Lauria, Roger de. Scalea o Lauria (Italia), c. 1245 – Valencia, 17.I.1305. Almirante de Sicilia y después de la Corona de Aragón.
Era hijo de Bella d’Amichi, nodriza de la reina Constanza de Sicilia, que formó parte del séquito de ésta cuando se casó, residiendo desde entonces en la Corte aragonesa, junto con su hijo. Realizó el aprendizaje de la carrera de las armas en la Corte y el infante Pedro le armó caballero en 1273. Acompañó al infante en su viaje a Toledo en 1269 y participó, al lado del Rey, en la lucha contra la rebelión de los moros de Valencia entre 1275 y 1277. En 1278, durante una breve ausencia de Rodrigo Jiménez de Luna, procurador del reino de Valencia, desempeñó ese cargo y al año siguiente el Rey le confió una embajada a Túnez —aunque parece que no marchó hasta los primeros meses de 1280— para exigir el pago de un tributo y establecer relaciones con el nuevo rey Abu-Ishaq, a quien Conrado Lanza, el cuñado de Roger, había ayudado en 1278 a conseguir el trono; pero no hubo modo de hacerle pagar los favores recibidos y fracasó la misión de Lauria, como antes había fracasado Lanza y fracasaría después Rodrigo Jiménez de Luna.
Lauria acompañó al rey Pedro el Grande en su expedición a Alcoll (Túnez), en la que se pretendía apoyar a un enemigo de Abu-Ishaq, para vengarse de la actitud desagradecida de este último, y le acompañó después a Sicilia, en 1282. Capitaneaba la expedición Jaime Pérez, hijo natural del Monarca, pero Lauria se distinguió pronto por su valor y habilidad en la guerra marítima, y por ello, después de la destitución de Jaime Pérez y la vuelta a Cataluña, con el Rey, de Pere de Queralt, que parecía destinado a ser su sucesor, Roger de Lauria pasó a ocupar la capitanía de la flota y ese mismo año fue nombrado almirante. Mientras el rey Pedro se ausentaba de Sicilia para acudir al desafío de Burdeos, en 1283, Roger obtuvo su primera victoria naval sobre la flota angevina en aguas de Malta (junio de 1283), batalla en la que murió el almirante francés. Esa victoria le aseguró el dominio en los mares cercanos. En los meses siguientes castigó las costas de Calabria y se apoderó de las islas de Ischia y Capri y también de algunas localidades de Calabria.
En junio de 1284, con hábiles maniobras, consiguió que la flota angevina saliera del puerto de Nápoles y la derrotó de manera contundente. Cayó prisionero el regente del reino, Carlos de Anjou, hijo de Carlos I de Anjou y príncipe de Salerno, que se había embarcado en la armada, y con él la flor de la nobleza francesa que le acompañaba. Roger consiguió, además, la liberación de la princesa Beatriz, hermana de la reina Constanza, prisionera de los Anjou. La victoria obtenida le reportó una gran fama y desde entonces fue el terror de los Anjou.
En 1284, una gran armada francesa se había reunido para atacar Messina. Desde Cataluña, una flota de catorce galeras a las órdenes del vicealmirante Ramón Marquet se dirigió a Sicilia para socorrer al almirante Roger de Lauria. Conseguida la conjunción con la flota del almirante, que también se dirigió a Messina, la flota francesa no se atrevió a atacar. En cambio, Roger atacó y saqueó Nicótera y otros lugares de la región de la Basilicata y, en septiembre, se apoderó de la isla de Jerba y al año siguiente de las Kerkenah, dependientes entonces de Túnez y que anteriormente habían pertenecido a Sicilia. Algunos años después, en 1289, el rey Alfonso el Liberal le concedió esas islas en alodio; de hecho, se constituyeron en una especie de principado independiente que, desde 1295, se convirtió en feudo de la Santa Sede, a la que Roger de Lauria había de pagar una renta anual de 50 onzas de oro. Esa solución impedía que el rey de Sicilia pudiese exigir la entrega de esas islas, que Lauria había conquistado personalmente y que eran una excelente base naval desde donde se podía controlar el reino de Túnez y también el comercio con el oriente mediterráneo.
