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Juan Bautista Moya y Valenzuela

Biografía

Moya y Valenzuela, Juan Bautista. El Apóstol de Tierra Caliente. Jaén, 1504 – Morelia (México), 20.XII.1567. Misionero agustino (OSA).

Sus padres, Jorge Moya y Teresa Valenzuela, viendo la capacidad intelectual de su hijo, lo enviaron a estudiar Humanidades a la Universidad de Salamanca cuando todavía era un adolescente. Pronto demostró su habilidad para las lenguas latina y griega, así como su inquietud por la vida religiosa, pues, tras escuchar la predicación de santo Tomás de Villanueva en la Catedral (cuaresma de 1522), decidió ingresar en el Convento de San Agustín de Salamanca.

Después de un año de formación religiosa, impartida por el maestro de novicios Luis de Montoya, el jienense Juan Moya profesó en la provincia de Castilla el 30 de diciembre de 1523, de manos de santo Tomás de Villanueva, prior del convento. Estudió Artes y Teología, tras lo cual fue ordenado sacerdote en 1527.

Por Salamanca acertó a pasar en febrero de 1533, con el fin de reclutar misioneros voluntarios para Nueva España, Jerónimo de Santisteban, y Juan Moya aceptó dedicar su vida en la evangelización indígena. Una vez conseguidos los oportunos permisos, formó parte del primer grupo de misioneros agustinos para el Nuevo Mundo, si bien “el Apóstol de Tierra Caliente”, así llamado en la historia de México, no pudo embarcar, pues habiéndose detenido en Jaén para visitar a un hermano y a otros familiares, perdió el barco que partió en marzo de 1533 desde Sanlúcar de Barrameda. Moya regresó a su convento de origen, el de Salamanca, en espera de una nueva barcada. Y así fue. En la tercera barcada de misioneros agustinos (1536) zarpó hacia Nueva España, llevando como guía a Francisco de la Cruz.

Entre los siete compañeros de viaje se encontraban ahora Alonso de Veracruz y Antonio de Roa. El 22 de junio de 1536 llegaron a San Juan de Ulúa y el 2 de julio a la capital azteca.

Reunido el grupo de misioneros agustinos en 1537, decidieron extender el campo de misión a otras regiones a las que no había llegado todavía la Buena Noticia, como Tierra Caliente, situada hacia el noroeste de México capital, región de ardiente calor, con multitud de plagas e infestada de animales molestos y dañinos.

Una vez conocido el talante misionero de Moya, sus compañeros comenzaron a llamarle Juan Bautista.

Fue enviado a Tlapa, hoy estado de Guerrero, donde encontró a su connovicio Agustín de Coruña, formado en el Convento de Salamanca y futuro obispo de Popayán (Colombia). Dada la facilidad de Moya para los idiomas, aprendió la lengua nativa y comenzó la evangelización de indígenas, incorporando a la predicación la administración de los sacramentos, principalmente bautismo, penitencia y eucaristía, entre las más de treinta tribus que por aquella región de sierra baja pululaban.

De Tlapa pasará a una nueva doctrina, en Guachinango, en pleno corazón de Tierra Caliente de Michoacán, donde aceptó el cargo de prior del convento (1544), si bien renunció al poco tiempo para emplearse más al bien espiritual y temporal de sus “inditos”, como acostumbraba a llamarles. Fundó un centenar de pueblos, dejando por doquier huellas de su labor misionera en favor del indio, por lo que se acrecentó la fama de Moya por Tlapa, Chilapa y Guachinangano, extendiéndose incluso hasta la misma capital mexicana. Por este motivo, fue destinado en 1548 al Convento San Agustín de México, con el oficio de predicador. Su tarea se extendió por cárceles, hospitales y cabañas pobres, al tiempo que ejercitaba el ministerio pastoral, consolaba y fortalecía a los espíritus henchidos de dolor y desesperanza.

Según Medina Rincón (1652), Moya fue confesor de “casi todo el clero secular y regular de la ciudad de México, y de los principales seglares”. En el capítulo de 1552 fue elegido definidor, pero su corazón de apóstol no le permitió permanecer en el cargo mucho tiempo, por lo que una vez presentada la renuncia, partió para Tierra Caliente.

