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Joaquín de Montserrat y Cruillas

Biografía

Montserrat y Cruillas, Joaquín de. Marqués de Cruillas (I). Valencia, 27.VIII.1700 – 21.XI.1771. Virrey de Nueva España, gobernador de Badajoz y comandante general de Aragón.

Era descendiente de los Cruilles del linaje del lugar de Peratallada (Gerona) que, enraizados en Valencia desde tiempos de su conquista, llegaron a ser una de las más antiguas y señoriales familias de esa localidad. Gozaban de títulos nobiliarios tales como el de marqués de Mirasol, barón de Planes, Almudaina, Patraix o bailío de Sueca.

Siguiendo la tradición familiar, eligió la carrera de las armas empezando de cadete en las Reales Guardias Españolas de Infantería. Al poco, ya como alférez, acudió a aquietar los tumultos de Vizcaya. Entre 1719 y 1727 se encontró en el sitio de Fuenterrabía, al fin de cuya campaña obtuvo el rango de segundo teniente. Otras operaciones militares (Urgel, Navarra, Ceuta) le valieron el ascenso a teniente. Participó en la defensa de Gibraltar en calidad de primer teniente o comandante de la primera compañía del Regimiento.

Desde 1735, en que pasó a Génova y el entonces rey de Nápoles y posterior Carlos III de España le concedió el título de marqués de Cruillas, hasta 1741, intervino en la conquista de Sicilia, Lombardía y en las campañas por el ducado de Milán y consiguió, sucesivamente, el grado de capitán de guardias y el de brigadier (1745) por su actuación en la batalla de Camposanto contra los austríacos en la que resultó herido en un brazo. En recompensa a todos estos servicios recibió encomiendas de la Orden de Montesa (Monroy, Burriana), de la que llegó a ser caballero Gran Cruz clavero.

Contrajo matrimonio en Madrid (16 de julio de 1749) con María Josefa de Acuña y Prado, sobrina de otro de los virreyes novohispanos, el marqués de Casafuerte. Transcurridos dos años, ocupó el cargo de gobernador de Badajoz y en febrero de 1754 se le nombró comandante general interino de Aragón en sustitución del marqués de Castelar, puesto que serviría más tarde como propietario durante seis años. En Zaragoza se le comunicó el nombramiento de virrey de Nueva España (10 de marzo de 1760), el primero bajo el reinado de Carlos III y en una época en la que España aún permanecía neutral en la contienda mantenida desde 1756 por dos grandes potencias: Francia y Gran Bretaña (Guerra de los Siete Años).

Emprendió su travesía el 29 de junio de 1760 a bordo del Santiago, capitana de la flota que, al mando del capitán Carlos Reggio, llegaría a Veracruz el 4 de septiembre habiéndosele comunicado a Cruillas su ascenso a teniente general. Le acompañaban su esposa y una comitiva de cuarenta personas, entre las que se encontraban sus hijos Manuel e Ignacio, que serían, respectivamente, capitanes de Infantería y de Caballería de la guardia del Real Palacio de México, su hija María Joaquina y su sobrino Fernando Monserrrat, primer teniente de las Reales Guardias españolas de Infantería. Llevaba Cruillas consigo cincos sellos con la efigie del nuevo Monarca, que tendrían que reemplazar a los de su antecesor, Fernando VI, en las cinco Audiencias del virreinato. En su trayecto hacia México efectuó las inspecciones habituales y pasó revista a las milicias de Puebla, interesándose en que se les enviaran armas. El virrey interino, Francisco Cagigal de la Vega, le hizo entrega del bastón de mando el 4 de octubre en Otumba. Pasados dos días, prestó juramento y tomó posesión de sus cargos en la Audiencia de México. El solemne ceremonial de su entrada pública no se practicaría hasta el 25 de enero de 1761.

Al nuevo virrey se le habían dado unas instrucciones acerca de los asuntos de gobierno que convenía que tratara con mayor prioridad. Sería la organización de la feria de Jalapa, que pasaba por un momento delicado debido a los seculares choques de intereses entre los comerciantes de México y los de España, uno de los que primero atendió. Simultánea con la última fase de esta feria se realizaría la de Acapulco con los géneros que se llevaron en el galeón Santísima Trinidad desde Manila.

