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Diego de Avellaneda

Biografía

Avellaneda, Diego de. Granada, c. 1529 – Toledo, 2.III.1598. Superior de la Compañía de Jesús (SI) y confesor de la Corte imperial.

Fue colegial de la Universidad de Osuna; obtuvo los grados de filosofía y teología en 1555, siendo rector y catedrático de la misma un año más tarde. Entró en la Compañía en Córdoba, unos meses antes de la muerte de Ignacio de Loyola, asistiendo en 1558 a la Congregación General I que habría de elegir a su sucesor en Roma, en la persona de uno de los primeros compañeros: Diego Laínez. Precisamente, éste le encomendó la docencia de teología en el Colegio Romano, fundado unos años antes, donde permaneció entre 1558 y 1560. Entonces, era profeso de cuatro votos. Vivió el traslado de esa casa a una nueva sede, en una institución que crecía y que recibía cada vez un mayor número de alumnos, después de haberle otorgado el papa Paulo IV la posibilidad de conceder grados universitarios. Cuando regresó a España, Avellaneda continuó leyendo teología en el colegio de Córdoba, prosiguiendo su gobierno en el de Sevilla entre 1562 y 1566. En ese año, fue nombrado provincial de Andalucía durante el trienio que alcanzó hasta 1569. Sevilla representaba, desde los principios de la Compañía en Indias, una puerta en la organización de las misiones. Por eso, colaboró activamente Avellaneda en las primeras expediciones y misiones a América, aunque las iniciativas fueron de mayor calado cuando ejerció como visitador en México. Trabajó, además, pastoralmente entre los moriscos.

Todavía habría de gobernar un año, de nuevo, el colegio sevillano hasta que en 1570 fue llamado a Alemania, para ejercer por espacio de seis años como confesor del conde de Monteagudo, embajador del rey de España en la Viena de los Habsburgo. Glosaba Baltasar de Alcázar las labores de controversista con los luteranos que desempeñó el padre Avellaneda.

Pasó, igualmente, por París como confesor de la archiduquesa Isabel, hija del emperador Maximiliano II, y esposa que fue del rey francés Carlos IX. Su condición de español le dificultó en este ministerio. Asistió, en 1573, a la Congregación General III, que eligió al sucesor de Francisco de Borja: Everardo Mercuriano.

Por disposición de éste, ejerció como visitador de la provincia de Castilla entre 1577 y 1580. Le pidió el general que suplicase a Felipe II en Madrid que no fuesen empleados los jesuitas en la reforma de otras órdenes religiosas, negocio en el que logró éxito. En este período aceptó, además, la fundación del colegio de Pamplona por el caballero navarro Juan Piñeiro.

Dos asuntos de calado retrataron su carácter rigorista como visitador en Castilla, habiendo comenzado la misión en el colegio de Segovia en septiembre de 1577. En el de Villagarcía de Campos, su fundadora Magdalena de Ulloa había destinado importantes cantidades de dinero para la construcción, puesta en marcha y después mantenimiento de esa casa, en la cual se había establecido también el noviciado castellano.

El templo se hallaba dispuesto para su dedicación en enero de 1580. Magdalena de Ulloa estaba acompañada por sus hermanos, Rodrigo y fray Domingo, este último dominico, además de otros miembros de la nobleza. Los jesuitas debían hacer buena demostración de la obra en la que se empezaba a emplear la hacienda de tan destacada benefactora. Por eso, toda la cúpula de la provincia de Castilla asistió a este evento, encontrándose entre ellos el visitador Avellaneda. Éste ordenó al superior de la casa que impidiese al día siguiente la entrada de la fundadora y de sus familiares al interior del colegio. El provincial castellano, Juan Suárez, y el rector Baltasar Álvarez intentaron convencerle de lo improcedente de la decisión.

Pero el visitador argumentaba su medida desde las disposiciones que había dictado el papa Pío V hacia las clausuras de los religiosos. Todo debía ser cumplido en aras a la demostrada obediencia jesuítica hacia los superiores y a la inaccesibilidad de las mujeres al interior de los colegios. La Puente, que fue testigo de los acontecimientos, lo relata con prolijidad. Fue la ocasión para que Rodrigo de Ulloa, marqués de La Mota y hermano de la fundadora, dijese en público a su hermana lo inconveniente que era entregar a los jesuitas la confianza monetaria que les había prestado. Roma tuvo que compensar el rigorismo de Avellaneda.

Pero en su severidad, el visitador de Castilla actuó decididamente contra el mencionado Baltasar Álvarez y, sobre todo, contra su método de oración. Téngase en cuenta que este jesuita era uno de los puntales de la formación de los novicios castellanos de la Compañía.

Los conflictos de oración en Castilla habían comenzado mientras Álvarez era rector del colegio de Salamanca en 1573. Ya había expuesto el provincial, Juan Suárez, sus inquietudes acerca del magisterio que este superior ejercía sobre la oración. Al conocerse estas informaciones en Roma, Baltasar Álvarez se vio obligado a exponer a su general el método de oración por el que abogaba. Una vida presentada como un camino que culminaba en la presencia de Dios, de contemplación y recogimiento interior, así como de silencio y de complacencia en la voluntad divina.

