Benedicto XIII. El papa Luna. Illueca (Zaragoza), 1342 – Peñíscola (Castellón), 29.XI.1422. Último papa de la obediencia aviñonesa durante el Cisma de Occidente.
Nada dice su cronista Martín de Alpartil sobre la fecha de su nacimiento, fijada tradicionalmente en 1328 conforme únicamente a la declaración en Pisa (1409) del obispo electo de Mende Guillermo Boisratier.
Pero la investigación moderna (Souchon, Seidlmaier, Zunzunegui, etc.), sobre la base de documentos procedentes del archivo Vaticano y otros archivos (Archivo Histórico Nacional, Archivo de la Corona de Aragón), se ha inclinado a retrasar esa fecha hasta el año indicado de 1342. Roberto de Ginebra le calificaba de satis iuvenis cuando la doble elección de 1378.
Pedro Martínez de Luna, hijo de Juan Martínez de Luna II, señor de Mediana, y de María Pérez de Gotor, señora de Illueca y de Gotor, pertenecía por su padre a una rama menor de la ilustre Casa de Luna y descendía por su madre del infante Jaime de Gotor, hijo del último reyezuelo musulmán de Mallorca. Relevantes personalidades eclesiásticas de su linaje habían brillado ya en la primera mitad del siglo XIV: Jimeno de Luna, obispo de Zaragoza (1296-1317) y sucesivamente arzobispo de Tarragona (1317-1328) y de Toledo (1328-1337), y como tal canciller de Castilla, y Pedro López de Luna, primer arzobispo de Zaragoza (1318-1345) y canciller de Aragón. Además, su familia había emparentado con el linaje conquense de los Albornoz: al que pertenecería Gil, sobrino de Jimeno por su madre Teresa de Luna y sucesor inmediato suyo en la Sede Toledana (1338), nombrado cardenal en Aviñón por Clemente VI en 1350 y fue enviado más tarde por Inocencio VI como legado a Italia para la pacificación de los Estados Pontificios (1353-1367). Finalmente, otro miembro no menos importante del linaje, compañero durante algún tiempo de Albornoz en Italia y al que éste nombrarepetidas veces en su testamento, sería su tío (probablemente por la línea materna de los Vidaurre) el arzobispo de Zaragoza Lope Fernández de Luna (1351-1381), a cuya sombra protectora se desenvolverían los años de formación de Pedro de Luna y que tuvo como canónigo tesorero a Martín de Alpartil, cuyo sobrino homónimo, agustino, rector del real colegio de España o de San Clemente en Bolonia de 1387 a 1389, sería más tarde en Aviñón secretario y cronista del futuro papa.
Se podría añadir que en el campo político, y no muchos años después del nacimiento del futuro papa, la rama principal de los Ferrench de Luna alcanzó con Lope, enlazado con la familia real por su matrimonio con la infanta Violante, tía de Pedro IV, la dignidad condal (1348). Al morir Lope en 1360 encomendaría el futuro matrimonio de su hija María a Albornoz, y, fallecido éste en 1367, María, casaría en 1372 con el infante Martín, lo que llevaría a los Luna a asentarse en 1396 en el trono de Aragón. En resumen: un mundo de relaciones familiares, que, añadido a sus singulares cualidades personales, facilitaría no poco la rápida ascensión del joven Pedro de Luna en la carrera eclesiástica.
Nacido cerca de Calatayud (ciudad luego objeto constante de su protección artística y docente) fallecido su padre Juan Martínez II en 1352, y después de unos años de primeros estudios allí o en Zaragoza, Pedro se dirigió, como al parecer hiciera Albornoz años antes, a Montpellier. Esta ciudad, que fuera cuna y patrimonio materno de Jaime I, heredada a su muerte en 1276 por su segundo hijo Jaime II de Mallorca, había pasado recientemente, en 1349, al dominio de la Corona francesa. Allí, el antiguo estudio elevado a Universidad en el siglo anterior por Nicolás IV (1288-1292), era frecuentado en gran número por los estudiantes de la Corona aragonesa. Está documentada la estancia de Pedro en Montpellier (dejando aparte datos de la década anterior referentes a un pariente homónimo, Pedro López de Luna, luego obispo de Urgel de 1365 a 1370) a partir de 1361, cuando, joven de diecinueve años, consigue dispensa “a deffectu aetatis” para recibir, siendo ya arcediano de Calatayud, una canonjía en Valencia, a pesar de no haber recibido todavía las sagradas órdenes exigidas por los estatutos del cabildo de Valencia. Obtenido en 1362 el grado de doctor en Derecho Civil, continúa sus estudios de Derecho Canónico durante los años siguientes, recibiendo en Aviñón en 1366, a los veinticuatro años, por tanto, las órdenes menores y el subdiaconado. Buen conocedor de las rutas ultrapirenaicas, acompañó en 1367 en su fuga secreta hacia el reino de Francia a Enrique de Trastámara, que, derrotado en Nájera, se había refugiado en Illueca en el castillo familiar de los Martínez de Luna. Todavía era estudiante en Montpellier en 1368, cuando su compaisano, el hospitalario aragonés Juan Fernández de Heredia, castellán de Amposta, prior de Saint Gilles y de Castilla y gobernador de Aviñón, ordenaba a su procurador en Saint Gilles proveer a su sustento.
