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Jaime II de Mallorca

Biografía

Jaime II de Mallorca. Montpellier (Francia), 1243 – Palma de Mallorca (Islas Baleares), 1311. Rey de Mallorca (1276-1311).

Hijo de Jaime I el Conquistador y de Violante de Hungría. Su infancia y su juventud estuvieron marcadas por la tragedia y la división familiar. La tragedia por la muerte prematura de su madre Violante, cuando apenas tenía ocho años, y el fallecimiento de sus hermanos Alfonso (hijo de Jaime I y Leonor de Castilla) y Fernando. La división familiar, en alguna ocasión derivada en tragedia, por la política paterna de dividir los reinos entre los hijos mayores y por el asesinato de Ferrán Sanchís, hijo de Jaime I, por orden de su hermanastro el infante Pedro. Su generación cierra una página, la de la lucha contra el islam, aunque todavía el infante Jaime presenció uno de sus últimos coletazos, al participar en el sometimiento de los mudéjares sublevados en 1265. Su mundo, su contexto fue el del final de una etapa, la de la reconquista y la de la influencia catalano-aragonesa en el sur de Francia, y el principio de otra, la emergencia de la Corona de Aragón como potencia mediterránea.

El Tratado de Corbeil y los matrimonios de Carlos de Anjou y de Alfonso de Poitiers con las herederas de Provenza y Tolosa ponían fin a la influencia catalanoaragonesa en Occitania.

Su infancia y el inicio de su juventud, rápidamente convertida en madurez por exigencias políticas, se encuentra en la penumbra; al cuidado de amas y después de preceptores, como Ramón de Peñafort, siempre lejos de su padre. Durante algún tiempo fue enviado a París, donde conectó con las nuevas corrientes, con los círculos del franciscanismo emergente entre las clases elevadas de la sociedad.

Jaime I, fiel a su concepto de dotar a la mayor parte de sus hijos con un patrimonio, inició una cascada de disposiciones testamentarias, adaptada a las circunstancias de nacimiento de nuevos hijos. Tras un primer testamento, de 1232, en el que confería todos sus territorios al infante Alfonso, los seis testamentos restantes que dispuso a lo largo de su vida contemplaban un reparto o segregación territorial. En lo que afecta al infante Jaime, en el mismo año de su nacimiento, recibió un lote de territorios insulares (las Baleares), peninsulares (Valencia) y continentales (el Rosellón y la ciudad de Montpellier); cinco años después, el infante Jaime pasó a ser titular de las Baleares y Cataluña; en 1251, su lote quedó reducido a las Baleares y a la ciudad de Montpellier; finalmente, en los testamentos de 1262 y 1272, se consolidó la adjudicación a su favor del archipiélago balear, del Rosellón y de la ciudad de Montpellier. A lo largo de la secuencia indicada, el Rey ensayó combinaciones de territorios conquistados (Valencia y Mallorca) y de territorios antiguos y territorios conquistados (Cataluña, condados pirenaicos y las Baleares), aunque siempre con la oposición de los primogénitos, primero del infante Alfonso y, a partir del fallecimiento de éste en 1260, con la oposición, incluso ruptura en algunos momentos, del infante Pedro.

A partir de los trece años, en 1256, comenzó súbitamente su etapa de responsabilidades políticas. Jaime I le ordenó desplazarse a Mallorca para jurar los privilegios del reino y ser jurado como heredero de este territorio.

Al año siguiente, le confirió poderes de procuración, con la función específica de coordinar todo el proceso de asentamiento de pobladores. Estas mismas funciones le fueron atribuidas en 1262, cuando mediante nueva disposición testamentaria, se le adjudicó el Rosellón y territorios anexos.

De esta etapa de infante, cabe destacar dos hechos de distinta índole, aunque convergentes. El resultado final, el contemplado en el último testamento, no fue ya un reparto, sino una segregación de una pequeña parte de los territorios de la Corona de Aragón; para el infante primogénito Pedro, los miembros fundacionales de la confederación (Aragón, Cataluña) y un territorio conquistado (Valencia); para el infante Jaime un conjunto de pequeños territorios insulares y continentales. Resultaba evidente el desequilibrio.