Un año después, en 1285, Cataluña había de afrontar la invasión francesa, convertida en cruzada por la Santa Sede, para llevar a efecto la deposición de Pedro el Grande y la concesión de sus reinos al hijo del rey de Francia que el Papa había decidido, como castigo por la ocupación catalana de Sicilia, contra la voluntad pontificia. Un ejército muy superior en número al que podía reunir la confederación aragonesa consiguió franquear los collados pirenaicos y llegar hasta Gerona, que fue asediada, mientras que una poderosa flota ocupaba el litoral hasta Blanes y aseguraba el abastecimiento del ejército francés. La flota catalana se encontraba en Sicilia y Pedro el Grande sólo disponía de diez galeras a las órdenes de los vicealmirantes Ramón Marquet y Berenguer Mallol, que se dedicaron a atacar a fracciones de la flota enemiga y obtuvieron una victoria en las islas Formigues, que tuvo gran resonancia y dio mayor confianza a los catalanes mientras se esperaba la llegada de la flota de Roger de Lauria. El Rey había enviado mensajes a su esposa, la reina Constanza, y al mismo almirante, en mayo de 1285, para que éste llevara treinta galeras y doce taridas a Cataluña para combatir con la flota francesa.
Roger de Lauria no pudo llegar a Barcelona hasta el 24 de agosto. Unidas sus treinta galeras a las diez de Ramón Marquet y junto con otras cuarenta embarcaciones más, saetías, leños y barcas armadas, la flota fue al encuentro del enemigo y consiguió una resonante victoria sobre la flota francesa en el golfo de Roses (aunque el lugar exacto del encuentro es discutido).
El monarca francés solicitó una tregua y sus embajadores obtuvieron una negativa y una respuesta altiva, que el cronista Desclot inmortalizó, según la cual, por más galeras que armasen los franceses, siempre serían derrotadas y que todos los barcos tendrían que llevar guiaje del rey de Aragón y que incluso los peces tendrían que llevar en la cola la enseña de su Rey.
Esa victoria tuvo no poca influencia en la decisión francesa de retirarse, a fines de septiembre de 1285, puesto que había quedado dificultado el aprovisionamiento del ejército; otro factor que obligaba a la retirada fue la peste que diezmaba al ejército francés y que había afectado al mismo Rey. En la retirada por el paso de Panissars, el ejército francés sufrió una derrota atroz y quedó aniquilado, y sólo la caballerosidad del rey Pedro el Grande impidió que su tío el rey francés, moribundo, sus hijos y la alta nobleza que los acompañaba fueran igualmente exterminados. La marinería de Roger de Lauria desembarcó de las galeras para atacar lo que había quedado del ejército francés y obtener botín.
Roger de Lauria participó junto al infante Alfonso en la expedición contra Mallorca, destinada a castigar la traición del rey de Mallorca en el momento del ataque francés. El infante, que se convirtió en Rey durante la empresa, en 1285, ocupó efectivamente la isla. Después del fallecimiento del rey Pedro el Grande, Roger volvió a Sicilia en 1286, por mandato del nuevo rey Alfonso el Liberal, para proponer al hermano de éste, el infante Jaime, y a la reina Constanza la ayuda mutua contra los enemigos. En su viaje de vuelta a Cataluña, Roger atacó las costas de Provenza y del Languedoc, pero la flota francesa no osó atacarle. Durante los años 1286 y 1287 Roger de Lauria se dedicó, con su sobrino Juan, a efectuar razias contra la costa de Berbería y de Túnez, en las que conseguía gran número de cautivos que vendía después en Sicilia, e intervino en las luchas internas de Túnez apoyando a uno de los pretendientes al trono.