Tanto Heredia como Pedro pertenecían además al consejo del infante primogénito Juan, duque de Gerona.
Propuesto el año siguiente para el obispado de Valencia (1369) —sede que ocuparía Jaime de Aragón, primo del Rey— alcanzada la licenciatura en 1370 y el grado de doctor, Pedro enseñó con aplauso en Montpellier donde Dietrich de Nieheim lo conoció en 1373, y lo describiría más tarde como “brevis staturae ac gracilis, homo ingeniosus et ad inveniendas res novas valde subtilis”. Su compañero y compaisano Pedro Garcés de Cariñena escribiría allí unas notas genealógicas, núcleo primigenio con el tiempo del Memorial y registro de los linajes de Zurita. Su docencia se prolongó hasta su promoción al cardenalato por Gregorio XI en 1375, como cardenal diácono de Santa María in Cosmedin.
Era un joven cardenal de treinta y tres años, lo cual no debe sorprender si se tiene en cuenta que el propio papa Gregorio que lo creó lo había sido sobre los diecinueve y aquel a quien sucedería después en Aviñón, Clemente VII, a los veintinueve. Fallecido en 1362 el cardenal de Aragón Nicolás Rosell O. P., Pedro IV llevaba tiempo insistiendo sin éxito en favor del arzobispo de Zaragoza Fernández de Luna junto con otros candidatos; pero, aparte de posibles dificultades por parte de la curia, Gregorio no quería nombrar a prelados que tuviesen que abandonar su diócesis. Es entonces cuando al demandar el papa otros nombres, surge la propuesta en segundo lugar del joven Pedro de Luna, insistiendo Pedro IV en los grandes servicios prestados a la Corona por su linaje. Además, había muerto el año anterior el cardenal por Castilla Pedro Gómez de Albornoz, sobrino de Gil, por lo que no había en aquel momento en Aviñón cardenal peninsular alguno. El joven Luna, buen amigo de Enrique II, era el candidato ideal, en aquel año en que se había firmado la paz de Almazán entre Aragón y Castilla, estando presente por cierto en su negociación el arzobispo de Zaragoza Fernández de Luna, ya entonces canciller del Reino.
Pedro de Luna abandonó su cátedra y entró en la Curia Pontificia como juez comisario en diversas causas. Gregorio XI había enviado al agustino y ex obispo de Jaén, Alfonso Fernández Pecha (confidente en Roma de santa Brígida de Suecia hasta la muerte de ésta en 1373) a conseguir de Santa Catalina de Siena su intercesión para la paz con Florencia. Una y otra religiosa habían insistido en sus revelaciones y escritos sobre el necesario regreso a Roma de la Sede Pontificia. Catalina acudió a Aviñón, donde además de ser recibida por el papa, tuvo una larga entrevista con el cardenal de Luna.
El 2 de octubre de 1376 partía Gregorio hacia Roma, acompañado de Luna y doce de sus cardenales (diez permanecieron todavía en Aviñón), desde el puerto de Marsella, con una flota de veinticinco galeras, seis de ellas de la Corona de Aragón. Después de un azaroso viaje, el 17 de enero de 1377 el papa hizo su solemne entrada en Roma. Llevaba el estandarte pontificio Juan Fernández de Heredia, almirante de la flota, que poco después sería nombrado Gran Maestre del Hospital y partiría al año siguiente para una expedición al Epiro. Prisionero de los albaneses y liberado luego, pasaría a Rodas, para volver en 1382 a la Corte Pontificia de Aviñón, donde le encontraría la muerte junto a Benedicto XIII en 1396.
