Albert, Raimundo. Barcelona, c. 1260 – Valencia, 18.XI.1330. Octavo general de la orden de Nuestra Señora de la Merced (OdeM) y su segundo legislador.
Se sabe muy poco de su vida hasta que entró a participar en el gobierno de su religión, sólo que el 13 de agosto de 1292 era conventual en el monasterio de El Puig de Santa María, Valencia. La mayor parte de su existencia discurrió en Barcelona, donde se cree que nació por los años 1260, y de cuyo cenobio era conventual el 11 de mayo de 1307.
El 15 de junio de 1302 se había iniciado un movimiento trascendental en la Merced, cuando un grupo de religiosos, partidarios de nuevos aires para su Orden, lo eligieron superior general, en oposición al maestre legítimo fray Arnaldo de Amer. Eran momentos de incertidumbre, de búsqueda, de adaptación a tiempos nuevos. Llevado el litigio de la bicefalia a la santa Sede, tras siete años de cisma penoso y agotador, el 12 de febrero de 1308 resolvió Clemente V anulando los nombramientos de fray Arnaldo y del padre Albert, pero dejando a éste prácticamente al frente de la Orden en calidad de prior general. Desempeñó este cometido durante el generalato de fray Arnaldo Rosinyol, al que el padre Albert tuvo sometido con la complicidad y el apoyo del episcopado, que arbitró una serie de medidas lesivas para el maestre el 14 de abril de 1311 en el concilio de Tarragona. Fray Arnaldo llegó a convencerse de que nada podía hacer, sino ceder a los nuevos aires; a pesar de que Jaime II el Justo se mantenía tenaz en la defensa de la tradición laical y el 22 de julio de 1313 llamó a su presencia a los dos líderes, Rosinyol y Albert, para marcar unas pautas.
Murió el maestre Arnaldo Rossinyol el 3 de mayo de 1317 en Valencia. Y nada más realizadas las pompas fúnebres, se puso en marcha el proceso precapitular, siendo convocados individualmente los doscientos cincuenta y nueve religiosos que constituían la Orden por medio de cuatro correos que llegaron a cada uno de los conventos.
Y tuvo lugar un apasionado capítulo general en Valencia entre el 10 y el 13 de julio de 1317, en el que participaron, personalmente o delegando, todos los frailes, nombrándose en cisma dos generales: El padre Raimundo Albert, tuvo ciento catorce sufragios, de los innovadores, que invocaban el principio de que debería ser general el más votado. Mientras que fray Berenguer de Ostales atraía a los tradicionalistas, setenta adhesiones, que se aferraban a la ley de la tradición. Se percibían claros los nuevos derroteros, pero unos y otros se atrincheraron en su posición, y comenzaron a cruzarse réplicas y contrarréplicas ante los obispos de Valencia y de Barcelona, primero; ante el papa, después. Se oían clamores lamentando que en el conato mutuo se descuidaba lo realmente importante, la redención de cautivos, pero las facciones no cejaban, manteniendo sus procuradores ante el papa Juan XXII, que, el 5 de enero de 1318, en Aviñón, por la bula Suscepti cura, anuló ambas designaciones y, por su cuenta, constituyó superior general al padre Albert, ordenando a todos los frailes: “mandamos a vuestra universidad que, recibiéndolo benignamente y tratándolo honestamente por reverencia a Nos y a la Sede apostólica, rindáis obediencia y el debido honor al dicho maestre Raimundo; y, sobre eso, recibid alegremente sus saludables amonestaciones y mandatos, y procurad cumplirlos, hasta el punto de que abunde la caridad mutua y el amor entre vosotros y el maestre, y pueda producirse el aumento de la deseada prosperidad. De lo contrario aplicaremos la condenación que el Maestro lanzó contra los rebeldes y la haremos observar inviolablemente, con la ayuda del Señor, hasta una condigna satisfacción”.
El santo Padre pensó en los que habían mantenido la causa de los legos, fray Berenguer de Ostales y su principal alentador, fray Poncio de Banis, confirmándolos en los cargos que tenían; y sobre fray Poncio, particularmente, mandó el 3 de abril de 1318: “Porque la benignidad de la Sede Apostólica debe proteger a todos los que a ella recurren por un fin encomiable con tan adecuado favor que no sean ofendidos por la injuria de cualquiera, nos dirigimos atentamente a vuestra universidad para rogaros y exhortaros, mandándoos severamente por escritos apostólicos que, por reverencia a Nos y a la Sede Apostólica, cuidéis de recibir benignamente y tratar con caridad fraterna al mismo Poncio, sacando de vosotros el sentimiento de cualquier afecto de odio que podáis abrigar contra él por esa causa, de ningún modo molestándolo indebidamente en su cargo de comendador de dicha casa de El Olivar, que se sabe ha regentado elogiosamente hasta ahora”.