La pregunta, en este punto, se imponía ¿era viable una Corona de Mallorca con una base territorial, económica y demográfica tan limitada? En los años siguientes al testamento de 1262 ciertas actuaciones de Jaime I demuestran la conciencia de su inviabilidad.

Pero la solución no era fácil; el Rey se encontraba constreñido por sus propias decisiones al respecto —el infante Pedro no aceptaría una mengua del patrimonio adjudicado, ya que ni incluso aceptaba la segregación mencionada— y el infante Jaime ya contaba con el escaso aunque significativo patrimonio.

Ante esta tesitura, Jaime I concibió el proyecto, siempre que el Papa concediera el permiso, de conquistar la isla de Cerdeña. Complementariamente, inició gestiones de matrimonio de su hijo Jaime con Beatriz de Saboya. Pero ambos proyectos fracasaron. Una tardía iniciativa, como la cruzada promovida por Jaime I en 1269, tampoco provocó un cambio de actitud del Papado respecto a la cuestión de Cerdeña.

Pocos años antes de producirse la sucesión resultaba evidente que la Corona de Mallorca quedaría configurada definitivamente en torno a los territorios de las Islas Baleares, el Rosellón, la ciudad de Montpellier y algunos otros enclaves; así quedó establecido en el último testamento de 1272. Por otra parte, la cuestión del matrimonio del infante Jaime I tuvo un desarrollo imprevisto; Jaime I decidió otorgar a su hijo libertad de elección de pareja. En 1275, se celebraba el matrimonio del infante Jaime con Esclaramunda de Foix, hija del conde de Foix y de Brunisenda de Cardona.

Con el fallecimiento, en 1276, de Jaime I, se activaron sus previsiones sucesorias y cláusulas testamentarias.

En el caso de Jaime II no sólo se producía una sucesión sino también la instauración de una nueva dinastía, la dinastía de Mallorca. Conforme a las últimas voluntades de Jaime I, la nueva Corona de Mallorca nacía como una entidad independiente, aunque con un vínculo de fraternidad con la casa de Barcelona, y, sólo en el caso de la falta de herederos legítimos, se contemplaba su reversión a la Corona de Aragón.

Bajo estos supuestos se produjo la toma de posesión del reino de Mallorca y de los condados continentales por Jaime II. Pero si el rey de Mallorca pensaba ya en clave local, en el gobierno de sus territorios, su hermano, Pedro el Grande, organizaba su gestión política en torno a claves mediterráneas —el tema de Sicilia— y en sus derivaciones —las relaciones con los Capetos—. Dentro de este contexto, una Corona de Mallorca independiente y con el control de importantes espacios pirenaicos resultaba un obstáculo no pequeño.

También los Capetos observaban atentamente los primeros pasos de la nueva dinastía, especialmente sus puntos débiles, como era el caso de Montpellier, rodeada por dependencias del rey de Francia como las senescalías de Besiers y de Carcasona. Jaime II heredó la condición de señor de Montpellier, pero, a su vez, la de vasallo del obispo de Magalona.

La relación de fuerzas no tardó en manifestarse. En 1279, Pedro el Grande sometió a Jaime II de Mallorca a un tratado de vasallaje. Entre las estipulaciones se encontraban la obligación del rey de Mallorca de prestar homenaje cada vez que se le requiriera, de presentarse anualmente en la Corte de Barcelona, de no abolir la aplicación de los Usatges en el Rosellón y de que en este territorio sólo circulara moneda catalana, todo ello unido a los compromisos habituales contraídos por los vasallos. A partir de las estipulaciones de 1279 la Corona de Mallorca pasaba a ser un feudo honrado de los reyes de Aragón y su titular, el rey de Mallorca, su vasallo.

No fue ésta la única subordinación a la que fue sometido Jaime II de Mallorca. El rey de Francia, atento a los movimientos efectuados por el rey de Aragón, inició una estrategia paralela de presión sobre Montpellier.