La Curia de la Compañía estaba preocupada por evitar cualquier tipo de sospechas inquisitoriales sobre su método de oración, argumentando que el modo propio de hacer de los jesuitas era el de los Ejercicios.

Roma ya había actuado con contundencia contra la difusión que de la oración afectiva había realizado Antonio de Cordeses en 1574, también hombre de gobierno de la Compañía en Castilla. Este caso, junto con el de Baltasar Álvarez, determinó al general Mercuriano el envío de visitadores a España para evitar cualquier desviación de esas provincias.

Así, pues, Diego de Avellaneda inició su misión, repleta de prejuicios hacia Baltasar Álvarez, cuando éste ya era rector y maestro de novicios en Villagarcía, habiendo escrito su Tratado de la oración en silencio.

El visitador le pidió todos los papeles en virtud de la obediencia, contando con las mociones y censuras de Jerónimo de Ripalda. Roma ordenó a Álvarez que, tanto en su vida religiosa, como en su labor de formación para con los novicios de la Compañía, se redujese a la forma de oración expuesta en los Ejercicios.

Con todo, el proceso se conoció como la “gran borrasca”. Mercuriano ni prohibió el método, ni tampoco el padre Álvarez cayó en desgracia, pues poco después era visitador de Aragón. Aun así, recibió gestos tensos y muy duros de su provincial y del visitador Avellaneda. No obstante, sus discípulos —entre los que se hallaba Luis de la Puente— contribuyeron a la difusión de su método de oración. No conoció Álvarez la Carta de la Oración del general Aquaviva (1590), donde el superior romano reconocía la valía de este su método.

Felipe II retuvo a Avellaneda en la Corte madrileña en 1580, por lo que el prepósito general consideró su nombramiento como rector de aquel colegio, sucediendo al padre Miguel de Torres. Se mantuvo en este oficio por espacio de cinco años. Adelantó la fábrica del colegio, comprando una casa principal de la calle de Toledo. Parecía que allí participaba del singular clima que se vivía en aquel colegio y que intentó reformar el padre Porres. Se informaba, por ejemplo, que Avellaneda contaba con un compañero religioso para dentro de casa y otro para fuera, en las ocasiones que salía a atender espiritualmente y “visitar a señores y señoras”. Todavía habría de ejercer el oficio de visitador de Nueva España, entre 1590 y 1592. En aquellos momentos fundó la casa profesa de México, trasladó el noviciado a Puebla y abrió las misiones del Noroeste y de Sinaloa. Para concluir su vida, fue superior de la casa profesa de Toledo desde 1595 hasta su muerte, tres años después. Allí se tuvo que enfrentar a un serio problema con la actitud que presentaba el mencionado y problemático Juan de Mariana.

Por entonces, Avellaneda había intervenido en algunas controversias sobre la confesión y los comportamientos de los jesuitas en este sacramento, controversia que trató Juan de Mariana a través de críticas muy agudas, además de otros conflictos que se producían en el grupo de religiosos de esa casa, divididos en dos bandos. Se interesó también por la trayectoria de los mártires ingleses. En el oficio de visitador se apreciaron, como se ha visto, los comportamientos rigoristas de Diego de Avellaneda, así como sus gestos autoritarios. Quejas de todo ello había recibido ya Francisco de Borja, mientras trabajaba como provincial y rector de colegios.

 

Obras de ~: Quaestio theologica de Complice revelando, vel né, in Confessione Sacramentali, Cremonae, Typographia Baptistae Pellizzarii, 1593.

 

Bibl.: A. de Andrade, Varones Ilustres en santidad, letras y zelo de las almas de la Compañía de Jesús, t. V, Madrid, por Joseph Fernández de Buendía, 1666, págs. 403-411; B. Alcázar, Chrono-Historia de la Provincia de Toledo y elogios de sus varones illustres, Parte 2.ª, Madrid, por Juan García Infanzón, 1710, págs. 608-610; L. de la Puente, Obras escogidas.Epistolario- Memoriales.Vida del P. Baltasar Alvarez-Meditaciones, Madrid, Atlas, 1958, págs. 19-292 y 429-439; F. Boado, “Baltasar Álvarez en la historia de la espiritualidad del siglo XVI”, en Miscelánea Comillas, 41 (1964), págs. 218-257; A. Moreno, “Un problema de oración en la Compañía de Jesús”, en Manresa, 42 (1970), págs. 223-242; V. Albiñana, “Un problema de oración en la Compañía de Jesús”, en Manresa, 42 (1970); B. de Medina, “La Compañía y la minoría morisca”, en Archivum Historicum Societatis Iesu, 57 (1988), págs. 84-99.

 

Javier Burrieza Sánchez

 

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