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Tomás Casales

Biografía

Casales, Tomás. Barcelona, ú. t. s. xvi – ?, p. m. s. xvii. Ceramista.

Tomás Casales, de Casales (o Cassales), era natural de Barcelona, donde se formó y trabajó inicialmente como alfarero hasta por lo menos 1607, año en el que todavía se le registraba como habitante de la ciudad y vecino de la calle de “les Escudellers Blancs”. La expulsión de los moriscos de Aragón en 1610 supuso un duro golpe para los alfares aragoneses que quedaron prácticamente vacíos, faltando todas las especialidades cerámicas de sus mercados. Esta circunstancia determinó la búsqueda urgente de nuevos alfareros, que fueron llegando de Cataluña, Levante, Castilla e Italia a lo largo de la primera mitad del Seiscientos.

Uno de ellos fue Tomás Casales.

Éste aparece citado por primera vez en Zaragoza en 1615, adonde llega sin duda atraído por las ventajosas condiciones expuestas en la capitulación que firma con Juan de la Higa —mercader dedicado a la compra-venta de cerámica— y Mariana Torrero. Se trata de un contrato de ocho años de duración para producir “escudillas, vajilla y azulejos” en el obrador y horno que aquélla tenía en la calle de Predicadores, en la parroquia de San Pablo, para lo cual se le proporcionaba la casa en la que vivir con su familia, oficial ayudante y aprendices, pactando partirse a medias los gastos de la obra y ganancias por su venta, de acuerdo al precio que fijasen los tasadores de ambas partes. Este acuerdo se anuló o complementó con una nueva capitulación firmada en 1616, esta vez por seis años y ya sólo con Juan de la Higa; por la que se establecía el arrendamiento de la producción vajillera de Casales por parte de éste, citándose las siguientes tipologías de piezas y precios: la “escudilla común, o lo que es igual, el galatín, a 11 reales la gruesa (1,8 dineros la pieza); el plato común y las escudillas parteras, a 21 reales la gruesa; los platos pequeños blancos de hechura de plata, a 4 sueldos y medio la docena; los platos medianos ordinarios blancos con las conquillas que se suelen dar con ellos, blancas o pintadas, a 10 sueldos la docena; y las porcelanas y galatín pintadas, a 16 reales de la gruesa”.

A la vez, Tomás Casales establecía contactos con los vajilleros de Muel (Zaragoza), el alfar más importante que surtía la mayor parte de las necesidades de los consumidores zaragozanos. Allí aparece citado en sus libros parroquiales en 1617, actuando como padrino de una hija de Joan Antillon, escudillero de Reus (Tarragona), que se había instalado en esta población del marquesado de Camarasa, cercana a la capital aragonesa, en 1612. En ella se estableció también Casales muy poco después, bautizó a uno de sus hijos en 1621 y está documentado como vecino hasta 1632. Otro de sus hijos, Francisco Casales, que siguió el oficio paterno, trabajó antes de 1638 en Alcorisa (Teruel), y se le cita en este mismo año como vajillero de Muel.

Los dos se quedarían definitivamente en Aragón.

En 1632, el convento carmelita de Santa Teresa de Zaragoza (conocido popularmente como Las Fecetas) encargaba a Tomás Casales primero (19 de marzo) y a Francisco Casales después (8 de agosto), vecinos ambos de la ciudad, la producción de un total de treinta mil y treinta y cinco mil azulejos, además de los correspondientes remates, para el arrimadero y suelo de su iglesia. Éstos se describían en los documentos notariales como “azulejos quarteados de blanco y de verde” y “cintillas y coronas”, tasadas —respectivamente— a 30 reales el millar (1,92 dineros la pieza) y 300 sueldos el millar (3,6 dineros la pieza) y debían hacerse según las medidas, colores, muestras y molde entregados. El arrimadero de azulejería, muy bien conservado, nos muestra que la obra se hizo siguiendo literalmente el encargo, es decir, con la misma técnica de arista (piezas impresas con moldes) que se había usado en Aragón a lo largo de todo el siglo xvi y hasta la expulsión de los moriscos en 1610, cuyo arraigo justifica que siguiera produciéndose hasta avanzada la segunda mitad del siglo xvii. Los azulejos presentan incluso los mismos motivos que se conocían desde el Quinientos y que pervivieron en el Seiscientos, estampados con moldes iguales, y así, las piezas de cartabón (como se denominan hoy), blancas y verdes, componen un diseño de bandas verticales en zig-zags en los paños murales, y se concluyen con un amplio remate horizontal con otra banda en zig-zag blanca y verde, perfilada por “cintillas” con óvalos, rombos y menudas flores y una “corona” de palmetas clásicas enlazadas, pintadas en blanco, azul, verde y amarillo.

 

Obras de ~: Azulejos para el arrimadero y la solería de la iglesia del convento carmelita de Santa Teresa, Zaragoza, 1632.

 

Bibl.: M.ª I. Álvaro Zamora, “La cerámica aragonesa”, en T. Sánchez Pacheco (coord.), Cerámica española. Summa Artis: Historia General del Arte, vol. XLII, Madrid, Espasa Calpe, 1997, págs. 221-288; “Técnicas y tipologías cerámicas aplicadas a la arquitectura aragonesa de los siglos xiii al xvii (1610). Relaciones con el resto de las producciones peninsulares”, en Actas del V Congreso de Arqueología Medieval Española.

Valladolid, 1999, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2000, págs. 823-849; Cerámica aragonesa, vols. I y II, Zaragoza, Ibercaja, 2002, págs. 51, 196, 214-215 y 218, y págs. 104-107 y fig. 540, respect.

 

María Isabel Álvaro Zamora

 

 

 

 

 

 

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