Luna se estableció en Roma en una casa contigua a la iglesia de San Apolinar, cerca de la Torre Sanguigna, manteniendo relación con la colonia hispana.
Además del ya citado Alonso Fernández Pecha, la componían el que pronto sería obispo franciscano de Córdoba, fray Menendo, y el dominico Gonzalo, penitenciario pontificio. Había además monjes españoles benedictinos en Subiaco, y la guarnición del castillo de Sant Angelo se sabe que era en parte española.
El cardenal de Luna era el promotor en la Curia de los intereses de Aragón y, junto con Roberto de Ginebra, emparentado por su madre con la Corte de Francia, de los de Castilla. Además, fue encargado, con los cardenales de Aigrefeuille y du Puy, de examinar los escritos de santa Brígida, de cuya canonización era promotor Fernández Pecha, y se emitió en una primera encuesta un juicio favorable.
Pero el momento decisivo en la vida de Pedro de Luna iba a tener lugar al año siguiente de 1378, cuando, fallecido Gregorio XI el 27 de marzo, se reunió el cónclave el 8 de abril para elegirle sucesor.
De los testimonios recogidos parece evidente el grave temor de los dieciséis cardenales presentes (once franceses, cuatro italianos y Pedro de Luna; otros seis estaban todavía en Aviñón) ante las amenazas, incluso de muerte, del pueblo, si no elegían a un romano o italiano. Luna empero manifestó repetidas veces a sus allegados antes de entrar en cónclave su libre decisión de elegir, no a uno de los cardenales italianos, pero sí al arzobispo de Bari, Bartolomé Prignano, que había trabajado varios años en un puesto subalterno en la cancillería papal de Aviñón, y como tal era más susceptible de agradar a los franceses. Elegido así Prignano, tomó el nombre de Urbano VI, y recibió en su entronización y coronación el homenaje de los cardenales, que escribieron a los diversos monarcas y a sus colegas de Aviñón anunciando la elección. Pronto, sin embargo, empezaron a surgir serias dudas sobre la validez de esta elección, favorecidas por la conducta despectiva del nuevo papa respecto a los cardenales franceses. Luna fue sorprendido poco después de Pascua el 18 de abril por su familiar y confidente Fernán Pérez Calvillo consultando el Decreto de Graciano y rogándole no lo revelase por el peligro de muerte que corrían. En mayo, los cardenales fueron abandonando Roma y a primeros de junio sólo ocho quedaban con el papa. Roberto de Ginebra y Pedro de Luna fueron los últimos en abandonar la ciudad el día 24 para reunirse con sus colegas en Anagni. Parece que Luna fue todavía con intención de convencerles. Pero toda elección adquiría su validez por el voto libre de la mayoría de los cardenales (bien que, en aquella ocasión, por reciente bula de Gregorio XI, no necesariamente de dos tercios); y, escuchando a éstos, como manifestaría, él mismo más tarde ante Juan I de Castilla, se convenció de la nulidad de la misma. Es más: llegó incluso a convencerse de que su propio voto favorable a Prignano había sido inválido, ya que, como escribiría él mismo más tarde en su Tratado sobre el Cisma, la libertad sustancial en una elección incluía la facultad de cambiar libremente de parecer durante el cónclave, cosa que en aquellas circunstancias había sido imposible. Al fin, el 20 de septiembre, después de haber intentado inútilmente atraer a Urbano para una nueva elección, los cardenales eligieron en Fondi a Roberto de Ginebra que tomó el nombre de Clemente VII y el 20 de junio del año siguiente se instalaba en Aviñón.
Estando todavía en Fondi, el 18 de diciembre de 1378, el nuevo pontífice designó al cardenal de Luna como “Legado a latere” en los reinos ibéricos para recabar la fidelidad de éstos, dotándole en numerosas bulas de amplísimos poderes. J. Zunzunegui ha estudiado a fondo esta legación. Pasó por Aviñón a principios de 1379, en el mes de marzo, salió para España y el 6 de abril entraba en Barcelona.
Cerca de doce años permanecería Luna en la Península realizando pacientemente una importante labor cuyo eje —como ha mostrado lúcidamente Suárez— sería pronto, dada la persistente neutralidad de Pedro IV de Aragón y la proyección de la Inglaterra urbanista sobre su fronteriza Navarra y sobre Portugal, la obtención en Salamanca el 19 de mayo de 1381, tras el proceso informativo de Medina del Campo, de la obediencia de Castilla, estrechamente unida a Francia desde la cercana ascensión al trono de la Casa de Trastámara. A ésta además había prestado buenos servicios, como se ha dicho, la propia familia del cardenal.
