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San Juan Macías

Biografía

Juan Macías, San. El Padre de los pobres. Ribera de Fresno (Badajoz), 2.III.1585 – Lima (Perú), 16.IX.1645. Dominico (OP), santo.

Juan Macías nació el 2 de marzo de 1585 en la pequeña población extremeña de Ribera del Fresno, de la provincia de Badajoz, región colindante con Portugal, reino que en 1580 se había unido al de España bajo el mando de Felipe II. Los padres de Juan se llamaban Pedro de Arcas e Inés Sánchez, por lo que su nombre de pila es Juan Macías Arcas Sánchez. Quedó huérfano a los cuatro años de edad y al cuidado de unas tías. Fue pastor en su adolescencia, caracterizada por la piedad y la devoción mariana.

Urgido por la necesidad salió de su tierra natal sin rumbo fijo. De esa época data una experiencia religiosa que sólo al final de su vida relató en Lima a su confesor, fray Gonzalo García. Le pareció ver a san Juan Evangelista, que le hacía sentir la predilección de Dios y un futuro viaje a tierras muy lejanas.

Llegó a Sevilla, pero al no conseguir trabajo debió regresar a los campos extremeños a ejercer otra vez las labores pastoriles. Y así estuvo casi veinte años, sin dejar de frecuentar, al caer le tarde, las iglesias y capillas de los contornos. Llegó a visitar Villafranca de los Barros, Dos Hermanas, Los Palacios, Cabezas de San Juan, Lebrija, Jerez de le Frontera. En Jerez conoció por primera vez a religiosos dominicos.

Entró al servicio de un mercader que se aprestó a pasar a las Indias. En 1619 ambos se embarcaron en Sevilla.

Tras cuarenta días de navegación avistaron tierra firme. Era Cartagena de Indias, centro del tráfico de esclavos negros. Juan deambuló por las calles del puerto y su corazón se encogía de pena ante las humillantes escenas del comercio de esclavos. El mercader se desvinculó de Juan y éste se puso en camino hacia lo desconocido.

“Partí —dice— de Cartagena a la Barranca; luego hallé una canoa y fui a Tenerife, pasé a Mompós, y de allí a Ocaña, Pamplona, Tunja, a la ciudad de Santafe de Bogotá y por el valle de Neiva, con flotilla, por temor de los indios de guerra, vinimos a Timaná, y de allí a Tocaima y Almaguer; luego a la ciudad de Pasto y al fin Quito. De Quito a pie y en mula, llegué a esta ciudad de Lima, de suerte que novecientas leguas que hay de esta ciudad de Lima a Cartagena vinimos en cuatro meses y medio”. Era el mes de febrero de 1620.

De primer intento, Juan Macías recurrió a los propietarios de ganado. Pedro Jiménez de Menacho, dueño del matadero más grande de la capital, que proveía a las carnicerías de la Ciudad de los Reyes. Menacho, apodado El Rastrero, contrató a Juan para cuidar el ganado de Castilla en una de las haciendas. Pero Juan anhelaba otra cosa. Percibió el llamado de Dios a una vida de austeridad y servicio a los demás. Conoció la existencia de un convento dominico, llamado de la Venturosa María Magdalena, de mayor rigor que el principal de la Virgen del Rosario. “Estuve en este oficio de guardar ganado como dos años y medio. Después de este tiempo fuíme a mi amo un día y díjele: hermano Ximánez, la voluntad de Dios es que yo vaya a servirle a la casa de la Penitente Magdalena de los Predicadores.

Dos años ha, y más, que le sirvo con fidelidad y verdad; mire su merced el libro en qué mes entré...; haga la cuenta de la soldada que me debe y daré de ella a las pobres buenas y necesitadas, hasta doscientos pesos; lo demás, envíelo al portero de la casa, fray Pablo, para el convento. Yo no le he defraudado en nada. Perdóneme los descuidos que como hombre flaco habré tenido.

Víneme al convento y el bueno de Ximénez Menacho cumplió, con brevedad, lo prometido y mucho más porque, dada la limosna a los pobres, envió a fray Pablo, el portero, el alcance y después, hasta que murió, me envió muchas limosnas”.

A los treinta y siete años de edad, descubrió su verdadera vocación. Pidió ingresar en la Orden de Santo Domingo como lego cooperador, tal como lo eran fray Martín de Porras (a quien llegó a tratar fraternalmente) y el portero de la Recoleta, fray Pablo de la Caridad.

Tomó el hábito el 23 de enero de 1622. A partir de entonces se consagró sin reservas a la tarea de la perfección religiosa. El prior le nombró segundo portero de la casa, al lado de fray Pablo de la Caridad. Fray Juan se empleaba en la solícita atención de los pobres y menesterosos. Allá acudían indígenas, negros y mulatos, para recibir alimentos de quien se sentía el último de los siervos de Cristo.

Su espíritu de penitencia y de oración fue muy pronto conocido por el vecindario. El cronista dominico fray Juan Meléndez atestigua que Juan Macías acortaba las horas de descanso para orar y hacer ejercicios de mortificación. “Se recogía a la celda, donde hincado de rodillas delante de una imagen de Nuestra Señora de Belén que tenía en la cabecera de la cama, así como se estaba de rodillas, se recostaba de bruces el rostro sobre sus brazos, y, se reposaba una hora, aunque con este trabajo, hasta las cinco de la mañana, que volvía a salir a su tarea”. Llegaba a completar seis o siete horas de oración. Tan entrañable vida de unión con Dios le atrajo singulares gracias místicas. La fama de santidad de Juan Macías llegó a ser voz común en Lima, al punto que, en casos de conciencia, le consultaban no sólo los oidores de la Audiencia y la más calificada nobleza de Lima, sino también el propio virrey de Perú, Pedro de Toledo y Leyva, y su hijo Antonio.

