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Isaac Peral y Caballero

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Biografía

Peral y Caballero, Isaac. Cartagena (Murcia), 1.VI.1851 – Berlín (Alemania), 22.V.1895. Marino e inventor español.

Nació en el seno de una modesta familia asentada en la plaza de Cartagena a mediados del siglo XIX. Fue el tercer hijo del matrimonio Peral-Caballero, nacido en el 2.º piso de la casa n.º 3 del callejón de Zorrilla, en el centro urbano de la ciudad. En el acta de bautismo, levantada el 3 de junio de 1851 por el párroco del templo castrense de San Fernando, se le imponían al nuevo cristiano los nombres de Isaac, Tomás, José María y Segundo.

Los primeros años de su infancia transcurrirían en el microcosmos del recinto amurallado de la plaza de Cartagena, fortificada últimamente en el siglo anterior. Sus incursiones se extendían a las instalaciones de la llamada Casa del Rey, fábrica de pólvora para la artillería de Felipe II, atarazanas y depósito de pertrechos de la Armada. Frecuentaba la Muralla del Mar, frente al puerto, donde podía contemplar un amplio catálogo de naves mercantes y de guerra que despertaron su vocación marinera. Allí admiraba el sobrio y elegante palacio proyectado por Juan de Villanueva para Escuela de Guardiamarinas de Cartagena. En análogas aulas estudiaría más tarde en su homóloga gaditana. El clima pedagógico de alto nivel creado por esta Escuela Naval daría sus frutos años después con la creación en esta plaza de las primeras escuelas graduadas de España.

El proceso de la construcción naval despertó su curiosidad desde sus primeros contactos con las distintas ramas de esta industria. El joven Isaac Peral cursó su primera enseñanza en una escuela situada en la calle de Balcones Azules de Cartagena, posteriormente llamada Marqués de Valmar en honor a otro cartagenero ilustre y dirigida por un gran profesor de gran prestigio en la ciudad, Luis Britz. Dicha calle debió de constituir un polo docente en torno al Colegio Politécnico situado en el edificio n.º 15 de la misma, dotado de importantes instalaciones para su época: aulario, biblioteca, hospedería, comedores, gimnasio, etc. y del que dejó una minuciosa descripción Daniel Jiménez de Cisneros, que fue profesor de Ciencias Naturales años después de la marcha de Peral de la ciudad.

Destinado su padre al departamento marítimo de Cádiz en 1858, la familia se trasladó a San Fernando. Allí, el niño Isaac se reafirmó en los sueños iniciados en Cartagena sobre su vocación marinera. Visto el esfuerzo económico que suponía para una modesta familia su ingreso en el Cuerpo General de la Armada, se le propuso que optara al Cuerpo de Contaduría de la Armada, cuya Academia estaba constituida en aquella misma población. Peral se mantuvo firme en su propósito, según directa información de su hijo Antonio Isaac. Añade que su atribulado abuelo recurrió al tribunal designado para ingreso en este Cuerpo, rogándoles aplicaran la mayor rigurosidad en la valoración de sus exámenes a fin de que a Peral no le fuera posible superar las pruebas. Verificados los exámenes, el tribunal llamó a Juan Manuel Peral para notificarle que su hijo había superado brillantemente los exámenes y que hubiera sido una injusticia el negarle el ingreso en la Escuela Naval. Su padre, orgulloso de su comportamiento y con la intención de poder costear su carrera, solicitó destino voluntario a Cuba en 1860, donde falleció. Su madre, solicitó la Gracia Real de ingreso en el Colegio Naval, concediéndosele el uso de uniforme desde 1861, aunque no ingresó hasta 1865, cuando cumplió la edad mínima reglamentaria. Cursó estudios hasta el 7 de diciembre de 1866 y por Real Orden de 26 del mismo mes fue nombrado guardia marina de 2.ª.

