Borja-Llançol de Romaní y de Montcada, Pedro Luis de. Valencia, c. 1476 – Nápoles (Italia), 4.X.1511. Prior, arzobispo y cardenal.
Tercer hijo varón de Jofré de Borja y Llançol de Romaní, señor de las baronías valencianas de Castellnou, Anna y Villalonga, sobrino por parte de madre del cardenal Rodrigo de Borja (Alejandro VI) y de su esposa Juana de Montcada y de Vilarragut. De este matrimonio nacieron tres varones: Rodrigo, Juan y Pedro Luis, y cinco hijas: Ana, Marquesa, Leonor, Jerónima y Ángela. Pedro Luis debió de nacer entre 1476 y 1477, pues su paisano Juan Llopis, cardenal de Capua, afirmaba en enero de 1500 que contaba veintidós o veintitrés años de edad.
Era todavía un niño cuando se trasladó a Roma con su familia, para medrar a la sombra de su pariente, el poderoso cardenal vicecanciller. Mientras el primogénito Rodrigo buscaba promoción en el campo de las armas, ingresando en la guardia vaticana gracias a la influencia del purpurado, sus dos hermanos varones fueron destinados a la carrera eclesiástica, que con el favor de éste prometía ser brillante. Con toda seguridad llegaron a la Ciudad Eterna después de 1481, pues ninguno de los hermanos Borja-Llançol figura en la larga lista de súplicas que el cardenal vicecanciller presentó a Sixto IV el 24 de noviembre de dicho año, con solicitud de gracias y beneficios para sus familiares.
Una vez en Roma, el vicecanciller confió la educación de Pedro Luis al humanista Giovanni Battista Cantalicio, quien, dada la pasión por la caza de su pupilo, le dedicó un poema titulado Venatio. Pedro Luis correspondió más tarde concediéndole que pudiera llevar el apellido Valentini y mediando para que, en noviembre de 1503, Julio II le nombrase obispo de las diócesis de Atri y Penne, en Abruzzo, entonces unidas. Sin duda se debe a este humanista el gusto por las letras y por el trato con literatos y artistas que Pedro Luis Borja mostró en el último período de su vida, entretenimientos con los que supo consolarse de la desgracia política en que había caído. Miquel Batllori lo considera el más humanista de los Borja romanos, lo cual contrasta con la opinión de su contemporáneo Paris de Grassis —que debe tomarse con cautela por ser su adversario—, quien lo describe en su diario como “bastante ignorante en letras así como en otras virtudes convenientes a los cardenales”.
Debido a su juvenil edad, el ascenso al pontificado de su tío Alejandro VI no supuso para él, como para otros parientes, la obtención de grandes beneficios eclesiásticos, si bien fue admitido como caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Hospitalarios) o de Rodas. Valiéndose de su posición de sobrino del Papa, en 1498 intentó arrebatar el cargo de gran prior de la Orden en Cataluña al octogenario fray Francisco de Boxols, quien lo ostentaba desde 1495; para ello obtuvo una bula papal, en fuerza de la cual citó a Boxols ante la curia romana para defender su derecho; pero cuando Fernando el Católico descubrió esta trama se opuso a ella y escribió a su embajador en Roma que obtuviese del Papa la anulación del nombramiento de Pedro Luis y que se revocase la citación; de modo que, por el momento, Pedro Luis tuvo que contentarse con el priorato de Santa Eufemia, en Cataluña. Probablemente sea él un tal Pedro Borja que, en 1497, poseía el cargo de escribano en la cancillería pontificia.
La temprana muerte de su hermano Juan, cardenal de Santa María in via Lata, le forzó a dejar su cómodo anonimato para continuar la carrera eclesiástica y política del difunto, en los años más turbulentos del pontificado alejandrino. Ya el 18 de enero de 1500, a la par que comunicaba el óbito del citado cardenal a los Reyes Católicos, Juan Llopis les anunciaba la voluntad del Santo Padre de “resucitar al dicho cardenal de Borja” en la persona de su hermano Pedro Luis, prior de San Juan de Jerusalén, haciéndole “cardenal con todo lo que tenía”, por lo que les rogaba “que vuestras altezas quieran fazer nueva merced del arçobispado de Valencia y abadía de Valldigna, al dicho prior como si él fuera el cardenal; y en esto vuestras altezas obligarán a su santedat quanto se puede decir, y le consolarán y acreçentarán sus días”; al tiempo que les aseguraba que podrían servirse de Pedro Luis para sus negocios en la curia como lo hicieron de su hermano Juan, “por ser cuerdo, honesto y reposado, que no le fierve tanto la sangre como al otro”.