Se encontró Cruillas a su arribo con un desahogado erario. Las Cajas Reales tenían un sobrante de más de 3.500.000 pesos, pero esta bonanza duró sólo unos quince meses. Los gastos internos y la cercanía de la contienda con Inglaterra dieron un giro a la administración del virreinato. El envío, por dos veces, de caudales a la metrópoli; la remisión de los situados a las Antillas en los recién llegados navíos de guerra Asia y América; la compra de armas, de cargas de harina, de pólvora y los gastos efectuados en Veracruz y Acapulco le forzaron a pedir un préstamo a los comerciantes de México y a decretar que la Audiencia pusiera a su disposición el caudal procedente de bienes de difuntos, comprometiéndose a devolverlos a la mayor brevedad.

Con las aportaciones de los comerciantes, algunos anticiparon 100.000 pesos (el conde de San Bartolomé de Jala, el coronel Manuel de Rivascacho) y los cedidos por la Audiencia se reunió casi 1.100.000 pesos que Cruillas aplicó para las tropas de tierra, subsistencia de las dos escuadras surtas en La Habana y Cartagena y a otros gastos ineludibles.

Los levantamientos de los seris y pimas y el empuje de los apaches en la frontera septentrional, conflictos planteados en mandatos anteriores al de Cruillas, no fueron solucionados en su tiempo, sino que se acentuaron por el desplome económico que traería la guerra.

El virrey designó como gobernador de Panzacola al coronel Diego Ortiz Parrilla, con el encargo de que contuviera las alteraciones indígenas de esa zona y le dio la interinidad del gobierno de Sonora al capitán José Tienda de Cuervo para sustituir a Juan Antonio de Mendoza, fallecido en una confrontación con los indios rebeldes. En ese área se crearía un nuevo presidio: el de San Marcial o Buenavista y más tarde —con la visita de Gálvez— otros dos entre Sonora y Nueva Vizcaya para defender ese espacio y la amenazada Chihuahua.

Tienda de Cuervo fue llamado muy pronto por el virrey, al igual que el gobernador de Nueva Galicia, el coronel Pedro Montesinos, y otros oficiales con cargos políticos. La idea era la de que se ocuparan de la recluta y entrenamiento del cuerpo de milicias que debía formarse, por ser escasas las tropas permanentes del virreinato, a fin de proteger el entorno de Veracruz, lugar en que se recelaba algún asalto y en donde el virrey acudió entre abril y mayo de 1762 para examinar sus condiciones defensivas.

Al estado precario a que llegó el país, como consecuencia de la situación prebélica que se vivía y del cual no se salió hasta pasada una década, se unieron otras circunstancias adversas, como fue la doble epidemia (1761-1763). La de viruela afectó en mayor grado a la población indígena infantil, cercana ya a tributar, causando sólo en la capital mexicana más de catorce mil quinientos muertos. La de matlazalhualt o tifus se cebó con los adultos, quedándose muchos pueblos indígenas sin gente para la recolección y con el infortunio del hambre. Ello incidió negativamente en la Hacienda, máxime al ser dispensadas muchas poblaciones de pagar los tributos por un tiempo. La movilización de más de quince mil hombres de la clase trabajadora para la defensa del reino, el bajo rendimiento de la minería y la escasez de azogue, así como la grave inundación de 1763 resintieron aún más al debilitado erario.

Estas calamidades coincidieron con el cambio de actitud adoptado por Carlos III en la Guerra de los Siete Años al ponerse del lado de Francia (Tercer Pacto de Familia, 1761) y declarar la guerra a Inglaterra (enero de 1762). Esta nueva situación se dejó sentir en los dominios ultramarinos de la Monarquía española y, al conocer el virrey (15 de julio de 1762) que Cuba había sido invadida por los ingleses y sospechar un posible ataque a Veracruz, proveyó una serie de medidas, entre ellas, la de que se sacaran trescientos hombres de las milicias de México y cuatrocientos de las de Puebla de los Ángeles para reforzar el batallón de la Corona; la vigilancia constante de la costa por los lanceros y milicias; la agilización de las obras del castillo de San Juan de Ulúa o que fueran llevados los caudales de Veracruz a Jalapa para su resguardo. Los esfuerzos del virrey y sus colaboradores no impidieron que los ingleses se apoderaran de La Habana y de Manila (30 de julio y 5 de octubre), lo que supuso otro revés para la economía novohispana al suspenderse el comercio con ambos mercados.