“Iban primero a confiarle sus cuitas y perplejidades de ánimo; y rezar después ante su tumba, colocada en la capilla particular de la portería”. Deseaba Juan que sus confidentes se esforzasen por adquirir la perfección en su estado. Tenía por lema “débese huir con toda diligencia de las culpas ligeras; porque ellas, resfriando la caridad, disponían el alma a caer tarde o temprano en las graves”.

Hizo su profesión religiosa el 25 de enero de 1623, fiesta de la Conversión de San Pablo. Leyó la siguiente fórmula: “Yo, fray Juan Macías, hago profesión y prometo obediencia a Dios, a la bienaventurada Virgen María, al bienaventurado Domingo y a vos, muy reverendo padre Salvador Ramírez, prior de este convento de Santa María Magdalena en representación del reverendísimo padre Serafín Secchi, maestro general de la Orden de Frailes Predicadores, y a sus sucesores, según la Regla de san Agustín y las Constituciones de los Frailes Predicadores: Que te seré obediente a ti y a tus sucesores hasta la muerte. Recíbeme, Señor, según tu palabra, y viviré, y no permitas que vea frustrada mi esperanza”.

Quienes conocieron a fray Juan Mecías recuerdan su porte físico. Meléndez lo retrata así: “Era de mediano cuerpo, el rostro blanco, las facciones menudas, la frente ancha, algo preñada, partida con una vena gruesa que desde el nacimiento del cabello, del que era moderadamente calvo, descendía al entrecejo, las cejas pobladas, los ojos modestos y alegres, la nariz algo aguileña, las mejillas enjutas y rosadas, y la barba espesa y negra”.

Hacia los sesenta años de edad comenzó a sentir los achaques propios de una vida tan austera y penitente.

A un hermano de Orden que le pidió que le contara algo de su vida religiosa, le dijo: “Comencé yo, pecador, a tener seis y siete horas de oración, de día y de noche; y cierto digo verdad que me faltaba tiempo y me parecía un cuarto de hora. Vestíame de cilicio y a veces me ponía una cadena el cuerpo, ayunaba tratando mal al pobrecito de mi cuerpo. Ahora me pesa y le demando perdón. Porque eso fue veinticuatro años, hasta ahora que salgo de esta miserable vida; jamás le tuve amistad, tratélo siempre como a enemigo; la segunda porción y pitanza le daba a comer y no más, con un pedazo de pan; lo demás daba a mis pobres; dábale muchas y ásperas disciplinas con cordeles y cadenas de hierro. Ahora me pesa, que, al fin, me ha ayudado a ganar el Reino de los Cielos”.

Falleció el 16 de septiembre de 1645. Al difundirse la noticia de su tránsito, centenares de vecinos de Lima acudieron al convento de la Recoleta dominica. Hasta allí llegaron el virrey marqués de Mancera y su familia; el arzobispo Pedro de Villagómez, los oidores de la Real Audiencia de Los Reyes; los cabildos eclesiástico y civil, los clérigos, frailes e innumerables gentes que querían despedirse del lego santo. Los restos de fray Juan fueron inhumados en su convento amado. Actualmente reposan en la iglesia del Rosario (Santo Domingo) de Lima, en el altar que guarda los despojos de santa Rosa de Lima y de san Martín de Porras.

Fue beatificado por Gregorio XVI el 22 de octubre de 1837 y canonizado por Pablo VI el 28 de septiembre de 1975. El 23 de enero de 1949 ocurrió en Olivenza (Badajoz), debidamente testificado, el “milagro del arroz”, que decidió la canonización.

 

Bibl.: J. Meléndez, Tesoros verdaderos de Las Indias, en la Historia de la gran Provincia de S. Juan Bautista del Perú del Orden de Predicadores, vol. III, lib. 4.º, Roma, Imprenta de Nicolas Angel Tinassio, 1681; V. O sende, Vida del Beato Juan Macías, Lima, Imprenta La Artística, 1918; M. Luis Gómara, El ladrón del purgatorio: Vita del Beato Juan Macías, Vergara, Editorial OPE, 1956; Fray Juan Macías, Madrid, Editorial OPE, 1966; Cipolleti, Vida de Fray Juan Macías, Lima, Dominicos, 1962; VV. AA., Idea, n.os 6-7, suplemento (1975), págs. 3-66; J. L. Gago del Val, El emigrante que nunca volvió, Palencia, Secretariado Dominicano, 1975; J. S. Velasco, San Juan Macías, Salamanca, Editorial OPE-San Esteban, 1975; San Juan Macías (biografía abreviada), Salamanca, Editorial OPE-San Esteban, 1975; F. H uaipar, San Juan Macías, Lima, Dominicos, 1976; A. Lobato, Yo, Juan Macías, el amigo de los pobres, Salamanca, Editorial San Esteban, 1999.

 

Armando Nieto Vélez