Portugal, Blanca de. ?, 28.II.1259 – Las Huelgas (Burgos), 12.IV.1321. Infanta de Portugal, religiosa cisterciense (OCist.), señora de Las Huelgas.
Blanca fue hija de Alfonso III de Portugal y de Beatriz, hija de Alfonso X el Sabio. A. de Morales la juzga hija o hermana de san Fernando; Núñez de Castro, hija del rey Dionís de Portugal, cuando en realidad es hermana mayor suya. Fue señora de Montemayor y ejerció el patrocinio sobre las iglesias de aquella villa.
Los escritores portugueses escriben que gobernó el Monasterio de Lorvâo y más tarde el de Las Huelgas de Burgos, mas ya se ha insinuado que jamás ostentó el cargo de abadesa en este monasterio. Su vocación hacia el Císter fue un tanto dudosa y nada personal, puesto que fueron las religiosas de este último Monasterio las que, ante la gran necesidad que tenían de una princesa para velar por sus intereses materiales recurrieron a Sancho IV para que la instara a ingresar en el monasterio. El Rey accedió a sus deseos, interpuso su valimiento e instó a la princesa a dar gusto a las religiosas.
La respuesta no fue pronta, sino que dio largas al asunto y hasta 1295 no accedió a ingresar religiosa.
Al comunicar el Rey a la abadesa de Las Huelgas el resultado de sus gestiones, dice de la princesa: “E tal es la infanta —le dice— que siempre fallaredes en ella bien e lo que debedes fallar”. Añade que con su ingreso se beneficiará no poco el monasterio, aun económicamente.
Así sucedió. La llegada de la princesa Blanca a Las Huelgas suponía un acrecentamiento notable de los bienes del monasterio, por cuanto era dueña y señora de multitud de lugares.
Al bajar al sepulcro Sancho IV, le sucedió su hijo Fernando IV, niño de nueve años, bajo la tutela de su madre María de Molina, una de las mujeres más insignes de Castilla, que supo mantener la Corona de su hijo en medio de las mayores contrariedades, rebeliones y ambiciones de los poderosos que repercutieron de manera especial en los monasterios, sobre todo en el de Las Huelgas, cuyos intereses se vieron atropellados de manera despiadada. Entonces fue cuando las religiosas pusieron sus ojos en la princesa Blanca, con el fin de que ella intercediera ante su primo el Rey con objeto de que las protegiera. Accedió a ello, acudió a Fernando IV, le expuso la situación comprometida por la que pasaba la comunidad, logrando ser amparada, aunque no le fue posible acabar con tantos desmanes y atropellos, dando amplios poderes a los encargados de administrar justicia para que en nombre del Rey les exigiera llamar al orden a los contraventores de las leyes y privilegios del monasterio.
Un beneficio de distinta índole prestó a la casa. Al fallecer en 1295 la abadesa Berenguela López y sucederle en el cargo Urraca Alfonso, quiso ésta poner en vigor una bula de Gregorio IX según la cual las abadesas podían ser bendecidas en la propia iglesia, sin necesidad de salir a recibirla en la catedral. Tal decisión de cumplir lo establecido se le comunicó al prelado, el cual no quería acceder a los deseos de la abadesa, sino que estaba empeñado en seguir la costumbre de salir a recibir la bendición en la catedral. Fue preciso que la princesa tomara cartas en el asunto, interponiendo su valimiento ante el prelado, quien accedió a realizar la ceremonia en la iglesia del monasterio, haciendo constar en un acta que si obraba de aquella forma, era “por gracia e por nos facer onrra e por ruego de la Infanta Dña. Blanca”. Otro beneficio obtuvo del monarca.
Viendo el intenso trabajo que pesaba sobre un escribano, obligado a administrar tantos bienes diseminados por tantos pueblos y señoríos, obtuvo del Rey facultad para contar con dos escribanos que se repartieran las funciones. Hubo otros muchos beneficios que dejaría como recuerdo grato en la comunidad.
No debía de disfrutar de buena salud, en 1311, en plena juventud hizo testamento, en el cual se advierte un rasgo de delicadeza para con su primo Fernando IV, al que pidió autorización para otorgarlo. En él dispone detalladamente la generosidad con que procedió repartiendo equitativamente todo cuanto pertenecía a su patrimonio. Murió en 1321 y la aflicción de la comunidad ante su muerte y el concepto de santidad en que la tenía quedaron plasmados en el libro Regla antigua, en idioma latino, sin duda para leer en capítulo al tiempo de cantar la Calanda en el aniversario de su muerte.
Fuentes y bibl.: Archivo de la Catedral de Burgos, vol. 39, n.os 112-113; Archivo del Real Monasterio de las Huelgas, leg. 3, n.º 85.
E. Flórez, España Sagrada, vol. XXVII, Madrid, Antonio Martín, 1756, págs. 600-601; Reinas Católicas, vol. II, Madrid, 1761, pág. 528, nota 3 (Madrid, Aguilar, 1959); A. Rodríguez López, El Real Monasterio de las Huelgas de Burgos y el Hospital del Rey, vol. I, Burgos, Imprenta y librería del Centro Católico, 1907, págs. 176 y ss.; J. Álvarez, Nobleza y virtud, s. l., s. f., págs. 81-83 (inéd.); D. Yáñez Neira, “Nobleza y virtud en Santa María la Real de las Huelgas”, en Hidalguía, XXXVIII (1989), págs. 233-238.
Damián Yáñez Neira, OCSO