Torrezar y Díaz Pimienta, Juan de. ?, p. s. xviii – Bogotá (Colombia), 12.VI.1782. Militar, gobernador de Cartagena y virrey interino del Nuevo Reino de Granada, fundador de la ciudad de Montería, capital del departamento de Córdoba.
Es un personaje escasamente documentado. Se desconoce la mayor parte de su vida y hasta su lugar y año de nacimiento. Aunque no parece vasco, su apellido Torrezar significa en euskera “Torre vieja” y la casa de este nombre tiene su solar en la feligresía de San Pedro de Murueta, en Vizcaya. Juan de Torrezar ingresó en el Ejército y fue ascendiendo hasta ser coronel del Regimiento de Zamora y luego brigadier y mariscal de campo. Tuvo la distinción de ser nombrado caballero de Carlos III y en 1773 fue designado gobernador de Cartagena, cargo del que tomó posesión al año siguiente. Permaneció en el mismo durante ocho años, salvo un breve interregno en 1780-1781 en que le sustituyó por enfermedad Roque de Quiroga, hasta que fue designado virrey interino del Nuevo Reino de Granada en 1782.
Tampoco son abundantes las noticias sobre el gobierno cartagenero de Torrezar, a excepción de su colaboración con el virrey Flórez para alistar la plaza frente a una posible invasión inglesa y un notable poblamiento realizado en el interior de dicha gobernación, y concretamente en el actual departamento de Córdoba. Tal acción se le ha atribuido a título personal, pero en realidad lo comisionó en manos del oficial Antonio de la Torre Miranda. Juan de Torrezar vivía cómodamente en Cartagena, pues estaba casado con María Ignacia Salas, que tenía la casa de comercio más importante de la ciudad; tenía además algunos achaques de edad y, como se ha dicho, en 1780 tuvo que ser sustituido unos meses por Roque de Quiroga.
La colonización de la actual región de Córdoba ha sido estudiada recientemente por la doctora Pilar Moreno de Ángel, y se empezó a activar en 1759, cuando era gobernador de Cartagena Diego Tabares. Un grupo indígena solicitó autorización para establecer una población hacia las cabeceras del Sinú, en un lugar llamado Barro Colorado, arriba de la quebrada de Paraguay. No pudo realizarse, sin embargo, ni tampoco otros intentos posteriores. La colonización efectiva se realizó a raíz de 1772, cuando el cacique Sebastián Alequenete y los naturales del pueblo de San Antonio de Cereté se dirigieron al gobernador de Cartagena Torrezar Díaz Pimienta y se ofrecieron a fundar delante de Cereté “un pueblo con otros de sus parciales en el paraje de las Monterías que llaman de Buenavista”. Era ciertamente un lugar donde había un rancherío famoso por sus animales de caza, que motivaba la práctica de la montería por parte de los naturales. El cacique pidió que le fuera enviado un cura fraile dominico “no queriendo clérigos”, y escribió a Torrezar: “También participo a Su Excelencia cómo tengo en mis tierras recogidos unas viudas y algunos naturales que se han fugado del pueblo de San Antonio de Cereté y esos no los desamparo hasta ponerlos en mi pueblo bajo de campana como referido llevo a Su Excelencia, ni menos se los entrego a sus capitanes ni alcaldes de sus pueblos”. El cacique Alequenete dijo ser de la parcialidad de los Andaríes y el gobernador le ordenó presentarse ante las autoridades virreinales de la ciudad, pero tras estudiar su solicitud, comisionó al oficial Antonio de la Torre y Miranda para que se trasladara al lugar indicado y fundara el pueblo. Antonio de la Torre y Miranda arribó con sus hombres a “las Monterías que llaman de Buenavista” al finalizar el mes de abril de 1777 y se percató de que los vecinos habían construido sus viviendas sobre pequeños montículos que sobresalían en un terreno anegadizo y malsano “sufriendo sus habitantes un torbellino de picadas y otras plagas tan perjudiciales como molestas, sin tener otra ocupación en todo el día que la de ahuyentar aquellos insectos”.
