Uriarte y Borja, Francisco Javier de. El Puerto de Santa María (Cádiz), 5.X.1753 – 29.XI.1842. Marino, capitán general de la Armada.
Hijo de Miguel de Uriarte y Herrera, caballero de la Orden de Santiago, y de María de Borja y Lastrero, descendiente de la casa de los duques de Gandía por línea paterna. La mar le atrajo desde muy joven, y despertó en Uriarte una fuerte vocación que le llevó a sentar plaza de guardia marina en Cádiz en 1774. Por su aplicación en los estudios ascendió a alférez de fragata al año siguiente (1775), y participó en la campaña de Argel, y más tarde lo hizo en la campaña que Pedro Antonio de Cevallos llevó a cabo en la isla de Santa Catalina (Brasil), en poder de tropas portuguesas (1776-1777). Ascendió a alférez de navío en 1778 y a teniente de fragata en 1781. Embarcado en el navío Firme de las fuerzas de Luis de Córdova y Córdova, participó en el bloqueo de Gibraltar y en la batalla de cabo Espartel (20 de octubre de 1782). Poco después ascendió a teniente de navío (21 de diciembre de 1782).
Tomó parte en una expedición científica al estrecho de Magallanes con los paquebotes Santa Casilda y Santa Eulalia (1788-1789), para efectuar reconocimientos de la zona y levantamientos cartográficos de la parte occidental del estrecho, desde cabo Lunes hasta los cabos Pilar y Victoria. El mando de la expedición había sido asignado al capitán de navío Antonio de Córdoba, con facultades para elegir hombres y barcos de confianza para la empresa, que designó al teniente de navío Uriarte y Borja como segundo comandante del Santa Eulalia. La expedición partió de Cádiz en octubre de 1788 y entró en el puerto de San José, que fue la base de las exploraciones, desde donde Uriarte y Borja efectuó salidas en bote para reconocer las costas del estrecho. Descubrió varias islas y puertos, uno de los cuales fue bautizado con su nombre. Realizó una difícil y larga navegación que le llevó hasta el cabo Pilar, en el límite oeste del estrecho de Magallanes, en la costa de Tierra de Fuego bañada por el Pacífico, y a continuación regresó por el estrecho para efectuar reconocimientos de las costas este, lo que consiguió tras veintidós días de navegación y duras luchas contra la mar, el frío y el viento, que intentaban impedirle llevar a cabo sus cometidos desde su bote abierto, sin cubierta de protección. Terminados los trabajos, la expedición regresó a Cádiz, donde entró en mayo de 1789.
Ascendió a capitán de fragata (septiembre de 1789), participó en la campaña del Rosellón (1793) y ascendió a capitán de navío (1794). Al mando de la fragata Lucía (1794), realizó un viaje de Cádiz al Río de la Plata, en el que consiguió burlar la vigilancia establecida por los ingleses, dejó importantes documentos al virrey, y con la misma fortuna efectuó el viaje de regreso a la Península con una importante suma de dinero a bordo, cifrada en unos cinco millones de pesos fuertes. Siendo segundo comandante del navío Concepción mandó el castillo San Antonio el Chico, desde el que los españoles defendieron con sus armas a los ciudadanos de Tolón perseguidos por los revolucionarios. Más adelante mandó varios navíos: Terrible de la escuadra de José de Córdoba (1797), Concepción (del que antes había sido segundo comandante) de la escuadra de Mazarredo (1799), Príncipe de Asturias, Guerrero y Argonauta. En esta época prestó servicios en Brest, y el primer cónsul de la República Napoleón Bonaparte le regaló un sable de honor (c. 1801) por el que iba a sentir un especial aprecio. A bordo del Argonauta transportó a los reyes de Etruria.
Ascendió a brigadier en 1802. Al mando del Santísima Trinidad —el mayor navío existente en el mundo en su época, con cuatro puentes, ciento cuarenta bocas de fuego y más de dos mil toneladas—, participó en el combate de Trafalgar (21 de octubre de 1805) llevando a bordo la insignia del jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros. Los ingleses tomaron al Santísima Trinidad por el buque insignia de la flota franco-española, lo que, unido al hecho de que era el mayor barco en la escena, hizo que sobre él se concentrara el esfuerzo enemigo, y desde el principio fue uno de los barcos más atacados. En diferentes fases del combate, Uriarte y Borja se batió con bravura contra varios navíos ingleses, de los que el primero fue el Victory, insignia de Nelson, al que causó considerables daños, que podían haber sido mayores de no haber entrado en escena los navíos ingleses Temeraire y Neptune. En algunos momentos del combate, el Santísima Trinidad tuvo que hacer frente a varios navíos enemigos al mismo tiempo, como ocurrió con el Neptune, el Leviatan, el Conqueror, el Africa y el Prince. Al final, tras varias horas de combate, sin municiones, desarbolado, sin capacidad de maniobra y con la mitad de la dotación muerta o herida, el Santísima Trinidad fue asaltado y apresado. Uriarte y Borja, que había recibido varias contusiones en diversas partes del cuerpo —una en el pecho que con el tiempo le iba a causar grandes problemas— y una herida grave en la cabeza producida por un astillazo, fue hecho prisionero y llevado a Gibraltar para ser curado. El Santísima Trinidad se hundió al día siguiente a la altura de punta Caramiñal cuando los ingleses lo llevaban a remolque, debido al mal estado en que se encontraba y al fuerte temporal reinante. Estando Uriarte convaleciente de sus heridas en Gibraltar, el almirante inglés Collingwood —sucesor de Nelson— se enteró del gran aprecio que el marino español tenía por el sable que le había regalado Napoleón, y con el que se había batido tan valientemente. Collingwood realizó una requisa en su escuadra hasta que encontró el sable, y lo devolvió a Uriarte como testimonio del valor demostrado por el marino español en el reciente combate. Cuando Uriarte fue liberado, el almirante inglés también le entregó un cuadro representando a la Santísima Trinidad —que había estado en la cámara de popa del navío español de su nombre— y los restos de la bandera del barco. Hoy el sable y el cuadro se encuentran en el Museo Naval de Madrid.
