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Honorato Bonifacio Papachino

Biografía

Papachino, Honorato Bonifacio. Papachín. Cerdeña (Italia), s. xvii – El Puerto de Santa María (Cádiz), 1697. Marino napolitano al servicio del rey Carlos II.

No se tienen muchas noticias sobre su vida. Las primeras son de 1664, cuando fue designado capitán de mar y guerra, atendiendo a sus conocimientos y servicios. En esa época reinaba en España Felipe IV, que murió al año siguiente (16 de noviembre de 1665), y fue designado capitán general de la Armada del Mar Océano Pedro Nuño Colón de Portugal, V duque de Veragua, almirante y adelantado mayor de Indias, a cuyas órdenes servía Papachino. Una carta dirigida al Rey por el duque de Veragua, elogiando a Papachino como jefe de gran provecho, hace presumir que era natural de la isla de Cerdeña y que allí conservaba familia. Es probable que empezara a servir con plaza de soldado en la escuadra de galeras que España mantenía en dicha isla, así para seguridad de la misma como para vigilar a los corsarios argelinos, y que por sus pasos contados, como entonces ocurría, ganara los despachos de alférez y capitán. El 18 de diciembre de 1667, Carlos II le concedió el título de almirante honorario “por los muchos años que ha servido con diferentes plazas hasta la de capitán, y por los viajes, ocasiones y combates en que obró con valor y crédito de soldado y marinero”, en aquel momento capitán de mar y guerra del bajel San Pablo y que antes había sido almirante de la Armada del Mar Océano. Al año siguiente, el duque de Veragua le envió al mando de una escuadra para socorrer la población de San Miguel Ultramar (islas Azores), amenazada por el rey de Tafilete. Como quiera que sea, desde este año aparece mandando escuadrilla o división naval, escoltando con ella convoyes y flotas en el Mediterráneo, y desempeñando comisiones de su jefe, el referido duque de Veragua, que, muy satisfecho de él, recomendaba “sus buenas partes de marinero y soldado”.

Se distinguió en el combate de Mesina en 1675, así como en el de Agosta (22 de abril de 1676), durante la guerra de Sicilia contra Francia con Alemania y Holanda de aliados. Aunque aquí no todas las naves se condujeron como hubiera sido deseable, ni en la conservación de sus puestos en línea ni en el manejo de los cañones. La capitana real estuvo en su sitio, distinguiéndose el almirante Papachino, que hacía los oficios de capitán de bandera, con gran envidia de Pereira Freire, el que mandaba la batalla o centro de la combinada. También estuvo encargado del socorro de las plazas de África y de la escolta de las flotas de Indias.

Fue nombrado cabo de las dos fragatas de la Armada de Flandes que debían quedarse en las costas de España y de la que se estaba construyendo en Ibiza (3 de marzo de 1678). Al año siguiente fue designado almirante de la Armada de Flandes, vacante por fallecimiento de Bartolomé Rois Bolaño; la patente le fue expedida en Madrid, el 29 de septiembre de 1679. Meses después se le encargó el gobierno de los bajeles de la Armada de Flandes que se hallaban en las costas de España unidos o separados de la del Mar Océano. Consta que patrulló desde entonces en el océano con cinco fragatas para seguridad de las flotas de Indias y persecución de corsarios, que acudió al Peñón de Vélez de la Gomera al atacarlo los moros, y que se mantuvo en el Estrecho, donde no dejarían de presentarse frecuentes ocasiones de ejercitar su actividad de guerra contra Francia y las hostilidades de los berberiscos.

De todas partes surgían dificultades y preocupaciones, no siendo la más escasa la de la guerra del turco, que amenazaba otra vez a Europa con el ejército inmenso con que había entrado por Hungría. Otra preocupación surgió por la presencia de diecisiete navíos de Brandeburgo y Dinamarca, que volvieron rápidamente a la silverflotte (1682) por la prontitud con que los desalojaron las escuadras de Papachino y del marqués de Villafiel. En aguas españolas no hubo hechos destacables, por no visitarlas las escuadras francesas; el almirante Papachino, que patrullaba en el Estrecho con seis bajeles, apresó en combate a uno francés que navegaba solo y otro argelino de cuarenta cañones, y a un convoy de seis holandeses mercantes, que llevaba piezas de arboladura y jarcia con destino a Tolón. En 1683, el Rey le hizo la merced de 500 escudos de sobresueldo y el título de almirante real, que con nuevas frases de satisfacción “por sus méritos y servicios” se le envió en 1684.

