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Juan Vera

Biografía

Vera, Juan. Alcira (Valencia), 26.XII.1453 – Roma (Italia), 4.V.1507. Preceptor, canónigo, arzobispo y cardenal.

Doctor en Derecho Canónico y Civil, fue canónigo de la Catedral de Valencia y en fecha incierta se incorporó al séquito del cardenal Rodrigo de Borja. Éste le escogió como preceptor de su hijo César durante sus estudios de Derecho Canónico en las Universidades de Perugia (1489-1491) y Pisa (1491-1492). Cuando Alejandro VI fue elegido pontífice y César se trasladó a Roma, Vera permaneció un tiempo en Florencia resolviendo ciertos asuntos con Piero de Medici, hasta que fue enviado como gobernador a Espoleto en momentos particularmente críticos por la lucha entre los varones. En octubre de 1493 su sustituto —Juan de Borja Lanzol el Menor— comunicaba al Papa que Vera había dejado la Rocca perfectamente pertrechada y había adquirido “tal renom de bon governador qual mai governador pogués dixar”. El Pontífice le envió después a la fortaleza de Ostia que acababa de rebelarse por instigación del Rey de Francia, y fue recuperada en mayo de 1494. En junio el protonotario apostólico informaba al Papa del deplorable estado de las defensas, incapaces de hacer frente al ejército de Carlos VIII que se preparaba para entrar en Italia.

No se sabe en qué momento se trasladó Vera a la Península Ibérica como vicario general del cardenal César Borja en la sede de Valencia. En 1497 fue acusado de abusos deshonestos que llevaron a Fernando el Católico a pedir al Papa su inmediata destitución. Al demostrarse la falsedad de las acusaciones, el rey aragonés rectificó y escribió a su embajador en Roma que Juan Vera era “persona de muy buena fama”, por lo que era necesario restituir su reputación a ojos del Papa y de César Borja. Tras el fallecimiento del duque de Gandía en junio de 1497, Alejandro VI encargó a Vera la misión de comunicar la noticia al gobernador de Valencia y gestionar la devolución de los bienes muebles del duque a su viuda María Enríquez. El 11 de octubre de 1499 tomó posesión de la sede de Valencia en nombre de su nuevo titular Juan de Borja el Menor, que la había recibido tras la secularización de César.

El consell debió de quedar prendado de la gestión de Vera, y el 5 de mayo de 1500 le encargó la tarea de solicitar al Papa una copia de la sentencia de canonización de san Vicente Ferrer, la obtención de algunas reliquias del santo —enterrado en Vannes (Bretaña)—, y la desviación de algunas rentas del arzobispado para sufragar los gastos del retablo de la Virgen de los Desamparados y acometer las obras de saneamiento de la Albufera. Con todo, el encargo más importante era el de obtener las facultades para erigir el Estudio General de Valencia, gestión que el consell volvió a recordarle el 25 de agosto de 1500. Vera debió tratar el asunto con Pedro Luis de Borja Lanzol —recién nombrado obispo de Valencia— y finalmente logró la concesión pontificia por bula fechada el 23 de enero de 1501.

La estrella de Vera comenzó a brillar el 10 julio de 1500, cuando Alejandro VI le nombró arzobispo de Salerno. El Papa escribió en tres ocasiones a Federico de Nápoles para confirmar la provisión, escandalizándose de que el Monarca no respondiera a sus misivas.

Después vino la concesión de la púrpura cardenalicia el 28 de septiembre, “con gran queja y sentimiento de los cardenales antiguos”, que vieron demasiado cercana la mano de César, convertido en gonfaloniero de la Iglesia y duque de Romaña. De los doce nuevos purpurados, cuatro eran familiares del Pontífice, y Vera era el más pobre de ellos. Antes de recibir el título de cardenal de Santa Balbina, fue escogido como uno de los tres legados a latere que debía recaudar fondos para la cruzada antiturca que se estaba preparando. Al arzobispo de Salerno se le adjudicó la legación en Francia, Inglaterra, Portugal y los Reinos de Castilla y Aragón, pero el descontento de los Reyes Católicos acabó frustrando una misión que probablemente nunca llegó a término.

Alejandro VI le envió entonces a la Romaña, recién ocupada por las tropas de César, y el 5 diciembre el cardenal fue recibido en Forli por su antiguo discípulo con grandes muestras de aprecio: “era la primera vez que —escribe el cronista Bernardi— que Su Excelencia salía de su casa para recorrer la ciudad”. En febrero de 1501 se trasladó a la marca de Ancona como legado de Macerata, con el encargo de tomar posesión de las ciudades de Fano y Pésaro que el Papa acaba de conceder a César.

