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Matías Ruiz Blanco

Biografía

Ruiz Blanco, Matías. Estepa (Sevilla), 1643 – Venezuela, 1708. Misionero franciscano (OFM), lingüista y misionólogo.

Nació en Estepa en 1643, donde probablemente tomó el hábito franciscano en el Convento perteneciente a la provincia de Andalucía.

En 1666 era profesor de Artes en el Convento de Nuestra Señora del Valle, de Sevilla, y aquí se encontraba cuando se inscribió en la tercera expedición franciscana organizada para la misión venezolana de Píritu, integrada por catorce expedicionarios, la cual salió de Cádiz el 1 de marzo de 1672.

En el expediente de esta expedición aparece descrito en dos reseñas, ambas extrañas. En la primera se dice: “P. Matías Ruiz Blanco, provincia de Andalucía, lector de teología y artes en Píritu, natural de Estepa, de 27 años”. La segunda, firmada en Sevilla el 6 de enero de 1672, omite su primer apellido y yerra en cuanto al lugar de nacimiento: “Matías Blanco, sacerdote, lector, natural de Cádiz, de 30 años, buen cuerpo, trigueño, remolino en la cabeza”.

Una vez en Venezuela, y tan pronto como en 1675, fundó los pueblos de San Juan Bautista de Tucupío y San Lorenzo de Aguaricuatar, a los que en 1680 añadió, en el territorio de otra tribu, el de Mataruco, con lo que en 1681 la misión llegó a contar con catorce mil indios en proceso de catequización, distribuidos en trece poblados.

Estas perspectivas de éxito corrieron grave peligro de desaparecer ante la rebelión de otros indígenas en 1680, los cuales dieron muerte a un franciscano y amenazaron con asesinar a los restantes. Ante ello, los superiores de la misión destacaron a España en 1681 al padre Ruiz Blanco, en calidad de comisario de la misma con el objetivo de hacer frente a este y otros varios problemas de la misma, especialmente al de la seguridad, al de la escasez de personal evangelizador y al económico.

Ya en España, adonde llegó en 1683, para solucionar el primero obtuvo del Consejo de Indias la concesión de treinta soldados para la defensa del fuerte de Clarines; al segundo hizo frente con la obtención de la licencia para organizar una expedición misionera de dieciocho franciscanos, mientras que para hacer frente al tercero obtuvo, además de varios ornamentos y diversas cantidades de limosnas, casi 300.000 maravedís para los gastos de la expedición y otras necesidades.

Desde el punto de vista personal, tuvo la satisfacción de haber sido nombrado cronista oficial de la misión en 1683, oficio que desempeñó hasta 1690.

Tantos éxitos contribuyeron a que en 1686, ya de regreso en Píritu, fuera nombrado prelado legítimo y comisario apostólico de la misión.

Independientemente de ello, su estancia en la Península se centró también en la gestión de otros asuntos relacionados con su misión como, por ejemplo, la obtención de una real cédula de 1683 dirigida al gobernador de Venezuela para que pusiera en práctica la orden de que no se entregaran a ningún encomendero los indios recién convertidos o recibiendo ese mismo año por concesión de la Corona doce ornamentos de seda junto con doce copones de plata, agilizando le impresión de dos obras suyas editadas ese mismo año, y, sobre todo, reclutando voluntarios para la expedición que se le había encomendado. En un principio, fracasó en el reclutamiento de expedicionarios, pero el 21 de agosto de 1683 se le concedieron otros catorce sacerdotes y cuatro hermanos legos, los cuales recibieron el despacho de embarcación en Sevilla el 4 de septiembre de 1684. Con este motivo en la nueva y necesaria reseña se le describe de la siguiente manera: “P. Matías Ruiz Blanco, sacerdote, natural de Estepa, de 40 años, buen cuerpo, delgado, remolino en la frente, lector de Teología, examinador sinodal de Puerto Rico”. Un éxito como el obtenido en todas estas gestiones contribuyó a que en 1686, ya de regreso en Píritu, fuera nombrado superior y comisario de la misión.

Durante los años 1689-1693 estuvo nuevamente en Madrid, donde gestionó de nuevo la impresión y hasta la reedición de nuevas obras suyas, impidió en 1689 que su misión, de carácter autonómico dentro de la Orden, fuera agregada y dependiera de la provincia franciscana de Santa Cruz de Caracas, a lo que añadió la consecución de una real cédula del 20 de mayo de 1689 que lo autorizaba a regresar a Píritu en calidad de comisario o superior de seis franciscanos que se le concedían “atendida la falta de operarios”, al mismo tiempo que, por el contrario, se le denegaba su petición de fundar un convento en la ciudad venezolana de Nueva Barcelona.

Además, en 1690 obtuvo una real cédula en la que se le ordenaba al gobernador de Venezuela que fundase a orillas del río Iquerote un pueblo de indios proyectado por los franciscanos.

