nicolás de Heredia Barnuevo, que había inspirado y ayudado), así como el detalle de las vindicaciones baldías de su fundación ante la Santa Sede. Ello le situaba en condiciones óptimas para retomar la tarea vindicativa, para orientar sus esfuerzos a enderezar los entuertos del siglo anterior, recurriendo a las máximas instancias civiles y religiosas, amparado en su bien cimentado prestigio. Pero su excesiva pasión y su demasía lo arrastraron a un campo tan dudoso como los fraudes de la Alcazaba protagonizados por Juan de Flores y Oddouz.

En el año 1740 solicitó el Jubileo para el día de San Cecilio, que concedió Benedicto XIV. Crecido por este éxito, escribió al cardenal Belluga suplicándole que promoviese la prescripción del decreto del año 1682, tanto en Roma como en Madrid. Logró que el cardenal “tomase por su quenta este negocio”, fruto de lo cual fue encomendar al canónigo romano monseñor Asemani la formación de un memorial al efecto, para lo que pidió la remisión a Roma de los cuatro tomos escritos por Pastor de los Cobos y el defensorio de Diego de la Serna, así como seis ejemplares del Mystico ramillete, publicado en 1741, por Heredia Barnuevo; lo que se hizo con puntualidad.

No progresó la gestión prescriptiva, en principio tan favorablemente acogida por el cardenal, porque, tal como éste explicó en carta a Viana, en 1742, las turbaciones y guerras que asolaban Europa imposibilitaban que Roma pudiese prestar atención a este asunto. Belluga murió en Roma el año siguiente de 1743: perdían Viana y el Sacromonte su principal mentor en el casi imposible levantamiento de la condena de Inocencio XI. Siguió terne el canónigo en su actividad por la causa dentro y fuera del Sacromonte; tal es la refutación contra “las imposturas y cláusulas denigratorias del papel anónimo contra el Colegio”, su Statera veritatis. O la que resultó más operativa de “formar las preces” al papa Benedicto XIV para la confirmación de los estatutos de “doctrina y cáthedras de ambos derechos, historia y lenguas que hizo el cauildo” en el año 1752. Escribió para ello al general de los dominicos y a otras personalidades eclesiásticas; las gestiones se coronaron con éxito, y el 21 de agosto de 1752 se obtuvo la bula (luego, su impresión, y, finalmente, la emisión de la Real Cédula de aceptación, el siete de julio de 1753).

Posteriormente, fue decisiva la intervención de Viana en la elaboración del catastro ordenado por el Rey de dar razón de todas las haciendas de la institución, y, en la del concordato, de informar al Monarca de canonicatos, capellanías, colegiaturas, patronatos y demás rentas de la misma.

En diciembre de 1752 se le nombra por el cabildo sacromontano títular de la Cátedra de Historia Eclesiástica (que había sido nuevamente erigida, aprobada y confirmada por la bula de 21 de agosto). Accede asimismo al cargo de archivero. Esto le impulsó a redoblar su actividad vindicativa, en la que es hecho destacado la redacción de la Disertacion Eclesiastica Historico-Critica (impresa en 1752, bajo pseudónimo de Cecilio Santos Urbina y Desfusa), réplica muy enérgica a “los émulos del Sacromonte”, al igual que otros escritos de semejante finalidad: respuestas al célebre historiador agustino padre Flórez, al maestro jesuita padre Terreros, indirectamente al padre Samaniego, fundamentando el alegato del abogado Bruno Berruezo, etc. En 1756 es nombrado Viana, junto con su compañero canónigo Joseph Juan de Laboraría, “historiador de los hallazgos de la torre y monte ilipulitano” por Fernando VI (vid. infra). En diciembre de 1760, es elegido abad, dignidad de la que pudo disfrutar poco más de un año, pues muere el 10 de febrero de 1762.

Respondiendo fielmente al mandato estatutario, asistió muchos años a las misiones de la casa, “a que tenía tan cordial deuoción que decía tendría por especial misericordia de su magestad le concediese morir predicando en vna de ellas”. Se distinguió, en fin, en la defensa del Concepcionismo, siguiendo asimismo la sugestión de Pedro de Castro, el venerable fundador, que había hecho centro de su acción la definición dogmática del misterio y la difusión de su devoción.

De todos sus trabajos, el más significativo, en tanto que síntesis de su pensamiento y de su sentimiento profundo, así como expresión cierta de su capacidad dialéctica, es la Historia authéntica del hecho de los dos descubrimientos de Torre Turpiana y Monte Santo de Granada. Fernando VI encargó la redacción de esta historia a los doctores Viana y Laboraría, ambos canónigos del Sacromonte, por real orden de fecha 16 de septiembre de 1756, “dispensandolos V. S. de la redidencia, y teniendolos presentes en el goce de sus Prebendas, todo el tiempo que estuvieren ocupados en este importante trabajo” —la real orden es muy explícita en sus considerandos—. El encargo se hacía a petición de Heredia Barnuevo, a la sazón abad de Lorca. Aceptado el nombramiento (27 de septiembre de 1756), enseguida se inició el trabajo con la diligente ayuda de Cristóbal de Medina Conde, falsario vocacional, secretario entonces de Viana.

La estructura de la Historia authéntica se puede resumir muy brevemente: en total, cuarenta y ocho capítulos de muy desigual extensión (doce de la primera parte y treinta y seis de la segunda), subdivididos a su vez en setecientos ochenta parágrafos (setenta de la primera parte y setecientos diez de la segunda), a lo que sumar un apéndice justificativo, literario y gráfico de ciento cuarenta y seis hojas más. En resumen, un cuantioso manuscrito, que quedó incompleto, pues el capítulo XXXVI de la segunda parte se corta bruscamente tras un único parágrafo, el n.º 710, sin que lo anunciado en el título quede desvelado, ni la historia del proceso de los hallazgos cerrada. La obra no se concluyó: la tercera parte prevista se quedó sin redactar.