Ante lo insalubre del lugar, decidió trasladar la gente de San Jerónimo de Buenavista —así la llamó— a un lugar más seco y resguardado de posibles inundaciones, lo que hizo el 1 de mayo de 1777. Ese día trazó las calles de la nueva población y repartió solares a ciento setenta familias, que integraban un total de ochocientas ochenta y cuatro personas. San Jerónimo de Buenavista es la actual Montería, capital del departamento de Córdoba, una floreciente población localizada a orillas del río Sinú. De la Torre sentó las bases de su subsistencia, fomentando la cría de animales vacunos y domésticos y enseñando a los naturales a preparar y sembrar con mayor rendimiento el maíz y el algodón. Posteriormente, se fueron realizando otras expediciones fundadoras de menor importancia. En total parece que fueron cuarenta y tres en toda la Gobernación donde se reunieron cuarenta y un mil individuos.
Torrezar colaboró también activamente con el virrey Manuel Antonio Flórez en disponer la defensa de la costa atlántica de cara a un nuevo conflicto con Inglaterra. El virrey decidió trasladarse a la ciudad portuaria a fines de 1779 y emprendió una gran actividad en remozar las claves de mayor peligro, como fueron la reparación de los fuertes que el ingeniero Agustín Crame hizo en Santa Marta, Riohacha y Bahía Honda. Mandó doscientos soldados del Fijo a Cartagena a reforzar Santa Marta y Riohacha y emprendió las reparaciones de la muralla de Cartagena, el espigón de la Tenaza y los emplazamientos de las baterías del cerro de la Popa, las de Mas y Crespo y el hornabeque de Palo Alto.
Flórez insistió una y otra vez en su relevo, a causa de las enfermedades, y la Corona decidió finalmente aceptar su petición por cédula de 26 de noviembre de 1781, que llegó a Cartagena el 27 de marzo de 1782. El cargo de virrey pasó entonces interinamente al mariscal de campo Juan de Torrezar Díaz Pimienta, quien cobraría sólo medio sueldo y podía disponer además de la merced de nombrar para gobernador de Cartagena un teniente provincial, ya que seguía siendo gobernador en propiedad. Torrezar recibió ademas el perdón real para los comuneros, que había sido anticipado por Flórez. Dejó Cartagena en manos del brigadier de ingenieros Antonio Arévalo y partió el 21 de abril de 1782 con su esposa María Ignacia Salas, que estaba embazarada, un hijo menor, el secretario Juan Casamayor, un capellán, un médico y algunas personas de servicio. Uno de sus acompañantes anónimos llevó un diario del viaje a Bogotá. El nuevo virrey recibió muchas demostraciones de cariño de los cartageneros, que le apreciaban realmente, y se negó a ser escoltado por el Regimiento de la Corona, como se le propuso, pues estimó que debía dirigirse al Socorro para acabar con los últimos focos rebeldes. Torrezar era partidario de medidas suaves con los insurgentes, como manifestó reiteradamente a Gálvez.
La subida por el río Magdalena fue muy penosa y lenta. Al llegar a la playa de Quiebra Cinta la señora virreina se puso de parto y dio a luz un niño. Se siguió luego hasta Honda, donde les esperaba el arzobispo Caballero y Góngora y algunos funcionarios para escoltarle. Torrezar se detuvo aquí nueve días para que se restableciese su señora. Los aprovechó para conversar con el arzobispo sobre los problemas del reino.
