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Anselmo Llorente y Lafuente

Biografía

Llorente y Lafuente, Anselmo. Cartago (Costa Rica), 21.IV.1800 – San José (Costa Rica), 22.X.1871. Primer obispo de la diócesis de San José de Costa Rica.

Hijo de Ignacio Llorente y María Feliciana de Lafuente, quedó huérfano a muy temprana edad. Hizo sus primeros estudios en Cartago y en 1818 marchó a Guatemala a cursar estudios superiores en la Universidad de San Carlos. Se graduó de bachiller en Filosofía en 1822.

Ordenado sacerdote en 1824, en 1825 obtuvo el doctorado en ambos Derechos. Fue coadjutor de la iglesia de los Remedios y en 1827 volvió a Costa Rica para visitar a su familia. Regresó a Guatemala y entre 1827 y 1846 fue párroco de Atiquisaya, en El Salvador, Mazatenango, Samayac, Santiago de Pazicia, Pututul y vicario de Sololá. En 1842 murió su madre y en 1846 fue nombrado rector del seminario de Guatemala (1846-1851). En 1848 fue elegido miembro de la Asamblea Constituyente; en 1849 miembro de la junta del Hospital de Guatemala.

En 1850 Pío IX erigió la diócesis de San José de Costa Rica y el padre Llorente y Lafuente fue nombrado primer obispo. Preconizado en el consistorio del 10 de abril de 1851 y consagrado por monseñor García Peláez el 7 de octubre de 1851 en Guatemala, llegó a Costa Rica el 18 de diciembre del mismo año. Tomó posesión el 2 febrero de 1852. Aquí tuvo que realizar una obra de incalculable magnitud, ya que le tocó organizar la administración de la nueva diócesis. Su primera preocupación fue la formación del clero y ya en marzo de 1852 confirió órdenes por primera vez en Costa Rica desde que en 1608 lo hizo el obispo Pedro de Villarreal en su visita de ese año.

La obra de monseñor Anselmo Llorente y Lafuente durante veinte años de episcopado puede resumirse así: fundó el seminario mayor, cuyo edificio fue terminado en 1868, pero estuvo en funciones desde 1863. Creó la Curia Metropolitana y la oficina general de Fondos Píos. Gestionó el concordato entre la Santa Sede y el gobierno de Costa Rica en 1852, que constituyó la base primordial de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, hasta su anulación a raíz de la legislación liberal y antirreligiosa de 1884; pese a lo cual Costa Rica sigue siendo constitucionalmente un Estado católico.

Donó una casa para la reclusión de mujeres el 25 de noviembre de 1862. Asimismo, regaló su casa de veraneo en Cartago para instalar allí una escuela para niños a cargo de las hermanas del Sagrado Corazón (Betlemitas) que en 1877, después de su muerte, ya estaban establecidas. Obtuvo para la Universidad de Santo Tomás el título de pontificia y protegió activamente la enseñanza. Gestionó la entrega del Hospital de San Juan de Dios a las religiosas Hermanas de la Caridad. Protegió las misiones, muy descuidadas en su tiempo y procuró la traída de frailes franciscanos. Erigió entre 1853 y 1870, dieciocho parroquias en diversos lugares del país. Mandó reparar y mejorar la iglesia de San José, que pasó a ser catedral, y propició la construcción de nuevos templos. Emitió cerca de sesenta y siete documentos entre pastorales y circulares, relativos a temas doctrinales, administrativos, políticos, etc.

En 1858 por desavenencias con el Gobierno Civil, suscitadas a raíz de la supresión de los diezmos y por un Decreto Oficial del 29 de septiembre de aquel año en el cual el gobierno dispuso de los curatos de San José, Heredia y Cartago obligándolos a contribuir con 10 pesos mensuales para el hospital, y a otros con 5 pesos y el resto con 20 reales. El obispo protestó por la intromisión del poder civil en sus atribuciones. Sobrevino el disgusto acentuado por intrigas políticas y el prelado salió para el exilio el 24 de diciembre de 1858.