El caballero guardia marina Isaac Peral sentó plaza el 17 de enero de 1867 y embarcó en la corbeta Villa de Bilbao para prácticas de navegación costera por el Mediterráneo hasta el 9 de julio, trasbordando a la urca Santa María a fin de efectuar las de altura. El 20 de noviembre abandonaba Cádiz dicho buque, fondeando en Santa Cruz de Tenerife el 6 de diciembre siguiente, completando su avituallamiento y emprendió el programado viaje oceanográfico a lo largo del litoral africano en demanda del cabo de Buena Esperanza, ya que todavía no era posible el acceso al Índico a través de Suez. Tras contornear el continente asiático, llegaron a Lombok, la isla de Indonesia en el mar de Java, en 26 de abril de 1868. Pese a enfrentarse a las duras faenas de abordo, el joven Peral no descuidó su diario de navegación, anotaciones, observaciones astronómicas, etc., que fueron elogiadas por sus superiores. Al fondo de la bahía de su nombre, Manila, capital de la isla de Luzón, le acogió el 14 de junio de 1868 tras doscientos un días de navegación. Le impactó el exótico paisaje filipino y escribió sus primeras impresiones a la familia. Se decidió el regreso a la metrópolis y volvieron a remontar las costas asiáticas con adversos vientos para superar el cabo de Buena Esperanza.

Continuó su instrucción marinera y el 26 de junio de 1868 llegó a la isla inglesa de Santa Elena, en el Atlántico Sur, la solitaria prisión de Napoleón, perdida en la inmensidad oceánica. El 10 de septiembre siguiente sorprendió a la dotación de la Santa María la noticia de la sublevación de la Marina en plena mar. La urca rindió viaje en Cádiz, fondeando en octubre de 1869.

Peral se preparó para hacer frente a los exámenes de ascenso, que superó sin dificultad. Ascendió a guardia marina de 1.ª el 31 de enero de 1870 y, embarcado con la fragata Vitoria, salió para un crucero que incluyó visitas al Atlántico y al Mediterráneo. España se enfrentó en este período a serios problemas de ámbito internacional. Estados Unidos de América intentó aplicar las teorías de Monroe: “América para los americanos”, ocupando territorios de dominio europeo, específicamente en los restos del Imperio español, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. En la Península se combatía con los carlistas en el Norte y Cataluña. Prim propugnaba cubrir el Trono vacío de España con un príncipe de la Casa Real italiana, Amadeo de Saboya, candidatura respaldada por las Cortes. Peral formará parte de la guardia de honor que escoltó desde Italia al nuevo Monarca hasta su desembarco en el Arsenal de Cartagena. Se le destinó a la fragata Vitoria, trasbordando más tarde a la Arapiles en comisión del Almirantazgo convoyando a la reina María Victoria y su familia. Recibió la Cruz de caballero de Italia y la correspondiente española por formar parte de la Escuadra que condujo a dicho Monarca a España. Realizó diversos desplazamientos a Tánger, Barcelona, Valencia, Málaga, Cádiz y Mallorca. Cerró esta etapa con un viaje en la corbeta Consuelo a Canarias transportando tropas y víveres. Se incorporó en Ferrol a la corbeta Ferrolana donde se enfrentó con un duro examen que culminó con brillantez, obteniendo el empleo de alférez de navío, el 21 de marzo de 1872. Tras un descanso en San Fernando, Peral embarcó en el vapor Vulcano, en el que practicó diversas comisiones de servicio en puertos marroquíes, regresando a Cádiz el 3 de junio de 1872. Hasta este momento de su vida militar y específicamente como oficial de la Armada, Peral había seguido con ejemplar dedicación la formación profesional que le habían ofrecido los mandos de la Marina.

Quedaba pues su prueba de fuego y ello no se haría esperar, ya que España estaba sumida en los conflictos ya expuestos. La insurrección cubana se inició el 10 de octubre de 1868 y ofrecía el carácter de guerra de guerrillas, cuyo número de bajas se debía principalmente a las enfermedades tropicales, como la llamada fiebre amarilla contra la que se carecía entonces de eficaces medios para combatirla. Fue destinado a Cuba, viajando como pasajero en el vapor Comillas, tocó en Puerto Rico y fondeó en La Habana el 14 de octubre de 1872. Seguidamente se trasladó a Nuevitas, embarcó en el Neptuno realizando diversos servicios en la zona, nombrándosele 2.º comandante del cañonero Dardo. Los insurrectos tenían un gran interés por hacerse con un puerto o fondeadero para recibir la ayuda exterior y con tal fin montaron una serie de ataques en Nuevitas a partir del 14 de julio de 1873. Peral puso pie en tierra con un trozo de desembarco y desalojó a los insurrectos de sus posiciones, recuperando armas y botín, manteniéndose en la plaza hasta recibir auxilio. El Gobierno le concedió la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo por acción de guerra (7 de noviembre de 1873).