Cruillas se interesaría por la conservación y buen uso del puerto de Veracruz como puerta de entrada del comercio exterior.

Al virrey se le hizo un disimulado reproche por la pérdida de La Habana tildándole de haber enviado a la artillería pólvora de escasa calidad y se le insistiría en que aumentara y mejorase la producción de la misma.

Este mandatario demostró con una certificación que la carga remitida desde México había sido revisada por un experto y dispuso que se realizaran obras en los molinos de la pólvora.

Al persistir el riesgo de que México pudiera ser invadido por Veracruz, Cruillas bajó por segunda vez a esa ciudad (septiembre de 1762), ocupándose activamente de la defensa de sus costas y el socorro a los presidios de Barlovento que habían quedado incomunicados, para lo cual celebró varias juntas con el gobernador de esa plaza, Francisco Crespo, los principales oficiales de mar y tierra y algunos ingenieros. Se tomaron acuerdos como el de efectuar obras en sus baluartes y muralla, allanar los arenales que la rodeaban, levantar dos compañías de granaderos y concentrar un gran número de tropas que serían repartidas por esa ciudad y jurisdicciones colindantes (Jalapa, Orizaba), improvisándose cuarteles en los sótanos de casas particulares por la falta de ellos. Estas y otras prevenciones del virrey serían aprobadas por el Monarca, quien, por su meritoria labor, le distinguiría con la llave de gentilhombre de su Cámara con ejercicio.

La Habana se recuperaría con la Paz de París (1763) a cambio de las Floridas, y la capital filipina, poco después, pero la experiencia de los riesgos sufridos y la proximidad con que las potencias extranjeras quedaban ahora para consumar una hipotética invasión directa a Nueva España, movieron a la Corona a elaborar un plan general para el fortalecimiento militar, económico y naval de esos territorios. La puesta en marcha del proyecto en lo relativo a la estructuración del ejército virreinal a la manera de los de Europa le fue encomendada al teniente general Juan de Villalba, quien llegaría a Veracruz en noviembre de 1764 en compañía de cuatro mariscales (Zayas, Palacio, Ricardos, y el marqués de Rubi), del Regimiento de Infantería de América formado por dos batallones de nueve compañías, de un núcleo de dos regimientos de dragones y de más de setecientos hombres de distinto rango. El propósito era implantar en México un ejército disciplinado y permanente de tropas veteranas y organizar un cuerpo de milicias provinciales, conforme a las instrucciones que a este y a otros fines, como el de las fortificaciones, se le entregaron a Villalba y fueron elaboradas por el conde de Aranda a instancias del ministro marqués de Esquilache.

Nada más llegar, Villalba rehusó algunos de los cumplidos del virrey que éste interpretó como desaires hacia su persona. En calidad de comandante general de Nueva España e inspector de las tropas, examinó y modificó, sin consultarle, las compañías de Dragones e Infantería de Veracruz, dando ingreso a una parte del destacamento traído desde la metrópoli constituyéndose, de este modo, el Regimiento de Dragones de España.

Cruillas se sintió despojado del mando de las armas que, como capitán general, le correspondía, originándose, irremisiblemente, diferencias entre ambos, como ya lo había intuido el autor de las instrucciones, por la repetición de prerrogativas. Aunque Villalba hizo otras reformas de las tropas, tal y como la de la guardia virreinal en la que quedaron fuera los dos hijos de Cruillas, estos cambios se interrumpirían temporalmente.

Para sostener el nuevo programa defensivo había que arreglar la Hacienda y buscar nuevos arbitrios, tarea que se le confió, junto con la visita a los tribunales de justicia, al alcalde de Casa y Corte José de Gálvez, al que se le honró con los cargos de intendente del Ejército y consejero honorario del Consejo de Indias y, como a Villalba, se le dotó de unas atribuciones inusitadas hasta entonces, que limitaron, de pronto, las que el virrey había gozado desde antiguo y afectó a la institución que representaba. El que sería futuro marqués de Sonora y ministro de Indias, llegaría al virreinato en julio de 1765, cuando las tensiones Cruillas-Villalba habían alcanzado su punto más álgido logrando armonizar, sólo por poco tiempo, sus posturas. El ceremonial con que Gálvez quería publicar el edicto de su visita general o la resolución de sacar un destacamento de Veracruz para llevarlo a la Laguna de Términos, en donde se había intensificado el contrabando de los ingleses y franceses, originaron fisuras en las relaciones del visitador y la máxima autoridad virreinal.

