Río Sainz, José Casiano Víctor del. Pick, Brañosera, Peatón. Santander (Cantabria), 6.III.1884 – Madrid, 29.I.1964. Marino y periodista.
José del Río nació en una familia de clase media culta y laboriosa: su abuelo paterno, José Antonio del Río, fue colaborador asiduo de la prensa santanderina, y el padre ejerció como maestro de obras, con facultad de “hacer y firmar proyectos de casas” (Memorias [...], 1984, pág. 54). Es éste quien inició a su hijo en la lectura antes de ir a la escuela. José del Río confiesa haber leído “vorazmente” en su infancia un conjunto “heterogéneo” de libros de la biblioteca de su abuelo, desde una traducción de la Eneida hasta una biografía de Cabrera. Cursó estudios de Náutica en el Instituto de Santander, terminados los cuales se enroló en viajes de prácticas en el vapor Sardinero y, posteriormente, como marino en barcos de una compañía naviera de Bilbao y en la Santanderina. Sus dotes de poeta le permitieron plasmar numerosas experiencias de navegación (por mares y en puertos de Europa, África y América) en sonetos modernistas, aunque cargados de intenso realismo. De 1902 datan algunos de ellos, como “Trafalgar” (“¡Sobre estas olas negras está escrita / la oración funeral de nuestra armada!”), “El hogar lejano”, etc. Al mismo tiempo, escribió artículos de viaje para la prensa de Santander. En 1907 sufrió un accidente de mar y, durante su convalecencia (“Otra vez, Santander, aquí me tienes, / descansando en la paz de tu bahía”), entró a colaborar en La Atalaya, periódico del que terminó siendo director.
A partir de entonces, repartió su jornada entre el trabajo en el mar por el día y la redacción del periódico por la noche. En 1912, publicó Versos del mar y de los viajes, en el que aparecieron algunos de sus poemas más conocidos: “Las hijas del capitán” (seleccionado en diversas antologías), “Las peñas del naufragio”, “Virar por avante”, etc. En 1916 contrajo matrimonio con Vicenta Setién de la Torre y desde 1917 fue capitán de la draga del puerto de Santander.
En 1921 acudió como corresponsal de guerra a Marruecos, donde acompañó al batallón de Valencia “los días en que el bravo batallón santanderino tiene que entrar en fuego” (Sánchez Mazas, 2003: 57) y envió diversas crónicas a su periódico, entre ellas, la conmovedora “El legionario que vimos morir” y “La amarga verdad” (alude a deficiencias en la organización de la campaña, destacando a los verdaderos héroes frente a los “de ‘relumbrón’ y ‘opereta’”), por la que fue procesado a su vuelta por la autoridad militar y encarcelado cinco días. Fruto de su experiencia como corresponsal, publicó en 1922 La belleza y el dolor de la guerra, ejemplo de “poesía periodística” construida con trazos “exactísimos” y “primorosos” (Diego, 1953: pág. XXVII).
En 1923 editó Hampa (evoca escenas de prostíbulos portuarios), en el que, como en los cuadros de Solana, “no hay morbo sensual, sino naturalismo, piedad y una formidable potencia cromática, que eleva a la dignidad artística lo que en la vida es feo y repulsivo” (Diego, 1953: pág. XXXII).
En 1924, la Real Academia Española le concedió el premio Fastenrath por su nuevo libro Versos del mar y otros poemas.
Compartió los ideales del personalismo cristiano de E. Mounier como corresponsal en Santander y colaborador de su revista, Esprit. En 1927 participó en la fundación de La Voz de Cantabria, periódico en el que colaboró hasta el 30 de octubre de 1936. Allí publicó, bajo el título de “Aire de la calle”, artículos sobre diversos sectores de la sociedad de Cantabria: marineros (“Estampas de pescadores viejos”), obreros (“Crónica de un accidente de trabajo”), tipos populares (“La camioneta del `Tirabeque”), pobres y marginados (“La terrible herencia”), así como sobre amigos y personajes notables (Marcelino y Enrique Menéndez y Pelayo, Concha Espina, Gutiérrez Solana, etc.), además de otros artículos de orientación política: “Dios y el Cesar” (una crítica a la exaltación de la fuerza y la violencia en la figura de Mussolini, con una advertencia a “nuestras derechas”, insensibles a que “las víctimas primeras de las iras fascistas fueran demócratas”), “Vieja estampa de un dictador” (sobre Miguel Primo de Rivera y su “política de disparates”), “Maura, lo que significa” (un demócrata respetuoso con el sistema constitucional, que propugna la “revolución desde arriba”, frente a la revolución “socialista”, para “prevenirla y para dominarla”), etc. Estos artículos marcaron la evolución de Del Río, tras la experiencia de la guerra de Marruecos, desde el entusiasmo militar de su adolescencia (su familia hospedó, entre 1895 y 1898, a soldados que iban a Cuba y él, admirando su valentía, “soñaba con ser militar”) y un cierto carlismo sentimental hasta una postura democrática y social. Al sobrevenir la Guerra Civil, con sus artículos sobre “La humanización de la guerra” (15 de octubre de 1936, aboga por el “respeto de la población inerme” y el “canje de prisioneros”), “La población doliente” (18 de octubre de 1936, recuerda la obligatoriedad del mandato bíblico: “no matarás”), “El Cristo de las catacumbas” (27 de octubre de 1936, describe el refugio, en la cripta de la Catedral durante un bombardeo, de fieles junto a milicianos y prostitutas, “separados por hondos abismos morales y sociales”, pero unidos “por una misma esperanza”), asumió una actitud de concordia, que puso en riesgo su vida y le obligó a huir de Santander en un barco inglés.
