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Alonso Fajardo Piñeiro

Biografía

Fajardo Piñeiro, Alonso. El Bravo. Señor de Caravaca. ?, p. t. s. XV – Caravaca de la Cruz (Murcia), 1463. Alcaide de Lorca.

El hombre que se atrevió a escribir una carta llena de orgullosas verdades al rey Enrique IV e inspiró a Lope de Vega en el famoso romance del juego de ajedrez descrito en su comedia Los Fajardos, se llamaba Alonso y se le recuerda como el Bravo. Fajardo era hijo de Gonzalo Fajardo, comendador de Moratalla, y de Isabel Porcel. Casado con María Piñeiro, hija del alcaide de Lorca, Martín Fernández Piñeiro, sucedió a su suegro —que le armó caballero— al frente de la fortaleza lorquina. Procedía Alonso de un linaje gallego, versado exclusivamente en las actividades militares: “[...] de mi aguelo y seis hijos y nietos que habemos vencido diez y ocho batallas campales de moros y ganado trece villas y castillos en acrecentamiento de la corona real de Castilla [...]”. Su propio apellido, que castellanizaba la palabra árabe faxchard o cerro fuerte con la que los moros apodaron a su tatarabuelo Yáñez Gallego, remitía a las hazañas militares. No en vano sus antepasados habían participado en la Reconquista —peleando dentro de órdenes militares— alcanzando Murcia desde la lejana Galicia donde eran señores de Santa Marta de Ortigueira.

De su matrimonio con María Piñeiro tuvo el Bravo siete hijos. Los cuatro varones fueron Gómez Fajardo, comendador de Socovos, de la Orden de Santiago, casado con Beatriz Corella; Martín Fernández Fajardo, apodado El de la ceja blanca; Pedro Fajardo, alcaide de Caravaca, y Diego, casado con Leonor de Mendoza.

Sus hijas fueron Mencía, Constanza —fallecida muy joven— y Aldonza que se casó con Garci Manrique, tío del célebre poeta Jorge Manrique.

La vida de Alonso Fajardo fue una continua pelea, ahora contra moros, ahora contra enemigos internos, y siempre bajo la sospecha de la desobediencia y con el irrefrenable deseo de dominar todo el reino de Murcia. Pronto se enfrentó a su sobrino Pedro Fajardo por los derechos del Adelantamiento de Murcia que parecía corresponderle por ostentar su padre la línea primogénita. El arrogante alcaide de Lorca nunca lo consiguió, por lo que la guerra —desde el verano de 1447— y los abusos fueron constantes afectando a la mayor parte de las poblaciones del reino murciano, incluida la capital.

Al contexto local y la lucha entre parientes había que añadir las circunstancias del reino: eran los años centrales de un siglo conflictivo. Tanto en el reinado de Juan II como en el de su hijo Enrique IV, los nobles no cejaron en su empeño de debilitar a los Monarcas aprovechando las más variadas circunstancias.

Fajardo siguió el partido de los infantes de Aragón si bien existen noticias de que también apoyó al condestable Álvaro de Luna a través de fray Lope de Barrientos.

La relación con la nobleza levantisca, como la que tuvo con su pariente el condestable Rodrigo Manrique, está comprobada desde 1443. También tuvo contactos con el rey de Navarra y con el infante don Enrique, a quien albergó en su fortaleza de Lorca.

Desde allí, resistió victoriosamente el cerco del príncipe Enrique, el condestable de Luna y el valido Juan Pacheco, marqués de Villena. También retuvo Murcia para Juan II, más por enemigo de su primo Pedro que por otras causas, lo cual granjeó que el municipio considerara que sus esfuerzos merecían que fuera nombrado regidor, a cuya petición accedió el Rey.

Con el apoyo del condestable Manrique, en 1448, dominaba casi toda Murcia.

Alonso Fajardo ha pasado a la historia militar castellana por su triunfo en la batalla de Los Alporchones, una sangrienta reyerta que dejó importantes bajas pero alejó el problema de los nazaritas durante tiempo. En algún momento del año 1451, el Bravo se reconcilió con su primo el adelantado para crear una coalición de fuerzas cristianas frente a Muűammad X.

Así, se impuso una tregua de cinco años que comenzó a contarse desde el primero de septiembre de 1452.

Pero la dureza mostrada en las acciones militares de Fajardo el Bravo —como en el caso de Mojácar— provocó la rebelión de Lorca en 1453 ensombreciendo la victoria de Los Alporchones. Ávido de poder y de gloria —la extensión de sus estados, el dominio de Murcia...— rebelde y violento hasta la crueldad, sus aventuras bélicas le llevaron a cometer atropellos, como el prendimiento del comendador de Ricote en Caravaca en 1453. La muerte de Álvaro de Luna le colocó en situación de confusión que aprovechó para depredar la villa de Mula que él justificó para que fuera entregada al Rey cuando lo que quería evitar era que el adelantado la dominara.

Rey desde 1454, Enrique IV hereda el conflicto entre parientes, pero el Bravo tuvo la mala suerte de que su primo Pedro estuviera apoyado por el hombre más poderoso de Castilla y favorito del Rey: el marqués de Villena, cuyos señoríos también estaban en el punto de mira de Fajardo. Enrique IV, además, no había perdonado al alcaide que, en su etapa de príncipe, se le enfrentara azuzado por Villena, y Pedro Fajardo pasó a la acción. El aniquilamiento del Bravo —que sin duda servía en bandeja su desaparición por sus intrépidas actuaciones— había ido acompañado de una ingente propaganda negativa sobre su persona: su connivencia con los moros —no en vano su famosa partida de ajedrez era con el rey de Almería—, traiciones, crueldades, osadías sin fin.

