Contreras Osorio, José. Granada, 10.VII.1794 – 13.XII.1874. Arquitecto.
Hijo de un práctico gremial, su relevancia reside en tratarse del arquitecto de mayor proyección profesional en la provincia de Granada a mediados del siglo xix, así como el iniciador de la saga que gobernaría la Alhambra hasta 1907. Cursó estudios de Matemáticas en la Escuela de Dibujo de Granada, y comenzó a colaborar como aparejador con José López de la Casa y Lara. Alcanzado el título de maestro de obras por la Academia de San Fernando en 1827 —grado que obtuvo con un proyecto de cementerio—, intervino en proyectos de reconstrucción de edificios eclesiásticos de la diócesis de Granada, en los que destacó en 1830 con la finalización de las obras de los conventos de San Bernardo y San Francisco (Casa Grande), iniciados con anterioridad, si bien con las preceptivas amonestaciones por parte de la Academia al no estar titulado de arquitecto.
Fue el tercero de los maestros de obras que trabajaban en Granada en alcanzar el grado de arquitecto por la Academia de Madrid, título que obtuvo en junio de 1833 con el proyecto de una casa consistorial para su ciudad natal. Precisamente, su vinculación como arquitecto mayor de la ciudad se inició en 1840 extendiéndose hasta pocos años antes de su muerte, con intervalos provocados por ceses y dimisiones producto de la inestabilidad política de los sucesivos gobiernos municipales y por el deseo de Contreras de dedicarse a actividades más lucrativas. De esta faceta sobresalen sus proyectos de alineación de calles y el diseño del Plano Geométrico de Granada (1853), calificado como el principal trabajo cartográfico de la ciudad realizado en el siglo xix, todo ello coincidente con el período de mayor transformación urbana de la capital andaluza.
Su vinculación con la Corona se inició, todavía como maestro de obras, en 1828 en trabajos de consolidación y fortificación de la Alhambra, marcándose así la prioridad en la conservación de un recinto que aún mantenía su anacrónica función militar. Con motivo del hundimiento de un fragmento de muralla en el entorno del peinador de la Reina, se materializó el nombramiento efectivo de Contreras como arquitecto del Real Sitio —aún sin estar titulado—, por Real Orden de 29 de octubre de 1831, y “con la circunstancia de que en todos los casos de mayor ó menor entidad que ocurran de su profesion, sea de su obligacion reconocer, disponer, y dirigir gratis todas las obras”, disfrutando de este modo del fuero especial que se concedía a los empleados del real patrimonio, “con el objeto de conserbar los restos de un monumento tan antiguo como glorioso”. Su etapa coincidió con la modernización en la estructura administrativa de los Reales Sitios, especialmente en lo concerniente a su conservación mediante la dotación de plantilla y partida presupuestaria concretas. La labor del arquitecto de la Alhambra en este momento incluía, además de intervenciones de tipo estructural —fundamentalmente en espacios de los muros y defensivos—, la restauración y reposición de adornos en mal estado. Por ello, de la labor de Contreras se deduce cómo, aun cuidando de atender las partes ruinosas del edificio, se ejecutaron otros trabajos menos esenciales que postergaron aquellos de mayor urgencia.
Es aquí donde demostró de manera fehaciente su preocupación por la restauración estilística, incluso a un nivel excesivo como quedó puesto de manifiesto a través de la polémica intervención en el pórtico sur del patio de los Arrayanes, la cual motivó una airada discusión en la prensa de la época y la primera censura pública a una obra de restauración que hiciera la Academia de Nobles Artes de Granada.
Tras intervenir en la capilla de la Alcaicería, dirigió los trabajos de reconstrucción de todo el conjunto cuando éste quedó destruido en el incendio de 1843.
La obra, promovida por la Corona y el municipio, fue trazada en sus calles y tiendas al estilo y gusto oriental, con vaciados de arabescos procedentes de la Alhambra.
