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Bernardo de Cabrera

Biografía

Cabrera, Bernardo de. Calatayud (Zaragoza), 1298 – Zaragoza, 26.VII.1364. Caballero, consejero y valido del rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso (1319-1387).

Aunque parece que tomó parte en la expedición a Mallorca en tiempos de Alfonso IV, su auténtica entrada en la escena política se produjo en 1347, ya a una edad avanzada, cuando ante la crisis de la “Unión”, abandonó su retiro en San Salvador de Briá, y emergió como enérgico defensor de la supremacía del poder monárquico, característica que siempre conducirá sus pasos. Habían sido precisamente las tendencias autoritarias de Pedro IV las que suscitaron el recelo de las oligarquías. Las más destacadas figuras del clero y de la nobleza aragonesa, los síndicos de algunas ciudades y villas del reino, junto a nobles y ciudades del reino de Valencia, tomaron como pretexto la supuesta sucesión de la infanta Constanza frente al conde de Urgel, Jaime, para renovar la “Unión”. A la vez se producía la invasión del Rosellón por parte del recientemente destronado rey Jaime de Mallorca. Ante tal delicada situación, el Ceremonioso sólo pudo afrontar la crisis gracias a la absoluta fidelidad del Principado de Cataluña y a la habilidad política de Bernardo de Cabrera, quien aprovechando viejas rivalidades, supo atraer al bando real a personalidades muy caracterizadas cuya deserción minó considerablemente el bloque unionista.

Así, Blasco de Aragón, Tomás Cornell, Juan Jiménez de Urrea, Juan Martínez de Luna y, sobre todo, Lope de Luna, gran artífice del triunfo en la batalla de Épila (21 de julio de 1348). Ésta y la posterior sobre Valencia, Mistala (1348), donde la rebelión había tomado un carácter social muy acusado, pusieron fin al conflicto de la “Unión”, en el momento en que la mortífera peste negra comenzaba a transformar la vida del país.

Poco después, el 27 de septiembre de 1349, nacía en Perpiñán el ansiado heredero, el infante Juan, hijo del tercer matrimonio del monarca, esta vez con Leonor de Sicilia. Para él se creó como dignidad propia del primogénito y heredero de la Corona, el ducado de Gerona. El 1 de enero de 1351, Bernardo de Cabrera fue nombrado curador y maestro del príncipe. Este nombramiento equivalía a la consagración oficial del noble aragonés como máximo consejero del monarca, y coincidía con el alejamiento voluntario de la corte del personaje que hasta ese momento había ejercido su máxima influencia, el infante Pedro, tío del monarca, cada día más inclinado hacia el misticismo franciscano.

Había sido, en cierto modo, el instigador de la política de integración mediterránea del Ceremonioso, atribuyéndosele, al menos, la empresa que condujo a la reincorporación del reino de Mallorca. De esa orientación mediterránea no podía ser ajeno tampoco Cabrera. En clara disputa por ese mar, indujo al rey a firmar un pacto con Venecia que se hizo extensivo al imperio bizantino y provocó la inmediata guerra con Génova. En el transcurso de la misma volvió a resaltar el protagonismo de Cabrera, a quien el monarca acababa de entregar el vizcondado de Bas. Participó activamente en la campaña de Cerdeña al asumir el mando de la importante flota que, compuesta por sesenta naves, partió en dirección a la isla para reunirse con la veneciana comandada por Nicolò Pisano. El 17 de agosto de 1353, las dos escuadras derrotaron claramente a la genovesa en la rada de Alguer. El dominio de la isla —para lo que fue necesario la presencia del propio monarca— no fue fácil, y atravesaría nuevas crisis alimentadas por la actitud levantisca de los grandes magnates isleños y las ambiciones de potencias extranjeras: Pisa, Génova, Francia, Pontificado..., interesadas en el señorío del reino. Mientras se preparaba la escuadra que debía trasladar al monarca a la isla para su dominio total, éste encargó a Bernardo la redacción de las Ordinacions sobre la fet de la mar, en las que se reglamentaron minuciosamente los cargos, las funciones, las obligaciones y los sueldos del personal de la armada. Constituían nuevas aportaciones a todo el movimiento de carácter jurídico e institucional que llevó aparejado el imperialismo mediterráneo y que tendría como magnífico exponente el Llibre del Consulat de Mar.

