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Ramón de Rubí de Marimón

Biografía

Rubí de Marimón, Ramón de. Perpiñán (Francia), 10.VII.1601 – Zaragoza, 13.XII.1642. Magistrado y presidente de la Real Audiencia de Cataluña, caballero del Principado.

Hijo de Rafael de Rubí Coll y de su segunda esposa Laura de Marimón de Comallonga (fallecida en 1615), descendía de una familia de mercaderes de Perpiñán que habían adquirido la burguesía honrada a mediados del siglo xvi. Su padre, reputado letrado, fue oidor en la Real Audiencia, asesor de Capitanía General y, en 1599, obtuvo privilegio de caballero.

Fueron hermanos suyos: Joan, que sirvió muchos años de maese de campo en Milán, y luego pasó a Nueva España, donde fue gobernador de San Felipe, y Madrona, que en 1625 desposó con el doncel barcelonés Miquel-Joan de Taverner de Montornès, señor de Montornés, Vallromanes, Alella y la Batlloria.

Estudió Leyes en Salamanca y se licenció en el Colegio Mayor de Oviedo. En 1627 consiguió entrar en la Real Audiencia de Cataluña, como adjunto del doctor Gamis, aunque no fue hasta el 29 de noviembre de 1628 cuando presentó ante la Diputación el privilegio real que lo habilitaba como magistrado de la Corona. Según Joan Lluís Palos (1997), siempre fue peligrosamente influenciable, además de desconocer los resortes más elementales del funcionamiento jurídico catalán. Remitiéndose a un informe del cardenal- infante sobre los jueces de la Audiencia (1632), se decía de Rubí que padecía limitaciones personales manifiestas. Además de esto, diversas de sus actuaciones como letrado abonan la teoría de que tomaba parte en parcialidades bandoleras, las cuales ya habían truncado la carrera de su padre en 1615. A mediados de 1636 ejercía de abogado fiscal patrimonial, comisionándole el virrey duque de Cardona para actuar, a instancias del Real Fisco, contra los diputados.

En mayo de 1638 su firma no faltaba en el dictamen que facultaba al capitán general a condenar a muerte a los desertores, sin juicio previo. Más todavía, a lo largo de ese año y del siguiente, se atrajo los recelos del Consejo de Ciento al instarles a impulsar las levas de soldados. Los odios desatados no tardaron en aparecer cuando estalló la revuelta de los Segadors, siendo su propia Relación del levantamiento la mejor fuente para seguir de cerca su actuación durante aquellos difíciles momentos. Para aquietar a los amotinados, el virrey le envió a Santa Coloma de Farners, pero viendo el cariz que tomaba la situación optó por regresar a Barcelona, justo dos días más tarde del primer alboroto en Barcelona (22 de mayo de 1640). Intentó entrar en Sant Celoni, mas la mayoría de los treinta fadrines (infantes) que llevaba consigo se le amotinaron, y el resto entraron de incógnito; siendo reconocido se le intentó linchar, pero le salvó el baile de Llinars.

Estos y otros peligros que logró sortear hicieron que su llegada fuera, para más de uno, a título de milagro.

Una vez en Barcelona, convenció al virrey conde de Santa Coloma para que permaneciese en la ciudad e hiciera frente a la insurrección. Cayó entonces enfermo de tercianas, hasta el mismo día del Corpus de Sang, en el que, todavía convaleciente, abandonó su casa y se refugió en el Colegio jesuítico de Belén, en la parte alta de la Rambla, desde donde tuvo ocasión de contemplar, impotente, los excesos y desmanes del populacho alborotado. Tras una serie de peripecias, junto con el doctor Lluís Ramon y disfrazados de frailes, consiguieron llegar al Convento de Sant Agustín, donde les ocultaron en la azotea, estancia a la que nunca llegaron los revolucionarios cuando registraban el sacro edificio. Días más tarde, Felip Sorribas lo llevó a su casa (desvalijada totalmente por los criados), y más tarde consiguió salir de la ciudad, junto con su esposa e hijos, e instalarse en Cardona. Estando allí a salvo, recibió cartas de la duquesa de Cardona, suplicándole asistencia, y con ese propósito regresó a Barcelona y se instaló en su palacio, epicentro de los refugiados felipistas que sufrían persecución. Junto a la duquesa, se convirtió en un activo agente de la causa, haciendo de enlace con la Corte de Madrid y con el marqués de Los Vélez, que se aproximaba con el ejército.

Su presencia allí despertó los recelos de los amotinados, que se alborotaron el día de Navidad e intentaron asaltar la mansión de la duquesa de Cardona.