Dueño ya de la situación, el padre Raimundo Albert respetó la advertencia papal, manteniendo en el consejo general a fray Berenguer y en la encomienda olivareña a fray Poncio, pero inició una serie de disposiciones que transformarían rápida y sustancialmente el régimen de la Orden mercedaria: El 14 de noviembre de 1319 el capítulo general de Cuenca acordó que en el futuro: 1. únicamente podría ser general un religioso clérigo, 2. la Orden quedaba sectorizada en cinco provincias, 3. la elección del gobierno general no correspondería a todos los religiosos, sino a siete compromisarios enviados por las provincias.
Las actas pasaron por todas las comunidades, siendo casi unánimemente ratificadas, lo mismo que por el capítulo provincial de Aragón, iniciado el 3 de mayo de 1320 en Lérida.
Golpe definitivo fue el capítulo de Agramunt, iniciado el 3 de junio 1327, al que el padre Albert llevó las Constitutiones fratrum ordinis sanctae Mariae de Mercede, que proclamaban: “Nuestra orden especialmente fue fundada desde el origen para el oficio divino y la redención de cautivos cristianos: y nuestro estado a eso debe especial y solícitamente dirigirse: que siempre debemos redimir con las limosnas de los fieles cristianos a los cristianos cautivos de las manos de los paganos: y que podamos ser útiles a las almas de los prójimos tanto acerca del oficio divino como acerca de esa redención de cautivos”.
Las constituciones de fray Pedro Amer, de 1272, eran originales, caseras, fragantes, directa y exclusivamente orientadas al ser y fin de la Orden, la redención de cautivos. El padre Ramón Albert copia una de las constituciones en uso, que no fueron las Dominicanas, aunque tanto se haya dicho y repetido, sino las Premostratenses, a las que los dominicos al igual que el padre Albert acudieron, como fuente común.
Ellos y Albert allí plagiaron todo lo referente al oficio canónico y a las observancias monásticas. El legislador de 1327 se siente totalmente liberado de todo lo anterior, es más, pretende ignorarlo, a excepción de lo referente a la redención de cautivos. Tiene bien claro el fin redentor de la Merced, pero subordinado a la primera obligación, que es el culto divino; dedicando capítulos y capítulos al ritual, sólo dos, muy cortos, y al final de sus constituciones, a la redención. No menta a san Pedro Nolasco, ni introduce nombres de mercedarios que ya recibían culto popular. Rompe la colegialidad, tan pretendida por fray Amer. Constituye cinco provincias, que para reuniones capitulares quedaban en dos; al capítulo, que se traslada de santa Cruz a Pentecostés, asisten los comendadores de las casas y los religiosos del convento en que tiene lugar la convención; cada tres años el capítulo de la provincia asume carácter de general, pero sólo participan el general y los definidores; las elecciones de general, que sigue vitalicio, las ventilaban entre siete.
Documentos reales de este período hay bastantes.
Jaime II expidió treinta y dos, el que firmó en Tarragona el 10 de marzo de 1320 sigue la norma de reiterar el patrocinio real sobre la Merced: “Recibimos y constituimos bajo nuestra protección, custodia y guidático especial a la orden de Santa María de la Merced de los cautivos”. Alfonso IV dedicó uno a la Orden y otro Pedro IV. De los papas, exceptuados los decretos de la disensión, no obtuvo ninguna bula notable, como no sea una nueva ratificación de las libertades e inmunidades ya lucradas, expedida el 27 de enero de 1218.
Murió el padre Albert en Valencia el 18 de noviembre de 1330, y algunos años después su cuerpo fue trasladado al monasterio de El Puig. Del sarcófago, profanado en 1936, quedan fragmentos; de su cuerpo nada en absoluto. Pasó a la posteridad con fama de santo y reformador, que lo sería, pero no se puede por menos que lamentar su obsesión de relegar al olvido los noventa y nueve años primeros de la Merced, sin duda los mejores.
Obras de ~: Constitutiones fratrum ordinis sanctae Mariae de Mercede redemptionis captivorum, Agramunt, 1327.
Bibl.: N. Gaver, Speculum fratrum ordinis Beatissimae virginis Mariae de Mercede y Cathalogus Magistrorum Generalium et Priorum Conventus Barcinonae, Barcelona, 1445; F. Zumel y Bustillo, De Vitis Patrum et Magistrorum generalium, Ordinis Redemptorum Beatae Mariae de Mercede, Brevis Vita, Salamanca, 1588; B. de Vargas, Crónica sacri, et militaris ordinis B. Mariae de Mercede, Panormi, apud Iannem Baptistam Maringum Impressorem Cameralem, 1619; J. Linás Aznar, Bullarium caelestis ac regalis ordinis de Mercede, Barcelona, ex typographia Raphaelis Figueró, 1696; M. Penedo, “Albert, Raimundo”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pág. 33; J. Millán Rubio, La Orden de Nuestra Señora de la Merced (1301-1400), Roma, Curia General de la Orden de la Merced, 1992.
Joaquín Millán Rubio, OdeM