En torno a este eje castellano, y con una visión unitaria de la política peninsular, se moverá la actividad diplomática del legado que acabará fracasando únicamente en Portugal tras la muerte del rey Fernando I en 1383 y la derrota castellana en Aljubarrota en 1385 a pesar de las tres penetraciones anteriores del cardenal en tierras lusitanas (1381, 1382 y 1383). La primera de ellas acompañado por San Vicente Ferrer, y la segunda y tercera para consolidar la obediencia fluctuante del monarca y concertar la boda de su hija Beatriz con Juan I de Castilla. En cuanto a Aragón y Navarra, tendría que esperar, no sin una paciente labor previa, al acceso al trono de los respectivos herederos Juan I en 1387 y Carlos III en 1390, cuñados ambos que fueran del rey de Castilla y el primero de ellos claramente pro-francés (Luna gestionó su boda con la sobrina del monarca francés, Violante de Bar y la de la hija de ambos, Violante, con Luis II de Anjou).
Entreveradas con estas negociaciones hay que recordar también por este tiempo una actividad cultural, otra reformadora y otra de atención familiar.
En la primera, después de intervenir en la fundación de la Universidad de Perpiñán en 1379, el otorgamiento de unas primeras constituciones, hoy perdidas, a la Universidad de Salamanca (1381), con la creación de las luego célebres cátedras de Teología.
Constituciones que serían recogidas en parte más tarde en las segundas otorgadas por él mismo, ya pontífice, desde Peñíscola en 1411 (Martín V aprobaría ya las terceras en 1422). En el archivo universitario se conservan además diversas bulas de Benedicto XIII, cuyo emblema heráldico figura sobre la puerta del actual Paraninfo y en la fachada oriental. En cuanto a la actividad reformadora, hay que destacar su presencia en las Cortes de Segovia de 1383, que abordaron entre otras la cuestión judía (a la que, ya papa, tanta atención dedicaría en las conversaciones de Tortosa), en el Concilio de Gerona en 1387 y en las Cortes de Palencia de 1388, de las que emanó un importante ordenamiento eclesiástico. Finalmente, tras la muerte de su hermano Juan Martínez de Luna III en 1383 (a la que siguió pronto la de su cuñada Teresa de Albornoz), Pedro hubo de ocuparse largamente en Illueca de cuestiones familiares en torno a la herencia de sus sobrinos, ubicada en parte en Castilla, y de pleitos suscitados al respecto con sus parientes por línea materna los Zapata.
Conseguida, pues, la obediencia de Castilla, Aragón y Navarra, el 15 de diciembre de 1390 entraría, festivamente recibido, en Aviñón. Desde allí sería enviado de nuevo en 1393 como legado a Francia, Flandes e Inglaterra. En París, entró en contacto con la universidad, donde se hallaba estudiando Teología el converso Pablo de Santa María, bautizado en Burgos el 21 de julio de 1390, al que después de tenerle consigo, ya papa, en Aviñón (entre 1394 y 1399) nombraría obispo de Cartagena en 1403 y de Burgos en 1415. La universidad se manifestó ya desde un principio partidaria de la vía de cesión y la elección de un nuevo papa por los cardenales, por compromiso arbitral o por un Concilio, vía que propugnaría siempre con preferencia en adelante hasta los tiempos de Constanza. Vía de cesión no excluida totalmente al parecer por el diplomático Luna, que jugaba otras veces a favor de los intereses de la Corte, emparentada con el papa, tío de los duques regentes. Por todo ello, acabó no contentando ni a Clemente VII, al que disgustaba ya la propuesta universitaria, ni a la universidad. Tampoco la entrevista con los duques ingleses en Calais tuvo resultado alguno positivo, ya que no llegó a pasar el estrecho. Luna regresó a Aviñón el 1 de septiembre de 1394, pensando retirarse a su canonjía tarraconense de Reus. Pero poco después, el papa, que ya sólo confiaba en una vía de hecho con la creación de un reino de Adria para el duque de Orleans, y estaba, por otra parte, muy afectado por el pesar que le causara la postura de la Universidad, fallecía de apoplejía el día 16.
