Redín y Cruzat, Tiburcio de. Francisco de Pamplona. Barón de Bigüezal. Señor de Redín. Pamplona (Navarra), 11.VIII.1597 – La Guaira (Venezuela), 31.VIII.1651. Capuchino (OFMCap.), organizador de misiones, militar (general).
Tiburcio de Redín es el benjamín de una familia de nueve hijos, fruto del matrimonio entre Carlos de Redín, cuarto barón de Bigüezal, e Isabel de Cruzat, natural de Oriz. Nació en la casa familiar de Pamplona, el 11 de agosto de 1597 y fue bautizado tres días más tarde en la iglesia de San Cernín.
Su padre falleció al poco de nacer el pequeño Tiburcio, por lo que la educación de toda la familia recayó en manos de su madre, quien se caracterizó siempre por su dureza y acritud. Este fuerte temperamento sería una característica que él heredaría especialmente, y que se mostrará en muchos momentos de su vida, así como una gran altivez.
Toda su familia estaba singularmente determinada por la carrera militar. Su padre había peleado en Flandes y en Italia, al igual que sus hermanos Miguel Adrián y Martín. Felipe III había afirmado de su familia, que habían gastado “sus haciendas y las ajenas en nuestro servicio”. Miguel Adrián llegaría a ser capitán de mar y guerra y maestre de campo de la Armada y caballero de la Orden de Calatrava; pero el que logró una carrera más llamativa fue su hermano Martín, que era caballero de San Juan de Malta y comendador de la encomienda de Apizarre, y llegó a ser gran prior de Navarra, virrey de Sicilia y gran maestre de Malta.
Con estos ejemplos de gloria y prestigio social, Tiburcio opta por la carrera militar a la edad de catorce años.
Sus primeros pasos en ella fueron en 1614, junto a su hermano Miguel Adrián, en la contienda en el Milanesado, donde debía de estar en calidad de paje.
Hasta el 28 de mayo de 1617 permanece como soldado, y ya mostraba su valor. Concluida ese mismo año la guerra de Pavía, siguió en tierras italianas a las órdenes de Manuel Pimentel, con el que regresa a España en 1619. Con su regreso a la Península su vida sufre un significativo cambio, abandona el Ejército de tierra, y pasa a ser soldado de mar aunque pronto alcanzará el grado de alférez.
En 1622 es nombrado capitán provisional de mar y guerra, al frente del galeón Espíritu Santo, que tiene la encomienda de ir a isla Margarita por cargamentos de perlas; junto al general Tomás de Larráspuru obtiene grandes éxitos. El 4 de marzo de 1624 cumple su gran sueño de vestir el hábito de caballero de Santiago, después de las preceptivas pesquisas acerca de la limpieza de sangre. Ese mismo año, pero un mes más tarde, ante la quebrantada salud de su hermano Miguel Adrián, el Rey lo nombra capitán de la compañía que éste comandaba. Su vida, en estos años, es un continuo afán lleno de constantes éxitos. El 6 de enero de 1627, por renuncia de su hermano, toma el mando de su compañía, que formaba parte del tercio que servía en la Armada de la carrera de Indias; cuando el Rey le encomendaba esta tarea, tenía en cuenta que “también me ha servido en la Armada y en los estados de Milán”.
El 10 de marzo de 1629, en premio a los méritos contraídos era designado capitán de “mar y guerra” para que formara parte de la flota de Indias, que tenía como tarea singular desalojar a franceses e ingleses de algunas islas del Caribe. Los logros en esta tarea tan importante para el sostenimiento de las Indias fueron continuos. Estos triunfos en su carrera militar se verán nuevamente recompensados el 10 de abril de 1632, con la formación de nuevas compañías, para las que es nombrado capitán de una de ellas.
