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Ángel de Peredo y Villaurrutia

Biografía

Peredo y Villaurrutia, Ángel de. Queveda (Cantabria), 1623 – Córdoba (Argentina), 21.III.1677. Militar, gobernador, capitán general y presidente de la Real Audiencia del Reino de Chile.

Nació en Queveda, montañas de Santillana, provincia de Cantabria, en la casa de sus mayores “de piedra de sillar y armas en el frontis”, siendo bautizado en la iglesia parroquial, el 2 de abril de 1623, como hijo de Juan de Peredo y de María de Villa Urrutia.

De veinte años de edad, en 1643, antepuso, según él mismo declara, “el amor y afecto que siempre ha tenido en su real servicio al de mujer, hijos, y padres” para entrar al real servicio haciéndose soldado en las guerras de Portugal, actuando en la batalla de Montijo, socorro de Alcántara, defensa de las plazas de Olivenza y Badajoz, toma de Morón, Santa Olalla, Barbagena y Villabrun. Alcanzó el grado de capitán de una compañía de caballos corazas españoles y lo sirvió por doce años.

Su participación en la guerra lo llevó a derramar su propia sangre descollando en los campos de Cartel- Davide, donde “degollamos un tercio de infantería del rebelde, y recibí 15 heridas”.

Se había casado, antes de 1642, en su tierra natal con su parienta Antonia de Rasines y Fernández de Villa Urrutia, de la que tuvo descendencia agraciada con el hábito de Calatrava por merced del Monarca (1653).

En efecto, en retribución por sus servicios, Felipe IV le concedió un hábito de Calatrava para un hijo suyo y le nombró gobernador de la provincia de Jaén de Bracamoros en el Reino de Quito, que asumió en 1660 y sirvió allí sólo por quince días, pues el virrey de Perú, conde de Santiestevan, lo designó gobernador, capitán general y presidente interino de Chile por ser “la persona de más crédito e inteligencia en lo militar y político que hubiera en estas provincias” el 2 de diciembre de 1661.

Según órdenes reales, el nuevo gobernador debía traer el más numeroso contingente de tropas que le fuera posible organizar en Perú. Sin embargo, de aquello, Peredo sólo pudo reunir cerca de cuatrocientos hombres, con quienes zarpó desde Callao el 10 de abril de 1662, llegando a Concepción el 22 de mayo.

Al día siguiente, el Cabildo de la ciudad lo recibió con las solemnidades del caso.

La primera tarea que realizó Peredo fue conocer la situación militar en la que se encontraba la Capitanía General, para ello demandó de su antecesor un informe del estado del país que a Peredo no le gustó, en especial, porque el Ejército le pareció que se encontraba en la más completa “desnudez y miseria”.

A diferencia de sus antecesores, no pretendía consumar la conquista de todo el territorio. Su intención era restituir la línea de la frontera para asegurar la paz y la tranquilidad como la que reinaba antes del levantamiento general de los indígenas en 1655. Para ello, pensaba en refundar los fuertes de Arauco y Yumbel con el objeto de que las tropas se asentasen allí y penetrasen en la Araucanía. Avanzó hasta Lota, cruzando el río Bío-Bío y fundó las poblaciones de Santa María de Guadalupe y San Felipe de Austria sin que los indígenas opusieran resistencia. El gobernador, en retribución, prohibió que se les redujera a la esclavitud.

La Real Audiencia se mostraba satisfecha e informaba al Rey de los buenos resultados de la administración de Peredo. Como desplegó tanta prudencia en el gobierno y fue, también, un realizador de obras, Peredo se ganó la confianza y el afecto de sus gobernados. Sus contemporáneos alababan su generosidad, su suavidad de carácter y, sobre todo, su piedad. De hecho, contaban que “diariamente tenía siete horas de oración mental y vocal, sin que descuidase las obligaciones de su cargo”. Por lo mismo, algunos cronistas de su tiempo lo denominaron con el apodo de Ángel.

Dispuso, en 1663, la repoblación de Chillán, ordenando a sus antiguos vecinos volver a repoblarla pues vivían, desde hacía ocho años, de prestado en las estancias españolas de la ribera del Maule o diseminados por ese corregimiento.

Del juicio de residencia que se levantó al término de su mandato salió muy bien librado y, como era hombre piadoso, al testar, dejó instituida una capellanía en su pueblo natal de 2000 ducados. Murió en Córdoba del Tucumán, el 21 de marzo de 1677, y su viuda e hijo primogénito regresaron a Quevedo, donde ella, en 1683, hizo una donación de dineros a favor de su nieto.

 

Bibl.: P. Córdoba y Figueroa, “Historia de Chile”, en Colección de Historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, t. II, Santiago, 1862; M. Olivares, “Historia militar, civil y sagrada de Chile”, en Colección de Historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, t. IV, Santiago, 1864; V. Carvallo Goyeneche, “Descripción Histórico- Jeográfica del Reyno de Chile”, en Colección de Historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, ts. VIIIX, Santiago, 1875; D. Rosales, Historia General del Reino de Chile. Flandes Indiano, Valparaíso, 1877; J. T. Medina, Diccionario Biográfico Colonial, Santiago, Imprenta Elzebiariana, 1906; F. A. Encina, Historia de Chile, Santiago, Editorial Nascimento, 1940; J. L. Espejo, Nobiliario de la Capitanía General de Chile, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1956; A. Ovalle, Histórica Relación del Reyno de Chile, Santiago, 1969; S. Villalobos, Historia del pueblo chileno, t. IV, Santiago, Editorial Universitaria, 2000; D. Barros Arana, Historia General de Chile, Santiago, Editorial Universitaria, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2000.

 

Julio Retamal Ávila

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