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José Manuel del Regato López de la Peña

Biografía

Regato López de la Peña, Juan Manuel del. Madrid, f. s. XVIII – ?, p. m. s. XIX. Político, funcionario y conspirador.

Hijo de José del Regato Hoyo, personaje oriundo de La Montaña (Suesa, merindad de la Trasmiera, Cantabria) y M.ª Aquilina López de la Peña, procedente, a su vez, de familia de la comarca de La Sagra (Toledo), pero también nacida en Madrid.

Su existencia comienza a producir noticia a partir de 1808, año en que se le imputa ser estudiante (¿o ya médico?) refugiado en Cádiz en lugar de haberse enrolado en la resistencia contra los franceses; entregándose a partir de entonces en toda clase de disputas políticas exaltadas, de tipo revolucionario por centros y plazas de la ciudad.

Se comprueba ya de modo efectivo su condición de médico adherido al Ejército de Extremadura, tras cuya derrota en la batalla de Almaraz sirvió aquella función en diferentes destinos hasta 1813; nuevamente en Cádiz, donde se ratificó en el alarde de sus ideas exaltadas y radicales, sobre todo contra los diputados constitucionales o “serviles”.

Trasladado ulteriormente a Madrid, participó como editor o redactor en la publicación del periódico La Abeja Madrileña que, al decir de un contemporáneo “tenía coraje y decía las verdades a aguaceros y con un modito tan dulce que levantaba ronchas y ponía el cuerpo de relieve”.

Ideológicamente, sus principios no eran otros que los monárquicos democráticos no absolutistas, sino nacidos e impuestos por el pueblo elector (hombres libres) de las Cortes a quienes correspondería la designación del monarca y no al heredero dinástico.

Tales principios, afirmaba, no se habían profesado en la España gobernada por Godoy a causa de la debilidad de Carlos IV; ni por la dinastía bonapartista ni aún por los restauradores acogidos “al dulce nombre de Fernando”, cuya exposición y defensa se esgrimía desde tribunas y cafés con nuevos instrumentos periodísticos tales como “El Robespierre español”, “El Redactor General de España”, o “El Cincinato o el Verdadero moderador liberal”.

Exiliado Regato a partir de mayo de 1814, tras el regreso de El Deseado, comienza para él una etapa de desenfrenado movimiento por las ciudades de Inglaterra y Francia (Londres, París, Bayona, Toulouse, Burdeos), cuyas finalidades y sostenimiento no están diáfanamente esclarecidas.

Sí es, sin embargo, constatada la pertinaz vigilancia de que es objeto, según queda acreditado en los abundantes informe policíacos franceses, producidos a requerimiento oficial de las autoridades españolas, sobre todo a partir de la restauración francesa de Luis XVIII.

Informes repetidos por cada una de las ciudades por las que cruza, con casi unanimidad sobre la inexistencia de aspectos similares a los que órdenes superiores sugieren, siempre invocando la condición de peligroso personaje revolucionario de que han sido advertidas.

A los interrogantes de esta naturaleza a que alguna vez fue sometido respondió siempre que viajaba con recursos propios y, a veces, con ayuda de sus propios padres, junto con su esposa Joaquina López de Mesa.

Sus contactos con los numerosos grupos de exiliados españoles en ambos países extranjeros parecen ser, sin embargo, la fuente y el objeto de tan intensos movimientos. Sospechas que en algunas ocasiones los cónsules o representantes diplomáticos españoles en el extranjero traslucen aunque respaldan con sus pasaportes tales viajes.

A partir del 22 de julio de 1819 —escribe a este respecto su biógrafo el profesor Pegenaute Garde— sí que puede hablarse ya de que el personaje entró en contacto con el embajador español en París, a la sazón el conde de Fernán Núñez.

Es prolijo seguir el itinerario del comportamiento público de José Manuel. Prevención del alzamiento de Cabezas de San Juan por Rafael Riego en 1820; la gobernación interna durante el trienio constitucional y su contradicción; la actuación del propio informante en Murcia; el desarrollo coetáneo de las Sociedades Patrióticas (La Fontana o Amigos del Orden, La Convivencia, las imposiciones del Trágala; el desarrollo y acción política de la francmasonería; la disyunción entre las actitudes del propio Regato y Torrijos ante la presencia de los Cien Mil Hijos de San Luis, y sus respectivos razonamientos.