Doce días después, el 28, el cardenal de Luna era elegido papa por unanimidad, tomando el nombre de Benedicto XIII. Aparte de su prestigio personal y sus aproximaciones a la vía de cesión, plasmadas en una compleja cédula preelectoral redactada por su íntimo el cardenal navarro Zalba, pudo contribuir a ello la división de los franceses entre lemosinos y provenzales y la disposición, hecha pronto efectiva, del Gran Maestre del Hospital Fernández de Heredia a condonar la fuerte deuda de la Santa Sede para con la Orden. El 3 de octubre fue ordenado sacerdote, y consagrado obispo el 11 en su primera misa, antes de su coronación. Pronto llamaría allá a Vicente Ferrer como su confesor. Una vez en el solio pontificio, Benedicto, convencido firmemente de su legitimidad desde su decisión de Anagni, se manifestó radicalmente contrario a la vía de cesión, que en su interpretación de la cédula constituía sólo un último recurso, agotados los demás. Como buen jurista, él siempre propugnó la “via iustitiae”: ni la embajada francesa de los tres duques regentes en 1395 con el abandono de la mayoría de sus cardenales, ni la procedente de las tres cortes de Francia e Inglaterra (unidas ahora por un contrato matrimonial) y Castilla en 1397, ni un asedio de cinco años (bien que progresivamente mitigado) en torno al palacio de Aviñón entre 1398 y 1403, tras la sustracción de la obediencia de Francia y de Castilla en 1398 y el desmarque inglés de 1399, pudieron vencer su resistencia.
Sólo Aragón, cuyo nuevo rey Martín I había recibido en Aviñón la Rosa de Oro en 1397, y Navarra, se mantuvieron fieles. Pero el ambiente, ante su decidida postura, cambiaría poco a poco en su favor; y al fin, en la madrugada del 12 de marzo de 1403, disfrazado de cartujo y acompañado por súbditos de la Corona de Aragón, el papa huyó a Castellrenard, fortaleza de Luis II de Anjou, que poco antes le había rendido homenaje por Provenza y el reino de Nápoles, en cuya reivindicación murió su padre Luis I en 1384; y a fines del mismo año Benedicto recibía en Tarascón a su amigo el duque de Orleans, hermano del rey, Carlos VI, en cuya ayuda confiaba para llegar hasta Roma. Francia y Castilla le restituyeron la obediencia. En el palacio de Aviñón, que había dejado para siempre de ser la residencia papal, quedó sólo una pequeña guarnición mandada por su sobrino Rodrigo de Luna.
Los cinco años siguientes (1404-1408) presenciarán su doble, y al fin fallido, intento de penetración en Italia para un encuentro con el papa romano, preparado por sucesivas y mutuas embajadas. El 7 de mayo de 1404 partió de Marsella con seis galeras genovesas y catalanas hacia Génova, entonces bajo protectorado francés. Allí fue recibido con entusiasmo, pero posteriores cambios en la corte de París, y el peso tributario requerido por la expedición, que le enajenó el apoyo del clero francés, más una peste en la capital ligur, le obligaron a retirarse a Saona en 1405, y a regresar al fin a Marsella a últimos de 1406.
Pronto llegaron allá, sin embargo, emisarios del nuevo papa romano Gregorio XII, dispuesto a una entrevista, que en marzo de 1407 se fijó en Saona.
Más tarde, se negoció un nuevo lugar, Pietra Santa, castillo cercano a Lucca y no lejos de Porto Venere, lugares donde se situaron Gregorio y Benedicto respectivamente a principios de 1408. Pero el deseado encuentro no se llegó a producir: el asesinato en París del duque de Orleans el 23 de noviembre de 1407, principal valedor de Benedicto, y el temor de Gregorio a un golpe de mano de su rival, lo hicieron fracasar a última hora. Cardenales de uno y otro, decepcionados, les abandonaron. Francia retiró entonces su obediencia a Benedicto y proclamó su neutralidad el 25 de mayo de 1408, apoyando decididamente una futura reunión en Pisa de aquellos cardenales. No eran ajenas a ello las viejas aspiraciones italianas del duque de Anjou, cuya realización veía ya difícil a través de Benedicto. Éste, entonces, después de convocar el 15 de junio de 1408 desde Porto Venere un concilio en Perpiñán para noviembre, se embarcó hacia allí el mismo día, arribando a Port Vendres y Colliure el 2 de julio. El 24 entraba en Perpiñán: ya nunca más abandonó sus tierras nativas de la Corona de Aragón, que, en creciente crisis económica, no podía ofrecerle muy sólida ayuda. Su concilio se abrió el 15 de noviembre y finalizó sin cerrarse el 26 de marzo de 1409, en el que se nombró una embajada para presentarse al de Pisa, que acababa de abrirse el día anterior, y que llegó cuando aquél ya había emitido, el 5 de junio, sentencia de deposición para ambos papas.
