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Felipe de Silva

Biografía

Silva, Felipe de. Portugal, 1589 – Zaragoza, 1645. Gentilhombre de Cámara, consejero de Estado y virrey de Cataluña durante el reinado de Felipe IV.

Descendía de una rama del marquesado de Montemayor, señorío feudal cerca de Toledo, que narró Luis Salazar y Castro, y ostentó la mayor dignidad de una de las órdenes militares más prestigiosas de Castilla, como comendador de Alcántara. Sus primeros contactos con Cataluña se retrotraían a agosto de 1636, cuando fue nombrado por el rey Felipe IV para organizar las defensas de la frontera con Francia, un territorio problemático que había que vigilar más aún en el marco de la guerra de los 30 años y las difíciles relaciones con Francia. La vigilancia en la frontera adquiría más relevancia aún, teniendo en cuenta que por entonces se sospechaban deserciones y huidas de soldados desde el principado, que se pasaban a Francia.

Ejerció el virreinato de Cataluña también en calidad de capitán general entre los años 1643 y 1644-1645, durante la guerra de separación, como destacado militar para la causa de la monarquía española. Silva, en cuya credencial de nombramiento no constaba sin embargo su título como gobernador, ejerciendo por lo tanto este cometido como presidente de la Real Audiencia el noble don Ramon de Calders, sucedía al anterior lugarteniente de la Corona en el Principado, el marqués de Los Vélez, quien inició las primeras campañas bélicas. Obtenía la credencial de virrey en Madrid, con fecha de 10 de marzo de 1643. Para planear correctamente su acción, ya en dirección a Cataluña habiendo partido de la Corte de Madrid, pasando por la ciudad de Zaragoza, nombraba a Pedro Ferrer su lugarteniente de escribano. Sus inicios como virrey tuvieron lugar durante el tiempo en el que el francés Pierre de Marca había sido nombrado visitador del Principado por parte de las autoridades francesas y en el momento en el que Francia estaba sumergida entre graves problemas internos y agotadas sus arcas ante la defensa del reino frente a la rebelión de la Fronda, que se había extendido como una fiebre por todo el reino. El cardenal Mazarino, además, prefería intensificar la guerra en otros frentes, como la península italiana, de modo que en aquel año de 1643 Cataluña fue claramente relegada a un lugar subordinado entre los proyectos de Francia. Atrás iban a quedar, por lo tanto, las victorias que significaron en 1642 la conquista del Rosellón, la toma de Monzón, o la derrota de Leganés en las afueras de Lérida. Ninguna de ellas tuvo su continuación en el año en que Felipe de Silva comenzaba su gestión como virrey. A consecuencia de ello el mariscal La Mothe, a la sazón virrey en Cataluña y dirigiendo el Ejército francés, se encontraba falto de recursos y, por lo tanto, incapacitado para acometer cualquier acción militar de cierta envergadura frente a las tropas españolas. Sus únicas posibilidades consistían en organizar la defensa frente a los ataques de las fuerzas de Felipe IV, que desde el mes de enero, previo a la entrada de Silva en el frente español, se encontraban controlando la estratégica plaza fronteriza de Flix, bajo el mando del general Juan de Garay. A finales de 1643, los españoles, con Silva al frente, seguían moviéndose en la frontera aragonesa y, a mediados del mes de octubre, un poderoso ejército atravesaba el río Cinca. El día 18 de octubre, el virrey francés se trasladaba de la ciudad de Barcelona en dirección a Lérida, con el objetivo de oponerse a los cada vez más insidiosos movimientos del ejército español, que a finales del mismo mes iniciaba el ataque y sitio de la plaza de Monzón. Tras treinta días de intensa lucha entre ambos bandos, Monzón se rendía. Era el 3 de diciembre. En mayo del año siguiente, en 1644, el ejército comandado por Felipe de Silva cruzaba decisivamente el río Cinca consiguiendo cortar la comunicación de Lérida con el resto del Principado. Lérida caía en manos de los españoles y en el mes de junio el ejército español se posicionaba sobre el castillo de Gardeny. El éxito de la campaña venía a fortalecer la moral vencedora, superando pues el amargo recuerdo de las últimas derrotas que la infantería española había sufrido hacía menos de un año, en la plaza de Rocroi, en medio de la guerra europea.