En 1824, el superintendente de la Policía Juan Manuel Arjona pone en contacto con el Rey a uno de sus propios confidentes de quien viene obteniendo información política desde 1821: Manuel del Regato. Se trata del establecimiento de una comunicación entre el informante y el soberano, que no sabemos si llegó a ser acaso personal, pero que en todo caso pasó, en cierto modo, de lo noticioso a lo consejero. Su rastro puede seguirse prácticamente por entero a través de la copiosa documentación conservada. Establecido ya un especial sistema de comunicación reservada entre ambas partes, pronto el contenido de esta relación no dejó de tener cierta audacia en las vagas encomendaciones sobre prudencia y buen gobierno que el súbdito se permitió —aunque siempre en términos respetuosos— elevar a su soberano. Todo un amplio memorial o Registro llegó a elaborar nada menos todo un proyecto de una nueva división territorial de la Nación y —lo que nunca le agradecieron sus enemigos— una amnistía política general.

De 1826 es tal el proyecto de Decreto para suprimir y prohibir la masonería y demás sociedades secretas, así como para aplicar un conjunto de medidas delimitadoras en cuanto a funciones y diversas jurisdicciones, de la Administración.

En este orden de cosas comienza a configurarse ya la idea de Regato de creación de una “Alta Policía” informativa y secreta que permitiese al Gobierno, y más especialmente a la Corona, conocer —y sobre todo dominar— el estado de las ideologías y movimientos políticos, tan agitados y contradictorios en su tiempo.

El campo de prospección de estas funciones incluía el área entera de la Península e islas nacionales, así como el funcionamiento de los cuantiosos núcleos de emigrados y deportados políticos dispersos (y sobre todo conjurados) por Europa: Francia, Inglaterra, Bélgica, etc.

Para tales objetos y el de propagar laudatoriamente en el exterior la causa fernandina estimó el proponente que sería conveniente “comprar” (aunque sin emplear este verbo) los servicios de algunos periodistas parisienses como enteramente los del Journal des Débats, La Quotidienne o Le Constitutionnel, más otros de Londres y Gibraltar; para lo que bastarían —suponía— unos 6000 reales mensuales; y de una sola vez, 12 o 15.000, sorprendentemente, en los de Lisboa.

Por otra parte, quedó establecida una comunicación reservada con personalidades de la Embajada en París, tales como Mariano de Cavia, su secretario, y Mariano Carnerero, cuyas direcciones postales se manejaban mediante las de otras personas francesas.

Las crecientes presencias de José Manuel en la Corte fueron requiriendo una más clara justificación oficial, lo que le proporcionó (28 de marzo de 1829) la efectiva asignación de una cifra de 20.000 reales anuales para “servicios particulares” (“espionaje” dijeron algunos cortesanos); cantidad que fue incrementada al año siguiente, so pretexto o con motivo de amparar económicamente a su esposa en el caso de su viudedad con motivo de su defunción en ejercicio de sus peligrosas responsabilidades.

“Fijada ya —escribe nuestro sujeto a su regio protector en 1º de julio de 1830— por las soberanas bondades de V. M., la clase a que pertenezco en Vuestro Gobierno, y asegurada mi subsistencia con el sueldo que V. M. se ha dignado asignarme como Intendente efectivo de Provincia”. Parece llegado el momento de poner en activo el ambicioso proyecto de nueva Policía elaborado por encargo de 23 de octubre de 1829 y ultimado en 30 de enero del mismo año. Se pretende superar —se dice— el hecho de que “por desgracia, el nombre de Policía se ha hecho odioso a los españoles, que no han olvidado las vejaciones, tropelías y arbitrariedades que bajo este título se han cometido en diferentes épocas; la opresión que sufrieron con la Policía en tiempo del gobierno intruso de Napoleón”. E incluso los inmediatos sucesores hasta el momento vigente.

Los principios organizativos propuestos por Regato suponían básicamente los de deslindar el conjunto de facultades y funciones acumuladas en una triple entidad que denominaría “de comodidad y ornato, de salubridad y de seguridad”. Las dos primeras constituirían una simple “Policía Urbana” y sólo la última, denominada “Alta Policía”, subdividida a su vez en “Seguridad individual” y “Seguridad pública” o “del Reyno y del Trono”, que quedaría reservada “a una autoridad de excepción, privativa y separada de todos los demás cuerpos y funcionarios de la Administración civil y judicial”.