El apresamiento del buque Virginius al servicio de los insurrectos, capturado por la corbeta española Tornado fuera de aguas jurisdiccionales, sufrió una dura represión del Gobierno español, elevando la tensión ya existente con Estados Unidos. Esta continuó lucha y el padecimiento de fiebres obligó a Peral a suspender sus investigaciones sobre huracanes, cuya zona le ofrecía óptimas condiciones para profundizar en ella.

Causó baja en el Dardo, regresó a La Habana y el 1 de febrero de 1874 se le destinó al transporte Sarabolla y posteriormente a la fragata Gerona, más tarde a la Grau, a los buques Churruca, Niágara, San Francisco de Borja y finalmente al vapor correo Méndez Núñez, fondeando en Cádiz el 18 de diciembre.

A principios de 1875, ya bajo el reinado de Alfonso XII, la Armada intervenía activamente en la pacificación del Norte de la Península, sometida a la acción de las partidas carlistas. Para completar las fuerzas navales dedicadas a esta misión, se encargaron a Francia guardacostas y un pequeño monitor, el Puigcerdá, con torre blindada. El remolque resultó penoso con frecuentes y peligrosos incidentes que Peral superó con habilidad. En su hoja de servicios consta el bombardeo de Elanchove (29 de julio de 1875) previa señal de aviso a la población. El 30 bombardeó la Sirena Bermeo, continuando las noches del 23 al 25 de agosto. El 22 de octubre el alférez de navío Peral, cuyo prestigio, conocimientos y experiencias en la Armada eran notorias, fue destinado a la fragata-escuela Blanca como profesor de guardia marinas, misión docente que ejercitó junto con otras actividades en posteriores destinos. El 18 de julio de 1876 trasbordó a la Numancia.

Posteriormente acompañó a la reina Isabel II y su familia desde San Juan de Luz hasta Santander. Por disposición del capitán general del departamento, desembarcó en Cádiz con licencia de dos meses por enfermo. Este descanso, tras diez años de permanente actividad, le permitió contraer matrimonio con una distinguida joven, María del Carmen Cencio, y con la que tuvo cinco hijos, compartiendo con ella éxitos e infortunios.

Peral solicitó y obtuvo plaza para la Escuela de Ampliación de Estudios en el Observatorio de Marina de San Fernando, donde ingresó el 1 de enero de 1877. Se le destinó a la Comisión Hidrográfica de Filipinas con la misión de levantar nuevos planos que facilitasen la navegación en este archipiélago. Fue ascendido a teniente de navío el 21 de julio de 1880, cumplió veintinueve años y contaba ya con quince de servicios a la Marina. Se consideraba satisfecho de los logros alcanzados y gozaba ya de reconocido prestigio en el cuerpo. Recibió la Cruz de Mérito Naval por su Tratado teórico-práctico sobre los huracanes.