En julio recibió el juramento del Consejo de Fano y el nombramiento como gobernador y vicario perpetuo de la ciudad. Era el premio que el duque otorgaba a su “preceptor” —como seguía llamándole—, cuyo consejo continuaba solicitando en asuntos del gobierno, prefiriendo su parecer al del lugarteniente general de la Romaña.

En los momentos más difíciles —como el de la rebelión de Sant’Angelo—, César acudió a Vera, que resolvió los desórdenes firmando un acuerdo con la comunidad el 1 de octubre de 1501. En Fano el cardenal aprovechó para instalar la primera imprenta estable de la Romaña acogiendo al célebre impresor Jerónimo Soncino. Una empresa muy propia de este cardenal con inquietudes humanistas que frecuentaba la tertulia literaria de Paolo Cortesi y recibía el elogio de Pier Francesco Justulo en los versos latinos que le dedicó.

Durante este tiempo Fernando tanteó a Vera, encargándole pequeños asuntos. El cardenal se mostró receptivo y el 28 de mayo de 1503 sostuvo una larga entrevista con el Pontífice y César Borja “sobre las cosas de España”, donde probablemente intentó recomponer las maltrechas relaciones hispano-pontificias, tan deterioradas desde que Alejandro VI buscó la alianza francesa en 1498. Poco se pudo hacer, porque el Papa descendió al sepulcro tres meses después. Durante el período de sede vacante Vera lideró el grupo de cardenales españoles y —de creer al embajador veneciano— éstos llegaron a confabularse para elegirlo Papa “o de lo contrario suscitar un cisma”. El cardenal de Salerno no era tan incauto. Su labor se concentró en ejercer de mediador entre el hijo del difunto Papa y el colegio cardenalicio, que veía con recelo la presencia de sus tropas acantonadas en Roma.

El epitafio de su tumba recuerda su labor pacificadora durante las sedes vacantes de Alejandro VI y de Pío III. En noviembre de 1503, el recién elegido Julio II recurrió a sus servicios para negociar con el antiguo gonfaloniero la entrega de las ciudades de la Romaña que estaban bajo su dominio. El cardenal alojó a César en su palacio durante cuatro meses, exigiendo al Papa que respetase los acuerdos firmados con su protegido. Podía hacerlo porque su prestigio era alto desde el puesto de camarlengo del Sacro Colegio que ocupó en 1504. Vera no perdió el contacto con el duque cuando éste fue trasladado a Nápoles y después a la Península Ibérica, donde los Reyes Católicos recibieron sus cartas intercediendo por César.

El cardenal de Salerno recibió abundantes beneficios en la Península Ibérica: entre 1503 y 1504, un canonicato en la iglesia de Burgos, el 7 de agosto de 1504 un priorato en la colegial de San Pedro de Fraga (Lérida) y una parroquia en Badieles (Zaragoza); finalmente el 14 de mayo de 1505 el Papa, sin consultar a Fernando ni tampoco al cardenal, le otorgó el obispado de León, alegando el derecho pontificio de disponer de las sedes cuyo titular había fallecido in Curia. Fernando reaccionó con violencia al ver vulnerado su pretendido derecho de patronato y secuestró las rentas del cardenal de Salerno. Sin embargo, la necesidad de contar con aliados en el colegio cardenalicio le obligó a recapacitar, prometiendo a Vera la sede de León si se comprometía a favorecer sus negocios en Roma, empezando por la revocación de ciertas comisiones dadas contra la Inquisición y la concesión de la décima y de la cruzada para la campaña de África.

Vera aceptó de buena gana la propuesta regia que incluía la renuncia al arzobispado de Salerno, pero las cosas volvieron a torcerse cuando Felipe el Hermoso subió al Trono en 1506 y no quiso ceder la sede de León al cardenal. Vera permaneció en Roma durante estos años manteniendo el contacto con el rey Fernando, que le pedía beneficios para gente de su confianza —como Martín Gurrea en abril de 1507— o solicitaba su colaboración para que hiciera desistir a un familiar suyo que pretendía ciertos derechos sobre el Monasterio Benedictino de San Pedro de Eslonza.

El cardenal de Salerno falleció en Roma el 4 de mayo de 1507 y fue enterrado en un fastuoso mausoleo —hoy desaparecido— en la capilla de Santa Mónica de la iglesia renaciente de San Agustín. El vasto conjunto funerario, adornado con fragmentos decorativos de la Antigüedad, estaba flanqueado por cuatro “Doctores” atribuidos a la escuela de Isaías de Pisa. Era el último legado de este docto cardenal que fue agente de paz en tiempos turbulentos.

 

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Álvaro Fernández de Córdova Miralles

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