Durante la guerra entre Aragón y Castilla, “la guerra de los dos Pedros”, que cuestionaba el equilibrio peninsular, Cabrera actuó como activo embajador del Ceremonioso ante Pedro I de Castilla con quien firmó diferentes treguas: Tratado de Deza (1361), Tregua de Murviedro (1363)..., activa fase diplomática en la que quedaba claro el belicismo de los aliados del Ceremonioso (Enrique de Trastámara, Carlos III de Navarra) y el pacifismo de Cabrera, quien acaudillaba desde el Tratado de Deza el de la paz con el reino de Castilla. La reapertura de las hostilidades en 1363 señaló la crisis decisiva en la política de Cabrera.

Una poderosa coalición de enemigos: la reina Leonor, el rey de Navarra, Enrique de Trastámara, el conde de Denia, Berenguer de Abella, mayordomo del rey y las Cortes catalanas, deseosas de intervenir en el gobierno del país, arrancaron del rey la orden de procesar a Cabrera. Muchos intereses diversos coincidieron en la necesidad de acabar con el todopoderoso consejero, pero uniéndoles hay que ver, sobre todo, la reacción de las oligarquías contra el recalcitrante autoritarismo de Bernardo de Cabrera. Durante la Semana Santa de 1365, en Almudébar, el Ceremonioso, movido por los conjurados, ordenó a Cabrera que compareciese ante la Cámara Real. El consejero, consciente de la presión que sobre el monarca ejercían sus adversarios, decidió huir hacia la frontera navarra para escribir al rey justificando su conducta. El monarca navarro ordenó su detención y fue entregado a uno de sus adversarios, el arzobispo de Zaragoza. Sometido a proceso, se le acusó de traición.

Se le hizo responsable de la guerra y de una tendencia autoritaria que concitó contra él fuerzas dispares desde la aristocracia hasta las ciudades. El duque de Gerona, futuro Juan I, que se hallaba también en Zaragoza, vacilaba, pero la reina Leonor consiguió arrancar de su esposo la orden de ejecución. El 25 de julio de 1364, la sentencia de muerte le era comunicada al reo por el mayordomo del rey, Berenguer Abella, y al día siguiente, Bernardo de Cabrera fue decapitado en la plaza del portal de Toledo de la capital de Aragón. Unos años más tarde (1372-1381), Pedro el Ceremonioso reconoció públicamente la injusticia de la condena, por lo que se rehabilitó su memoria, restituyéndose a su nieto, de igual nombre, todos sus bienes.

Como escribió hace ya muchos años Gubern, es imposible aclarar satisfactoriamente los enigmas que presenta la actuación de Cabrera al lado del Ceremonioso.

Fueron diecisiete años decisivos y complicados, en los cuales ocupó un lugar preponderante, imponiendo, en ocasiones, sus puntos de vista al rey. En sus hechos y palabras se encuentran noticias turbias y poco escrupulosas, lo que ha servido a algunos para calificarle de falaz, egoísta y arrogante. Falacia, egoísmo y arrogancia que siempre sirvieron a una aspiración: afirmar la autoridad monárquica.

Como en el caso de la ejecución de Álvaro de Luna, el triste fin de Cabrera patentiza cómo giraba la rueda de la fortuna medieval. La repercusión del hecho en tiempos muy posteriores se pone de relieve en dos comedias castellanas atribuidas a Lope de Vega, La próspera fortuna de Don Bernardo de Cabrera, y La adversa fortuna de Don Bernardo de Cabrera.

 

Bibl.: R. Soldevilla, Pere le Gran, Barcelona, Institut d’estudis Catalans, 1950-1962, 2 vols.; R. Gubern (ed.), Epistolari de Pere III, Barcelona, Barcino, 1955; J. Reglá Campistol, La Corona de Aragón (1336-1410), Historia de España de Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1966; R. Tasis, Pere III el Cerimonois: resum del regnat, Barcelona, Barcino, 1968; Pere el Cerimoniós iels seus fills, Barcelona, Vicens Vives, 1980; A. Masia de Ros, Relación castellano-aragonesa desde Jaime I a Pedro el Caremonioso, Barcelona, Vicens Vives, 1980.

 

Betsabé Caunedo del Potro

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