De México salió a pie y sin provisiones hacia Valladolid colonial (hoy denominada Morelia). Después de varios días de camino, llegó al convento recién fundado para compaginar los trabajos de evangelizar y refitolero, atendiendo al comedor donde suministraba comida a los empleados ocupados en la misma construcción del convento e iglesia. En este tiempo de casi un año de residencia en Valladolid, aprendió a la perfección la lengua tarasca, con lo cual ya estaba preparado para la misión en Tierra Caliente. Sin embargo, en marzo de 1553 le destinaron a Tiripetío, lugar donde estaba el primer centro de estudios superiores de toda América, con el fin de suplir en la cátedra al docto maestro Alonso de Veracruz mientras éste estuviera ausente.

A finales de 1553 comenzó la última etapa de su vida, cuando fue enviado, con fines apostólicos, a Tacámbaro, región de Tierra Caliente, después de haber renunciado al cargo de lector y maestro del Convento de México. Nombrado prior de Tacámbaro, comenzó a misionar todo el sur y parte del oeste de Michoacán, incluyendo también una extensa zona del actual estado de Guerrero. Cuando dejó el cargo de prior (1555) y recobró la libertad apostólica, continuó la evangelización por tierras del sureste, estableciéndose en Pungarabato, donde levantó iglesia, convento, hospital, escuela de letras y artesanía.

En los numerosos viajes misionales que realizó por Tierra Caliente, el apóstol Moya estableció numerosas iniciativas para provecho de los indios, sorteando con prodigiosa habilidad cuantas dificultades encontró en su tarea misionera. De Moya y su obra apostólica guardan recuerdo numerosos pueblos de Tierra Caliente, como Acapulco, Aquilla, Aguililla, Ajuchitlán, Atoyac, Copala, Cuautepec, Cutzeo, Balsas, Huacana, Metlatonoc, Mihuauichán, Nocupétaro, Ometepec, Patlicha, Pungarabato, Purungueo, Quetzalapa, Tacámbaro, Telotoapan, Totoltepec, Turiacato, Tecuanapa, Tuzantla, Urecho, Yoloxóchitl, Zapotitlán y Zirándaro. En todos ellos, Moya dio instrucciones a los indígenas sobre cómo construir sus viviendas, distribuir las calles y perfeccionar las técnicas agrícolas. Incluso su afán de ayuda social le motivó a establecer grupos y turnos semanales para visitar a enfermos en hospitales y atender a los huéspedes que visitaban aquellos lugares. El mismo Moya practicó el servicio social como ejemplar misionero.

A este respecto llegó a escribir Basalenque (1673) que “a los enfermos les hacía las camas, barría las celdas y visitaba los encarcelados pobres”.

Moya, a decir de las crónicas, fue un predicador insigne, hombre austero y virtuoso, y se convirtió en verdadero apóstol de Tierra Caliente; se le atribuyen varios y admirables hechos prodigiosos en medio de los “inditos”. Fue defensor infatigable de los derechos humanos y espirituales del indio, a quien consideraba persona digna de recibir los sacramentos, apreciación ésta que fue tenida en cuenta por la asamblea de teólogos, de modo que se unificaron desde entonces la práctica de las tres órdenes misioneras existentes en Nueva España: franciscanos, dominicos y agustinos.

El historiador Basalenque, coetáneo de Moya, dice de él que “escribió gran número de cartapacios, más para ejercicio de hacer memoria y ocupación, que para sacar a la luz, aunque hay algunos Sermonarios suyos bien útiles y provechosos”. Murió en 1567 con fama de santidad en el Convento de Guayangareo, o de Valladolid, hoy Morelia, de la provincia de Michoacán, México.

El 15 de julio de 1996 la Santa Sede concedió el nulla obstat para instruir el proceso diocesano con vistas a la beatificación del “Apóstol de Tierra Caliente”.

 

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Rafael Lazcano González