Estuvo en Nicaragua y en El Salvador. Volvió a Costa Rica el 1 de diciembre de 1859, cuando ya había caído el régimen de Juan Rafael Mora, autor de la expulsión.

En tiempos de monseñor Llorente y Lafuente fue fundada la masonería en Costa Rica (de hecho ya existía desde 1824) por el presbítero Francisco Calvo. Participó también monseñor Llorente en el Concilio Vaticano I, celebrado en Roma, por lo que salió para Europa el 20 de agosto de 1869. El 18 de agosto de 1871 asistió a la inauguración de los trabajos del ferrocarril en Alajuela y allí contrajo la enfermedad que le causó la muerte. Falleció a las seis de la tarde del 22 de septiembre de 1871, de neumonía tifoidea. El 24 se efectuaron sus funerales en la iglesia de la Merced, que fungía como catedral.

En 1882 sus restos fueron trasladados al presbiterio de la catedral metropolitana. Fueron vicarios generales de monseñor Llorente, Ignacio Llorente, Rafael del Carmen Calvo, Joaquín Flores y el doctor Domingo Rivas hasta 1877, y administrador eclesiástico el ilustrísimo monseñor doctor Luis Bruschetti, obispo de Abidos y delegado apostólico de 1877 a 1880. Como complemento a lo ya expuesto, a grandes rasgos, sobre el obispo Llorente, valgan los siguientes comentarios sobre su personalidad y algunos aspectos importantes de su gestión episcopal.

En lo personal, nunca dio muestras de extraordinario talento, pero sí de una inteligencia despierta y más que mediana. Sus escritos tanto públicos como privados son de una gran sencillez. Sus pastorales revelan flojedad en materias escriturísticas, teológicas y patrísticas, consecuencia de la deficiente preparación de la Universidad de San Carlos. En cambio, dominaba muy bien el latín. Su biblioteca, que años después pasó al seminario, no era muy rica; se ve que no fue muy dado a novedades bibliográficas. Afortunadamente, tuvo la asistencia del doctor Domingo Rivas, su segundo vicario general, de mucha ciencia, brillantísimo talento y personalidad extraordinaria.

Como persona, Llorente fue bondadoso y sacerdote intachable, pero su carácter era excitable, irascible y acalorado. Cuando estaba bajo el flujo de esas viarazas, decía cuanto pensaba de las personas víctimas de su enojo. Además, era inflexible; cuando se empecinaba en algo, era difícil hacerle variar de parecer. Esto le granjeó dificultades no sólo con el clero sino con las autoridades civiles. Sus discrepancias con el presidente Mora se hubieran solucionado con una tinta de diplomacia. Era, además, muy exigente en que se le diese el tratamiento debido a su dignidad. Ni un príncipe, ni un vencedor entraron en su capital con la majestad que el señor Llorente en San José en 1851. Por eso y por establecer las relaciones debidas entre Iglesia y Estado, se empeñó junto con las autoridades civiles en la gestión del Concordato con la Santa Sede. El asunto fue puesto en manos del marqués Fernando de Lorenzana, ministro de Costa Rica ante la Santa Sede. Los trámites fueron cortos y el 7 de octubre de 1852 se suscribió en Roma el Concordato, firmado en nombre de Pío IX por el cardenal Antonelli, secretario de Estado, y Lorenzana a nombre de Costa Rica. Fue aprobado por el Congreso de la República el 1 de diciembre de 1852. El Concordato constaba de veintiocho artículos y un agregado. En el artículo primero se proclama que “la Religión Católica, Apostólica y Romana es la Religión del Estado”; este artículo ha sido modificado a través de diversas redacciones, como la inclusión de: “sin impedir por ello el ejercicio de otros cultos”.

Esto planteó, también, el problema de la inmigración de los protestantes al país, que suscitó conflictos con la sepultura de aquéllos cuando morían en Costa Rica, ya que los cementerios eran administrados por la Iglesia. A raíz de un tratado con Inglaterra se estableció en San José, en febrero de 1850, un cementerio y una capilla protestantes, acuerdo suscitado, antes del Concordato, por la muerte del norteamericano David Edward Cotheal.