Con ello contribuyó a subrayar el orientalismo del antiguo zoco, en la creencia de que la nueva imagen era más apropiada a su carácter, de tal suerte que constituye una de las primeras manifestaciones del medievalismo islámico en la arquitectura española. Presentó Contreras su dimisión como arquitecto del Real Sitio en 1845 por considerar insostenible una labor que debía compaginar con su actividad para el Ayuntamiento de Granada y el arzobispado, y cuya responsabilidad exigía cada vez de mayor celo, sin aportarle beneficio económico alguno y sí numerosas críticas.
Sin embargo, antes de hacer efectiva la renuncia dirigió una exposición a la Reina ofreciendo los servicios del taller de reproducciones y vaciados de adornos de la Alhambra —al frente del cual se hallaba su hijo Rafael Contreras Muñoz— y cuya utilidad era muy apreciada tanto en las restauraciones del monumento como en las decoraciones alhambristas que colmaban los delirios orientalistas de la nobleza europea.
A comienzos de 1849 obtuvo el título de director de caminos vecinales, y trabajó además para el Ministerio de Hacienda, y entendía, por tanto, en todo lo relativo a las obras necesarias para el acondicionamiento de los conventos desamortizados como sedes de la Administración. Precisamente las vicisitudes por las que atravesaron sus proyectos para el arzobispado de Granada y para la diócesis de Guadix demuestran un cierto grado de impericia, característico de la arquitectura religiosa granadina del ochocientos. Como arquitecto diocesano intervino en la mayor parte de inmuebles conventuales y parroquiales de la provincia de Granada y parte de la de Almería. A menudo no tenía en cuenta las condiciones del terreno o las necesidades de la feligresía, uniéndose a ello las irregularidades y fraudes cometidos por maestros de obras y operarios, todo lo cual producía inmuebles tan inseguros que en alguna ocasión debieron ser reedificados.
Fruto de una profunda filiación académica, los templos proyectados por Contreras se hallan lejos de cualquier recreación historicista, basándose en la simplicidad de la planta basilical de tres naves, con falsas bóvedas de cañón, y en cuyo plano se incluyen torre y sacristía, presbiterio y coro, sin alterar la linealidad de los muros. La proporción en planta se mantiene en altura, con especial preocupación porque las torres tengan la debida armonía con el resto de la iglesia.
A la pobreza de los materiales —ladrillo, yeso y madera— se une como característica en sus obras diocesanas el diseño clasicista de altares, y los sempiternos vanos semicirculares con los que ilumina el interior de la nave.
Contrajo matrimonio con Ana María Muñoz Fernández, unión de la que nacieron varios hijos, entre los que destacó el citado Rafael Contreras Muñoz, restaurador adornista y director de la Alhambra, el pintor y decorador José Marcelo Contreras Muñoz y Francisco Contreras Muñoz, artista y restaurador del Real Alcázar de Sevilla. A menudo colaboró con su hermano Francisco Contreras Osorio, maestro de obras que trabajó igualmente para el Ayuntamiento de Granada, la Alhambra y las diócesis de Granada y Guadix.
Obras de ~: Monumento a Isidoro Máiquez, Granada, 1839; Alcaicería, Granada, 1843-1844; Iglesia parroquial, Mecina Bombarón, Granada, 1855; Iglesia parroquial, Gabia la Grande (Granada), 1858; Iglesia parroquial, Dalías (Almería), 1860; Iglesia parroquial, Fornes (Granada), 1861; Iglesia parroquial, Zagra (Granada), 1862; Iglesia parroquial, Diezma (Granada), 1863.
Bibl.: E. Guillén Marcos, De la Ilustración al Historicismo: Arquitectura religiosa en el Arzobispado de Granada (1773- 1868), Granada, Diputación, 1990; R. Anguita Cantero, La ciudad construida. Control municipal y reglamentación edificatoria en la Granada del siglo xix, Granada, Diputación, 1997; J. M. Rodríguez Domingo, La restauración monumental de la Alhambra: De Real Sitio a monumento nacional (1827- 1907), Granada, Universidad, 1998; “La Junta de Reparación de Templos de la diócesis de Guadix-Baza (1845-1904)”, en Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 31 (2000), págs. 159-175; “La reconstrucción de la iglesia parroquial de Diezma”, en Boletín del Instituto de Estudios Pedro Suárez, 13 (2000), págs. 191-219.
José Manuel Rodríguez Domingo