Se le destinó a Cavite el 1 de julio de 1881, donde se hizo cargo de las obras y reparaciones de buques; tomó el mando del cañonero Caviteño de la Comisión Hidrográfica, desempeñó varias comisiones y levantamientos de planos. Durante el verano de este año se extendió la epidemia de cólera, y su salud se vio quebrantada por fiebres, exceso de trabajo y una pequeña lesión (corte en un lunar verrugoso en la cabeza, no tratado debidamente) que dio lugar a un tumor maligno que finalmente produjo su prematura muerte. La Jefatura del Apostadero ordenó su traslado a la Península, pero, todavía no repuesto de sus dolencias, fue propuesto profesor de la Academia de Ampliación de Estudios de Marina, encargándosele las Cátedras de Física, Química y Alemán, idioma que hablaba y escribía con pleno dominio. Por su vocación por la docencia y para completar sus ingresos familiares, impartía por las tardes clases de Geometría a los alumnos de la Academia San Cayetano para preparación de ingreso en la Escuela Naval Flotante. El libro redactado por él a tal fin fue declarado más tarde texto oficial a estos efectos. Peral observó el panorama estratégico mundial. Concretamente Francia, tras su derrota en Sedán, no estaba en condiciones de competir con Inglaterra en su carrera armamentística. Era ésta la que partía en primera posición como heredera de la revolución industrial, construyendo poderosos leviatones que le permitieron el dominio del mar. Vio amenazada su hegemonía ante la aparición de demoledores ingenios explosivos como el torpedo, lo que ya sucediera en la Guerra de Secesión Americana. Surgió entonces la doctrina llamada “Jeune Ècole”, patrocinada por el almirante Aube, quien manifestaba que el diminuto buque torpedero, “asequible a cualquier potencia pobre, era el arma del futuro”. Peral, pese a compartir puntos de vista con dicha doctrina, consideraba que este tipo de buques no ofrecían una solución plena al problema. Surgió un nuevo tipo de buque ligero, de mayor tonelaje y potencia de fuego, al que llamaron cazatorpederos. Villamil ideó un prototipo, el Destructor, cuya construcción encargó el Gobierno español a astilleros ingleses. Sus prestaciones mejoraron la situación hasta el punto de que lo adoptaron los británicos bajo la denominación de “destroyer”, que aún conserva en recuerdo al primer modelo español.

En la soledad de su sala de estudio, Peral meditaba sobre este asunto, le preocupaba profundamente la indefensión de las costas españolas. Pensaba que la solución estaba en dotar a este pequeño buque de flotabilidad negativa que le hiciera invisible a los adversarios. Nació en su mente la idea del “torpederosubmarino”. Repasó las experiencias logradas en las primeras incursiones en medio submarino, la posibilidad de planificar un posible ingenio que permitiera el dominio del mismo. Consideraba que, como más tarde sentenciaría Carrero Blanco, una vez reducida a cero la flotabilidad negativa de la pequeña nave submarina, debería encontrar un medio propulsor que reuniera las siguientes condiciones: no consumir oxígeno, no cambiar de peso durante su funcionamiento y no producir gases irrespirables. Hasta que los progresos de la industria no hicieran posible la disponibilidad de motores eléctricos, alimentados por baterías de acumuladores, la navegación submarina no sería prácticamente una realidad. Trascurridos más de dos años de la vuelta de su último destino en Filipinas, resumió las líneas maestras de su idea en un escueto y magistral documento en el que se basará el proyecto de su ingenio submarino. Lo tituló Proyecto de torpedero-submarino: “Forma del torpedero, la del torpedo Whitehead, motor Brotherhead de tres cilindros, movidos por un gas fuertemente comprimido y licuado por medio del aparato de Raoul y Pietet [...] Dispondrá de dos cámaras de inundar para sumergirse a voluntad a la profundidad que se desee y cuando se quiera hacer flotar se expelerá el agua de dichas cámaras a favor de la fuerza expansiva del gas comprimido, sin seguir pensando en más detalles que ya no podrán ser insuperables, el problema queda reducido a ver si se puede obtener por medio de los gases fuerza y oxígeno como para dos o tres horas y, si esto es posible como creo, el problema está resuelto. Desde ahora me propongo estudiarlo”.