Uriarte ascendió a jefe de escuadra (noviembre de 1805) y fue nombrado mayor general de la Armada y consejero de Guerra (1806). Se encontraba en Madrid cuando se produjo el alzamiento contra los franceses (1808), y dimitió de su cargo (3 de julio). Pero su dimisión no fue aceptada por el director general de la Armada Mazarredo, que lo tenía en muy alta estima y le pidió que se presentara en palacio para jurar fidelidad a José I como Rey de España. Uriarte se negó por escrito (22 de julio), alegando que su conciencia y su honor no le permitían acceder a lo propuesto, ya que había prestado juramento a su legítimo rey Fernando VII y estaba dispuesto a perder empleo y vida antes que cambiar de postura. Esta respuesta, que no fue lanzada contra Mazarredo, por el que Uriarte sentía un gran respeto, sino que iba dirigida de forma abierta contra el invasor francés, puso en peligro la integridad de Uriarte, que se trasladó a Sevilla y se presentó a la Junta Central. La Junta lo designó de inmediato jefe de la junta de inspección de la Armada, puesto que Uriarte no quiso aceptar hasta ser juzgado en Consejo de Guerra, para que no quedara ninguna duda sobre su conducta al haber estado en Madrid durante el inicio de la guerra. Pero la Junta Central no tenía ninguna duda sobre su integridad, por lo que desestimó la petición y firmó el nombramiento.
Sin cesar en su cargo, en 1809 fue nombrado gobernador militar de la isla de León (hoy San Fernando), y asistió al sitio al que fue sometida la plaza, con facultades para organizar su defensa ante la inminencia de ataques de las fuerzas francesas. En virtud de estas facultades y para evitar la entrada de los franceses en la isla cortó el puente Zuazo (1810), pero en lugar de proceder a su voladura como quería la gente —a lo que se opuso con toda su energía—, ordenó el desmontaje de los sillares del ojo principal, numerándolos para facilitar su posterior montaje y reconstrucción cuando el peligro hubiese desaparecido; decisión que el tiempo demostró que había sido muy acertada, y de la que dejó constancia en sus memorias Antonio de Escaño, ministro de Marina de la época. También dirigió diversos trabajos de fortificación, como los realizados en Gallineras y Santi Petri. Al entrar el duque de Alburquerque con su ejército en la Isla de León se le confirió el mando de la ciudad, y Uriarte fue nombrado gobernador militar y político de Cartagena (marzo de 1810). Pero renunció de forma enérgica al nuevo cargo, alegando que en aquellas circunstancias prefería estar cerca del enemigo, y pidió que se le destinase al lugar de más peligro. La Junta accedió a sus deseos y lo destinó a la escuadra de la bahía mandada por el teniente general Juan María Villavicencio, quién lo nombró comandante general de La Carraca y de sus fuerzas sutiles de defensa. Pero este destino, en el que Uriarte se desenvolvía muy bien, le duró poco, ya que la Junta lo volvió a nombrar gobernador militar y político de Cartagena (enero de 1811), y esta vez el nombramiento fue en términos conminatorios y con carácter forzoso.
Desempeñó el cargo de gobernador de Cartagena en medio de grandes estrecheces por la falta de víveres y recursos de todo tipo, y en el desarrollo de sus funciones gastó tantas energías que su salud se resintió. Se agravaron sus males —sobre todo el del pecho producido por una de las contusiones recibidas durante el combate de Trafalgar—, por lo que renunció a su puesto de consejero de guerra para el que había sido nombrado, y en 1814 —año en que ascendió a teniente general— solicitó permiso para curarse en su ciudad natal. El permiso le fue concedido y se retiró a El Puerto de Santa María, donde se encontraba cuando el repuesto Fernando VII lo envió de nuevo a Cartagena (1816), esta vez como capitán general del departamento. En aquella época el arsenal de Cartagena se encontraba en un lamentable estado de abandono, y Uriarte, con renovadas energías se puso a recuperarlo. Sus esfuerzos dieron resultado, ya que alistó diques y talleres, reparó edificios, organizó trabajos, llevó a cabo las carenas de varios barcos (navío Guerrero y fragatas Perla y Casilda), comenzó la construcción del bergantín de veintidós cañones Jason, realizó recorridos y obras en otros buques (navío Asia, fragata Diana y corbeta Fama), y logró que el arsenal volviera a estar operativo.