En 1685, Papachino apresó en el Estrecho ocho pingues con un importante cargamento de pertrechos de guerra.

En 1687, Fernando de Silva, marqués de Alconchel, cuatralbo de la escuadra del duque de Veragua, acometió de noche y por sorpresa la fortaleza levantada por los moros en Alhucemas, asaltándola con doscientos hombres y destruyéndola, acción arrojadísima digna de todo encomio, y que provocó que entonces multiplicaran su esfuerzo los otros generales de la Armada, Laya y Papachino especialmente, supliendo faltas, conduciendo auxilios, contribuyendo a que la almiranta de Argel, navío de setenta cañones y quinientos hombres, embarrancara y se perdiera en la costa del Algarbe.

Causó gran asombro en la Corte la agresión contra el almirante Papachino, que había salido de Nápoles (28 de mayo de 1688) con sólo dos buques, la capitana de Flandes y la fragata San Jerónimo, en demanda de Alicante, con orden de dirigirse con premura a Málaga en expectación de los sucesos de Orán. Al llegar a la vista de Altea, costa de Valencia, el 1 del mes de junio, una encalmada por vientos contrarios le detuvo en su navegación. Siguió el viaje al día siguiente con ayuda del terral y, al salir el sol, avistó tres navíos que venían de Poniente. Al estar próximos, y habiendo reconocido que eran franceses, se acercó una embarcación, cuyo patrón le dijo que el almirante Tourville, que mandaba la escuadra francesa, pedía que le saludase. Papachino se negó, pues tenía instrucciones de no hacerlo en aguas españolas, donde los buques extranjeros debían ser los que iniciaran el saludo al estandarte real de la escuadra española (capítulo 2 de la Cédula Real dada en Madrid a 26 de mayo de 1664 por Carlos II), retirándose la embarcación, haciendo una señal con la bandera. Al verla Tourville, que estaba a barlovento, arribó hacia Papachino con tal violencia, que las vergas de su bajel se tocaron con las del de Papachino, y en esta posición empezó a hacer fuego con artillería y mosquetería y a arrojar granadas de mano. Ante la agresión, Papachino se vio obligado a hacer lo mismo con la mayor rapidez; y como la verga de su trinquete y la de cebadera se habían enredado con las del francés, estuvieron batiéndose más de media hora en esa situación, momento en que observó que la mosquetería de su navío le molestaba mucho y trató de desatracarse, como así hizo. Enseguida se acercó otro navío francés, pero no se aproximó tanto, y haciéndole una descarga, lo mismo que al tercero que le seguía, se apartaron todos; pero viraron en cuanto estuvieron a suficiente distancia y reanudaron el combate, de manera que de vuelta y vuelta se batieron más de tres horas. Hasta ese momento la fragata San Jerónimo había secundado muy bien a la capitana, pero habiendo cortado un proyectil la driza de la bandera, viéndola caer, creyó que se rendía aquella y, lo hizo ella, dejando a la Capitana sola contra los tres navíos. Le partieron el palo mayor, y advirtiendo que al caer había inutilizado toda la artillería de una banda, atacaron por allí para obtener ventaja, si bien Papachino consiguió desembarazarse del estorbo, cortando y picando todo lo que fuera necesario, y siguió el combate por ambas bandas. Dos horas después se alejaron, dejando a la Capitana de tal suerte, que no quedaban palos, vergas, velas, ni siquiera guardines del timón. Entonces el almirante francés envió una embarcación con un oficial para decirle a Papachino que considerase el estado en que se encontraba, y que hacía ya dos horas que la San Jerónimo se había rendido. El napolitano preguntó qué quería decir eso, y contestó que insistía en el saludo. Reunió entonces a los oficiales para analizar la situación del buque y saber si eran de la opinión de que se continuara el combate, pero unánimemente manifestaron que el navío no estaba en condiciones de navegar; que había a bordo 120 hombres muertos o heridos, y que no pudiéndolos auxiliar la fragata rendida, quedaban como una boya, enteramente al descubierto, y que podrían tirar sobre ellos como se tira al blanco. Con este dictamen Papachino dijo al oficial francés que saludaría forzado por la necesidad, pero haciendo constar que era contra su voluntad. Al poco volvió la embarcación para decirle el oficial que por qué no cumplía lo ofrecido, a lo que contestó que le costaba mucho trabajo decidirse, y viendo que tardaba, añadió que tenían órdenes precisas de su Rey para exigir el saludo y que se veían obligados a cumplirlas. Al fin, considerando no haber otro remedio, tiró nueve cañonazos sin bala y le contestaron otros tantos, y volvió por tercera vez la embarcación a decirle de parte de Tourville que sentía mucho lo ocurrido, y que aunque él estaba muy mal parado, sin embargo, si necesitaba alguna cosa, todo lo que él tenía estaba a su disposición. Respondió que no necesitaba nada y se marchó con sus buques con rumbo a Levante. Papachino hizo lo que pudo para acercarse a tierra y lo consiguió en Benidorm, donde estuvo cuarenta horas, y de allí se dirigió al puerto de Alicante, en donde fondeó la noche del 6 de junio y esperó órdenes mientras se descargaban los efectos que ambos buques traían para el Rey y reparaban las averías. Al día siguiente elevó al Rey, desde Alicante, un informe detallado de todo lo ocurrido.