En relación con la “falta de operarios” que aquejaba a la misión y de la que se hablaba en 1689, en julio de 1692 conseguía embarcar en Sevilla a los seis franciscanos que se le habían concedido en la primera de esas dos fechas. No satisfecho con ello, en abril de 1693 consiguió embarcar en Sevilla otra nueva expedición integrada por otros siete religiosos, a cuyo frente figuraba él mismo, enteramente satisfecho no sólo por la aportación de nuevos misioneros sino también por llevar consigo los casi 30.000 reales que la Corona le había concedido en concepto de ayuda anual a la misión.

Reincorporado de nuevo a esta última, en 1696 fue ratificado como superior y como comisario apostólico de la misma para el trienio 1696-1699, concluido el cual, concretamente en 1701, fue enviado de nuevo a España para hacer frente en el Consejo de Indias al gobernador de Venezuela, José Ramírez de Arellano, que trataba de inmiscuirse en el gobierno de las reducciones o poblados misionales. Sus gestiones en contra de este último dieron por fruto que el Consejo de Indias ordenara que los indígenas de esos poblados permanecieran exentos de impuestos hasta 1708, que fueran gobernados por los misioneros exclusivamente y que por lo mismo todos los corregidores fueran destituidos de sus cargos municipales.

De vuelta en Píritu con este nuevo y trascendental triunfo, en 1705 fue nombrado de nuevo y por tercera vez superior de esa misión, cargo que no le impidió redactar un durísimo memorial contra Ramírez de Arellano y durante el cual, lo mismo que ya había hecho en 1689 y 1701, volvió a defender la autonomía de esa misión de Píritu respecto tanto de otras provincias de la orden como de las autoridades civiles.

Vencido el período de este nombramiento, es decir, en 1708, falleció en un lugar que no se especifica, porque su biógrafo solamente afirma que la muerte le sobrevino “acabada su tercera y última prelacía”.

El propio Ruiz Blanco sintetiza su biografía en una carta dirigida al Rey en 1701, en la que especifica que llevaba treinta años de misionero y que una de sus principales ocupaciones había sido la de editar un arte, un catecismo y un manual para confesores, así como que había llevado a Píritu dos expediciones de misioneros y que había viajado en tres ocasiones a la Corte, hechos que constituían otras tantas manifestaciones del celo y de la voluntad con los que había servido a la Corona española.

Su historiador, el también franciscano Antonio Caulín, lo califica de “varón a todas luces docto y en las máximas del gobierno regular despejadamente discreto, obrando en todo con tan sincera intención y entera libertad que, sin aceptación de personas efectuaba con equidad la misericordia y la justicia”. A lo que en otra ocasión añade que “sin agravio de muchos varones doctos y apostólicos con los que la religión ha enriquecido las misiones y doctrinas de Píritu se puede contar con el venerable Ruiz Blanco por una de las más fuertes columnas que en ellas han mantenido el peso de la casa de Dios y extendido la fe de Jesucristo, en cuyas ilustres tareas aun cuando otros le hayan imitado dudo que alguno le haya excedido”.

En contraposición con este panegírico, no dejó de haber también varios franciscanos extremeños de la misión que en 1806 lo acusaron de “haber siempre conservado el mando absoluto, gobernándose siempre por su arbitrio dichas conversiones, supeditando y aniquilando a todos los que no han seguido su parcialidad (el partido andaluz) y haciéndose venerar por los títulos”.

En cuanto a su manera de pensar en el terreno distinto de la evangelización, cabe destacar dos puntos: el de su crítica a la colonización española y el de la defensa que hace de los indígenas venezolanos. Respecto de la colonización afirma que “es muy de notar que toda la rebeldía y belicosidad de aquel gentío, muerte de tantos españoles y desolación de pueblos, no se originó de su barbaridad y braveza, sino de los agravios, malos tratos, robos, muertes y cautiverios de sus personas” perpetrados por los españoles. Respecto de los indígenas afirma: “tengo gran compasión de aqueste país porque si admitieran la fe siento que habían de ser mejores cristianos que los demás indios”.

Por lo que se refiere a su labor como escritor, fue autor de dos clases de obras: las de carácter filológico y las de índole directamente misional, todas las cuales consiguió editarlas en España como fruto de sus visitas a la Península. Aplazando para más adelante la trascripción de estos títulos y la indicación de sus reimpresiones, terreno en el que es de admirar su elevado número y sus ediciones, merecen adelantarse algunas observaciones sobre las más importantes por su contenido o por su originalidad, dejando aparte las de índole filológica porque su mismo epígrafe revela claramente su contenido.

La Conversión de Píritu la elaboró, como él mismo dice, “obligado de la indigencia que nuestra España tiene de noticias de esta nueva conversión, con las cuales espero se excitarán muchos [franciscanos] a su prosecución con hermoso empeño”. Aunque a primera vista parezca que se trata de una obra exclusivamente histórica, en realidad se trata, en parte, de una breve historia y, en parte, de una descripción de ese territorio en vías de evangelización para lograr el objetivo que se propone de buscar más evangelizadores para él.

Con este fin describe sus frutos, temperamento, reptiles, aves y etnias indígenas, para a continuación hablar de la conquista, de las expediciones de franciscanos que hasta entonces se habían dirigido a ese lugar, de la metodología puesta en práctica por los misioneros para “reducir”, es decir, para congregar a los indios en poblados, y para su convertirlos al cristianismo, a lo que añade la inesperada lista de franciscanos que habían muerto en esa misión con fama de santidad o sufrido el martirio.