La defensa del litoral español fue el principal objetivo de Peral al proyectar su torpedero-submarino. A tal fin estimó preciso la construcción de cuarenta y seis buques basados en los tres departamentos. El costo total del proyecto de Peral, incluidos infraestructuras de sus bases era muy inferior a la de un acorazado, completándose el mismo con el artillado de las bases, campos de minas submarinas, etc. Gran Bretaña no era partidaria de la construcción de un submarino; los franceses, por su parte, se interesaron por la navegación submarina, aunque su prototipo no cristalizó hasta dos años después del de Peral. Italia y Rusia mostraron también su interés por este tipo de construcciones navales. Mientras tanto, la crisis existente entre el imperio alemán y España con motivo de la ocupación temporal de las Carolinas, motivó que, según confesión de Peral, le decidiera a someter su proyecto a la Dirección de la Academia y profesores mereciendo la plena conformidad de todos ellos, aconsejándose que se elevara a la superioridad. Lo hizo de forma directa al ministro de Marina vicealmirante Pezuela y Lobo el 9 de septiembre de 1885, tratando de no difundir prematuramente el invento. Tras la habitual prosa burocrática, planteó con toda claridad la cuestión: “En estos últimos días he inventado, y tengo hechos todos los cálculos necesarios para la construcción de un barco torpedero submarino, que puede llevar en su interior, sin el menor peligro, los hombres necesarios para su manejo, sin que asome a la superficie del agua ni el menor rastro de dicho buque durante sus maniobras. Uno de estos barcos bastarían para destruir impunemente en muy poco tiempo una escuadra moderna y pudiendo decirse que, si se consigue el éxito que es de esperar en las experiencias, la nación que posea estos barcos será realmente inexpugnable a poca costa [...] Si VE. cree conveniente destinar los recursos para los primeros experimentos, estoy dispuesto a marchar a Madrid a la primera orden para conferenciar con VE. sobre el particular; Si se procediese con urgencia a hacer los primeros experimentos, creo que podrían construirse varios torpederos de este tipo en pocos meses en los arsenales del Estado”.

Los estudios presentados por Peral a la Escuela de Ampliación fueron elevados por la Dirección de la misma al ministro de Marina con un informe que textualmente decía: “Este Centro opina que el proyecto de Peral no tiene un solo punto vulnerable. Científicamente el problema está resuelto por él”. El Gobierno aprobó su desarrollo, ordenando que se procediera a construir y probar el aparato de profundidades.

Se debe al almirante Carrero Blanco una rigurosa descripción del torpedero-submarino de Peral. El inventor adoptó para el casco la forma fusiforme (como la que posteriormente adoptará Gustavo Zedé para su Gymnote), construido en acero con una eslora de 22 metros y 2‘87 de manga, lo que supuso un desplazamiento de 77 toneladas en superficie y 85 en inmersión. Ésta se producía, según este autor, “inundando unos dobles fondos situados en el centro del buque, lográndose el ajuste de pesos para producir su perfecto equilibrio por medio de un tanque central y dos en los extremos, que podían llenarse parcialmente y a voluntad con una bomba”. Para producir la inmersión completa, Peral ideó un ingenioso dispositivo que se considera como lo más original y sobresaliente de su invento y que posteriormente ha sido utilizado en los submarinos convencionales hasta no hace mucho: el “aparato de profundidades”. Anticipándose al criterio del físico francés Dupuy de Lôme expuesto a la Academia de Ciencias de París, Peral consiguió “la propulsión de un submarino mediante dos hélices, movidas cada una por un motor de 30HP, con los que consiguió una velocidad de 7,7 nudos.

Peral abordó su utilización militar, resolviendo, con muchos años de adelanto, cuestiones que, sólo gracias a los posteriores adelantos industriales había de tener realización práctica. Una de ellas fue la de la aguja para navegar con precisión. Una aguja magnética dentro del casco de acero de un submarino pierde toda su fuerza directriz y los errores en sus indicaciones son enormes. Peral instaló la de su buque en dicha torreta, que construyó de bronce, ideando un sistema de reflexión para que el timonel, en el interior del buque tuviese delante sus indicaciones. Nuestro inventor ya vislumbraba los fundamentos de las agujas giroscópicas, hoy de uso corriente. El submarino de Peral fue el primer buque de esta clase que llevó un armamento militar de importancia, consistente en tres torpedos que se lanzaban desde un tubo único situado en la proa y en la dirección del eje del buque, provisto de mecanismo de seguro para abrir sus puertas, interior y exterior, análogos a los que se emplean corrientemente. Tenía también un tanque especial para meter el agua que compensase el peso de los torpedos lanzados”.

El ministro de Marina convocó a Peral en Madrid, de modo que el inventor tuvo ocasión de ofrecer un exhaustivo informe de su proyecto, que complació a la máxima autoridad de la Armada, quien ordenó seguidamente que se reuniera la Junta de Directores del Ministerio, que a su vez mostró su conformidad con el mismo.