En esa coyuntura Silva era el encargado de pactar los términos de la rendición de la ciudad de Lérida con su hasta entonces gobernador francés, Chausy. Su caída constituyó un duro golpe para los objetivos de Francia y para las expectativas de sus adictos en Cataluña.

De hecho, éstos cada vez eran menos, decepcionados y resentidos ante la explotación que para sus propios fines militares y políticos habían ejercido los franceses. A ello, se unía el rechazo que la rica burguesía mostraba cada vez más a las pretensiones económicas de convertir el principado en una colonia inundada de manufacturas francesas. No en vano, se habían roto desde los inicios de la separación los tradicionales lazos comerciales de Cataluña con Sicilia y Cerdeña, pasando a depender de los graneros del Languedoc. Éste era el ambivalente contexto en el que se hallaban sometidas las gentes del país y que el virrey iba conociendo. Días más tarde de la toma de Lérida, siendo ya el 7 de agosto de 1644, Silva preparaba detalladamente la anhelada entrada oficial del rey Felipe IV en la ciudad, que aparecía acompañado de numerosos e influyentes personajes de la Corte de Madrid, y en la catedral juró solemnemente respetar los Usatges de Barcelona, las constituciones catalanas, los capítulos y actas de Corte y todo el resto de privilegios e inmunidades. Junto con el juramento, el Rey decretó libertad a muchos prisioneros otorgándoles licencia para regresar a sus hogares. Balaguer y Agramunt, ante esta halagadora política, no tardaron en rendirse hacia los meses de septiembre y octubre.

Dominar Lérida no significaba tan sólo todo lo que pudiera desprenderse de una victoria militar, sino que también permitía llevar a cabo toda una campaña de atracción y propaganda política hacia el resto del territorio, pese a que fuera estratégicamente contrarestada por la acción propagandística profrancesa. Silva era testigo de cómo los franceses reaccionaban intensificando sus sospechas y vigilancia, decretando expulsiones bajo onerosas penas, y también con nuevos nombramientos para las operaciones militares a fin de reintentar recuperarse, de manera que en el mes de diciembre del mismo año, la Corte francesa destituía al mariscal La Mothe, pasando a ser sustituido por el comandante conde de Harcourt sobre el que se debían cifrar ciertas esperanzas. En efecto, sus cambios tuvieron suerte, en mayo de 1645 los franceses se hacían con la fortaleza de Rosas, una de las más difíciles del principado. Silva finalizaba su gobierno con el sabor agridulce de estos acontecimientos. Parece que falleció sin descendencia pasando sus bienes a su sobrino Pedro de Silva, VI marqués de Montemayor.

 

Bibl.: J. Sanabre, La acción de Francia en Cataluña en la pugna por la hegemonía de Europa (1640-1659), Barcelona, Reial Acadèmia de Bones Lletres, 1956; J. Mateu i Ibars, Los virreyes de los estados de la antigua Corona de Aragón. Repertorio biobibliográfico, iconográfico y documental, I, tesis doctoral, Barcelona, Universidad, 1960; J. Reglà i Campistol, Els virreis de Catalunya: els segles xvi i xvii, Barcelona, Vicens Vives, 1961; F. Soldevila, Història de Catalunya, II, Barcelona, Alpha, 1962; J. Lalinde, La institución virreinal en Cataluña, 1471-1716, Barcelona, Instituto de Estudios Mediterráneos, 1964; J. H. Elliott, La rebelión de los catalanes. Un estudio de la decadencia de españa, 1598-1640, Barcelona, Siglo XXI, 1986 (3.ª ed.).

 

Mariela Fargas Peñarrocha

 

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