La malla de derechos feudales, en torno a esta ciudad le convertía, en última instancia, en señor de la misma, ya que los reyes de Mallorca eran vasallos de los obispos de Magalona y éstos a su vez de los reyes de Francia. Entre 1280 y 1283 se desarrolló una campaña, promovida por los Capetos, exigiendo la reserva de las apelaciones y de los casos que afectaran a súbditos del rey de Francia y la obligatoriedad de incluir en todos los contratos una fórmula de respeto hacia la Monarquía francesa. La aplicación de la fuerza, con la ocupación de Montpellier por el senescal de Bellcaire, determinó la claudicación de Jaime II de Mallorca; éste, en una reunión bilateral con Felipe el Atrevido tuvo que aceptar las nuevas condiciones.

Los sucesos derivados de las Vísperas sicilianas, en 1282, y la notoriedad del enfrentamiento de Jaime II con su hermano Pedro el Grande, a raíz de la infeudación de 1279, convertían al rey de Mallorca en un valioso instrumento de la Monarquía capeta. De ahí que a lo largo de 1283-1284 cristalizara una alianza, por la que el rey de Mallorca facilitaría, en su caso, el paso del Ejército francés hacia Cataluña. Pero la actitud de Jaime II no fue sólo pasiva, ya que inició, por su cuenta, acciones de represalia contra partidarios del rey de Aragón, como el vizconde de Castellnou.

En 1285, poco antes de la invasión francesa, Pedro el Grande se presentó en Perpiñán para neutralizar a Jaime II; éste logró huir de la ciudad y el rey de Aragón tuvo que abandonar Perpiñán a toda prisa ante las iras populares. La aproximación del ejército francés produjo inicialmente una situación de caos en el Rosellón, al negarse las ciudades y villas a entregarse, aunque, tras la intervención de Jaime II, franquearon sus puertas al Ejército ocupante.

El desastre el Ejército francés en Cataluña arrastró a Jaime II de Mallorca. Poco antes de morir, Pedro el Grande ordenó a su hijo Alfonso que ocupara inmediatamente las Islas Baleares, operación consumada entre finales de 1285 y comienzos de 1286. Jaime II de Mallorca, con la ayuda de tropas francesas, replicó con una nueva invasión de Cataluña, que fracasó. Por su parte el rey de Aragón promovió ataques contra la costa francesa. A mediados de 1286 se firmó una tregua, entre Aragón, Francia y el rey de Mallorca, que debía prolongarse hasta el año siguiente. En este contexto, Alfonso III decidió dar un golpe por sorpresa: la conquista de la Menorca musulmana. Las operaciones apenas duraron dos meses.

La conquista de Menorca, realizada en plena vigencia de la tregua, activó nuevamente la situación de guerra entre los reyes de Aragón y de Mallorca; Jaime II realizó nuevas operaciones militares en la frontera catalana en 1288 y en 1289, retando incluso a un desafío, en Burdeos, a su sobrino Alfonso III de Aragón. La obsesión de Jaime II, en aquel momento un rey sin reino, era que su caso no fuera olvidado o soslayado. Finalmente se entró en la vía de las negociaciones con proyectos, como el de Tarascón, en 1291, frustrado por la muerte de Alfonso III. El acercamiento de los reyes de Aragón y Mallorca tuvo un precio elevado; por sorpresa y en secreto el obispo de Magalona vendió al rey de Francia sus derechos sobre el Montpelleret, barrio colindante con la ciudad de Montpellier, y su señorío eminente sobre ésta; a raíz de este hecho el rey de Mallorca pasaba a ser vasallo directo del rey de Francia. Cuatro años después, el Tratado de Anagni puso un punto final a las hostilidades.

Las expectativas de Jaime II se vieron satisfechas a medias, el tratado imponía la reversión de las Baleares, pero en las mismas condiciones establecidas en el convenio de infeudación de 1279.

Pero la retrocesión de las Baleares a Jaime II tardó tres años en producirse. Sólo después de una reunión bilateral entre Jaime II de Aragón y Jaime II de Mallorca, en 1298, se procedió a ejecutar la entrega de las islas.

