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Baly b. Bisr Al-Qusayrí

Biografía

Balŷ b. Bišr al-Qušayrī. ?, u. t. s. VII – Córdoba, šawwāl 124/VIII.742. Décimo quinto emir de al-Andalus tras el segundo gobierno de ‛Abd al-Malik.

Balŷ b. Bišr b. ‛Iyāḍ al-Qušayrī al-Qaysī, “virus genere plenum et arme militaris expertus” (Belgi, Belgi Abenber, Belinge en las fuentes cristianas), es figura que participó en acontecimientos de suma importancia, que se solapan parcialmente con el segundo gobierno de Ibn Qaṭan [s.v.]. Las decisiones adoptadas, y sus repercusiones, serán determinantes para la evolución posterior de al-Andalus, hasta el final de la dinastía omeya.

Como consecuencia de la gran rebelión bereber del 122/739 y del fracaso de Ibn al-Ḥabḥāb, gobernador de Ifrīqiya que no consigue reprimirla, éste es destituido. En su lugar, el califa Hišām envió a Kulṯūm b. ‛Iyāḍ. Un nombramiento de jefe militar más que de gobernador, pues Kulṯūm iba al mando de una numerosa fuerza, unos 30.000 hombres, esencialmente tropas procedentes de Siria. Se le ha encomendado reducir a los rebeldes y restaurar el dominio árabe sobre el Magrib, controlándolo si fuera necesario con un ejército de ocupación. Tratándose de una misión militar, se ha designado a quienes, caso de que falleciese, habían de sucederle en el mando: Balŷ b. Bišr al-Qušayrī y a‛laba b. ‛Ubayd al-Ŷuḏāmī [s.v.]. Kulṯūm, reforzado con levas egipcias, se incorpora a su provincia en ramaḍān 123 / julio 741, reúne a los efectivos de Ifrīqiya y sale al encuentro de los beréberes. La batalla se dio cerca del río Sebu y constituyó una terrible derrota para el ejército califal. Se habla de un tercio de muertos, otro de prisioneros y el tercero de huidos. La caballería siria, que había atravesado las filas enemigas bajo el mando de Balŷ, se vio imposibilitada de replegarse a Qayrawān, teniendo que refugiarse en Ceuta. Cercados por fuerzas muy superiores, en un ambiente hostil, los sirios “llegaron a comer sus propios caballos y hasta los cueros [de sus atalajes]. Entonces encendieron hogueras para atraer la atención de lanchas de Algeciras y, utilizando como mensajero el cadí de al-Andalus, escribieron al gobernador ‛Abd al-Malik b. Qaṭan [s.v.], pidiéndole ayuda en nombre de la obediencia debida al príncipe de los creyentes y de la solidaridad étnica. Pero éste se desentendió de ellos pues se alegraba de que pereciesen y recelaba de que le quitasen el poder”. Todavía fue más allá, no bastándole con no trasladar ni socorrer a los sitiados, torturó y ejecutó, bajo la “acusación de fomentar un levantamiento para derrocarle”, a un compasivo Lajmí que había tomado la iniciativa de remitirles dos cárabos con algunos víveres. La animadversión del gobernador, enraizada en su añeja inquina personal contra los omeyas, se veía abonada por las aviesas observaciones de ‛Abd al-Raḥmān b. Ḥabīb (ya había creado desunión dentro del ejército mandado por Kulṯūm, al que algunas fuentes acusan de estar maniobrando para suplantar a Ibn Qaṭan).

Cuando parecía que la eliminación de los refugiados en Ceuta era inevitable (Ajbār habla de un cerco de un año, y de que no encontraban ya ni hierbas que llevarse a la boca), las circunstancias cambiaron tanto en al-Andalus como en Ifrīqiya. El levantamiento de los beréberes norteafricanos se corrió a la Península, donde empezaron a matar y expulsar a los árabes, sin que éstos lograsen resistir. Incluso lanzaron tres columnas, con el propósito de tomar Algeciras, Córdoba y Toledo, haciéndose cada vez más critica la situación…Sincrónicamente, el califa Hišām hace un supremo esfuerzo y envía a Ḥan’ala b. Ṣafwān al-Kalbī como gobernador de Ifrīqiya, donde los beréberes se ven forzados a replegarse. Es entonces cuando Ibn Qaṭan empieza a preocuparse ante el doble problema del avance imparable de los beréberes andalusíes y la perspectiva del restablecimiento de la autoridad omeya. En octubre 741, cuando los sirios imploraban refugiarse en al-Andalus, el gobernador “naves retemtando eis denegat transitum”. En marzo-abril 742, “navibus preparatis”, “no vio mejor solución que pedir ayuda a aquellos hambrientos árabes sirios, los odiados compañeros de Balŷ, al que escribió. Habiéndose éstos apresurado a aceptar, el [gobernador] les envió víveres, condicionándolo a la entrega de rehenes y no tardar más de un año en derrotar a los beréberes. [Por su parte Ibn Qaṭan] se obligaba a transportarles todos juntos a Ifrīqiya, sin dividirles ni exponerles a los beréberes. Aceptadas estas condiciones y habiéndose comprometido a su cumplimiento, les envió barcos en los que fueron pasando por grupos”. Aquellos sitiados, que llegaron sumamente desnutridos y desharrapados, “fueron vestidos por Ibn Qaṭan que les asignó pagas. Como esto no bastase para cubrir sus necesidades, los árabes andalusíes —que eran riquísimos— se hicieron cargo de ellos. Cada noble atendió a los de su clan, volcándose la gente en atender a los sirios hasta dejarles vestidos y repuestos”.

