Ibáñez Valencia, Vicenta. La Puebla de Híjar (Teruel), 11.II.1840 – Madrid, 2.I.1932. Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl (HC), superiora local, maestra y promotora social.
Nació en el seno de una familia cristiana. Era la menor de sus hermanos. Educada en la escuela de su ciudad natal, recibió en su casa lecciones de un tío suyo, sacerdote, hermano de su madre. Pronto aventajó a su maestra y en ella se vislumbraba ya su carisma pedagógico. Su gozo estaba en instruir a las demás niñas y tratar con ellas. Su juventud transcurrió cuidando a su madre enferma. Cursó la carrera de Magisterio, los dos primeros años en su casa, ayudada por un profesor particular, y el tercero en Teruel. Allí obtuvo el título de maestra superior.
En Zaragoza visitó la Casa Amparo donde prestaban sus servicios las Hijas de la Caridad; se sintió atraída por el carisma vicenciano y pidió ser admitida en la Compañía. Aceptada su petición, hizo la prueba en el hospital de mujeres incurables, calle de Amaniel, al término de la cual fue admitida en el seminario (3 de agosto de 1871) para formarse como Hija de la Caridad.
Sus primeros años en la Compañía (1872-1880) los pasó en el Hospital y Escuelas de Falces (Navarra), en el colegio de Nuestra Señora de los Remedios, Santiago de Compostela (1880-1882), en el Hospicio de León (1882-1884), y de nuevo en el Hospital y Escuelas de Falces (1884-1894), donde fue nombrada superiora local. Con este mismo cargo pasó a la Inclusa de Pamplona (1894) y al Hospital de Peralta (Navarra) en 1896. Aquí se interesó por el establecimiento de escuelas donde pudieran recibir educación gratuita todas las niñas del pueblo que lo desearan y, antes de un año, vio cumplido su deseo.
En el barrio madrileño de La Guindalera fue donde verdaderamente brillaron sus habilidades pedagógicas y su caridad inagotable. A finales del siglo XIX y principios del XX, la zona se caracterizaba por sus extensas barriadas; en ellas no había más que chozas donde malvivía la gente que fabricaba ladrillos y apilaba montones de trapos que recogían por las calles de Madrid. Pobreza en todas sus formas.
Aquí llegó sor Vicenta con otras tres Hijas de la Caridad, para fundar unas escuelas (27 de marzo de 1899). Se instalaron en un pequeño hotelito donde vivía la Comunidad y donde comenzó la primera escuela (11 de mayo de 1899) con treinta y seis niñas; no había espacio para más. Pronto consiguió levantar un nuevo edificio, se ingenió para buscar recursos y, no sin mucho trabajo, logró amueblar y disponer un nuevo colegio, denominado del Dulce Nombre, con capacidad para seiscientas alumnas; allí recibían educación, ropa y comida. Nadie quedó sin instrucción por no haber sido admitida. Los niños y los pobres ocupaban constantemente el pensamiento y el corazón de sor Vicenta. Siempre luchó con la escasez de recursos y estrecheces económicas, pero su fe en la providencia y sus muchos desvelos hicieron posible que nunca faltara lo necesario para hacer frente a tantas necesidades. Movía todos los resortes y acudía a todas las puertas, hasta lograr ayudas y trabajo para el necesitado. Rápidamente fue iniciando numerosas obras, que sin su tesón y creatividad hubieran sido impensables, todas ellas gratuitas: clases diurnas; clases profesionales para obreras de talleres (corte y confección, bordados a máquina y a mano, géneros de punto), donde se les retribuía su trabajo; clases para oficinistas (contabilidad, mecanografía, taquigrafía, francés y dibujo). La enseñanza era gratuita pero contribuían al sostenimiento del comedor. Fundó una academia nocturna para obreras y escuelas dominicales para las que no podían asistir por las noches. Se daban las mismas clases que en ésta y se añadían además clases de flores y música. También se dedicó al desarrollo de una biblioteca circulante, con volúmenes referentes a todos los ramos de la cultura.
A estas obras de tipo educativo se unían otras de carácter social y caritativo: comedor para niñas pobres (el número de las beneficiadas oscilaba entre cien y trescientos); ropero para los pobres, sostenido por las alumnas —con géneros o con parte de su trabajo—, a favor de otros más necesitados que ellas. La caridad de unas salía al paso de la pobreza de otras. Puso en marcha también un comedor gratuito para pobres costeado por la Acción Católica del colegio, por las Conferencias de San Vicente de Paúl del barrio y los donativos que sor Vicenta recibía para este fin. Se repartían más de setenta raciones diarias.
A ella se debe también la organización de diversas obras “financieras”: la caja dotal (1925), cooperativa de ropa y mercería con el fin de que las alumnas aprendieran prácticamente lecciones de economía doméstica; cantina escolar para facilitar a muy bajo precio meriendas y golosinas; bolsa de trabajo femenino (1928) entre las socias de las diferentes instituciones culturales y económico-sociales del colegio.
Para el buen uso del tiempo de ocio, impulsó actividades de tiempo libre: sesiones de cine; veladas en las que se representaban —con gracia netamente madrileña— sainetes, zarzuelas y dramas; excursiones y, desde 1926, vacaciones veraniegas por espacio de un mes, de las que se beneficiaron de treinta a cuarenta jóvenes al año.
La vida espiritual y la formación cristiana y moral ocupaban un lugar preferente en el corazón de sor Vicenta. Organizó las Asociaciones de los Santos Ángeles e Hijas de María, que llegaron a tener hasta ciento ochenta y ocho asociados, la primera, y más de trescientos, la segunda. Estaba ésta formada en gran parte por ex-alumnas insertadas en la vida laboral o que seguían carreras oficiales.
Los padres y madres de familia contaban también con sendas asociaciones, con más de cien asociados cada una de ellas. Fue la primera Asociación de Padres conocida.
Fue también la iniciadora de un asilo de ancianos y del dispensario de San Cayetano, situados ambos en el mismo barrio, para la atención de ancianos solos y abandonados, y asistencia sanitaria de los enfermos. Por el dispensario pasaban más de cien enfermos cada día. El objetivo de sor Vicenta era luchar contra la miseria para devolver a las personas su dignidad. Se ganó la confianza de los habitantes del barrio, que consideraban el colegio, las asociaciones y diversas obras puestas en marcha como algo suyo. Incluso ellos mismos formaban parte de las juntas directivas. El barrio sufrió así una profunda transformación y sor Vicenta es considerada por todos como el “alma del barrio” y “vida del colegio”.
Bibl.: L. Sierra, “En las Escuelas del Dulce Nombre de Jesús, Madrid. Memoria correspondiente al año 1926, leída en la Junta del 2 de enero de 1927”, en Anales de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad (ACMHC) (Madrid), t. XXXV (1927), págs. 17-18; P. Vargas, “El Dispensario de San Cayetano de la Guindalera”, en ACMHC, t. XXXVIII (1930), págs. 13-16; B. Paradela, “Una verdadera Hija de la Caridad, Sor Vicenta Ibáñez”, en ACMHC, t. XL (1932), págs. 113-119, 161-187, 224-238, 270-273 y 343-351; M. de Inés y Á. Infante, “La Guindalera retoño de esperanza”, en ACMHC, t. CXI (2003), págs. 162-167.
María Socorro Martín Vicente, HC