Recibida por ello hostilmente, no pudo evitar la elección el día 15 de un tercer papa, que tomó el nombre de Alejandro V y que tres meses después emprendía con Luis II de Anjou una expedición a Roma, en la que entraron ambos el 30 de diciembre. Gregorio, que había convocado por su parte un breve concilio en Cividale el mismo año, hubo de refugiarse en Gaeta.
Terminado el concilio de Perpiñán y conocido el resultado del de Pisa, Benedicto se encaminó a Barcelona, donde entró el 7 de agosto para entrevistarse con el rey Martín, que tres días antes acababa de recibir la noticia de la muerte en Cerdeña de su hijo el rey de Sicilia. Las nuevas nupcias de Martín, viudo de María de Luna desde 1406, bendecidas por el papa el 17 de septiembre, no alcanzaron el fruto deseado, y el Rey murió sin sucesión el 31 de mayo de 1410. Se abría así un delicado período sucesorio, con reuniones de los diputados de los diversos reinos de la Corona, en el que el papel de Benedicto, con la eficaz colaboración de Vicente Ferrer, iba a ser decisivo. En junio, el papa se dirigió por Montserrat, Santes Creus y Valls a Tarragona, y en noviembre, por Reus y Caspe a Zaragoza, donde permaneció desde diciembre hasta abril, partiendo de allí hacia Tortosa y Peñíscola, donde estaba ya el 19 de mayo de 1411, y en la que pronto establecería, en la zona de confluencia de los tres reinos, su centro de actividad. Todavía en Perpiñán, en 1409, al nombrar el comendador mayor de la orden de Montesa, se había reservado la encomienda de la villa y su antiguo castillo templario, ahora cedidos de pleno derecho a la Santa Sede. La guardia de la fortaleza no tardó en cubrirla su sobrino Rodrigo, llegado allá después de la capitulación el 22 de noviembre de 1411 tras más de un año de asedio, de la de Aviñón, ante las tropas provenzales adictas al papa pisano. El sobrino nieto del papa, Álvaro, hospitalario como él, le fue a rescatar con una nave. En ella, volvió también Alpartil, presente en éste como en el anterior sitio de Aviñón de 1398, si bien, en su calidad de prior de la Seo de Zaragoza, se estableció en adelante en esta ciudad. Entretanto, no lejos de Peñíscola, en Vinaroz y Trahiguera, se reunían los parlamentarios valencianos, mientras en la cercana Tortosa, sede del parlamento catalán de agosto a diciembre de 1411, el papa tenía como administrador eclesiástico a su joven sobrino nieto Pedro de Luna y Cabeza de Vaca. Los aragoneses se reunieron en Calatayud. Asesinado cerca el arzobispo de Zaragoza García Fernández de Heredia, el papa reservó para sí el arzobispado hasta 1415.
Pese a su parentesco con el pequeño conde de Luna Fadrique, nieto ilegítimo del difunto rey Martín, el infante castellano Fernando de Antequera era el mejor candidato al trono para Benedicto, ya que, además de su prestigio personal, podía asegurarle, de resultar elegido, la obediencia también de aquel reino, en el que el papa tenía ya como arzobispo de Toledo a su sobrino Pedro de Luna y Albornoz (1403-1414). En la bula de 23 de enero de 1412 propugnó un sistema de compromisarios, tres por reino: algunos de los elegidos como Vicente Ferrer (que estaría tres meses en Ayllón con Fernando) y su hermano Bonifacio, resultaron ser viejos miembros de la curia papal. Así se llegó al fallo sucesorio del 28 de junio, favorable a Fernando y proclamado por San Vicente en Caspe, la villa del Hospital donde se habían trasladado desde Aviñón los restos mortales del maestre Heredia. Fernando se presentó el 21 de noviembre en Tortosa para rendir homenaje a Benedicto y recibir la investidura de Sicilia, Cerdeña y Córcega; y no mucho después se inauguraba allí, auspiciada por el papa y por iniciativa de su médico personal el judío converso Jerónimo de Santa Fe, ayudado por Ferrer, una importante controversia judeo-cristiana del 7 de febrero de 1413 al 12 de noviembre de 1414 finalizada con la conversión de numerosos rabinos y aljamas.