Los sirios no habían sido traídos por razones humanitarias sino egoístas de supervivencia. Se trataba de invertir una situación crítica que empeoraba de día en día. Donde los beréberes “in tres turmas divisi, unam ad Toledum destinant…, aliam Abdelmelic Cordoba sede…, tertiam ad Septitanum portum/ Messulam civitatem porrigunt”. Lo primero era controlar el paso del Estrecho para cortar cualquier posible contacto/refuerzo entre los sublevados de ambas orillas. Cuestión que Balŷ se apresuró a zanjar en wādī l-Fatḥ (cerca de Algeciras/Sidonia), aniquilando la tercera columna. Las armas y despojos cobrados permitieron (sumados a la generosa ayuda de sus contribulos locales) volver a equipar a los sirios. La columna que se dirigía contra Córdoba será rechazada y desviada por tropas andalusíes bajo el mando de Almuzar/Almuzaor (ignorado de las fuentes árabes) pese a caer, junto a gran parte de sus efectivos. Los restos de aquellas dos columnas desbaratadas se unen a aquellos que, “procedentes de Ŷillīqiya, Astorga, Mérida, Coria y Talavera, se habían concentrado en número incalculable para atacar a Ibn Qaṭan. Éste hizo salir contra ellos a sus hijos Qaṭan y Umayya, al frente de todos los árabes andalusíes —excepto los de Zaragoza y su frontera— mientras Balŷ llevaba el mando de sus compañeros, los sirios. Los beréberes, abandonando el cerco de Toledo que habían iniciado 27 días atrás, salen para cortar el paso a la columna de socorro. El choque ocurrió a doce millas de Toledo, a orillas del Guazalete, y la lucha fue encarnizada. Mas los sirios cargaron con denuedo, peleando con tal arrojo que hicieron volver espaldas a los beréberes, en los que hicieron tan gran matanza que acabaron con ellos, no escapando más que los fugitivos. Los sirios montaron los caballos de los caídos y vistieron sus armas. Después, se esparcieron por todo el territorio andalusí, exterminando a los beréberes hasta meter a los fugitivos en las fronteras —donde se escondieron— y ahogar su rebelión”. Según al-Rāzī, “esta represión y otras acciones parecidas provocaron el surgimiento del odio -que han transmitido a sus hijos hasta el día de la resurrección- entre los beréberes del centro y los árabes andalusíes”. El protagonismo de la victoria es discutido. Moro Rasis se lo atribuye a “Catan y Humeye, dos fijos del rey por sus manos. Et bien dixeron aquellos que hi fueron que por ellos fuera la batalla vencida, et que ellos llegaron a ferir, después que todos los faces fueron quebrados”. Mientras todas las fuentes árabes se lo achacan a los sirios, lo cual está, a contrario, corroborado por la escasa combatividad posterior manifestada por los baladíes.

Pero, alejado el peligro y sofocado aquel gravísimo levantamiento, “tan pronto como los sirios regresaron a Córdoba, Ibn Qaṭan quiso que abandonasen el país. Cosa que aceptaron siempre que los llevase a Ifrīqiya. [Pero el gobernador] adujo que, no teniendo barcos para llevarles de una vez, los transportaría por secciones…Cuando se negaron a ello, insistió en que saliesen por Ceuta. Replicaron: ‘lo que tú quieres es entregarnos a los beréberes de Tánger, pero antes aceptaríamos que nos arrojases al fondo del mar’. Y, viendo lo que se proponía hacer con ellos, se sublevaron y expulsaron del alcázar, sustituyéndole por Balŷ, al que prestaron acatamiento. Ibn Qaṭan se alojó en su vivienda, mientras sus hijos huyeron, uno a Mérida y el otro a Zaragoza…La situación era confusa y la gente no sabía a quién obedecer…” Los rehenes sirios retenidos en el islote de Umm Ḥakīm llegan a Córdoba, encolerizados por las privaciones sufridas (un Gassānī ha muerto de sed) y exigen venganza. Balŷ intenta oponerse pero, ante la perspectiva de un motín, termina cediendo. Ibn Qaṭan es ejecutado en ḏū l-qa‛da 123 / septiembre 741, y su cadáver crucificado a la cabeza del puente (tal como hiciera con aquel Lajmí que, meses atrás, se atreviera a socorrer a los sirios).