Tourville, por su parte, también escribió al ministro de Marina francés, dando su versión de los hechos: “Monseñor: He recibido la carta que me habéis dispensado el honor de enviar por el conde de Estrées, que se me ha unido a la vista de Alicante, donde he embarcado algunas provisiones, y no la contesto ahora por serme necesario el tiempo para participar un suceso ocurrido a quince leguas del mismo Alicante. He encontrado, por desgracia para la marcha de los asuntos presentes, dos buques de guerra españoles, el uno de 66 cañones 500 hombres de equipaje, mandado por Papachino, y el otro de 54 cañones y 300 tripulantes, de la escuadra de Flandes, que son los mejores Hombres de mar. He puesto la señal de unión y disponerse a combate para prevenir a Chasteaurenaut y al conde de Estrées. He visto que los españoles tenían las baterías preparadas, y poniéndome a la cabeza de nuestros navíos, he enviado un bote para decir a Papachino que saludase al pabellón de Francia, en la inteligencia de que, de no hacerlo, le batiría, previniendo al patrón que en caso de negativa se apartase, haciéndome señal con la bandera. Este la hizo y volvió a bordo, y en el momento arribé sobre Papachino, que hizo gritar tres veces viva el Rey, y yo di iguales voces, cayendo sobre él con poca vela, sin disparar un cañonazo. Sucedió que algunos de mis soldados dispararon los mosquetes a pesar de mi orden contraria, y él respondió con su artillería, procurando a la vez evitar el abordaje; sin embargo, me acerqué tanto que los granaderos arrojaron granadas en el instante mismo en que rompía el fuego mi artillería. En fin, Monseñor, mi maniobra fue afortunada, al punto de abordarle y tenerlo enganchado una media hora por mi popa. La casualidad hizo que en este momento se desenganchara, no sin haberle arrojado todavía algunas granadas; pero juzgaréis que en este momento estábamos desaparejados uno y otro. Todavía lo combatí durante tres horas, arribando sobre él a tiro de pistola, teniendo sesenta y dos hombres muertos o heridos fuera de combate. Chasteaurenaut, que en un principio había acudido al otro buque español de cincuenta y cuatro cañones para batirlo juntamente con el conde de Estrées, se vino por mi popa, porque el otro ya no hacía fuego, y acabamos de desarbolar a Papachino, abatiéndole el palo mayor. Chasteaurenaut fue también muy maltratado; el conde de Estrées, que batía al otro buque muy cerca, le envió un bote, y en él se embarcaron el comandante y oficiales, pero el buque no saludó. En ese instante, envié un oficial a Papachino, que había arriado su bandera, para que le dijera de mi parte que si no quería saludar habíamos de perecer él o yo, aprovechando el interregno para pasar drizas nuevas e izar las gavias, que estaban caídas sobre los tamboretes; y como me viera llegar a tocapenoles dispuesto a abordarle por segunda vez, contestó por el oficial enviado que saludaría, pero que lo haría obligado por la fuerza. Antes, sin embargo, de saludar, reunió todo su equipaje y les dijo que vieran como era forzado, a lo que respondieron todos a una voz: sí señor. Saludó, pues, con nueve tiros, yo le contesté honrosamente, y le envié a ofrecer lo que de mí dependiera.