Lo que Regato proyectó, que ya por Europa existía (Fouché por ejemplo) en Francia, era un cuerpo de Policía popularmente denominada “secreta” y que actualmente se denomina en casi todos los estados como: Servicio de Información. Ni siquiera deberían conocerse entre sí sus propios agentes, siéndolo exclusivamente de su director general, quien a su vez sólo dependería del secretario de Gracia y Justicia, aparte, naturalmente, del propio Rey.

Aunque el detalladísimo proyecto no llegó a plasmarse en decreto orgánico, los trabajos de Regato funcionaron de facto por lo menos hasta el 20 de abril de 1831, fecha ésta de la última carta de este carácter conservada.

Durante ese tiempo, los nombres de sus “delegados” en Madrid, Pamplona, Bayona, Sevilla, Manzanares, Gibraltar, Cádiz, Burdeos, Londres, Málaga, Marsella, Bruselas, Vitoria, Barcelona, Valencia, Zaragoza, aparte los ya mencionados diplomáticos de Cavia y Carnerero, aparecen citados en la correspondencia del intendente fundador con su real destinatario. Conociéndose incluso servicios tan arriesgados como el del “Agente número 2”, Joaquín Ruiz, desplazado desde Murcia a Marsella, para embarcarse como falso conspirador en un grupo revolucionario comandado por el general Palares rumbo a Gibraltar, reuniéndose después con la junta que presidiría Torrijos, consciente de que podrían asesinarle.

La figura y las turbias relaciones exclusivistas del pretendido “Alto Policía” con S. M. el Rey suscitaron desde luego en la masa burocrática, aristocrática y política, los celos, la animadversión y las envidias del elemento oficial.

Sus reticencias alcanzaron de modo directo y especial al ministro (Secretario de Gracia y Justicia) Tadeo Calomarde, único vínculo comunicante (u obstaculizador) entre el informante —muchas veces delator— y el recipiendario de los informes al Rey.

La “frialdad” de esta consideración de que el informante era objeto por parte de su exclusivo superior llegó al punto de la detención del primero por supuesta orden del segundo al amanecer del día 21 de marzo de 1831. El acto fue ejecutado por el alcalde de Casa y Corte José de Zorrilla (padre, por cierto, del poeta del mismo nombre), cumpliendo —como decimos— supuestas órdenes del propio ministro Calomarde.

Aunque libertado al siguiente día, una vez que de “los papeles” que le fueron intervenidos no se dedujo cargo alguno contrario a su fidelidad, la propia Real Persona, indujo al personaje a que paseara ostensiblemente por el Prado el mismo día con el fin de que quedase bien patente su inocencia. Visitando éste aquella misma noche a su delator, en su misma casa, con quien hubo de estrecharse en un gélido abrazo.

Regato por algún tiempo pretendió continuar prestando sus personales servicios al soberano, quien con satisfacción recibía, por cierto, las noticias de todas las acusaciones, incluso sobre sus colaboradores, por bajas o pequeñas que fuesen; pero declinó en adelante su benevolente aceptación, llegando a permitir la cancelación de los fondos destinados a la “Comisión de Policía reservada [...]” por ser ya inútil.

“Hace ya tiempo —escribía su entusiasta y ya fracasado promotor, meses después, enero de 1832— dexé todas mis relaciones con el Gobierno y esto me tiene fuera de juego en todos conceptos”. Achacando la culpa de sus fracasos a “la gran sabiduría de la clica” (clique o famosa camarilla del Monarca).

Viudo ya y desamparado de la escasa protección de su exiguo valedor, también fallecido (el Rey), se ve depuesto como intendente de Nóminas que era, perseguido y confinado a residir en la isla de Ibiza. Confinado finalmente como recalcitrante conspirador y prófugo, es desterrado por ocho años a Filipinas. Desde allí le conocemos luchando burocrática y judicialmente con la Administración de las islas y de la península. Primero reivindicando su sueldo administrativo que le es negado como condenado que es: “dos y media chupa de arroz, dos libras de leña, sal y vinagre y 6 cuartos diarios [...]; lo bastante para que un hombre pueda vivir”.

