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Fausto Cruzat y Góngora

Biografía

Cruzat y Góngora, Fausto. Pamplona (Navarra), c. 1640 – ¿Filipinas?, 14.VI.1702 post. Gobernador y capitán general de Filipinas, caballero de la Orden de Santiago.

Pertenecía al ilustre linaje de los Cruzat de Bretaña; los de Navarra tuvieron casa y solar desde el siglo XIII en el burgo de San Cernín o San Fermín de Pamplona y en esta ciudad nació el futuro gobernador de Filipinas. De su misma familia eran Martín de Redín y Cruzat, gran maestre de la Orden de Malta, y su hermano Tiburcio, famoso por su valor, que ingresó en la Orden de los capuchinos.

Fausto Cruzat fue nombrado gobernador de Filipinas en 1690 y viajó a las islas en compañía de su esposa Beatriz de Aróstegui, natural de Cádiz, llevando a sus hijos, Martín, Fausto, Juan, Ignacia y Teresa.

Hizo su entrada solemne en Manila el 25 de julio de 1690, siendo agasajado con grandes festejos, como era costumbre. El suyo fue el último recibimiento solemne de un gobernador en Manila porque el sucesor, Domingo de Zabalburu, no quiso que se le hiciera ningún festejo, con motivo del reciente fallecimiento del rey Carlos II.

En poco tiempo se hizo cargo de la pésima situación de las cajas reales de Manila y aprendió pronto cómo aumentar los ingresos de la Real Hacienda, en lo que puso el mayor empeño. La nueva política recaudatoria logró cobrar la mayor parte de las deudas de los contribuyentes, pero a la vez le granjeó la antipatía de los vecinos de Manila. No obstante, la mantuvo con energía durante los casi once años que duró su gobierno, el más largo en la historia de Filipinas. Con los frutos de esta política fiscal reparó el palacio real, la Audiencia y otros edificios públicos, y pudo perdonar a las reales cajas de México medio millón de pesos que debían a las de Manila, por atrasos en el envío del situado, aunque para esto hubo de rebajar el sueldo a la tropa y dejarla sin ropa ni armamento.

Los años de su gobierno están salpicados de desastres marítimos; el galeón Santo Cristo de Burgos, que zarpó de Sorsogón en 1693, se incendió en alta mar y se perdieron su carga y las personas que en él navegaban.

Fausto Cruzat hizo construir en Cavite el mayor galeón hasta entonces fabricado en Filipinas, el San José, que emprendió viaje en 1694 y fue destrozado por un fortísimo huracán ante la isla de Luban, perdiéndose íntegro el rico cargamento que debía llevar a Acapulco.

Sin duda, lo más importante de su mandato fue la publicación de unas Ordenanzas de Buen Gobierno fechadas a 1 de octubre de 1692, que actualizaban y mejoraban las que había dado en 1642 Sebastián Hurtado de Corcuera. Constan de treinta y ocho capítulos relativos a la función de los alcaldes mayores y al trato que deben dar a los naturales. Prohíbe la práctica, muy extendida en Filipinas, de gravar a los contribuyentes con derramas arbitrariamente establecidas por estos funcionarios, sin autorización del gobernador, que debe cuidar de su justa distribución para que paguen más los que más tuvieren y no por igual, como se solía hacer. Prohíben el comercio a los alcaldes mayores, abuso antiguo en las islas aunque siempre fue ilegal, y ordena a estos justicias visitar todos los años los pueblos de su jurisdicción, para inspeccionarlo todo y oír las quejas de los naturales. Manda que se cuiden puentes y caminos y que se limpien los ríos, con atención preferente a los que bajan de la Laguna de Bay hacia Manila, para evitar que su desbordamiento perjudique los cultivos de las tierras ribereñas.

Se debe obligar a los indios a cultivar algunas tierras y tener cierto número de animales, para prevenir las hambrunas. El alcalde mayor debe vigilar también que no haya indios esclavizados y que no residan chinos en los pueblos de indígenas, sino que se mantengan concentrados en su Parián de Manila y en los pueblos que les estaban destinados. Han de respetar la libertad de los indios para tratar y contratar entre ellos, sin necesidad de licencias ni pago de derecho alguno, y lo mismo en todas las tierras del Rey, y no permitir que sufran agravio ni vejación. El capítulo 19 de estas ordenanzas trata un tema importante: la justa distribución de los servicios personales, llamados polos en Filipinas. El capítulo 21 prohíbe dar indios tanores “para servicio de nadie” y que residan españoles en pueblos de indios, sin licencia superior. Este capítulo —número 29— trata de evitar abusos frecuentes.