”No creo, Monseñor, que haya muchos ejemplos en la marina de que un navío de guerra del Rey haya abordado a otro de 500 hombres de equipaje, bien aguerridos como son los de Papachino, que es el héroe de España, sin disparar un cañonazo hasta estar encima, y sería muy desgraciado si después de treinta años de servicios en la mar no me juzgase el Rey bastante capaz para mandar escuadras. Diré aún, Monseñor, que en el estado en que ha quedado este buque, ningún comandante tendría dificultad para irse a Francia, teniendo todos los palos absolutamente estropeados, fuera de servicio. He recibido un astillazo en la cara y otro en una pierna que me obligan a guardar cama. El navío de Chasteaurenaut ha sufrido mucho en la arboladura, con pérdida de hombres muertos y heridos. En cuanto a mi salud, diré a Monseñor sinceramente que sufro siempre la misma incomodidad, viéndome obligado a levantarme más de cuarenta veces por la noche, y que solo las aguas, según me dicen, podrán restablecerme en el mes de Septiembre.

”Después de escrita esta carta ha caído un mastelero de gavia de Chasteaurenault. No exagero nada, Monseñor, y me atrevo a vanagloriarme de que nadie en la mar ha visto una manera de batirse parecida a ésta ”Soy con toda especie de respeto y adhesión, Monseñor, vuestro muy humilde y obediente servidor. El Caballero de Tourville. A bordo del Content, 3 de junio de 1688.” Aunque la comparación de estos dos informes hace necesario el comentario, es justo señalar que si el de Tourville no peca de modesto, juzgándose a sí mismo como marino sin par en la maniobra y el combate, y merecedor por añadidura del ascenso a jefe de escuadra, tampoco sobresale en la exactitud de los datos. El estado general de la Armada española de la época manifestaba que la capitana de Papachino, galeón denominado Carlos III, era de 903 toneladas, 70 cañones y 383 hombres, y la fragata San Jerónimo de 703 toneladas, 60 cañones y 294 tripulantes. Tourville había entrado en Cádiz, días antes del combate, con un navío de 56 cañones, acompañado por Chateaurenault y d’Estrées con otros de 42; contaban, por tanto, con superioridad sobre la fuerza española. Las bajas en ésta ascendieron a 120 muertos y heridos en la capitana y a 60 de unos y otros en la fragata, siendo unos 200 la suma de los que tuvieron los franceses. Cabe apreciar sólo con estos datos el mérito de los contendientes; los contemporáneos en España, lejos de encontrar exagerada la fuerza de la armada que describe Tourville, la elevaron a hipérbole que, habiendo llegado casi hasta nuestros días, hacía exclamar a los marineros cuando querían rebajar el potencial de una flota: “La escuadra de Papachín, un navío y un bergantín”.

Aprobó el Gobierno el proceder de Papachino, señalando el Rey “haber quedado satisfecho del valor con que se portó en el combate, muy conforme con el que había mostrado en todas ocasiones” y le dio nuevas comisiones; en cambio, mandó someter a juicio de Consejo de Guerra a Juan Amant Bli, comandante de la fragata.