Reanudó el viaje el 1 de junio. En Facatativá se le hizo el discurso de bienvenida, con representantes del Cabildo y del Tribunal de Cuentas. Torrezar se sintió mal, con un dolor fuerte en el pecho, y siguió hacia Santa Fe, adonde llegó el 7 de junio, sin querer detenerse en Fontibón, donde le esperaban los señores de la Audiencia y los representantes de los cleros regular y secular. No pudieron hacerse los festejos previstos y el virrey fue directamente al lecho. Se llamó al médico José Celestino Mutis, que aconsejó darle la extremaunción. Aquella noche, Torrezar empeoró, haciendo tres evacuaciones y al día siguiente se le dieron los últimos sacramentos. Torrezar encomendó su esposa y su hijo a su amigo Juan de Casamayor, secretario del virreinato. Instituyó como heredera a su mujer (tenía muy pocos bienes) y murió el 11 de junio, diez minutos después de medianoche. Era por tanto el 12 de junio de 1782. Sólo había estado en Bogotá poco más de cuatro días.
Su viuda María Ignacia siguió hospedada en la casa de la condesa del Real Agrado, mientras preparaba su viaje a Cuba. Aunque era cartagenera tenía entonces a su madre, Inés de Hoyos, en La Habana, casada en segundas nupcias con el mariscal José Diguja. En dicha ciudad moriría su hijo, de dos años de edad. Carlos IV otorgó en 1783 a la viuda de Torrezar la mitad del sueldo que devengaba su difunto esposo, pero cuando llegó la orden a Cartagena, acababa de morir María Ignacia.
Tras el fallecimiento, se reunió el Real Acuerdo, leyéndose la cédula de providencia del 22 de noviembre de 1777. El fiscal pidió que se abriesen también los pliegos que la acompañaban, pero los oidores dijeron que no tenía sentido, ya que sólo contendrían las medidas a tomar en el caso de fallecimiento del virrey Flórez, a quien Torrezar había sucedido como interino. Consecuentemente estimaron que el Gobierno recaía en la Real Audiencia y la Capitanía en el regente Gutiérrez de Piñeres. El visitador Piñeres pasó a tomar, en efecto, el mando militar, como capitán general y la Audiencia el civil, pero a los cinco días intervino el arzobispo de Bogotá Antonio Caballero e hizo saber que no cumpliría con la confianza que el Rey le había dado para que actuara como consejero de los organismos superiores neogranadinos, si no exhortaba al Real Acuerdo a abrir el pliego de providencia que acompañaba al nombramiento de Flórez. En su Relación de mando afirmó: “si no exhortaba al Real Acuerdo para que abriese el pliego de providencias que guardaba en su archivo, en que probablemente constaba el sucesor que el Rey daba al Sr. Pimienta; y en efecto, por fortuna o por desgracia, tan lejos de la expectación pública, como de mi ministerio y profesión, me encontré preelegido por el Soberano desde Octubre de setenta y siete, cuando aún me hallaba de Obispo de Yucatán”. El asunto es bastante extraño, pues prácticamente Caballero forzó la apertura de unos documentos que nadie quería abrir, presintiendo que se le nombraba virrey provisional. No menos extraño es que tal designación la hiciera el Rey en 1777, cuando Caballero estaba en Yucatán y el prelado desconocía todo lo relativo a la Nueva Granada, pues demuestra que no fue un premio por su intervención en apaciguar el movimiento comunero. La cédula de 1777 había señalado hacía un lustro que el arzobispo de Bogotá asumiría el mando en el caso de que el virrey Manuel Antonio de Flórez “falleciere, no hubiere llegado la persona que yo hubiere nombrado para sucederle, o no lo hiciera nuestro don Juan Pimienta, Gobernador de Cartagena, a quien para cualquiera de estos dos casos he nombrado en primer lugar, entréis Vos a ejercer y servir los mencionados empleos, interin que yo ordenase otra cosa”. Era, por tanto, bastante remoto y poco claro que Caballero intuyera su nombramiento de virrey interino, pero sea como fuere, lo cierto es que se posesionó del virreinato el mismo 15 de junio, añadiéndolo a su dignidad episcopal. El historiador Plaza dijo que hubo hablillas calumniosas contra Caballero por la apertura del pliego. En los bolsillos de Torrezar venía con su nombramiento, el indulto general a los comuneros concedido por el Rey.
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Manuel Lucena Salmoral