La escuadra parte el 12 de mayo de 1633 en dirección a las islas de Barlovento, para poner freno a los desmanes de los piratas. El 1 de julio Tiburcio, al frente de sus soldados, logra la rendición de los rebeldes en la isla de San Martín. Su hermano Miguel Adrián, con idéntica responsabilidad, caía el 15 de septiembre combatiendo frente a Puerto Rico. De esta manera, el mayorazgo de la casa de Redín y el título de barón de Bigüezal venían a recaer sobre él. En 1635 la Corona tiene necesidad de organizar una nueva flota para vigilar el Mediterráneo y, la Junta de Guerra nombra a Redín gobernador de dicha armada. En julio de ese mismo año se traslada a Madrid para que se hiciera efectivo el nombramiento, pero la burocracia y talante del conde-duque no facilitaban la gestión de los despachos.
Ante esta realidad, en diversas ocasiones, hace uso de su peculiar altanería, lo que le llevó, a mediados de septiembre, a tener que abandonar Madrid.
Desde Cádiz se embarca a Panamá, donde el virrey de aquella provincia recibe orden de apresarlo y remitirlo a España. Así lo hace el virrey, aunque el asunto parece un poco ridículo, puesto que Redín regresa como capitán de la nave en la que venía preso. Su singular astucia le lleva a borrar las manchas que había podido acarrear por su irreflexiva conducta. Así, poco después de darse a la mar, Redín consigue apresar un barco pirata holandés, que llevará a Cádiz como botín de guerra. Ante esta situación, Felipe IV lo reclama a su presencia, por lo que el de Olivares olvida lo sucedido anteriormente y, el 26 de octubre de 1635, recibe el nombramiento de gobernador de la Armada de Cataluña.
A finales de noviembre se dirige a Barcelona para tomar posesión de su nuevo oficio. En esta ocasión, debido a las intrigas y desavenencias con el virrey de Cataluña el 8 de marzo de 1636 pide al Rey que le libere del puesto que le obliga a estar sometido al duque de Fernandina. Ese mismo año, y ante el intento de invasión por parte de los franceses, marcha al frente de las tropas como maestre de campo, a las órdenes del virrey de Navarra y capitán general. También en esta ocasión tiene fuertes desavenencias con el marqués de Valparaíso y, el 17 de febrero de 1637, es destituido de su puesto. Redín regresa a Navarra y, por cédula real del 2 de abril de 1637, es nombrado general de la primera flota de Tierra Firme, con este nombramiento se dirige a la Corte, donde tendrá lugar un acontecimiento sorpresivo. El barón de Bigüezal, acostumbrado a lances y batallas, sufre un accidente debido a pugnas callejeras que le pone al borde de la muerte y, decide abandonar la vida militar e ingresar en vida regular.
Redín ingresa en los capuchinos el 26 de julio de 1637, y lo hace en el noviciado que la provincia de Aragón tenía en Tarazona. A partir de aquel momento cambiará su nombre de bautismo por el de fray Francisco de Pamplona. El 1 de agosto de 1638, varios días antes de emitir su profesión religiosa, hace testamento y abandona todos los bienes y honores de que gozaba.
Automáticamente es enviado al convento de Peralta y poco después, al de Tudela, donde ejerce el oficio propio de limosnero. Algún tiempo después es trasladado a Zaragoza, donde permanecerá varios años.
No se sabe muy bien por qué motivo fray Francisco tiene noticias de las dificultades a las que se enfrentan los misioneros capuchinos italianos, que se encontraban en Lisboa a la espera de que el Monarca les diera licencia para pasar al Congo, donde pretendían comenzar una misión con las debidas licencias de la Congregación de Propaganda Fide. Éstos, después de nueve meses de espera, deciden retornar a Italia.
Y, ante esta circunstancia, fray Francisco con la habilidad propia del hombre que se había desenvuelto entre cédulas y nombramientos, se puso en contacto con el prefecto de la expedición, fray Buenaventura de Alessano, ofreciéndole su colaboración para lograr el embarque hacia el Congo desde puertos españoles, a condición de que él fuera incluido como misionero.
Para el antiguo militar era una buena salida, puesto que el ambiente de tensión que se vivía entre aragoneses y navarros, así como la presión de una vida tan uniformada y regulada en el convento, eran demasiado para aquel que había vivido en constante zozobra.
