García-Margallo y García, Juan. Montánchez (Cáceres), 12.VII.1839 – Melilla, 28.X.1893. General de brigada de Infantería muerto heroicamente en los combates del fuerte de Cabrerizas Altas.
Nacido en el seno de una antigua familia de hidalgos extremeños, ingresó a los dieciséis años en el Colegio de Infantería de Toledo queriendo emular la ejemplar carrera de su tío Juan Antonio, distinguido combatiente en la Guerra de la Independencia, comandante de una expedición militar a Chile, gobernador militar de Holguín (Cuba) y jefe del Regimiento de Infantería de Barcelona.
Después de haber desempeñado las funciones de galonista los seis últimos meses, con diecinueve años ascendió a alférez y le destinaron al Regimiento de la Reina n.º 2 de guarnición en Madrid, siendo destacado con un batallón a Zaragoza, Huesca y Pamplona, hasta que en noviembre de 1859 se incorporó, en Puerto Real, al de Cazadores de Figueras dispuesto a embarcar para Ceuta; la Guerra de África iba a comenzar.
Participó en los combates de Sierra Bullones, protección de las obras del camino a Tetuán y en la batalla de los Castillejos, en la acción del 14 de enero de 1860 resultó contuso, el 31 fue premiado sobre el campo de batalla con mención honorífica y el grado de teniente; por su comportamiento en la toma de Tetuán, obtuvo la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase. La concesión del grado suponía poder ejercerlo en operaciones y otros servicios, pero seguía con el mismo puesto en el escalafón del empleo anterior. La principal ventaja estribaba en que al ascender de empleo, se recibía la antigüedad de la fecha de obtención del grado. Terminada la guerra, después de dos años en África volvió con su batallón de guarnición a Madrid, alternando con el Real Sitio de Aranjuez.
El 22 de junio de 1866 estuvo en los sangrientos sucesos de Madrid, en los que, al pronunciamiento de los sargentos de Artillería de San Gil, se le unieron insurrectos republicanos, que ocuparon calles poniendo barricadas; el batallón sostuvo fuego por espacio de catorce horas y su comportamiento fue reconocido con el ascenso al empleo de capitán. Esa terrible jornada le afectó tanto que solicitó la situación de reemplazo con medio sueldo y fijó su residencia en Montánchez, donde estuvo casi dos años.
A finales de 1868, volvió al batallón de Cazadores de Figueras, que operaba en Andalucía con motivo de las algaradas republicanas a las órdenes del general Antonio Caballero y Fernández de Rodas; su comportamiento le hizo merecedor de la Cruz roja de 1.ª Clase del Mérito Militar y, en octubre, le concedieron el grado de comandante.
En enero de 1869 estuvo con su batallón en el norte de España, por las provincias de Navarra, Huesca y Lérida; conseguida la destrucción de las partidas, marchó con la unidad a Alcalá de Henares. Por los méritos demostrados, especialmente en Balaguer el 5 de octubre, obtuvo el grado de teniente coronel.
El 10 de noviembre marcharon a Andalucía para formar parte de una brigada volante allí formada; el 5 de febrero, en Córdoba, juró fidelidad y obediencia al rey Amadeo I. En abril del año siguiente, al estallar la Tercera Guerra Carlista, marchó a Navarra y Vascongadas, precisamente, a los pocos días de haberse casado con Adelaida Cuadrado Aznar.
En los años siguientes participó en numerosos combates de la Guerra Carlista: Oroquieta, Mundaca, Gorbea, Manu-Andi, Manu-Chiqui, sitio de Irún..., demostrando un valor sereno, tenacidad y resistencia tales, que le valieron tres ascensos y numerosas condecoraciones, siendo declarado benemérito de la patria por Ley de 3 de julio. En 1876, estando en Cádiz, nació su hija primogénita, Adelaida.
Terminada la contienda pasó al batallón de La Habana n.º 18 en Valladolid, y allí nacieron sus hijos María, Ildefonso, Agustina, Juan y Adolfo. Ascendido a coronel en 1883, mandó el Regimiento Isabel II en esa ciudad hasta ser promovido en febrero de 1890 a general de brigada de Infantería y nombrado gobernador militar de León.