La práctica que hay en la enseñanza de los indios, está dividida en diez capítulos y se editó monográficamente en Madrid en 1892, pero originariamente había formado parte, aunque con portada propia, de la Conversión de Píritu en sus ediciones de 1690 y 1892, pero ya no la forma en la de 1965, en la que solamente se reproduce el índice.

La práctica evangelizadora la describe de la siguiente manera, tan lacónica como completa e históricamente interesante: “En rompiendo el alba, mandan tocar las campanas y acuden todos los indios de la población a la plaza y, puestos en orden, los varones a la mano derecha y las hembras a la izquierda, sale uno de los religiosos y, puesto en medio de todos, con una cruz en la mano, manda salir a dos de los muchachos, que cantan o rezan la doctrina cristiana, y la repiten todos”.

“El religioso toma aquel punto que le parece y sobre él hace una plática, la cual acabada, hace con todos un acto de contrición y los cristianos se quedan a oír la misa y los infieles se van a sus casas. A la gente adulta no se obliga a más para que tengan tiempo de asistir a sus casas y familia”.

“La gente pequeña acude a la escuela a hora competente, y a la tarde rezan la corona [rosario franciscano] en la iglesia”.

A ella pertenece también el siguiente pasaje referente al conocimiento del idioma de los indígenas: “Concluyo esta materia con decir que el religioso que se ocupare en la conversión de los infieles debe tener especialísimo cuidado y estudio en la inteligencia de los idiomas y observar los lances particulares en que los tales se dan más a entender”.

“Es muy importante porque en ellos se suelen comprender algunas voces muy propias y formarles para persuadirlos en sus cosas tocantes a nuestra fe y buenas costumbres y adviertan que es ignorancia muy crasa presumir que los han de convencer con razones que no sean de su idioma y según genio y práctica y que hablarles en lengua castellana sería lo mismo que predicar a sordos”.

Independientemente de ello, el cronista de esas misiones afirma que “dejó otros manuscritos de varias materias para instrucción de los padres misioneros y personas de espíritu”, los cuales se quedaron en Venezuela “y daban testimonio del continuo servicio en que empleaba los alientos de su espíritu y fervoroso celo del aprovechamiento de sus prójimos”, entre los que figuraban un Catecismo en lengua cumanagota y unas Poesías varias al nacimiento de Cristo, al Santísimo Sacramento, a María Santísima y a otros santos, en lengua cumanagota.

También parece haber sido autor de una desconocida Relación sumaria de las entradas de frailes en aquellas regiones de Píritu, escrita en 1701.

 

Obras de ~: Principios y reglas de la lengua cumanagota [...], por Fr. Manuel de Yangues, junto con un Diccionario que ha compuesto el R. P. Fr. Mathías Blanco, Burgos, 1683 (ed. facs. Leipzig, 1888); Advertencias para la recta inteligencia de el diccionario, Burgos, 1683; Manual para catekizar y administrar los santos sacramentos a los indios que habitan en la provincia de la Nueva Andalucía y Nueva Barcelona y San Christóval de los Cumanagotos, Burgos, 1683; Práctica que hay en la enseñanza de los indios y un directorio para que los religiosos puedan cómodamente instruirlos en las cosas de la religión cristiana. En lengua cumangota y castellana, Madrid, 1688 (reed. Madrid, 1892); Arte y tesoro de la lengua cumanagota, Madrid, 1690 (reed. Leipzig, 1888); Conversión en Píritu de indios cumanagotos, palenques y otros. Sus principios y incrementos que oy tiene con todas las cosas más singulares del país, políticas y ritos de sus naturales, práctica que se observa en su reducción y otras cosas dignas de memoria, Madrid, 1690 (reed. Madrid, 1892; Caracas, 1965); Reglas para la inteligencia de la lengua de los indios, Madrid, 1692 (ed. Barcelona, 1701); Vocabulario español-cumanagoto, Madrid 1690; Doctrina cristiana y explicación en dicha lengua con un tesoro de nombres y verbos della, en lengua cumanagota y castellana; Versos en lengua de los indios para celebrar el nacimiento del Señor (incluidos en Conversión en Píritu, Madrid, 1892, págs. 225-228); Relación sumaria de las entradas de frailes en aquellas regiones de Píritu, 1701; Catecismo en lengua cumanagota; Poesías varias al nacimiento de Cristo, al Santísimo Sacramento, a María Santísima y a otros santos, en lengua cumanagota.

 

Bibl.: A. Caulín, Historia corográfica de la Nueva Andalucía, provincias de Cumaná, Nueva Barcelona, Guayana y vertientes del río Orinoco, Madrid, 1958; F. de Lejarza, “Estudio preliminar”, en M. Ruiz Blanco, Conversión de Píritu, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1965; L. Gómez Canedo, Las misiones de Píritu, Documentos para su historia, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1967.

 

Pedro Borges Morán

 

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