La oposición a la realización del submarino se puso de manifiesto al descubrirse un intento de hacer fracasar las primeras pruebas del “aparato de profundidades”, sustituyendo en la solución de bicromato potásico utilizada por tinta roja y que, advertido a tiempo por Peral, pudo reemplazarse tras una intensa búsqueda en los comercios de la capital de España. El 29 de septiembre el ministro dio instrucciones al capitán general del departamento gaditano informándole de la aprobación del proyecto, autorizando al teniente de navío Isaac Peral “para que hiciese los estudios y experimentos que conceptuara necesarios antes de formular un proyecto completo de embarcación submarina que ha ideado”, “para ello ha dispuesto SM, se libren a la Caja de la Escuela de Ampliación 5.000 pesetas a justificar”. Peral montó, en la Academia de Ampliación, con este crédito, un taller para construir su ingenioso “aparato de profundidades”. Sometido a prueba por los profesores de dicha Escuela con todo éxito, marchó a Madrid para mostrarlo a los ministros de Marina y de la Guerra y, seguidamente, a la Reina Regente, quienes demostraron su admiración por el funcionamiento del ingenio.

En tanto se desarrollaba el proceso de construcción del submarino, se fue caldeando la opinión pública, surgiendo dos grupos antagónicos, “peralistas” y “peralófobos”, unos dispuestos a ensalzar al inventor y su invento, como asimismo los beneficios que podían alcanzarse para España, y otros, por el contrario, infravalorando su importancia y criticando despiadadamente a Peral. Todo ello enrareció el ambiente, creando una fuerte tensión que no contribuyó precisamente a mantener la serenidad y claridad de ideas que le exigía el desarrollo de su investigación. Entre varias manifestaciones, se recuerda la aparecida en el periódico La Época referida a una conversación entre Cánovas y su ministro de Marina Pezuela, en la que éste le presentaba el proyecto del submarino: “¡Vaya! ¡Un Quijote que ha perdido el seso leyendo la novela de Julio Verne!”, y otra, atribuida asimismo a Cánovas: “Ese cacharro náutico no podrá servirnos por ahora; para más adelante ya se habrá vuelto cuerdo el inventor”.

No era ninguna novedad que la Armada recibiera donaciones de ayuda a su desarrollo, preferentemente de emigrantes movidos por sentimientos patrióticos. Un importante emigrante, Carlos Casado de Alisal, hermano del famoso pintor, le envió una carta a Peral en la que, resumiendo su texto, le manifestaba: “Yo siembro patatas y recojo libras esterlinas, justo es que siendo español y amando las glorias de España, le ayude a Vd”. Su donación se cifraba en 500.000 pesetas, suma que excedía notablemente del presupuesto estimado para la construcción del submarino. El capitán general del departamento interesó urgentemente informe a Peral sobre esta donación, contestando éste que ya la había enviado a él y al ministro de Marina copias de la carta del señor Casal y documento bancario correspondiente, proponiendo que si ello lo estimaban procedente, se concediera la Gran Cruz Blanca al Mérito Naval. Congelado el donativo, le fue denegada autorización para adquirir los materiales que precisaba el submarino. Casal vino desde Argentina para conocer a Peral y éste consideró, en reconocimiento a su gesto, invitarle a visitar su buque. Ello le valió un correctivo de la superioridad, paradójicamente por los mismos que permitieron la inspección del submarino por los agentes británicos y no atendieron las denuncias públicas formuladas por tales hechos. Peral, ya agotada su paciencia y queriendo librarse de la responsabilidad de retener dicha donación, comunicó al mando que procedía a devolverla a su altruista admirador.

Cuando ya parecía despejado el curso del proyecto Peral, ocurrió un luctuoso acontecimiento nacional: el fallecimiento del monarca reinante Alfonso XII. Cánovas y Sagasta se apresuraron a intervenir adoptando un acuerdo que estabilizara el régimen, lo que dio lugar a la constitución de un gobierno presidido por Sagasta y en el que formó parte como ministro de Marina José María Beranger y Ruiz de Apodaca, personaje clave en la decisión de cancelar el proyecto.