El choque de caracteres entre las tres personalidades, y el de atribuciones, fruto de la diferente política observada en el gobierno de Madrid (Arriaga y Esquilache) dio lugar a una crecida correspondencia con quejas de unos y otros. Cruillas conseguiría a la larga con sus protestas que los virreyes recobraran el mando supremo de las fuerzas armadas de su jurisdicción. La difícil situación creada en Nueva España vino a solucionarse cuando, aprovechando que el virrey había cumplido los cinco años por los que solía concederse el gobierno, fue relevado por el marqués de Croix.

Éste, bien aleccionado en la Corte, se amoldaría a los designios de Gálvez.

Otros asuntos a los que prestó atención Cruillas a lo largo de su gobierno fue a la extinción de las bebidas prohibidas y a combatir la delincuencia cuidando también del buen abasto de la capital y de la reparación de los caminos reales y públicos, de las calzadas y cañerías de agua, favoreciendo la construcción de puentes (Tacubaya, San Ángel). Se hicieron mejoras en el Hospital de Indios de la capital mexicana creando nuevas salas, para lo cual aplicó el virrey considerables cantidades del arbitrio de las corridas de toros. Igualmente, dejó muy adelantadas las obras del Hospicio para pobres. Intentó que se enmendara la provisión de gobernadores y alcaldes mayores caracterizado desde mandatos precedentes por sus anomalías. Procuró el aumento de la Real Hacienda en todos sus ramos disponiendo que algunos impuestos, como el de las alcabalas, se administraran de cuenta del Erario y se hicieron diligencias para establecer el monopolio del tabaco. Dictó providencias para la reedificación de las Cajas de Guanajuato y la de San Luis Potosí y el arreglo de las de Zimapán y Bolaños.

También en su época se gestionó el establecimiento del Montepío Militar en Nueva España.

A finales de su mandato, los operarios de las reputadas minas de Real del Monte, propiedad del primer conde de Regla, protagonizaron un grave tumulto que Cruillas trató de zanjar designando como juez subdelegado al alcalde del Crimen Francisco Javier de Gamboa, experto en minería y autor de unos comentarios a las Ordenanzas de Minas. El conflicto se prolongó y fue una de las arduas materias que heredaría Croix a quien Cruillas hizo entrega del bastón de mando, según la costumbre, en Otumba el 23 de agosto de 1766. Al virrey saliente se le había ordenado que no se ausentara hasta finalizar el juicio de residencia que, a cargo del fiscal de la Audiencia de Guadalajara Domingo de Arangoity, se le estaba haciendo. Como esta resolución era algo inusual y podía afectar a su honra, Cruillas pidió al Rey y al ministro Arriaga poder marcharse antes, como lo habían hecho otros virreyes, pero no obtuvo el permiso.

Hasta su conclusión, el 30 de mayo de 1767, permaneció en Cholula emprendiendo en esa fecha junto a su esposa su vuelta a España en el navío Dragón.

Ya en Madrid, el Consejo de Indias (febrero de 1768) le absolvió de los diez cargos que se le habían formulado y de otro que se le hizo separadamente acerca de su autorización, a cambio de supuestos obsequios, para que la fragata Trent y otros barcos ingleses que habían entrado en Veracruz a raíz del armisticio, pudieran descargar y vender algunos géneros. El Consejo en su resolución del juicio de residencia destacó su integridad y su “celo, esmero y acierto” durante su administración en el virreinato en una situación tan crítica como la que le tocó vivir. Para Croix, fue un hombre “de alta inteligencia y sobre todo, íntegro y probo”.