Otro aspecto delicado del Concordato fue el derecho de patronato, otorgado al Gobierno y que le permitía intervenir en el nombramiento de obispos y ciertas canongías, además de todas las parroquias. A raíz de las reformas liberales, años después (1884) el concordato, prácticamente, fue derogado, quedando sólo el reconocimiento de la religión católica como la del Estado.

La formación del clero fue la gran preocupación del obispo Llorente. Antes de él, el clero se formaba en León o en Guatemala. De allí, la necesidad de fundar un seminario en Costa Rica. Había que construir un edificio y ponerlo bajo la dirección de sacerdotes experimentados, de preferencia religiosos.

Comenzó por colocar a los jóvenes manteístas bajo la atención de experimentados sacerdotes, les obligó a asistir a todas las funciones de la catedral, nombró entre ellos un bedel o vigilante y les impuso la obligación de asistir a la Universidad de Santo Tomás (fundada en 1814 como casa de enseñanza de Santo Tomás) y los tuvo a su lado en cuanto pudo. La edificación del seminario se hizo en la actual avenida 4 de San José, detrás de la catedral, y Llorente, aunque no pudo ver terminado el edificio, tuvo la satisfacción de haberlo empezado. En febrero de 1854 comenzaron las obras. Durante la guerra contra Walter, se suspendieron y no fue hasta 1863 cuando se instalaron las primeras clases en el seminario, años después dirigido por los padres paulinos. En el siglo XX y durante el episcopado de monseñor Víctor Manuel Sanabria, el seminario, con el nombre de “Seminario Central”, se instaló definitivamente en el distrito de Paso Ancho, en San José. Frente a su fachada se alza la estatua de Llorente y Lafuente (1950).

Otra obra en que intervino monseñor Llorente fue el apoyo a la creación del Hospital de San Juan de Dios, segundo de ese nombre que hubo en Costa Rica y que aún subsiste como una de las instituciones más venerables y útiles del país. El obispo Llorente fue el presidente de la Junta de Caridad encargada de velar por el bien de la institución. Sin embargo, el Hospital San Juan de Dios sería la causa remota del disgusto más serio que le proporcionó su episcopado.

En 1858 los curatos de San José, Cartago y Alajuela debían contribuir conforme a una ley emitida ese año con 10 pesos mensuales para el hospital y el lazareto; otras siete parroquias, con 5; y otras seis, con 20 reales. El obispo reconoció los nobles fines de esos tributos, pero negó el poder del Gobierno para imponerlos, ya que eso era atribución exclusiva de la Iglesia y del prelado. El asunto fue discutido por el Congreso y el Cabildo Eclesiástico; los pareceres fueron diversos y contradictorios (aun dentro del Cabildo). El Congreso se declaró, como era natural, a favor del presidente Mora. El obispo protestó; mandó quitar el dosel sobre el sitial del presidente en la catedral, amenazó con la excomunión y declarar en entredicho la diócesis. Todo eso provocó el Decreto de Expulsión del país (23 de diciembre); al día siguiente, 24 de diciembre de 1858, Llorente salió para el exilio, del cual volvió en diciembre de 1859, cuando Mora había salido del poder. A todos estos aspectos del gobierno eclesiástico de monseñor Llorente, agréguense su cooperación con el Gobierno Civil en la guerra contra los filibusteros en Nicaragua (1856-1858), la edificación de la catedral, los primeros enfrentamientos con la masonería y el liberalismo (paradójicamente fundada por el sacerdote Francisco Calvo, la primera) y la participación del obispo en el I Concilio Vaticano (1869-1870) en tiempos de Pío IX.

 

Bibl.: V. Manuel Sanabria, Anselmo Llorente y LaFuente, primer obispo de Costa Rica, San José, Imprenta Universal, 1933; R. Blanco Segura, Obispos, Arzobispos y representantes de la Santa Sede en Costa Rica, San José, Costa Rica, EUNED, 1984.

 

Ricardo Blanco Segura

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