“Et quando los fijos de Cautaran sopieron de la muerte de su padre et el mal et traicion que los de Promission/Sirios ficieran, pesoles mucho, et fueronse para Narbona et tomaron mucha gente de los de la villa et muchos de los barbaros et de los alarves, et vinieronse para Cordova”· Como se trataba de “enfrentarse a los sirios, los beréberes se sumaron a los baladíes —aunque sus espadas todavía goteasen sangre bereber— pensando volverse contra los andalusíes en cuanto hubiesen acabado de vengarse de los sirios. ‛Abd al-Raḥmān b. Ḥabīb y ‛Abd al-Raḥmān b. ‛Alqama al-Lajmī, señor de Narbona, se unieron a Qaṭan y Umayya, yendo a atacar a Balŷ y a sus compañeros”. Esencialmente son gentes de la, antaño, tan poco participativa Frontera. El ejército atacante habría sumado 40.000-100.000 hombres. Tras su entrada en al-Andalus, Balŷ se “ha visto reforzado por numerosos fugitivos que andaban por aldeas y montes del Norte de África, sin poder regresar a Siria, con lo que su ejército llegó a los 12.000 h.” El encuentro tuvo lugar “a doce millas de Córdoba, en una aldea llamada Aqua Portora de la comarca de Huebo”. Pese a su aplastante superioridad numérica los baladíes sufrieron una sangrienta derrota, perseguidos por los sirios que los acuchillaban o apresaban, retirándose luego a Córdoba, donde Balŷ murió a la semana, de resultas de sus heridas, en šawwāl 124/agosto 742.

Su gobierno habría durado once-doce meses (Ibn Ḥabīb, Fatḥ, Kāmil, Bayān, Ibn Jaldūn) —contados desde la muerte de Kulṭūm—, y su estancia andalusí seis meses (Ḏikr, Imāma, A‛lām, Bayān). El “tribus annis regnavit” de H.ª Arabum es totalmente inaceptable.

 

Bibl.: P. de Gayangos (ed.), Crónica del Moro Rasis, Madrid, Real Academia de la Historia, 1852; Ε. Lafuente Alcántara (ed. y trad.), Ajbār maŷmū‘a, Madrid, M. Rivadeneyra, 1867; Ibn Al-Aṯīr, Al-Kāmil fī l-tārīj, Leiden, E. Brill, 1871; Al-Ḍabbī, Bugyat al-multamis, ed. de F. Codera y J. Ribera, Madrid, Josefo de Rojas, 1885; Ibn Qutayba, Al-Imāma wa-l-siyāsa, El Cairo, Maṭba‘at al-Nīl, 1904; Ibn ‘Abd Al-Ḥakam, Futūh Miṣr, New Haven, Yale Oriental Research Series, 1922; Ibn Al-Qūṭiyya, Tārīj iftitāḥ, Madrid, Tipografía de la revista de Archivos, 1926; Al-Maqqarī, Nafḥ al-ṭīb, El Cairo, Ed. M. Hajji, 1949 (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1950); Ibn ‘Iḏārī, Al-Bayān al-mugrib, Leiden, E. Brill, 1950; Al-Marrākušī, Mu‘ŷib, El Cairo, 1950 (Tetuán, Editora marroquí, 1955); Al-Ḥumaydī, Ŷaḏwat al-muqtabis, El Cairo, Maktab Nasr al-Ṯaqafa al-Islamiyya, 1952; Ibn Al-Jaṭīb, A‘māl al-a‘lām, ed. de E. Lévi-Provençal, Beirut, 1956; Ibn Al-Abbār, Ḥulla, El Cairo, Al-Sarika al-arabiyya, 1963; Ibn Ḥazm, Ŷamhara, El Cairo, 1971; R. Ximénez de Rada, Historia Arabum, ed. de J. Lozano Sánchez, Sevilla, Universidad, 1974; Ibn Al-Jaṭīb, al-Iḥāṭa, El Cairo, Maktabat al-Janyi, 1975; J. E. López Pereira (ed.), Crónica mozárabe del 754, Zaragoza, Anúbar, 1980; Anónimo, Ḏikr bilād al-Andalus, ed. de L. Molina, Madrid, CSIC, 1983; Crónica Albeldense, Oviedo, Universidad, 1985; Ibn Jaldūn, Kitāb al-‘Ibar, Beirut, Dār al-kutub al-‘ilmiyya, 1988; Al-Raqīq Al-Qayrawānī, Tārīj Ifrīqiya, Beirut, Dár al-Garb al-Tslámi, 1990; Ibn Ḥabūb, Kitāb Tārīj, Madrid, Instituto de Cooperación con el Mundo Árabe, 1991; Fatḥ al-Andalus, ed. de L. Molina, Madrid, CSIC, 1994; P. Chalmeta, Invasión e islamización, Jaén, Universidad, 2003.

 

Pedro Chalmeta Gendrón