Una incursión de la flota angevina contra Sicilia y la toma de Agosta obligaron a Roger a volver a ocuparse de los asuntos de la isla; en 1287, con el auxilio de la flota, recuperó Agosta y atacó seguidamente Nápoles, donde derrotó a la flota conjunta de los Anjou y del Papa. Mientras tanto, se desarrollaban las negociaciones para llegar a la paz entre la Corona catalano-aragonesa y Sicilia, por una parte, y los Anjou, Francia y la Santa Sede, por la otra, bajo la mediación del rey de Inglaterra. Como parte de las condiciones para conseguir la paz, el rey Alfonso liberó en 1288 al príncipe de Salerno, Carlos de Anjou, quien inmediatamente se coronó rey de Sicilia. Con ese pretexto, algunas localidades de Calabria se rebelaron y el rey Jaime de Sicilia, junto con Roger, intentaron recuperarlas. En 1289, mientras Roger asediaba Gaeta, se firmó una tregua entre Carlos II de Nápoles y Jaime de Sicilia, que había de durar dos años. Por ello Roger de Lauria volvió a Cataluña con parte de la flota y parece que se instaló en sus tierras del reino de Valencia. No tardó, sin embargo, en volver a Sicilia con el fin de traer a sus nuevos estados al rey Jaime de Sicilia, que los heredaba por fallecimiento de su hermano Alfonso, sin hijos, en 1291. Poco después, en 1292, volvía a Sicilia, por mandato de Jaime II, para contribuir a la defensa de la isla, a las órdenes de la reina Constanza y de su hijo pequeño, Federico, lugarteniente de Jaime II.
Se sitúa en este momento el ataque de la flota de Roger de Lauria contra territorios del Imperio bizantino, como represalia al impago por parte del emperador Andrónico II, de un subsidio que había prometido a Sicilia en un tratado. En 1292 el almirante, con veinte galeras, atacó Lesbos, Morea y Quíos, donde se apoderó del depósito de almáciga que pertenecía al Emperador; a ello respondió Andrónico confiscando bienes a los mercaderes catalanes que se encontraban en Constantinopla, por lo que Jaime II ordenó que fueran indemnizados a cargo del botín conseguido por el almirante.
En mayo de 1295, cuando estaban concluyendo las negociaciones para la Paz de Anagni, Roger acompañó al infante Federico a Roma, junto con Giovanni de Procida y Manfredo Lanza, pero la propuesta papal de boda de Federico con Catalina de Courtenay y un subsidio papal para la conquista del Imperio bizantino fracasó por la negativa de la princesa al matrimonio propuesto. Poco después, el tratado de Anagni entre Jaime II, el papado, Francia y los Anjou se hacía realidad. El compromiso de Jaime II de devolver Sicilia a la Iglesia, y en definitiva a los Anjou, produjo gran impacto e indignación en Sicilia y los sicilianos se negaron a aceptar el retorno al dominio de los Anjou; el mismo Roger de Lauria se rebeló contra esa decisión en un primer momento y apoyó al infante Federico, que se proclamó rey de Sicilia en 1296 y nombró a Roger su almirante. A pesar de las presiones de Jaime II, Roger permaneció al lado de Federico un cierto tiempo. En 1296 conquistó para él las ciudades napolitanas de Reggio, Crotone, Catanzaro y Otranto, pero pronto, como Giovanni de Procida, empezó a encontrarse incómodo en la nueva situación.
Cuando Jaime II ofreció a su hermano una entrevista, a fin de superar las diferencias entre ambos, Roger de Lauria se mostró partidario de su celebración, mientras que el Parlamento siciliano la rechazó.