También prohíbe que se obligue a los cabezas de barangays a transportar hasta la cabecera o capital de la provincia el importe de los tributos de los indios de su jurisdicción. El capítulo 37 pretende impedir el trato y comercio de los indígenas reducidos a pueblos con los infieles y “remontados”, porque éste imposibilita su pacificación. Por fin, las ordenanzas mandan que se nombren principales honrados para vigilar la moralidad de las costumbres, y que no existan en los pueblos los llamados vilataos y casones, que los vecinos ocultaban para tenerlos como siervos sin que pagaran tributo ni hicieran prestaciones personales.

La llegada del arzobispo Diego Camacho y Ávila para ocupar la sede arzobispal de Manila trajo muchos problemas al gobernador en su calidad de vicepatrono.

Era el arzobispo hombre de carácter difícil y muy celoso de sus prerrogativas; pronto chocó con las órdenes religiosas establecidas en Filipinas, que tres meses antes de su llegada habían firmado una Concordia (5 de mayo de 1697) para oponerse a toda pretensión del prelado de someterlos a la visita diocesana. Quiso empezar por el hospital de San Gabriel, extramuros de Manila, que regentaban los dominicos, quienes no quisieron recibirle sin orden de su provincial, y el arzobispo excomulgó al administrador.

Poco después intentó visitar la parroquia de Tondo a cargo de los agustinos, que también se negaron a recibirle, alegando que aquella iglesia no era ya parroquia, puesto que habían renunciado a todos sus curatos, y, por tanto, sólo pertenecía a la orden.

La misma actitud adoptaron las otras órdenes religiosas, quedando los pueblos sin sacerdotes. Los frailes acudieron al vicepatrono y la actitud de Cruzat y Góngora fue prudente; después de consultar al Real Acuerdo rechazó la renuncia hecha por los frailes, quienes pensaban que la gran escasez de clero regular impediría al arzobispo cubrir sus vacantes, pero éste envió curas interinos a las doctrinas abandonadas por los religiosos, que fueron mal recibidos por el pueblo.

En esta difícil situación, Cruzat y Góngora actuó con moderación y prudencia: por dos veces envió “ruego y encargo” a los religiosos para que no abandonaran parroquias y doctrinas, pero no fue atendido. Cuando escribe al Rey, respalda al arzobispo que estima actuó conforme a las disposiciones canónicas y reales.

Cuando Camacho y Ávila pidió al Rey que se erigiera en Manila un seminario conciliar, que aún no existía, el gobernador expuso su opinión contraria porque estimaba suficientes los colegios de San José y Santo Tomas, de jesuitas y dominicos, para la formación del clero diocesano necesario en la archidiócesis. Esto no impidió que las relaciones entre gobernador y arzobispo siguieran siendo cordiales. El asunto se resolvió cuando ya Cruzat había sido relevado por Domingo de Zabalburu, nombrado en septiembre de 1694, que no llegó a Manila hasta el 8 de diciembre de 1701. A pesar de lo cual parece por las noticias que se tienen que Cruzat continuó en el Archipiélago, pues testó el 14 de junio de 1702 en el Sitio de Rosario en las Filipinas.

 

Bibl.: J. Montero y Vidal, Historia General de Filipinas, t. I, Madrid, Manuel Tello-Viuda e Hijos de Tello, 1887, cap. XXXI; C. Díaz, Conquistas de las islas Filipinas, Valladolid, 1890 (2.ª parte de G. de San Agustín, Conquistas de las Islas Philipinas [...]. Parte primera, Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz de Murga, 1698); P. Rubio Merino, Don Diego Camacho y Ávila, Arzobispo de Manila y de Guadalajara de México (1695-1712), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1958; A. y A. García Carrafa, Enciclopedia Heráldica y Genealógica Hispano Americana, t. 25, Madrid, A. Marzo, 1919-1958; P. Borges Morán (dir.), Historia de la Iglesia en América y Filipinas (Siglos XV-XIX), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1992; E. de Cárdenas Piera, Caballeros de la Orden de Santiago. Siglo XVIII, t. VI, Madrid, Hidalguía, 1994, pág. 58.

 

Lourdes Díaz-Trechuelo López-Spínola, Marquesa de Spínola