Pero, en cambio, en Europa, los acontecimientos seguían tomando un rumbo claramente desfavorable para Benedicto. Un nuevo papa de la obediencia pisana, Juan XXIII, de acuerdo con el emperador de Alemania y rey de Hungría Segismundo convocaba para noviembre de 1414 un Concilio Universal para resolver el Cisma mediante la cesión de los contrincantes y la elección de un único papa aceptado por todos. El rey de Aragón se reunió en Morella aquel verano con el papa, presente San Vicente Ferrer, para tratar de inducirle a la cesión, sin resultado positivo alguno. Por el contrario, pese a la apertura del Concilio el 16 de noviembre, Benedicto alimentó nuevas esperanzas cuando, en enero del 1415, acudió a Valencia y bendijo la boda entre el primogénito Alfonso y María de Castilla (que vino acompañada del sobrino nieto del papa y privado de Juan II Álvaro de Luna).
Allí se concertó además la boda del segundogénito Juan con la reina Juana II de Nápoles, que Benedicto esperaba le facilitaría la aproximación a Roma, pero en junio el proyecto se había desvanecido.
El Concilio reunido en Constanza recibía entretanto la abdicación de Juan XXIII el 31 de mayo y de Gregorio XII el 4 de julio: sólo faltaba obtener la de Benedicto. El emperador Segismundo se desplazó hasta Perpiñán para encontrarse con el papa y el rey de Aragón. El 19 de septiembre se iniciaron las conversaciones que se prolongaron sin resultado durante todo el mes de octubre. A primeros de noviembre se retiró el emperador hasta Narbona, y Benedicto, firme en la convicción de su legitimidad y en su defensa del principio de autoridad, después de dos requerimientos infructuosos de Fernando, partió el día 14 de Colliure para Peñíscola, donde llegó el día 30, para no volver a abandonarla jamás. Allí le alcanzó un tercer requerimiento, tras el cual, conforme a lo capitulado en Narbona con el emperador el 13 de diciembre, Aragón le sustrajo la obediencia en solemne ceremonia celebrada el 6 de enero de 1416 en la catedral de Perpiñán, en la que predicó el propio San Vicente Ferrer, no dudoso de la legitimidad, pero entristecido por la obstinación. Se unieron la sustracción de Navarra, publicada el 18 de junio, y la de Castilla, que no se haría pública hasta el 28 de junio de 1417 en la misma Constanza, aunque Benedicto nombraba todavía obispos en 1418. Sólo Escocia —donde en 1413 había fundado la Universidad de San Andrés— y el conde de Armagnac le permanecieron fieles. En Constanza estaba en curso desde el 5 de noviembre de 1416 un proceso que, después de enviarle una inútil citación a Peñíscola en enero, culminó en el decreto de deposición y excomunión del 26 de julio. La elección de Martín V el 11 de noviembre, reconocido por la práctica totalidad de la Cristiandad, aceleró la dispersión de los fieles a Benedicto, que culminó con el abandono de Peñíscola por sus cuatro cardenales el 5 de enero de 1418. Todavía antes de concluir el Concilio el 22 de abril, el nuevo papa envió un legado a Aragón con la misión de acabar con el reducto peñiscolano; pero su legación, prolongada hasta el 3 de marzo de 1419, tropezó con resistencias por parte de Alfonso V y de los prelados, clero y pueblo, agitado éste por un rumor que acusó sin pruebas al legado de complicidad en una tentativa de envenenamiento contra Benedicto en julio de 1418, que dejó secuelas en su salud.