El 20 de agosto de 1458 cuando se le hacía la guerra por orden del Rey, Alonso Fajardo desde Caravaca se dirigió al Monarca en una carta sin desperdicio —que, en palabras de Menéndez Pelayo, valía por un libro— cuyo estilo retrata al hombre orgulloso pero también con sentido de la justicia que no duda en hacerle reproches al propio Monarca: “las cosas que no son razon no se deben pasar ni se deben sufrir”. No pudiendo comprender que el Rey quisiera reducirlo a prisión denuncia su claudicación ante sus consejeros y se queja, pero comprueba que aquéllos habían triunfado “[...] mi corazón llora sangre y por la pena y trabajo que mi alma recibe me deseo la muerte [...] si vuestra señoria por complacer a algunos de sus reinos me ha hecho males [...]”. El arrogante y elegante estilo epistolar demuestra la faceta de un Fajardo renacentista, culto e inteligente. Pero no cede en su queja al recordar que sus servicios a la Corona se han vuelto en su contra: “y agora en galardón destos servicios y otros muchos muy notorios, mandais hacerme guerra á fuego y sangre y dais sueldo á vuestras gentes por me venir á cercar y destruir”. Su expresión es una mezcla de piedad que pide —“tengo esperanza que Dios que es soberano y muy piadoso habrá de mí piedad y me salvará”— también al Rey al que le vaticina muchos males si procede con injusticia “[...] si vos señor me negáis la cara por donde yo error haya de hacer, la destrucción del rey don Rodrigo, venga sobre vos y sobre vuestros reinos y no la podáis remediar [...]”.

Enrique IV ordenó su aniquilación, pero la maldición de Fajardo estuvo a punto de cumplirse: nunca un reinado en la historia de España ha tenido tan mala imagen.

Su muerte tampoco quedó clara. Como si se esfumara en el viento, no se conoce con certeza si murió en el cerco de Caravaca enfermo o herido. Su biógrafo cree que pudo ser asesinado al entrar en la ciudad los partidarios de su primo el adelantado Pedro Fajardo. Arrogante y caballeresco, feroz y tenaz, inteligente y cultivado. Así era el Bravo cuya fama legendaria, como caudillo admirado e independiente que retaba la autoridad del Rey, permanece en el recuerdo de los muros de las fortalezas del antiguo reino de Murcia.

 

Bibl.: A. Baquero Almansa, Estudio sobre la historia de la literatura en Murcia desde Alfonso X a los Reyes Católicos, Madrid, T. Fortanet, 1877; J. Torres Fontes, Don Pedro Fajardo, Adelantado Mayor del Reino de Murcia, Murcia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953; “La intromisión granadina en la vida murciana (1448-1452)”, en Al-Andalus, XXVII, fasc. 1 (1962), págs. 105-154; “La muerte de Alonso Fajardo”, en Anuario de Estudios Medievales, 4 (1967), págs. 409-418; A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, pról. y est. de A. Paz y Meliá, Madrid, Atlas, 1973-1975 (col. Biblioteca de Autores Españoles, ts. 257-258, 267); J. Torres Fontes, “Los Fajardo en los siglos XIV y XV”, en Miscelánea Medieval Murciana, 4 (1978), págs. 109-175; “Relación murciana de los Manrique en el siglo XV”, en VV. AA., Homenatge a Alvaro de Santamaría, vol. II (1989), págs. 601-615; I. Pastor Bodmer, Grandeza y tragedia de un valido. La muerte de Álvaro de Luna, Madrid, Caja Madrid, 1992 (col. Marqués de Pontejos), 2 vols.; J. Torres Fontes, Castilla-Granada: una partida de ajedrez y privilegio de asilo por los Reyes Católicos a la villa de Salobreña, Salobreña-Granada, Ayuntamiento de Granada, 1993; P. Porras Arboleda, Juan II rey de Castilla, Burgos, Fajardo de Requesens y Zúñiga, Luis, provincial de Palencia, 1995; J. Torres Fontes, “Alonso Fajardo y su señorío de Caravaca”, VV. AA., Estudios de Historia de Caravaca: Homenaje al Prof. Emilio Sáez, Murcia, Universidad-Real Academia Alfonso X El Sabio, 1998, págs. 99-124; J. M. Calderón Ortega, Álvaro de Luna: riqueza y poder en la Castilla del siglo XV, Madrid, Dykinson, 1998; Álvaro de Luna (1419- 1453): Colección diplomática, Madrid, Universidad Rey Juan Carlos I-Dykinson, 1999; L. Suárez Fernández, Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001; J. Torres Fontes, Alonso Fajardo el Bravo, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio, 2001 (col. Biblioteca Murciana de Bolsillo); J. V. Cabezuelo Pliego (coord.), Alcaidías y fortalezas en la España medieval, Valencia, Editorial Marfil, 2007; D. E. Martín Ruiz de Assin, Caravaca 1243-1516: una villa santiaguista en la frontera de Granada, tesis doctoral, A. L. Molina Molina (dir.), Murcia, Universidad de Murcia, 2013.

 

Dolores Carmen Morales Muñiz