Vuelto a España, fijó su residencia en Madrid, donde se reunió con amigos de Cantabria (Gerardo Diego, José María de Cossío) en la tertulia del café de Lyón, a la que acudían, entre otros, Emilio García Gómez, Ignacio Zuloaga, Regino Sainz de la Maza, Edgar Neville y el escultor Sebastián Miranda, autor de la estatua de Del Río, en la que aparece con su gesto peculiar: “la mano en la barbilla” y su “mirada buena, candorosa, dulce” (Díaz Cañabate, 1952, pág. 240). En la década de 1940, escribió tres biografías sobre personajes por los que sentía admiración: Zumalacárregui (1943, nostalgia de su carlismo adolescente), Nelson (1943, “tipo de gentleman del mar, que ha servido de modelo a los marines de todos los pueblos”) y Churchill y su tiempo (1944, militar, corresponsal de guerra, reformador de la marina británica, además de gran estadista). Del Río siguió escribiendo (poemas, dos novelas —El capitancito, El salobre risco, inédita— memorias, estudios) hasta el final de sus días.
El 29 de enero de 1964 murió este “rapsoda navegante, anclado en Madrid, siempre enderezada la brújula de su corazón hacia el puerto de Santander” (Espina, 1953: XVI). Poeta modernista (“Por mi edad y mi formación soy rubeniano”), sus poemas “brillaban por su elegante fuerza, por su lírica virilidad, por la sencillez lapidaria” (Rodríguez Alcalde, 1984, pág. XXII), por su originalidad “en la manera bellísima, normal y fácil con que consigue que sus ‘prosaísmos’ [...] dejen de serlo” (Gómez de la Serna, 1984, pág. XVIII), y, además, por su belleza moral, ya que esos poemas brotaban “de un corazón de oro y de una pluma a la que jamás manchó la adulación o el odio” (Diego, 1953, pág. XIX).
Obras de ~: Versos del mar y de los viajes, Santander, Tipografía “La Atalaya”, 1912; La belleza y el dolor de la guerra. Versos de un neutral, Valladolid, Imprenta y Lib. Viuda de Montero, 1922; Hampa [Estampas de la mala vida], Santander, 1923; Versos del mar y otros poemas, Santander, Tipografía “La Atalaya”, 1924 (ed. aum., Santander, Imprenta Provincial, 1925; Santander, Ediciones de la Librería Estudio, 1999); La amazona de Estella. Poema dramático en tres jornadas [y versos de circunstancias], Santander, Tipografía “La Atalaya”, 1926; Aire de la calle, Santander, Tall. Tipografía de J. Martínez, 1932, 2 vols.; Zumalacárregui, Madrid, Atlas, 1943; Nelson, Madrid, Atlas, 1943; Churchill y su tiempo, Madrid, Aldus, 1944; con M. Casanova, El martirio de Polonia, Madrid, Atlas, 1945; “Literatura inglesa”, en C. Pérez Bustamante (dir.), Historia de la Literatura Universal, Madrid, Atlas, 1946, págs. 303-353; Antología. I. Poesía, Santander, Artes Gráficas Hnos. Bedia, 1953; Siete sonetos, Santander, Cuévano, 1983; 5 poemas de amigo, Santander, Cuévano, 1983; Memorias de un periodista provinciano, I, Infancia, ed. de J. R. Sáiz Viadero, Santander, Tantín, 1984; El capitancito, est. prelim. de J. Pardo, Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 1998; Últimos aires de la calle, Santander, Artes Gráficas Bedia, 2000; Aire de la calle, selecc. e introd. de F. Pérez Gutiérrez, Santander, Librería Estudio, 2003.
Bibl.: A. Díaz Cañabate, Historia de una tertulia, Valencia, Castalia, 1952; G. Diego, “José del Río Sainz, poeta”, C. Espina, “Carta abierta” y J. M.ª de Cossío, “Epílogo”, en J. del Río Sainz, Antología. I. Poesía, op. cit., págs. XIX-XXXVIII, XIII-XVI y 183-191, respect.; A. López de Zuazo, Catálogo de periodistas españoles del siglo xx, Madrid, A. López, 1981, pág. 507; R. Gómez de la Serna, “El prosaísmo de José del Río” y L. Rodríguez Alcalde, “La musa marinera de José del Río Sainz”, en R. G. Colomer (selecc. y coord.), Testimonio poético de José del Río Sainz, Santander, Cuévano, 1984, págs. XVI-XVIII y XXI-XXXVI, respect.; A. de A.[lbornoz], “Río Sainz, José del”, en R. Gullón (dir.), Diccionario de literatura española e hispanoamericana, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 1409; L. A. de Cuenca, “José del Río Sainz”, en J. Alcalá Zamora y L. A. de Cuenca (eds.), La poesía y el mar (A poesia e o mar), Madrid, Visor, 1998, págs. 27-38; F. Pérez Gutiérrez, “Notas sobre el exilio de la guerra civil en Cantabria. Tres liberales: Gregorio Marañón, Gerardo Diego, José del Río Sainz (Pick)”, en E. López Sobrado y J. R. Saiz Viadero (eds.), El exilio republicano en Cantabria. Actas del Congreso Internacional, Santander, Centro asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Cantabria, 2001, págs. 147-161.
Cristina Estébanez Villacorta