Pese a ello, su vida en Peñíscola se prolongaría todavía mucho más de tres años, rodeado de su importante biblioteca privada y de un pequeño círculo de familiares, entre ellos el caballero hospitalario Rodrigo, jefe de la guarnición; Álvaro, comendador de Cantavieja, había marchado enfermo a Calatayud en 1416. Estaban también allí sus compaisanos aragoneses Julián de Loba (o Lobera) y Jimeno Dahé, camarero y penitenciario pontificios respectivamente, elevados al cardenalato con los franceses Domingo de Bonnefoi y Juan Carrier, el 27 de noviembre de 1422, poco antes de su muerte. No existe certeza absoluta sobre la fecha de ésta, pero el cotejo de los dos documentos contradictorios sobre la misma, la Crónica de Alpartil (que indica el 23 de mayo de 1423) y la memoria del cardenal Carrier (que anota el 29 de noviembre de 1422), ninguno de los dos testigos del hecho, redactados con posterioridad a 1429, así como el análisis de su contenido interno (abundancia de datos muy precisos en Carrier, llamativa coincidencia con la fiesta de Pentecostés y extraña inmediatez del cónclave sucesorio en Alpartil) se inclinan hacia Girgensohn (1989), y no obstante las razones aducidas por Goñi (1983), a aceptar la fecha propuesta de 1422. El mismo Goñi observa que la Crónica de Alpartil, ausente, dedica sólo cuatro de sus ochenta hojas a los últimos dieciocho años de su relato (1412-1430) y yerra sobre las fechas del cónclave de 1423. Llama además la atención la no existencia en el Registro Avenionense de bula alguna posterior a aquella fecha. Y la lógica perplejidad de los cardenales ante la situación internacional del momento, dados los intereses políticos de Alfonso V en Italia y la aproximación del delfín Carlos de Francia a la fidelidad del conde Juan IV de Armagnac (en cuyos estados era precisamente vicario de Benedicto y se hallaba sitiado Carrier), explica ese compás de espera entre la fecha de la muerte indicada por Carrier y la señalada por Alpartil, que en este caso sería simplemente la de su publicación para proceder a la elección del sucesor; y parece favorecer esta opinión a la que se inclinaron ya hace años Valois y Puig, y conforme a la cual, y a lo establecido aquí sobre la fecha de su nacimiento, Benedicto moriría en Peñíscola rebasados apenas los ochenta años, en todo caso una muy respetable edad. Es interesante constatar también que, para sucederle, tres de sus cardenales (Carrier no pudo llegar a tiempo) eligieron, no a uno de ellos mismos, sino a un canónigo valenciano no elevado al cardenalato por Benedicto, aunque bien posicionado socialmente y muy relacionado, personal o familiarmente, con los avatares del Cisma desde sus mismos orígenes: el turolense Gil Sánchez Muñoz, que tomaría el nombre de Clemente VIII y abdicaría seis años después para dar fin al Cisma. Sólo en el Languedoc (Escocia obedecía ya a Martín V desde 1418) quedaron algunos fenómenos residuales.
El significado preciso del término “antipapa” en la Historia de la Iglesia (Mercati, Stoller), y los avances de la historiografía en favor de la legitimidad de la línea aviñonesa, no permiten, por lo menos hasta la elección de Martín V, y en cierto modo aun después, aplicarlo con propiedad a Benedicto XIII. Incluso el propio Martín V, hablando de los pontífices del cisma, se abstuvo de emplear este término y prefirió hablar más bien de diversas “obediencias”.
Su uso está desapareciendo de hecho en la moderna investigación.
Obras de ~: [...] Tractatus de horis canonicis, Montpellier (desapar.); Repetitio super c. Sicut stellas (incipit Tractatus Stella Clericorum), Montpellier; Tractatus de principali scismate, 1380; Allegationes, ut dicitur, domini cardinalis de Luna, c. 1380; Allegationes cardinalis de Luna super prima questione disputata coram rege Castellae, Medina del Campo, 1381; Arenga ex parte sacri collegii dominorum cardinalium et pro domino Clemente papa VII facta apud Sanctam Arenam in presencia consilii domini regis Portugalie per dominum P[etrum] de Luna cardinalem Aragonensem apostolice sedis legatum, Santarem, 1981; Tractatus de novo subcismate: “Quia ut audio...”, Aviñón, 1399-1403; “Quia nonnulli...”, Barcelona, 1409-1410, sobre el abandono de sus cardenales; Tractatus de concilio generali (1407-1408); Tractatus adversus conciliabulum pisanum (1410-1412); Replicatio contra libellum factum contra tractatum precedentem, 1411-1413; Tractatus contra iudaeos (?); Super horrendo et funesto casu obediencie pape subtracte in regno Aragonie, 1416; Libro de las consolaciones de la vida humana, Peñíscola, entre 1416 y 1422, trad. de una abreviatura de la obra latina de J. de Dambach, OP (1288-1372) (ed. P. Gayangos, Madrid, 1860, y J. B. Simó, Peñíscola, 1998).
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Francisco de Moxó y Montoliu