Rubí de Marimón huyó y se ocultó cuatro días en las azoteas, hasta que gracias a la duquesa de Cardona (que, a cambio, se avino con los diputados a interceder cerca del Rey) fue llevado con escolta a casa del virrey (a la sazón el obispo, García Gil Manrique), y de allí pudo abandonar Barcelona para dirigirse al encuentro de Los Vélez, disfrazado de marinero, no sin ahorrarse hartos peligros y nuevas y arriesgadas pruebas (como ocultarse en una tinaja de harina, o en el Convento de los jesuitas). Halló al marqués en Martorell, e integrándose en el tercio de Simon de Mascarenhas, se unió al ejército que iba de cabeza a la derrota de Montjuic. Encerrados los militares hispánicos en Tarragona, Rubí de Marimón se convirtió en consejero indispensable de Los Vélez en todas sus juntas, sirviendo allí durante todo el asedio. Meses más tarde, fue factor clave para conseguir el acuerdo para el canje de la duquesa de Cardona y todo su séquito, por los agentes y representantes catalanes en la Corte de Madrid. A tal efecto fue a Madrid y acompañó a los reos catalanes hasta cerca de Constantí, donde se efectuó el canje. Liberada la duquesa, pudo volver a abrazar a su esposa e hijos, que formaban parte de su séquito, y a los que envió, acto seguido, a Valencia, a salvo en casa del regente Crespí de Valldaura.

Convertido en uno de los puntales de la causa felipista en Cataluña, aspiró al cargo de proveedor de los Ejércitos (enero de 1642), y se pensó en él en mayo de 1642 para enviarle a la Cerdaña, de donde, siendo originaria su familia, tenía muchos clientes y valedores; también, meses más tarde, para asistir al marqués de Leganés, como alguacil del Reino. Desde el verano de 1642 se ofreció a servir como fiscal del Consejo de Aragón, siéndole asignada una oportuna consignación.

Gozando de enorme influencia, excarceló a Gabriel de Llupià (futuro gobernador general del Principado), amigo de su hermano Joan, y le gestionó la obtención de un hábito de Santiago, consiguiendo atraerle a la causa hispánica. Llegaba al cénit de su carrera entonces, al ser designado presidente de la restablecida Real Audiencia, cuando, por desgracia, los trabajos y peligros padecidos hallándose mal curado de las tercianas mermaron considerablemente su salud, de modo que estando en Zaragoza moría “de su enfermedad [...]” a mediados de diciembre de 1642.

Ramon Rubí de Marimón había casado en 1630 con Teresa de Sabater y Meca, hija y nieta de donceles de Cervera y regentes del Consejo de Aragón, matrimonio del que sobrevivieron tres hijos: Pere, Joan e Isabel. El primero, letrado de dilatada carrera (que culminó en la regencia del Consejo de Aragón), fue también militar, y murió de las heridas recibidas en el asedio de Rosas (1693), por lo que recibió a título póstumo el marquesado de Rubí. Joan, jesuita, llegó a ser calificador de la Inquisición en Valladolid.

 

Obras de ~: Relación del levantamiento de Cataluña, 1642 [Bodleian Library de Oxford, ms. copia del original] [en A. Simón i Tarrés (ed.), Cròniques de la Guerra dels Segadors, Barcelona, Fundació Pere Coromines, 2003, págs. 237-311].

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Corona de Aragón, Arxiu de Pablo de Sàrraga, caja n.º 112, camisa “Rubí”; Consejo de Aragón, legs. 290, 291, 386, 387, 389 y 395; Archivo General de Simancas, Estado, España, leg. 2.666.

B. Rubí (ed.), Les Corts Generals de Pau Claris, Barcelona, Fundació Salvador Vives Casajuana, 1976, pág. 294; F. J. Morales Roca, “Privilegios nobiliarios otorgados por el rey don Felipe III de Austria en el solio de las Cortes de Barcelona de 1599”, en Hidalguía (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Salazar y Castro), 178-179 (1983), págs. 1-26 (espec., pág. 16); P. Molas i Ribalta, “La família del marquès de Rubí, dels Àustries als Borbó”, en Afers (Catarroja), 20 (1995), págs. 60-71 (espec., págs. 62-63); J. L. Palos, Els juristes i la defensa de les Constitucions. Joan Pere Fontanella (1575-1649), Vic, Eumo, 1997, págs. 99-101; J. M.ª Sans i Travé (dir.) y Ll. Cases i Loscos (ed.), Dietaris de la Generalitat de Catalunya, vol. V (1623-1644), Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1999, págs. 210, 343, 392, 458 y 657; J. Olivares i Berió, Viles, pagesos i senyors a la Catalunya dels Àustria. Conflictivitat social i litigació a la Reial Audiència (1591-1662), Lérida, Pagès, 2000, pág. 356; M. Güell, El setge de Tarragona de 1641, Tarragona, Arola, 2003, pág. 98; N. Florensa i Soler y M. Güell, “Pro Deo, Pro Regi, et Pro Patria”, en La revolució i la campanya militar de Catalunya de 1640 a les terres de Tarragona, Barcelona, Fundació Salvador Vives Casajuana-Òmnium, 2005, págs. 41, 46-47 y 51.

 

Manuel Güell Junkert