Hasta aquí, éste es el resumen de la formidable carrera militar de García Margallo: siete ascensos por méritos de guerra, once condecoraciones militares y una mención honorífica por su actuación en el campo de batalla y la declaración de “benemérito de la patria”.
Pero fue en Melilla donde su figura adquirió relieve y fama a escala nacional. El 31 de agosto de 1891 le nombraron gobernador militar de la plaza de Melilla y en agosto de 1893 comandante general de la misma.
Desde hacía años latía el problema derivado de la delimitación del campo exterior de Melilla para su defensa y seguridad, cedido por el sultán de Marruecos según el Tratado de Paz y Amistad (art. 5.º); en 1893 había terminado la construcción del fortín de Cabrerizas Altas; para cerrar el perímetro defensivo sólo quedaba por fortificar la pequeña meseta llamada Sidi Aguarich; al lado había un minúsculo cementerio moro considerado lugar sagrado, por lo que no querían que los españoles se acercaran allí.
El gabinete de Sagasta dividido entre la solución de Moret (ministro de Asuntos Exteriores), partidario de la vía diplomática, y la de López Domínguez (ministro de Guerra), inclinado por la de las armas, se mostró indeciso, alternando la rigidez con la contemporización ante provocaciones, algunas inadmisibles. En julio de 1893, el bajá de la zona pidió a Margallo que no hiciera más fortificaciones hasta que hubiera acuerdo entre los gobiernos. Una junta consultiva creada por el gobierno consideró Sidi Aguarich como el sitio adecuado para fortificar y se cursó la orden a Melilla.
El 28 de septiembre comenzaron los trabajos y por la noche fueron destruidos. Margallo lo comunicó al ministro indicando esperar instrucciones y que de momento no suspendía las obras, pues ya no era posible abandonarlas sin desdoro de nuestro prestigio, pero ocurrió lo mismo que el día anterior, recibiendo de López Domínguez un telegrama en el que le autorizaba a continuar los trabajos instándole a imponerse con rigor y actuar “de acuerdo con lo que le dictara su propio honor y espíritu”.
Las obras continuaron, custodiadas de noche por cuarenta soldados hasta que, al amanecer del 2 de octubre, numerosos rifeños (unos seis mil) armados con fusiles Remington suministrados por una fábrica de Eibar, se acercaron con intención de destruir lo construido.
Avisado el general (sólo disponía de mil cuatrocientos cincuenta y cinco soldados y treinta y siete caballos, pero descontando los desplegados en fortines y los que debían quedarse a defender la plaza, escasamente le quedaban trescientos hombres), alertó a la plaza para que se enviaran refuerzos y a la vez salió con el reducido número de hombres que tenía disponibles, para restablecer la situación. Margallo, con valentía e imperturbable serenidad, dirigió el desigual combate en primera línea de fuego, cuando su ayudante le advirtió, por la nube de polvo, de que los disparos caían a sus pies, le contestó: “Ése es nuestro deber: estar donde caen las balas”. Después de ocho horas de combate, viendo que se acercaba la noche, ordenó y dirigió la retirada. Conocida la noticia del ataque, por toda la nación se prodigaron las alabanzas al general García Margallo. Ya no hubo más ataques hasta el 27, sólo hostigamientos.
Las comunicaciones con el Gobierno en ese mes fueron constantes: el 9 López Domínguez le pidió que emplease la máxima energía para que ningún moro pisase los límites del campo español y ordenó que le enviara con urgencia un plan para ocupar Sidi Aguarich; parecía ignorar con esas órdenes que más de veinte mil rifeños armados estaban dispuestos a impedir la continuación de las obras. El 23, por telegrama, le ordenó comenzar los trabajos de ampliación de las fortificaciones y previniéndole que si le hostilizaban hiciera uso del cañón. Entonces disponía Margallo de una fuerza efectiva de tres mil seiscientos sesenta y nueve hombres, aunque las plantillas no eran de guerra, pese a ser Melilla una zona conflictiva, sino de paz.