Restaurado, finalmente, al parecer, en la percepción de su pensión funcional, gracias a ella no cesó en su tenaz exposición de criterios y pareceres políticos como acreditan sus Representaciones dirigidas al Gobierno de Isabel II. Aunque con desigual eficacia que, en definitiva le permitió subsistir al menos —que sepamos— hasta 1840.

De su personalidad se conservan retratos narrativos, en su mayor parte poco favorables (Galdós, Mesoneros) y algunos muy desfavorables (Sebastián Miñano, Charles Le Brun; más templado, Antonio Alcalá Galiano).

Más tarde, el propio Don Benito le incorpora como personaje a sus novelas (La Fontana de Oro, Los Cien Mil Hijos de San Luis, El Grande Oriente, El Terror de 1824) acentuando aún más los trazos negros de su figura. “Dos veces gato” (Re-gato) le consideran sus adversarios, admiradores y temerosos de la agudeza de su capacidad investigadora [...] y delatora.

“Masón con los masones, comunero con los comuneros, anillero con los anilleros, liberal y servil con los serviles, sin ser nada en realidad para nadie, sí todo para sí mismo. De terrible hombre; ex-masón, ex-comunero, ex-republicano, y siempre monstruo de iniquidad y perfidia”. Sujeto “de muy malos principios” llega a calificarle la policía francesa en un informe que intercalara con la española. Menéndez Pelayo le tiene por “espía doble, vendido a Fernando VII y a la Revolución”; Baroja le imagina “el agente provocador” por antonomasia, como una araña gruesa y peluda, “presta a toda clase de canalladas”.

Aparte la licitud de la eficacia técnica de algunos de los aspectos organizativos que Regato propusiera en el proyecto policial elevado a su monarca, muchos de ellos son adoptados en los modernos servicios de información de actuales estados. Así como aparecen positivos consejos genéricos de benignidad al Rey para con sus propios enemigos derrotados, que llegaron, aunque infructuosamente, hasta el de toda una amplia amnistía política (1825). Matices que contribuyen a atenuar un tanto la acerba opinión sus contemporáneos.

Su desgraciado final permite presentarlo también como una víctima más de la sordidez de las luchas y odios en que se vio envuelto.

Él mismo, en la desesperada lucha jurídico-administrativa por su rehabilitación y su libertad, en la última etapa conocida de su vida, escribió: “No soy tan extraño al conocimiento de la Historia, ni he vivido tan aislado de los hombres, que no sepa lo que sobre ellos puede el talismán político llamado circunstancias”.

 

Obras de ~: Representaciones dirigidas al Gobierno de S. M. D.ª Isabel II, Nov. De 1840 por don José Manuel de Regato confinado en Filipinas, Madrid, Imprenta y Fundación de A. Eusebio Aguado 1843.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Sección Estado Policía, n.º 3060; Archivo General de Palacio, Papeles reservados de Fernando VII, caja n.º 302 (antes leg. 12 de “Papeles de Regato”).

A. Alcalá Galiano, Memorias de [...] (publicadas por su hijo), t. II, Madrid, 1886, págs. 102, 151, 205; G. Varela Hervás, Cartas de Pérez Galdós a Mesonero Romanos, Madrid, Sección de Cultura del Ayuntamiento, 1953, págs. 21-22; A. M.ª Barazaluze, Documentos del reinado de Fernando VII: III Arias Teijeiro. Diarios (1828-1831), Pamplona, Universidad de Navarra. Seminario de Historia Moderna, 1966-1967, 3 vols. (passim II, 213/ I, 155/ II,380/I, 176n.234/ II, 225-231/ II 73n. 360); P. Ortiz Armengol, Aviraneta y 10 conspiradores más, Madrid, 1970, págs. 119-133, 204-207; E. Benito Ruano, “D. José Manuel del Regato y su misión de Alta Policía (1824-1831)”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CLXXIV (1977), págs. 93-120; P. Pegenaute Garde, Trayectoria y testimonio de José Manuel del Regato. Contribución al estudio de Fernando VII, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1978, 525 págs.

 

Eloy Benito Ruano