Para este fin contaba fray Francisco de Pamplona con la amistad y agradecimiento personal que le debía Felipe IV, después de tantos años a su servicio.
Con estas noticias, a comienzos de 1642 fray Francisco escribe a Propaganda para ofrecer sus servicios.
La Congregación, después de estudiar el asunto, el 12 de marzo de 1642 acepta la propuesta del capuchino, lo que le sería comunicado posteriormente con el envío de la patente de misionero apostólico.
Con estos trámites solucionados y la llegada del prefecto y otros miembros de la expedición a Zaragoza a finales de noviembre de 1643, se comenzaba la organización de los preparativos, con vistas a obtener la licencia real. Así, el 8 de diciembre, el padre Alessano y fray Francisco se entrevistaban personalmente con Felipe IV, que iba camino de Madrid después de la campaña de Cataluña. El éxito de fray Francisco fue rotundo. El Rey facilitó todos los trámites y, al mismo tiempo, mandaba al capitán general de la Armada del Mar Océano que pusiese a disposición de los misioneros un navío perfectamente equipado, además todo el gasto correría por cuenta de la Hacienda Real. El 8 de febrero de 1644, no se sabe muy bien por qué motivo, aunque se puede intuir la intervención de Pamplona, el Monarca expide un salvoconducto para que los misioneros fueran atendidos en todas partes. Con todo, las dificultades a las que se debieron de enfrentar fueron muchas y constantes. Por diversos motivos no consiguen partir hasta el 4 de febrero de 1645, pero el tiempo perdido se veía compensado con el aumento de varios misioneros españoles que completaban la expedición y cumplían todos los requisitos exigidos por Propaganda Fide.
El 25 de mayo el navío fondeaba en la desembocadura del río Congo, donde fueron recibidos por el cacique de Soño, que era dependiente del rey del Congo. Rápidamente se entregaron a la tarea evangelizadora en aquellas tierras oficialmente cristianas.
La empresa no dejaba de tener un cariz singular por diversos motivos. Por una parte para la Congregación de Propaganda Fide, era la entrada en los inmensos espacios geográficos descubiertos por los portugueses.
Para la Orden capuchina suponía la primera gran empresa entre paganos, puesto que hasta aquel momento sus fuerzas habían sido especialmente orientadas hacia la Europa protestante. El artífice de aquella singular proeza era fray Francisco de Pamplona que, de alguna manera, veía compensados sus muchos esfuerzos y afanes, y se convertía para la historia de las misiones católicas en una referencia obligada, así como para la Orden capuchina que veía en él una puerta abierta que se mantendría con las misiones en tierras africanas por algo más de ciento cincuenta años.
Ante la ingente necesidad de misioneros y, teniendo en cuenta las cualidades de fray Francisco, el prefecto decide enviarlo a negociar con las autoridades respectivas a Roma y Madrid, de tal suerte que pudieran llegar nuevas expediciones de misioneros. Para el prefecto no cabía duda de que el navarro era quien había logrado el éxito de la misión, y así lo expresa en carta al secretario de la Congregación: “Ya en otras ocasiones he indicado a vuestra Ilustrísima las extraordinarias dotes de este santo religioso, su nobleza, valor y heroicas hazañas de su vida seglar; la autoridad, casi absoluta, que goza con el rey y con lo más granado de España [...] Por especial providencia divina fue admitido en nuestra misión y trabajó con tanto empeño por ella, que no dudo afirmar que a él se debe el verla en el estado actual”.
Si ésta era la visión de aquellos que estaban más directamente implicados, al mismo tiempo y en todas las provincias capuchinas hispanas, existía un fuerte ímpetu misionero. Así lo experimentará él mismo cuando llega a Roma el 24 de junio de 1646 ya que, al entrevistarse con el cardenal secretario de Propaganda Fide, se encuentra con correspondencia de un gran número de frailes españoles que, al igual que él años antes, solicitan ser enviados como misioneros apostólicos a tierras de África. Entre fray Francisco e Ingoli, secretario de Propaganda, planifican toda una estrategia misionera, tanto para las tierras africanas como para las americanas, a las que les resultaba imposible llegar a atender a las grandes órdenes misioneras.