Cumpliendo las órdenes, el día 27 comenzaron las obras, cuando a las 15:30 se desencadenó un violento ataque general rifeño; Margallo dispuso el despliegue de las unidades para contenerlos, hasta que a la caída de la tarde, ante la ingente superioridad numérica enemiga, ordenó el repliegue general. Al observar que las fuerzas de Cabrerizas Altas no se movían, se acercó con miembros de su Cuartel General. Llegado allí, viendo que la marcha a Melilla en medio del fuego hubiera sido suicida, ordenó la retirada al fuerte, donde quedaron cercados, y como estaba cortada la línea telefónica, envió para pedir refuerzos al capitán Picasso de Estado Mayor.
Ese mismo día 27, desde Madrid el ministro le escribió una carta comunicándole que, ante el considerable número de fuerzas que se trasladaban a Melilla, había decidido elevar la categoría del mando de la Comandancia General. Ya no vivía el destinatario cuando la misiva llegó a Melilla.
El 28 por la mañana intentó forzar una salida sin conseguirlo, pero cuando vio que las fuerzas de socorro se acercaban combatiendo duramente, primero arengó a los soldados, luego ordenó la salida de los dos cañones del fuerte mandados por el teniente Salto(s) —en las reseñas de la época figura el apellido Saltos, pero sus sucesores llevan el apellido Salto—, que casualmente era el novio de su hija mayor, con la intención de apoyar el avance de la columna, y se puso a la cabeza del grupo; el teniente fue herido y García Margallo, con su faja roja puesta, recibió una bala en la frente y murió en el acto.
Su muerte espoleó a los españoles; todos reclamaban venganza y culpaban al Gobierno por su desidia al no proveer de fuerzas militares adecuadas a la conflictividad de la zona. El viaje en ferrocarril, desde Málaga hasta Madrid, de la familia del general constituyó una explosión de afecto y cariño; por todas las estaciones donde paró el tren la gente se manifestó vitoreándoles.
Todavía hoy muchas ciudades españolas, además de Montánchez, tienen una calle con su nombre.
En el Congreso hubo discusiones agrias, aunque algunos criticaron su valor, considerando impropio de un general estar en primera línea de fuego dando ejemplo a sus soldados. Canovas del Castillo, jefe de la oposición entonces, le ensalzó y alabó como a un valiente y la Reina Regente se hizo cargo de los gastos de enseñanza de los hijos. A título póstumo le concedieron el ascenso a general de división y la viuda recibió la oferta del marquesado de Cabrerizas, que rechazó.
García Margallo está enterrado en Melilla; dejó esposa y seis hijos con edades que oscilaban entre siete y dieciséis años. La mayor, Adelaida, se casó con el teniente Salto, herido junto a su padre; tuvo veintiún hijos varones, en partos múltiples, aunque sólo sobrevivieron cinco, y una hija; varios biznietos suyos también llegaron a ser generales del Ejército. Las otras dos hermanas no tuvieron descendencia, pero sí los varones, excepto el menor, Adolfo, que tenía siete años al fallecer su padre, y murió siendo teniente de Infantería en Monte Arruit. Los otros dos hijos, Ildefonso y Juan, fueron del arma de Caballería; el primero era teniente coronel cuando falleció de muerte natural en el año 1931, el segundo era comandante y fue fusilado por los rojos en Barcelona (Montjuic) en 1936. En el siglo XXI, hay descendientes de ambos, militares y civiles, entre los que hay uno dedicado a la política.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Hoja de Servicios de Juan García Margallo y García; Informaciones aportadas por los generales Salto Dolla y Medrano Salto.
J. Álvarez Cabrera, Acción militar de España en el imperio de Marruecos (bosquejo de un plan de campaña), Madrid, Depósito de la Guerra, 1898; Servicio Histórico Militar, Historia de las Campañas de Marruecos, t. I, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1947; F. Soldevila, Historia de España, t. VIII, Barcelona, Ariel, 1952-1959; T. Lozano Rubio, Historia de la Noble y Leal Villa de Montánchez, Madrid, Maribel, 1970, págs. 273-274 y 279-281; Biografía de Margallo, Montánchez, 1983; “Noventa años de la muerte del general Margallo”, en La Región (Cáceres) (1983); A. Llanos Alcaraz, La campaña de Melilla de 1893-1894, ed. de F. Saro Gandarillas, Melilla, Universidad Nacional de Educación a Distancia Málaga-Algazara, 1994; M. del Rey, La guerra de África 1859-60, Madrid, G. Medusa, 2001.
Manuel del Barrio Jala