De acuerdo con estos planes, el 4 de julio de 1500 Alejandro VI le adjudicó el arzobispado de Valencia, aunque el nombramiento se hizo efectivo en el consistorio celebrado el día 29 de dicho mes, tras obtener el consentimiento de los Reyes Católicos, quienes lo dieron forzados por la necesidad que tenían de que el Papa les otorgase la dispensa para el matrimonio de su hija María con Manuel de Portugal. Un mes después tomaba posesión de la archidiócesis por medio de procuradores y la retuvo hasta su muerte, sin personarse nunca en ella. Por su condición de arzobispo fue el primer canciller de la Universidad de Valencia, creada por su tío el 23 de enero de 1501 con la bula Inter ceteras felicitates. Durante su pontificado y bajo su patrocinio se fundó en la ciudad del Turia el monasterio de monjas carmelitas de la Encarnación.
También recibió en encomienda la abadía cisterciense de Santa María de Valldigna, en la misma diócesis valentina, así como la benedictina de San Simpliciano en Milán. Más tarde se le entregó una de las más ricas abadías del reino de Nápoles, la de San Leonardo de Siponto, que rentaba cerca de dos mil ducados y había sido de César Borja.
Por último, Alejandro VI lo elevó al cardenalato en el consistorio del 20 de marzo de 1500, pero mantuvo en secreto su nombramiento hasta el 28 de septiembre del mismo año, en que se publicó. Era la octava promoción cardenalicia del segundo papa Borja, en la que había concedido el capelo a doce nuevos purpurados, con intención tanto de reforzar su partido dentro del colegio cardenalicio —pues tres de los elegidos eran parientes suyos y otros tantos, antiguos servidores y hombres de su confianza—, cuanto de recaudar de los candidatos mil doscientos ducados con los que financiar las actividades bélicas que su hijo César estaba a punto de iniciar en Romaña; tan sólo Pedro Luis de Borja fue eximido de pagar la tasa convenida, en gracia a su condición de hospitalario. El 9 de octubre entró en Roma por la puerta del Popolo, en compañía de su hermano Rodrigo, jefe de la guardia del palacio apostólico, que había salido a su encuentro en el puente Milvio; allí le esperaba el cardenal de Capua, quien le condujo hasta el vecino convento agustino de Santa María del Popolo, donde al día siguiente fue agasajado por los cardenales y conducido a presencia del Papa para celebrar un consistorio en el que le impuso el capelo y le concedió el título diaconal de Santa María in via Lata, que había sido de su hermano y cuyas entradas ascendían a diez mil ducados anuales. En junio de 1501, Alejandro le nombró penitenciario mayor, con la obligación de ordenarse sacerdote, lo cual hizo al año siguiente en fecha indeterminada.
Pronto el Papa comenzó a servirse de él para sus objetivos políticos, mostrando que su tan criticado nepotismo tenía una finalidad política: el control de los Estados Pontificios. El 10 de diciembre de 1500 le nombró gobernador de Espoleto, cargo en el que sustituía a su prima Lucrecia Borja. En cumplimiento de sus funciones como tal, en 1503 ordenó al consejo de la ciudad remover del cargo de castellano de la fortaleza a Francisco Marrades, acusado de corrupción, y colocar en puesto suyo a Pedro Díez de Moya, “nostro dilectissimo servitore”; asimismo, puso gran empeño en componer las discordias existentes entre las familias potentes del lugar.
El 25 de septiembre de 1501 acompañó al Papa y a César Borja en su visita de inspección a las fortalezas de Nepi, Cívita Castellana y otras de las inmediaciones, junto con los cardenales de Oristán (Jaime Serra) y de Cosenza (Francisco de Borja). Con idéntica compañía marchó el 10 de octubre a visitar las tierras incautadas a los Colonna; volvió a Roma en la madrugada del 17. En febrero de 1502 se encontraba en Piombino, formando parte del cortejo que acompañó a Alejandro VI en la toma de posesión de esa ciudad, donde tuvo ocasión de admirar la restauración de las fortificaciones que se estaba iniciando según los planos de Leonardo da Vinci. Unos meses más tarde se halla en Rímini, que se había rendido el año anterior a César, con la misión de sustituir en esa ciudad el protectorado veneciano por el dominio borgiano; desde allí mantuvo negociaciones con los Orsini y con la república de Siena para que no se opusieran a los planes bélicos de César. Ciertamente Pedro Luis fue, como su difunto hermano Juan, uno de los principales colaboradores y agentes de César Borja, secundando, sin escrúpulos respecto a los medios empleados, sus empresas en Romaña y las Marcas, por lo que adquirió fama de crueldad. De hecho, el 26 de febrero de 1503 acompañó a César en su vuelta a Roma para recibir instrucciones del Papa contra los Orsini, y colaboró con su primo en la tarea de mantener al Pontífice en la línea política filofrancesa que César patrocinaba. Debió de ser por esas fechas cuando obtuvo su promoción al título cardenalicio presbiteral de San Marcelo, por el cual renunció al diaconal de Santa María in via Lata.