Las discrepancias aumentaron y Lauria se retiró a sus castillos y los fortificó en 1297; salió de ellos cuando Jaime II pidió a su hermano Federico que dejase salir de la isla a la reina Constanza y a la infanta Violante, puesto que ésta había de casarse en Roma con el heredero de Nápoles, Roberto. Roger, a petición de la Reina, fue autorizado a acompañarlas a Roma, pero obtuvo sólo salvoconducto de ida, de modo que su salida era como una expulsión. En Roma, obtuvo el perdón de todas las excomuniones que se habían publicado contra él y, puesto que Jaime II fue nombrado capitán general, gonfaloniero y almirante de la Iglesia, Roger de Lauria ejerció esos cargos en nombre del Rey.
Considerándose desligado desde entonces de Federico, se puso de nuevo a las órdenes de Jaime II.
Inmediatamente inició una campaña en Calabria contra las posesiones del rey Federico, muchas de las cuales las había ganado él; sin embargo, fue derrotado en una de esas operaciones y volvió a Cataluña.
Jaime II le nombró almirante de sus reinos en 1297, para compensarle del cargo y de los bienes que había perdido en Sicilia a causa de la ruptura entre los dos Reyes, bienes entre los que figuraban Novara, Tripi, Castiglione, Ficarra, Francavilla y otros lugares que, según Zurita, producían una renta anual de 33.000 onzas de oro, una cantidad muy elevada. Para efectuar ese nombramiento de almirante, Jaime II tuvo que destituir a Bernat de Sarrià, que ocupaba entonces el cargo; ello contribuyó a ahondar la enemistad entre ambos personajes, que se manifestó pronto en el ataque de Bernat de Sarrià, en 1298, a la isla de Jerba y a las Kerkenah, posesiones de Roger de Lauria.
En 1298 participó en la flota de Jaime II que, conjuntamente con la angevina, había de atacar a Federico III de Sicilia por su negativa a acatar lo decidido en la Paz de Anagni. Después de ocupar diversas localidades en la costa de Patti, el ejército aliado no obtuvo resultados rápidos en el cerco de Siracusa, mientras que una fracción de la flota, capitaneada por el sobrino del almirante, Juan de Lauria, fue derrotada cerca de Messina y éste cayó prisionero, junto con muchos otros. Esos reveses y la llegada del invierno aconsejaron la retirada. Jaime II pidió a su hermano la devolución de los prisioneros catalanes, prometiendo no atacarle de nuevo, pero Federico no sólo se negó a hacer esa devolución, sino que decapitó a Juan de Lauria. Esa decisión enojó tanto al Rey como al almirante, que atacaron Sicilia con su armada en 1299 y derrotaron completamente la flota siciliana en Capo d’Orlando. Sin embargo, Jaime II no quiso encarnizarse con su hermano y se retiró, alegando que sus aliados podían continuar solos la campaña contra su hermano.
Roger de Lauria continuó la campaña junto con los angevinos y consiguió grandes éxitos, tomando buena parte de la isla, pero la derrota del príncipe de Tarento y su prisión determinaron la retirada del ejército aliado, aunque conservando sus posiciones en la isla. Poco después, en el año 1300, Roger de Lauria obtenía una nueva victoria naval en la isla de Ponza.
Durante esos años estuvo muy identificado con los intereses de los angevinos, aliados de Jaime II. Carlos II de Nápoles llegó a enviarle como embajador suyo a Túnez, en 1300, para que consiguiera que el tributo que ese reino pagaba a Sicilia desde hacía tiempo fuera pagado a los angevinos, como reyes titulares de Sicilia, pero no logró ese objetivo. En 1301 intervino en negociaciones entre el duque de Calabria y su esposa la infanta Violante, con el hermano de ésta, el rey Federico, pero sólo pudo llegarse al acuerdo de una tregua breve.
En 1302 participó como almirante en la expedición organizada por el conde de Valois, hermano del rey de Francia, expedición que fracasó por la peste que diezmó al ejército francés. Con el fin de salir dignamente de la isla, Carlos de Valois inició negociaciones entre ambas partes, que finalmente condujeron a la firma de la Paz de Caltabellotta en ese mismo año, que aseguró unos cuantos años de paz a la isla. Roger de Lauria participó en las negociaciones y consiguió introducir un capítulo que preveía la devolución de los bienes confiscados durante la guerra, lo que le permitió recuperar los suyos.
