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Claudio Fernández Vigil de Quiñones

Biografía

Fernández Vigil de Quiñones, Claudio. Conde de Luna (IV). León, c. 1515 – Trento (Italia), 28.XII.1563. Embajador, humanista.

Hijo primogénito de Francisco Fernández de Quiñones, III conde de Luna. A la muerte de su padre, Claudio tenía catorce años. Su infancia transcurrió al lado de su madre, María de Mendoza, y del doctor Gaspar de Navarrete, catedrático de Código y Digesto Viejo en la Universidad de Valladolid, hombre de confianza del III conde de Luna y después “maestro”y principal consejero de Claudio. Se sabe por un cronista anónimo, monje de San Claudio de León, que “en su mocedad fue dado a las matemáticas y a la astrología y a las artes liberales que tuvo gusto de saber de todo”; aunque su verdadera escuela debió de ser la Corte, ya que “en creciendo siempre le ocuparon los reyes”; el citado cronista añade que en el convento hay un cuarto llamado “del conde”, porque era “muy devoto de esta casa donde se recogía las cuaresmas”. Casó en 1533 con Catalina de Pimentel (muerta en 1549), hermana del conde de Benavente, matrimonio del que nació Luis Fernández de Quiñones, V conde de Luna. Casó en segundas nupcias, en 1555, con Francisca de la Cueva, hija de Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque.

En 1535 formó parte del Ejército imperial con destino a la Goleta y Túnez. En 1541 se incorporó a la campaña de Argel. Participó en justas y torneos en Valladolid (1537), Praga (1548) y en Milán (1549) junto al príncipe Felipe.

Procurador en las Cortes de Toledo de 1538. Corregidor en la ciudad de León en 1544. Acompañó a don Felipe en su viaje por tierras imperiales en 1548.

El nombramiento de embajador de Felipe II ante la Corte imperial se hace desde Bruselas en el año 1556, y a finales de 1558 ya aparece el conde en tierras de Alemania. Se le nombra embajador por un tiempo no especificado y para dos misiones específicas: una, facilitar e intervenir en el nombramiento de los altos funcionarios de la casa de la reina María, hermana de Felipe II, casada con el rey Maximiliano de Hungría; y dos, conocer de primera mano las distintas actitudes de los príncipes electores en relación con los protestantes y su posición política y religiosa. Sin dejar estas dos más destacadas cuestiones, interviene en otros muchos asuntos en los casi cinco años de su embajada en el Imperio. Entre ellos destaca: uno, el propio conde señala la importancia de la formación de la embajada imperial con la finalidad de influir ante el rey de Francia y conseguir la devolución de la plaza de Metz, ocupada por los franceses, asunto en el que el embajador español apoya la participación del cardenal de Augusta, en contra del parecer de algunos electores imperiales; dos, la cuestión de Génova y el marqués del Final que amenazaba con causar perjuicios a España en Milán; y tres, la demanda ante el Emperador del “vicariato de Italia” a favor de Felipe II, petición apoyada en una cláusula secreta del pacto entre los Habsburgo. Durante sus años en el Imperio, el conde de Luna contó, para sus tareas de embajador, con el inestimable apoyo del emperador Fernando I, con quien consiguió entablar unas extraordinarias y positivas relaciones; la reina María, hermana de Felipe II, y otras personas a las que con frecuencia hace referencia en sus cartas al rey español: el doctor Seld, del consejo del Emperador; el cardenal de Augusta; el secretario Çinque Moser; Pedro de Guzmán, gentilhombre al servicio del Emperador; Escobedo, capitán del arsenal y Armada del Emperador; Jacome de Soranzo, embajador de Venecia en el Imperio; los Fúcar y otras personas cuyos nombres no aparecen pero a los que hace referencia con esta expresión: “que tienen buena inteligencia en las cosas de allí”. El embajador español en tierras imperiales recela del rumbo que toma la política francesa después de la muerte de Enrique II (1560) y de la posterior regencia de Catalina de Médicis. El conde de Luna escribe una y otra vez a Felipe II que los asuntos de su casa solariega reclaman su presencia y que durante el tiempo de su embajada en el Imperio ha acumulado una deuda de “veinticuatro mil scudos”.