Este trágico incidente tuvo amplia repercusión en toda Europa. Entraron en la Liga Holanda y, algo después, Inglaterra; la guerra se prolongó durante años y les ofreció a Papachino y Tourville la ocasión de volver a enfrentar sus buques: tal vez contribuyó a las presas que por entonces se hicieron en Ceuta y Alicante, pues en el año 1692 se concedieron a Papachino, que socorría a Barcelona sitiada, 3000 escudos de sueldo al año y 2000 más de sobresueldo. Antes, intervino en el bloqueo de Alicante con el conde de Aguilar, que mandaba la Armada del Océano, y después éste se puso a patrullar al Oeste con dicha armada, mientras Papachino se hallaba en Málaga con siete bajeles. El 12 de julio de 1691, el conde de Estrées, que disponía de una fuerza muy superior, se sorprendió cuando sus serviolas le avisaron de la presencia de la escuadra española. Inmediatamente se puso a la vela con la suya, emprendiendo la retirada en buen orden y conservando todo el material; huyeron a la vela y remo con abandono de las anclas y pérdidas de un navío de treinta y cuatro cañones, otro de veintidós y un tercero menor, que fueron apresados en la retaguardia por Papachino. Comparadas ambas fuerzas con crítica desapasionada, se advierte que el conde de Aguilar, obedeciendo órdenes de su Gobierno, unió a su armada la escuadra de Papachino y, hallándose con fuerza superior, dio caza a la francesa desde el día 29 de julio con poca actividad o deseo de llegar a las manos; porque perturbando la marcha de los enemigos, las bombardas, los transportes y aun las galeras, debió alcanzarlos y ponerlos en la necesidad de sacrificar el convoy, cuanto menos. Hay que descartar de las relaciones la exageración y el disimulo de los desaciertos, y haciéndolo, resulta evidente la superioridad marinera del conde de Estrées al emprender la retirada en lance tan comprometido.

En 1694 fue nombrado gobernador general, o sea jefe superior de la Armada del Océano, con la cual socorrió a la plaza de Ceuta, sitiada por los moros, desembarcando sus soldados. Unido después en Cádiz a la escuadra aliada del almirante Russell, el vencedor de la Hogue, con refuerzos que elevó al número de 88 navíos de línea, de los cuales diez eran españoles; cuatro de 60 cañones, de los que, por las cláusulas del convenio, debían estar operativos; el resto menores, en estado de conservación tal, que hacía sospechar que no resistirían el disparo de su propia artillería. Mandaban los almirantes Laya y Papachino, que hicieron cuanto de su buen deseo podía esperarse, disponiendo de semejantes elementos, consiguiendo ahuyentar a la fuerza francesa que intentaba bloquear Barcelona, y su proceder fue aprobado otra vez por el Monarca.

 

Fuentes y bibl.: Museo Naval de Madrid, Catálogo de la colección de documentos de Vargas Ponce que posee el Museo Naval (serie segunda: numeración arábiga), vol. III, t. 6, doc. 17 (9), 1996.

C. Fernández Duro, Disquisiciones náuticas (Navegaciones de los muertos y vanidades de los vivos), vol. III, Madrid, Instituto de Historia y Cultura Naval, 1996, págs. 151-160; J. A. González Pañero, J. L. de Pablos Gafas y R. Rodrigo Fernández, Catálogo de la colección de documentos de Sanz de Barutell que posee el Museo Naval (serie Simancas), Madrid, Museo Naval, 1999, ms. 373, n.os 218, 223, 302, 313 y 316; ms. 374, n.os 342, 344, 352, 353, 403, 421, 422, 433, 435, 461 y 462; ms. 381, n.º 1227; ms. 382, n.os 1358, 1410, 1415, 1423, 1428, 1526, 1529, 1540, 1559, 1561, 1562, 1563, 1565, 1566, 1570, 1574, 1600, 1704, 1707, 1717, 1718, 1721, 1741, 1742 y 1757; ms. 384, n.os 1875, 1876, 1883, 1891, 1898, 1900 y 1903; ms. 393, n.os 1511, 1522, 1578 y 1579; ms. 394, n.os 1608, 1617, 1626, 1637 y 1709; ms. 395, n.os 1778, 1779, 1780, 1786 y 1792.

 

José María Madueño Galán