Se mantuvo Cruillas en la Corte hasta que le fue otorgada una licencia de seis meses (marzo de 1771) para ir a Valencia a recuperarse de sus males, sobreviniéndole la muerte en su casa natal y en el mismo cuarto donde había nacido. Fue enterrado a las afueras de la ciudad en la cripta familiar del antiguo Convento del Socorro. En 1872 se exhumaron sus restos y se trasladaron a la iglesia del pueblo de Patraix. Por este tiempo, su biznieto, de igual nombre, realizó una biografía del marqués orientada a reivindicar la figura y obra de su pariente, en especial, de su etapa en Nueva España al considerar que su memoria había sido ultrajada por algunos autores de mediados del xix (Ferrer del Río, La Fuente) que sembraron dudas sobre su honestidad en el uso de fondos públicos, basándose en ciertos rumores, acusaciones y denuncias que rodearon su administración y que fueron recogidos por Armona en sus Noticias.

 

Bibl.: A. Cavo (SI), Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español hasta la entrada del ejército trigarante, México, Imprenta de J. R. Navarro, 1852; A. Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, t. I, Madrid, Imprenta Matute y Compagni, 1856; M. Lafuente, Historia general de España, t. XX, parte III, lib. VIII, Madrid, Tipografía Mellado, 1857; M. Rivera, Los gobernantes de México, t. I, México, Imprenta de J. M. Aguilar Ortega, 1872; El marqués de Cruilles, Biografía del Excmo. Sr. Teniente general D. Joaquín Monserrat y Cruilles, Marqués de Cruilles, Virey de Nueva España de 1760 a 1766, Valencia, Nicasio Rius, 1880; H. I. Priestley, José de Gálvez, visitor general of New Spain (1765-1771), Berkeley, 1916; J. Carvana Reig, Los Cruilles y sus alianzas, Valencia, 1946; J. de Atienza, Nobiliario español. Diccionario heráldico de apellidos españoles y de títulos nobiliarios, Madrid, Aguilar, 1954; A. y A. García Carraffa, Diccionario Heráldico y Genealógico de apellidos españoles y americanos, t. XXV, Madrid, Imprenta Radio, 1955; J. I. Rubio Mañé, Introducción al estudio de los Virreyes de Nueva España, 1535-1746, t. I, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), 1955; C. Alcázar Molina, Los virreinatos en el siglo XVIII, en A. Ballesteros y Beretta (dir.), Historia de América y de los pueblos americanos, Barcelona, Salvat, 1959; L. Navarro García, Don José de Gálvez y la comandancia general de las provincias internas del norte de Nueva España, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos (EEHA), 1964; M. P. Antolín Espino, “El Virrey Marqués de Cruillas (1760-1766)”, en J. A. Calderón Quijano (est. prelim. y dir.), Los virreyes de Nueva España en el reinado de Carlos III, t. I, Sevilla, EEHA, 1967, págs. 1-157; V. Riva Palacio (dir.), Resumen integral de México a través de los siglos, México, Compañía General de Ediciones, 1968; J. E. Fagg, Historia general de Latinoamérica, Madrid, Taurus, 1970; R. Moreno, “Las instituciones de la industria minera novohispana”, en La minería en México. Estudios sobre su desarrollo histórico, México, UNAM, 1978, págs. 69-164; C. Corona Marzol, “Los hombres de la reforma militar en Nueva España: Los conflictos por competencias entre el Marqués de Cruillas y el comandante General Villalba (1764-1766)”, en Temas de Historia Militar, t. II, Zaragoza, Adalid, 1988, págs. 299-312; F. Orozco Linares, Gobernantes de México. Desde la época Prehispánica hasta nuestros días, México, Panorama, 1989; J. Montoro, Los virreyes españoles en América, Barcelona, Mitre, 1991; C. Corona Marzol, “La defensa valenciana del marqués de Cruillas: de la residencia del virrey a la historiografía decimonónica”, y C. Parcero Torre, “Las tropas de Aragón en la expedición de Juan de Villalba”, en VV. AA., VII Congreso Internacional de Historia de América, t. I, Zaragoza, Diputación General de Aragón, 1996, págs. 191-202 y págs. 573-592, respect.; I. Rodríguez Moya, La mirada del virrey. Iconografía del poder en la Nueva España, Castellón de la Plana, Publicacions de la Universitá Jaume I, 2003; L. Navarro García, “El reformismo borbónico: proyectos y realidades”, en F. Barrios (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y Audiencias en la América Hispánica, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2004, págs. 489-501.

 

Ascensión Baeza Martín