La lectura de la Historia authéntica revela el afán documental de los autores, no sólo en el cuantioso apéndice, que es transcripción literal de documentos del archivo y reproducción dibujística fiel de las láminas plúmbeas y otros testimonios semejantes, sino a lo largo de toda la exposición en que se reproducen cartas, decretos, dictámenes y cuanta documentación del archivo sacromontano había disponible. Las anotaciones son rigurosas (se supone que), de acuerdo con la legajación que en su momento dispuso el propio Viana. No faltan notas con apoyaturas eruditas de escritores antiguos y padres de la Iglesia, en castellano y latín; las remisiones al apéndice son sistemáticas. Ideológicamente, la totalidad del texto es muestra palpable, por su sesgo indisimulado, de que los autores, con Viana como agente mayor —la participación de Laboraría, catedrático de la Universidad de Granada, hombre de escasa salud, y nada caracterizado en las tareas vindicativas, se antoja secundaria—, estaban imbuidos hasta el fanatismo de ese “espíritu sacromontano”, es decir, prolaminario, que en paraleo afloraba en los fraudes de la Alcazaba. Pese a su sesgo, no exento de la “acrimonia” y el apasionamiento que tanto incomodaban a la Santa Sede, es una fuente muy importante para el estudio del proceso laminario.

Todo apunta a que el hecho de que la Historia authéntica no se acabara de redactar (aunque nunca se haya reconocido así de forma explícita) se debió a la implicación del Sacromonte, y muy en particular a la de Viana, en los fraudes de la Alcazaba. El juicio de 1777 a los falsificadores (recogido luego con gran detalle en el volumen impreso Razón del juicio, en 1781), atestigua inequívocamente esa implicación, y sitúa a Viana entre los falsarios de forma flagrante —en la ciudad era vox populi—; con toda probabilidad, su temprana muerte, en 1762, le exoneró de condena explícita (junto a los Flores, Medina Conde y Velázquez de Echeverría). El encargo real de 1756 nunca cesó, tal como se demuestra en la petición de ser relevado de esa obligación que hacía el coautor Laboraría en 1765. En conclusión, los fraudes de la Alcazaba y la probada implicación sacromontana arruinaron para siempre cualquier posibilidad de reabrir en Roma el juicio para el levantamiento de la condena de los Libros plúmbeos.

 

Obras de ~: Cecilio Santos Urbina y Dusfusa (pseud.), Disertacion Eclesiastica Critico-Historica en que el Catholico Reyno Granadino vindica la religiosa piedad de su constante culto, a las Sagradas antiquissimas Lypsanas, que se hallaron al fin del siglo XVI en la Torre Turpiana, y en el Sacro Monte; advirtiendo el modo unico decoroso de leer la Bulla de la Santidad de Inocencio XI, Pamplona, Esteban Pertau, 1752; Statera veritatis (ms. citado en diversos lugares, pero no localizado); con J. J. de Laboraría, Historia authéntica del hecho de los dos descubrimientos de Torre Turpiana y Monte Santo de Granada (obra incompleta, encargada como defensorio por el rey Fernando VI, en 1756; AASMG, mss. C.51, C.52, C.53, C.54, C.55/Hagerty).

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Abadía del Sacromonte de Granada, Libro de entradas de los señores Canónigos y Abades del Sacromonte (ms. no catalogado); Ymbentario (sic) de todas las láminas de cobre, libros, ynstrumentos, documentos, bullas, escripturas, y demás presiocidades (sic), que a el presente, en este año de mil cetesientos (sic) sesenta y cinco, se hallan en el archivo secreto de quatro llabes que previenen nuestras apostólicas constituciones aya en este Sacromonte, según el título veinte y seis de ellas, del canónigo Joseph Miguel Moreno (ms. C.26/Hagerty; compuesto entre 1765 y 1770), primera parte, fols. 157r.- 162v.; Archivo de la Real Chancillería de Granada, leg. 512-2451, 512-2452.

Razón del juicio seguido en la ciudad de Granada... contra varios falsarios de escrituras publicas, monumentos sagrados y profanos, tradiciones, reliquias y libros de supuesta antigüedad, Madrid, Ibarra, 1781; J. de Ramos López, El Sacromonte de Granada, Madrid, Imp. de Fortanet, 1883, págs. 141-146; M. J. Hagerty, “Catálogo de manuscritos”, en J. Martín Palma et al., La Abadía del Sacromonte, Granada, Universidad, 1974, págs. 73-82; M. Sotomayor, Cultura y picaresca en la Granada de la Ilustración. D. Juan de Flores y Oddouz, Granada, Universidad, 1988; M.ª C. Calero Palacios, La Abadía del Sacromonte. Catálogo de manuscritos, Granada, Universidad, 1999; M. Barrios Aguilera, “Granada en escorzo. Luis Francisco de Viana y la historiografía del Sacromonte”, en Demófilo, 35 (2000), págs. 45-80; M. Barrios Aguilera, Los falsos cronicones contra la historia (o Granada, corona martirial), Granada, Universidad, 2004; M. Barrios Aguilera, “Pedro de Castro y los Plomos del Sacromonte. Invención y paradoja. Una aproximación crítica” y “El castigo de la disidencia en las invenciones plúmbeas de Granada. Sacromonte versus Ignacio de las Casas”, en M. Barrios Aguilera y M. García-Arenal (eds.), Los Plomos del Sacromonte. Invención y tesoro, Valencia, Universidad, 2006, págs. 17-50 y 481-520, respect.

 

Manuel Barrios Aguilera

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