En Cartagena estuvo algo más de cinco años empeñado en una gran actividad para intentar recuperar la arruinada y olvidada construcción naval. Pero el gran ritmo de sus trabajos, y posiblemente la mala situación en que se encontraba la ciudad, propiciaron el regreso de sus dolencias, que se agravaron, por lo que solicitó en varias ocasiones la licencia total, que le fue concedida por Real Orden de 26 de abril de 1822, y se retiró a El Puerto de Santa María. En la tranquilidad del descanso su salud mejoró sensiblemente, y en 1836 fue ascendido a capitán general de la Armada, siendo nombrado presidente del Almirantazgo. Al ascender, renunció al sueldo extra que le correspondía por su nuevo nombramiento —como ya había hecho en anteriores ocasiones— en aras de las penosas circunstancias por las que estaba pasando España, inmersa en una guerra civil (Guerra Carlista). Veinte años después falleció en El Puerto de Santa María (1842), a los ochenta y nueve años de edad, habiendo conservado su cabeza lúcida y llena de buenas ideas hasta el último momento.
Su muerte fue muy sentida en su ciudad natal y en todo el ámbito de la Armada. El cadáver estuvo expuesto dos días en el oratorio de su casa, donde la milicia de la ciudad le dio guardia de honor y tributó los honores fúnebres. Fue enterrado con gran solemnidad en el cementerio de Santa Cruz, de El Puerto de Santa María, y allí permaneció hasta que fue trasladado al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, donde recibió de nuevo sepultura el 25 de noviembre de 1983.
Uriarte y Borja fue un marino con una impecable hoja de servicio, que pasó la mayor parte de los treinta primeros años de su carrera en la mar, navegando en escuadras de grandes almirantes y generales, o mandando buques sueltos con los que realizó diversas comisiones. Fue un hombre valeroso en las acciones de guerra, activo en las misiones científicas, y arrojado en las exploraciones peligrosas. Se ganó la simpatía y el aprecio de grandes generales y almirantes, como Napoleón o Collingwood, y el respeto y cariño de sus conciudadanos. Fue siempre fiel a sus ideas y convicciones, como demostró al negarse a jurar fidelidad a otro rey que no fuera Fernando VII. Supo resistir la corrupción, combatió la inmoralidad, las intrigas y las malas costumbres de su tiempo y de su entorno, y nunca quiso destinos en la Corte. En diferentes ocasiones lamentó el estado de postración de la Armada, y cuando su cargo se lo permitió, elevó al Gobierno peticiones para que la sacara del estado de abandono en que se encontraba y la potenciara. Fue un hombre desprendido y generoso, que en diferentes momentos renunció a algunos de sus bienes o a parte de su suelo en favor de las causas en que España estaba envuelta, o para ayudar a otros más necesitados, ya que además de la renuncia efectuada al ascender a capitán general (1836), también se desprendió de sueldo o bienes personales en ocasiones anteriores: plata y parte del sueldo cuando era gobernador militar de la isla de León (1809); gratificaciones y parte del sueldo que le correspondía como general embarcado a las órdenes de Villavicencio en Cádiz (1810); bienes y atrasos recibidos durante su época de gobernador político y militar de Cartagena, para el que había sido nombrado en 1811.
Uriarte fue también muy querido por toda su familia, de la que fue siempre un celoso protector y espejo de virtudes. Con dispensa eclesiástica obtuvo real licencia (1800) para contraer matrimonio con su sobrina Francisca Javiera de Uriarte y Gálvez, con la que casó en 1801, y no tuvieron hijos. Francisca era hija de Francisco de Uriarte y Borja —capitán de milicia urbana y hermano de Francisco Javier de Uriarte— y de María J. de Gálvez. Fue una amante esposa que le siguió en sus destinos, y que supo de su generosidad ante los necesitados o para ayudar en causas justas. También supo de sus laconismos, como cuando tras el combate de Trafalgar recibió una carta de su marido fechada el 27 de octubre de 1805, que decía: “Mi querida Frasquita: He quedado con vida y con honra. Tu esposo, Javier”. Fue ella la que donó al Museo Naval de Madrid el cuadro de la Santísima Trinidad que iba en el barco del mismo nombre, y que había sido entregado a Uriarte por el almirante inglés Collingwood. El traslado de los restos de Uriarte al Panteón de Marinos Ilustres tenía que haberse realizado mucho antes de 1983, pero su esposa quiso ser enterrada junto a él, lo que dejó dicho traslado en suspenso hasta muchos años después.
Por sus hechos, Uriarte fue acreedor a diversos honores y condecoraciones, como caballero del hábito de Santiago, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
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Marcelino González Fernández