Roger de Lauria pudo volver, pues, con su flota a Cataluña. Seguramente pensaba que podría descansar después de tantos años de guerra, sin embargo, también aquí la guerra vino a su encuentro. En agosto de 1304 se encontraba en su villa de Alcoy cuando supo que un ejército de Granada de unos tres mil hombres había entrado en los reinos de Jaime II. Pensando que otra de sus villas, Cocentaina, corría gran peligro, fue a defenderla. La villa fue efectivamente sitiada el 27 de agosto y Roger, con los pocos hombres de la villa, intentó defenderla, aunque sabía que no la podía salvar ante un ejército tan importante.
Tuvo que abandonarla y retirarse al castillo, donde se encontraba ya el resto de la población. Sin apenas víveres y con muy pocos hombres, pudo resistir el asedio del castillo durante cinco días, gracias a la orografía escarpada del lugar y a su experiencia y talento militar. El 31 de agosto el ejército nazarí intentó un último ataque a Alcoy y el 2 de septiembre inició la retirada con gran botín y llevándose gran número de moros de las comarcas valencianas por donde había pasado, dejando un rastro de incendios y destrucción.
La defensa de Cocentaina fue el último gran servicio prestado por el almirante a su país de adopción, ya que mantuvo al ejército invasor ocupado y no pudo continuar hacia Játiva, que era su primer objetivo. Roger murió poco después y fue enterrado, como él mismo había dispuesto, en la abadía catalana de Santes Creus, en el suelo, a los pies de la tumba del rey Pedro el Grande.
En 1279 se había casado con Margarita Lanza, hermana de Conrado, de una familia emparentada con la reina Constanza de Sicilia, esposa del rey Pedro el Grande, y refugiados, como él mismo, en su Corte.
De este matrimonio nacieron Beatriu, que se casó con Jaime de Xèrica; Roger, que murió poco después que su padre, en 1307; Jofredina, que se casó con Ot de Montcada, e Hilaria, que se casó con Roger de San Severino. Después de la muerte de Margarita en 1290, se casó de nuevo, en 1291, con Saurina de Entença, hija de Berenguer de Entença, de una de las familias nobles más distinguidas de Cataluña. Tuvo con ella otros cuatro hijos: Carlos, que no vivió mucho tiempo; Roberto, que murió siendo niño; Berenguer, que se casó con Faida de Mal-lleó, y Margarita, casada con Bartolemeo di Capua, protonotario y maestro racional de Sicilia.
Por sus valiosísimos servicios, el almirante fue recompensado con posesiones en el reino de Valencia.
Ya en 1270, Jaime I le había concedido a él y a su madre Bella el valle de Seta. En 1276 Jaime I le otorgó la alcaidía del castillo de Cocentaina, con las rentas de esa localidad y de Alcoy. Poseía Cocentaina en feudo honrado desde 1291 y desde 1297 tenía también el mero imperio, lo que suponía gozar de la máxima jurisdicción en la localidad, jurisdicción que tenía también en Alcoy, que poseía en franco alodio por donación real desde 1291; le pertenecían igualmente otros lugares cercanos comprendidos en la jurisdicción de aquéllos; otros señoríos suyos eran Calpe y Altea, donados por Jaime II en 1297, Navarrés, Santa María de Besselga y Castellnou.
El almirante fue uno de los hombres más influyentes y poderosos de la confederación aragonesa y, en palabras de Dufourcq, una de las personalidades más destacables de su época, así como el mejor de todos los almirantes; su dominio de la estrategia le permitió ganar todas las batallas, incluso cuando se encontraba en inferioridad numérica. Fue un hombre temido y admirado, incluso por sus enemigos.
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Maria Teresa Ferrer Mallol