Si para fray Francisco la estrategia resultaba providencial, puesto que podía cumplir ampliamente las expectativas de su prefecto, e incluso, desde un afán apologeta, posibilitaba la entrada de los capuchinos entre las grandes órdenes misioneras; no lo era menos para la Congregación, que quería asegurar su presencia y radio de acción en las misiones en todo el orbe. Al mismo tiempo, fray Francisco se convertía para Propaganda en una puerta falsa y, en un buen diplomático, por medio del cual poder negociar con Felipe IV y su Consejo de Indias, salvando los prejuicios que en España había hacia la naciente congregación romana y sus posibles injerencias en los territorios de ultramar.
Una vez que había obtenido la aprobación de Propaganda, se pone manos a la obra con el Consejo de Indias, a quien dirige un memorial en el que explica los logros alcanzados en la misión. Al mismo tiempo solicita el paso de una nueva expedición a las tierras del Congo y, conociendo las dificultades del desembarco, pide que se les conceda también licencia para pasar al Japón o a las islas Filipinas. La correspondencia que provocó la petición de Redín hace intuir que su intención iba más allá del paso de una expedición de misioneros, sino que pretendía una implantación de los capuchinos en la obra misionera católica. Esta segunda expedición, comandada por fray Francisco llegaba al puerto de Pinda, en el Congo, el 25 de mayo de 1645, y se incorpora a las tareas evangelizadoras.
Nuevamente y cuando sólo habían pasado quince días de su llegada es enviado a solicitar más misioneros. El retorno fue realmente difícil para fray Francisco y su compañero, que tuvieron que sufrir sospechas de los portugueses e incluso la cárcel en Inglaterra. Llegó a Roma el 24 de junio y, el 17 de julio, son estudiadas en congregación general las necesidades de la misión del Congo y se decide enviar una nueva expedición de catorce misioneros. Para dicha tarea se nombraba un nuevo encargado, por lo que a Francisco de Pamplona, se lo reservaba Propaganda para otros destinos, la organización de las misiones de Annobón y Benín.
A finales de noviembre llega a Madrid para hacer las gestiones ante el Monarca y su consejo; una vez más su presencia se convierte en una salida positiva y así, el 15 de diciembre, la expedición salía de Cádiz rumbo a las tierras del Congo. Al mismo tiempo, la provincia capuchina de Castilla había logrado que Propaganda le encomendase la misión del Darién, pero ante las dificultades que tenían para que el Consejo de Indias les permitiese el paso, el navarro toma las riendas de la negociación, y logra que sea el mismo Felipe IV el que autorice el paso a Indias. Así, en octubre de 1647, se embarcaba para el Darién con la primera expedición de capuchinos destinada a tierras americanas.
Poco después de la llegada a la misión, tiene que emprender nuevamente viaje a Roma y Madrid, y llega a España en marzo de 1649, en el momento apropiado para encaminar una nueva expedición al Congo y a la naciente misión de Benín. En Roma logra la fundación de una nueva misión en tierras americanas, en las islas de Barlovento, que él había reservado para su provincia de Aragón. La expedición parte en junio de 1650, pero al encontrarse la isla de Granada ocupada por los franceses, no tienen más remedio que dirigirse a Cumaná, territorio también muy necesitado de misioneros. Ante la situación irregular de la misión, se encomienda a fray Francisco la tarea de lograr la legalidad de la misma. Parte en junio de 1651 de la misión y, tras lograr una nave que lo condujese a España, embarca el 15 de agosto, pero enfermó en el navío, por lo que en el puerto de la Guaira fue llevado a tierra, fallecerá el día 31 de aquel mismo mes, y será enterrado en la iglesia parroquial. Desde el mismo momento de su fallecimiento, los habitantes de aquella provincia tuvieron conciencia de que poseían los restos de un santo. Posteriormente, a mediados del siglo xx, sus restos fueron trasladados al Convento de la Merced que los capuchinos poseen en la ciudad de Caracas y enterrados en el patio del convento.
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Miguel Anxo Pena González, OFMCap.