Entre los años 1882 al 1889, Peral compartió su actividad como profesor y la preparación de los planos y memoria de su torpedero-submarino. Por Real Decreto de 20 de abril de 1887 se dio comienzo oficialmente a las obras de construcción del submarino. No constituyó una sorpresa, dado el clima de tensión provocado por los enemigos de Peral, el que surgiera otro sabotaje dirigido a entorpecer las pruebas como la rotura de una de las hélices.

La botadura del submarino fue fijada para el 8 de septiembre de 1888 ante la expectación general. Entre las más entusiastas manifestaciones de reconocimiento y admiración de los asistentes al acto no faltó alguna insidiosa crítica, indicativa de posteriores campañas en contra de Peral y su submarino. Así, el ingeniero Álvarez Cerón, miembro de la Comisión Técnica, hizo mofa públicamente de que “el casco tendría menos estabilidad que una canoa y daría vueltas en el agua como una pelota”. Peral, enfadado, cogió yeso y trazó una línea sobre el costado de proa a popa, exclamando: “Hasta aquí llegará el agua y no más”; respondiendo el insidioso crítico: “Ya veremos”. Llegado el general Montojo para presidir el acto, Peral le informó del sabotaje sufrido, a lo que el general exclamó que había de instruir rápidamente un acto sumarial. El inventor le manifestó que ya estaba sustituida la pieza y que podría procederse a la botadura cuando lo ordenase. Se le entregó a Peral una botella de champán para romperla contra el casco del submarino, siguiendo el tradicional rito marinero, oportunidad que aprovechó el citado ingeniero para insistir en sus críticas y, dirigiéndose al general Montojo, le dijo: “Mi general, vamos a correr todos el mayor ridículo, porque cuando este barco caiga al agua empezará a dar vueltas como una pelota y, fíjese VE. la responsabilidad que vamos a contraer por haberlo autorizado”; a lo que contestó el general: “Vd. cree... ¿y hasta este momento no ha podido Vd. informarme de ello?”. Practicada la botadura, no se cumplieron tales augurios, confirmándose lo anticipado por Peral.

La imprudente publicidad con la que se difundió el invento despertó gran interés en la industria extranjera. Así, mientras Peral esperaba en la antesala del ministro de Marina, le fue ofrecida la compra de su proyecto por M. Thompson, titular de un importante astillero británico y que cortésmente fue rechazada por éste. Más tarde, Sir Basil Zaharoff, agente del industrial sueco Nordenfelt, promotor del submarino de su nombre, le hizo análoga oferta o en su defecto la venta del “aparato de profundidades”, que, asimismo, no fue aceptada por el inventor español. Mr. Zaharoff visitó el Arsenal de La Carraca y, al parecer, pudo examinar el prototipo Peral, visita que despertó gran indignación, exigiéndose responsabilidades a través de la prensa.

Sin solución de continuidad a la botadura del submarino se procedió a su equipamiento para poder realizar las pruebas de mar, cuya iniciación estaba prevista para el 6 de marzo de 1889. Se practicarían pruebas de inmersión en dique, sólidamente sujeto el submarino, comunicándolo telefónicamente con el exterior, a fin de confirmar la estanqueidad del mismo, como asimismo la respiración a bordo y el funcionamiento del “aparato de profundidades”. Según consta en las anotaciones plasmadas en el cuaderno de bitácora por el teniente de navío Iribarren, se realizaron veintisiete pruebas y salidas durante los años 1889 y 1890.