El Tratado de Anagni y su complementario de Argelers, de 1298, y el final de la guerra de Sicilia abrieron un nuevo período del gobierno. Si en el pasado la política exterior había ahogado cualquier iniciativa de orden interior, ahora el nuevo contexto permitía ejecutar proyectos dejados en suspenso o apenas esbozados en el período anterior. En 1298 Jaime II contaba con cincuenta y cinco años. En esta plena madurez, el Rey se lanzó a un vasto proyecto de reordenación del reino de Mallorca. En la mente real se cruzaban tres objetivos: obtención de recursos, control político del reino y prestigio de la Corona. El primer objetivo se consiguió a través de la vía tributaria, tasas sobre el comercio y sobre la acuñación de moneda, derechos sobre consulados en el norte de África e inversiones agrarias y urbanas.

Para facilitar el éxito de sus proyectos, Jaime II puso en marcha la subordinación de todas las instituciones insulares, comenzando por los elementos rectores del municipio de Mallorca, que pasaron a ser designados directamente por la Corona o sus lugartenientes. En cuanto a la Iglesia, el Rey vinculó Menorca al obispo de Mallorca, pero se reservó el patronato para la designación de los pavordes de la isla menor.

Jaime II promovió una política de construcción o acondicionamiento de sedes reales. En Perpiñán, sede de la Corte, la vieja construcción de los condes del Rosellón, que había empezado a ser reformada en tiempos de Jaime I, fue rediseñada por Jaime II, con un proyecto más ambicioso. En la ciudad de Mallorca, el antiguo castillo musulmán de la Almudaina tuvo que ser remodelado en su mayor parte para adaptarlo a las necesidades de la nueva dinastía. Dentro de dichos palacios fueron concebidos espacios religiosos, como las capillas de Santa Ana, en la Almudaina, y Santa Cruz, en Perpiñán. Paralelamente fue creada una red de castillos y residencias rurales en la isla de Mallorca.

Jaime II y Esclaramunda de Foix tuvieron cuatro hijos y dos hijas. El primogénito, Jaime, renunció a la sucesión para ingresar en la Orden de San Francisco.

La misma opción tomó el infante Felipe. Para el resto de los hijos, Jaime II programó enlaces, como el del infante Sancho con María de Nápoles, de la infanta Sancha con Roberto de Nápoles y de la infanta Isabel con Juan Manuel, hijo del infante don Juan Manuel.

El infante Fernando decidió casarse por su cuenta, ya fallecido Jaime II, con Isabel de Sabrán.

 

Bibl.: A. Lecoy de la Marche, Les relations politiques de la France avec les royaume de Majorque, Paris, E. Leroux, 1892, 2 vols.; J. E. Martínez Ferrando, La trágica història dels reis de Mallorca, Barcelona, Editorial Aedos, 1961; M. Durliat, L’Art en el regne de Mallorca, Palma de Mallorca, Editorial Moll, 1965; B. Desclot, Llibre del rei en Pere, Barcelona, Editorial Selecta, 1971; R. Muntaner, “Crónica” y Pedro el Ceremonioso, “Crónica”, en F. Soldevila (ed.), Les Quatre Grans Cròniques, Barcelona, Editorial Selecta, 1971; F. Sevillano, “De la Cancillería de los reyes de Mallorca”, en Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana, 34 (1973), págs. 26-31; G. Alomar Esteve, Urbanismo regional en la Edad Media, las “Ordinacions” de Jaime II (1300), Barcelona, Editorial Gustavo Gili, 1976; R. Pinya Homs, Els reis de la Casa de Mallorca, Palma de Mallorca, Ajuntament, 1982; A. Riera Melis, La Corona de Aragón y el Reino de Mallorca en el primer cuarto del siglo XIV, Madrid-Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1986; P. Cateura Bennàsser, Mallorca en el segle XIII, Palma de Mallorca, Editorial El Tall, 1997; El regne esvaït, desenvolupament econòmic, subordinació política, expansió fiscal (Mallorca, 1300-1335), Palma de Mallorca, Editorial El Tall, 1998.

 

Pau Cateura Bennàsser