A la muerte de Alejandro VI (18 de agosto de 1503), el cardenal Borja puso a seguro sus bienes, sacándolos de sus apartamentos en el palacio pontificio, como escribía Beltrando Costabili al duque de Ferrara ese mismo día. En el cónclave que siguió sostuvo la elección de Pío III, y el 31 de octubre siguiente, como todos los cardenales borgianos, la de su enemigo el cardenal Giuliano della Rovere, Julio II, a cambio de una capitulación en la que éste prometía respetarlos y engrandecerlos. Sin embargo, cuando un mes después el Papa incumplió sus promesas y arrestó a César Borja, Pedro Luis se puso en guardia y, cuando el 19 de diciembre llegó a Roma la noticia de que los castellanos de Cesena se habían negado a entregar la fortaleza que tenían en nombre de César, e incluso asesinado a Pedro de Oviedo, el comisario papal que debía cobrarla, provocando así la indignación del Papa, el cardenal Borja-Llançol vio tan comprometida su suerte que a la noche siguiente huyó a Nápoles junto con el cardenal Remolins y otros partidarios de los Borja, llevándose consigo a los “duchetti” (Juan, el “infante romano”, duque de Nepi y Camerino, y Rodrigo de Aragón, y Borja, duque de Bisceglie), para ponerse bajo la protección del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Carecen de fundamento las acusaciones del maestro de ceremonias pontificio, Paris de Grassis, quien en su diario atribuye esta fuga al hecho de que le habían acusado ante el Papa de haber intervenido en la muerte del cardenal veneciano Giovanni Michiel, acaecida en el mes de abril de ese mismo año.
El 2 de enero de 1504, Julio II le dirigió un breve amistoso en que le instaba a volver a Roma lo antes posible, pero el cardenal Borja Llançol no dio crédito a las afectuosas palabras del Pontífice y le respondió que le avergonzaba estar libre, mientras su primo César Borja se hallaba en prisión. Así que permaneció en Nápoles, desde donde procuró facilitar la huida de César, lo cual consiguió cuando éste fue trasladado a la fortaleza de Ostia bajo la custodia del cardenal Carvajal. Allí envió una galera que lo trasladó a Nápoles (28 de abril de 1504) con un salvoconducto del Gran Capitán, y lo alojó en su propia casa. Este paso, llevado a cabo sin la venia de los Reyes Católicos, suscitó el enojo de los soberanos, pues, como hacían saber a su virrey napolitano, podía dar pie a pensar que Nápoles era un refugio para los que eludían la justicia pontificia, y le hacían saber que tanto César como los dos cardenales debían ser expulsados si el Papa no aprobaba su estancia en el reino. Por medio de enviados secretos, el cardenal Borja intentó en vano sostener la resistencia de las pocas fortalezas que permanecían fieles a César en Romaña, como la de Forlí.
En Nápoles llevaba una vida regalada, frecuentando la Corte donde le gustaba relacionarse con poetas y literatos, entre ellos un tal Vázquez, aunque no se distinguió por su mecenazgo artístico ni literario. Si no se unió, como su pariente Francisco de Borja, a los cardenales que se apartaron de la obediencia a Julio II y en mayo de 1511 convocaron el conciliábulo de Pisa, no fue tanto por su tendencia al ocio cuanto porque su prolongada estancia napolitana le había hecho comprender que Fernando II de Aragón no veía con buenos ojos ese proyecto, que favorecía los intereses de Luis XII de Francia, y prefería apoyar al Pontífice.
Alertado por la falsa noticia del fallecimiento de Julio II, el 4 de octubre de 1511 murió al caer del caballo con el que galopaba a toda prisa hacia Roma. Fue enterrado en Nápoles.
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Miguel Navarro Sorní