La tercera y última etapa del concilio de Trento comienza el 18 de enero de 1562 y finaliza el 4 de diciembre de 1563. Claudio Fernández Vigil de Quiñones recibe la noticia de que ha sido elegido, entre una lista de quince personas, como embajador en el concilio de Trento en enero de 1562; el nombramiento y las cartas credenciales con las “instrucciones” tienen fecha del 20 de octubre de 1562, y le fueron entregadas personalmente por Martín de Gaztelu, secretario y persona de confianza de Felipe II. El conde llegó a Trento el 13 de abril de 1563 y se presentó oficialmente en la Asamblea General Conciliar del 21 de mayo de 1563. Desde octubre de 1562 hasta mayo de 1563 ejerció su oficio de embajador a través de Pagnano, secretario del marqués de Pescara, gobernador de Milán, y embajador sustituto en el concilio; de Martín de Gaztelu, secretario personal de Felipe II, y de Juan de Neyra, su secretario personal. Este retraso en la incorporación a sus nuevas tareas diplomáticas se debió, principalmente, a la necesidad de buscar una solución a los temas que siguen. Uno, la cuestión de precedencia entre el embajador de España y el de Francia, asunto incluido en las instrucciones de Felipe II al conde, y en el que el embajador español se empeñó mucho, hasta el punto de demandar y conseguir que el Emperador le nombrara, también, su embajador para esquivar la cuestión de precedencia con Francia, aunque no se hizo uso del nombramiento imperial. Esta cuestión, aparentemente protocolaria, tenía una trascendencia política de mucho calado.

Dos, declaración de la continuidad o no del concilio ahora convocado con las etapas conciliares anteriores; el Emperador era partidario de que no se hiciera tal declaración de continuidad en ese momento, a causa de la tensión que se crearía en el Imperio y en Francia; en cambio, Felipe II insistía ante los legados y el Pontífice en la necesidad de declarar la continuidad, y el embajador español expone con insistencia ante su Rey los argumentos del Emperador. Y tres, la cláusula proponentibus legatis, que limitaba la libertad de los miembros conciliares en su capacidad de presentar propuestas ante las comisiones y la Asamblea, en beneficio exclusivo de los legados.

A su muerte se hace inventario de los bienes, tanto en Trento como en León. En lo que hace a su biblioteca en uno y otro lugar, hay libros que marcan un contraste. Entre las obras del inventario leonés aparecen clásicos latinos: Cicerón, Salustio, Tito Livio, Virgilio, y estaban representados los autores griegos; libros de entretenimiento, de caballería y obras de devoción cristiana; junto a autores como Maquiavelo y Erasmo, aparecen obras de san Justino, san Agustín, san Juan Crisóstomo, santo Tomás, etc. En el inventario tridentino abundan las obras de carácter teológico de temas relacionados con los asuntos tratados en el concilio, tanto de autores imperiales como españoles.

 

Bibl.: F. Quiñones de León y de Francisco Martín, marqués de Alcedo y de San Carlos, Los Merinos Mayores de Asturias (del apellido Quiñones) y su descendencia. Apuntes genealógicos, históricos y anecdóticos, Madrid, Sociedad Española de Artes Gráficas, 1918-1925, 2 vols.; J. Meseguer Fernández, “Biblioteca del conde de Luna, embajador de Felipe II en el concilio de Trento”, en VV. AA., Atti del convegno storico internazionale di Trento (2-6 de septiembre de 1963), Roma, 1965; C. Álvarez Álvarez y J. A. Martín Fuertes, Catálogo del archivo de los condes de Luna, León, Colegio Universitario de León, 1977; C. Álvarez Álvarez, El condado de Luna en la Baja Edad Media, León, Colegio Universitario de León, 1982; B. Casado Quintanilla, “La biblioteca de Claudio Fernández Vigil de Quiñones, embajador de Felipe II”, en Archivos Leoneses, 74 (1983), págs. 353-373; “La cuestión de precedencia España-Francia en la tercera asamblea del concilio de Trento”, en Hispania Sacra, XXXVI (1984), págs. 194-214; Claudio Fernández Vigil de Quiñones, conde de Luna y embajador de Felipe II en la Corte Imperial y en el concilio de Trento, Madrid, Universidad Complutense, 1984.

 

Blas Casado Quintanilla

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