El 2 de noviembre, aprovechando la varada del submarino por unos días a fin de revisar determinados elementos del mismo, Peral vio la oportunidad de ausentarse del Arsenal, dejando el buque en manos de su dotación. Estaba próxima la clausura de la Exposición Internacional de París donde podía adquirir algunos aparatos para sus experiencias (siempre a su costa, según costumbre). Sólo informó de palabra, sin tramitar el correspondiente permiso por conducto reglamentario. Peral justificó este viaje al final, pasando por Madrid para informar al ministro de Marina. Fue arrestado por el capitán general permaneciendo dos meses en una inhóspita celda del Penal de Cuatro Torres (San Fernando), que su hijo describió como “abandonada y sucia”. El recio espíritu del inventor no se quebró y, pese al arresto, siguió la dirección de las pruebas del submarino hasta finalizar el programa que debía examinar la Junta Técnica designada a tales efectos. Con el auxilio del aparato de profundidades se sumergió hasta siete metros, operación que repitió tres veces, continuando las pruebas con análogo éxito. Asimismo, bajo el control de dicho aparato se dirigió el “Peral” al Placer de Rota bajando hasta nueve metros de profundidad, recorriendo cuatro millas en inmersión. Ante tales hechos, Peral manifestó que “el problema de la navegación submarina estaba plenamente resuelto”.

El 12 de marzo de 1890 quedaba constituida la Junta Técnica bajo la presidencia del capitán general Florentino Montojo. En general, la mayoría constituía un grupo sin profundos criterios sobre el asunto juzgado y fácilmente manipulados por los interesados en conseguir un fallo desfavorable, según se comprueba al consultar las actas de la Junta.

Como consecuencia del éxito obtenido en las pruebas realizadas por el torpedero-submarino, se le concedió la Cruz del Mérito Naval de 2.ª Clase con distintivo rojo (Real Orden de 12 de junio de 1890), impuesta por el capitán general del departamento marítimo de Cádiz contralmirante Florencio Montojo y Trillo. Su Majestad la reina María Cristina le regaló un sable de honor que había pertenecido a su augusto esposo el rey Alfonso XII. A partir de un borrador, se trató de incluir las numerosas objeciones formuladas por las distintas corrientes aportadas a la Junta. Se reconoció que el proyecto de Peral era cronológicamente anterior a los otros que pretendían disputarle la autoría del invento, como los de Nordenfert o el “Gymnote”, y por ello debía reconocerse al “Peral” como el primer submarino eléctrico dotado de tubo lanzatorpedos. Se habían utilizado los elementos puestos a su alcance que “el estado de las ciencias y de la industria de cada época pusieron a disposición de los inventores”. De tal forma se replicaba a los que habían acusado a Peral de no haber logrado invento alguno. Asimismo, se rechazaban las posibilidades de los intentos de ejercitar la visión a través del agua que, por supuesto, no se realizan actualmente. Terminaba el informe con comentarios elogiosos sobre la labor realizada por Peral. Pese a que alguno de los juicios formulados no eran compartidos por el inventor, el informe en conjunto debía considerarse positivo, si bien tuvo que recogerse en relación con la construcción de nuevos submarinos. Una nueva junta examinaría estos proyectos.

A lo largo de posteriores sesiones de la Junta se manipularon anteriores informes parcialmente considerados, se formularon falsas afirmaciones, no consideradas en documento alguno, como que el “Peral” no gobernaba bien. Se restó importancia a la exactitud del rumbo conseguido, opinándose que el que lograse emerger en el punto designado se debió a “mera combinación casual de favorables circunstancias que a exactitud en el gobierno”. El matemático Echegaray consideró que hubiera sido un milagro el que se produjera dicha casualidad. Según Carrero Blanco, la Junta “se mostró draconiana con el inventor, exigiéndole unas pruebas muy superiores a las que entonces se podía pretender con un submarino, pero que, a pesar de ser impropias para un buque de ensayo, fueron, en gran parte, llevadas a cabo con éxito. El ‘Peral’ maniobró perfectamente y lanzó sus torpedos a plena satisfacción. En la prueba definitiva de inmersión navegó durante una hora a diez metros de profundidad y al rumbo Oeste, saliendo exactamente al oeste del punto donde había hecho inmersión, con lo que se puso de manifiesto la perfecta exactitud con que el submarino conservaba su rumbo bajo el agua, pero las pruebas militares fracasaron a juicio de la Junta Técnica”.

Finalmente, el ministro de Marina le trasladó a Peral la siguiente Real Orden: “Por todo lo expuesto, y después de la más amplia y extensa discusión, el Consejo Superior de la Marinase halla conforme con que el torpedero eléctrico submarino, no llena las condiciones que su autor prometía [...] pero teniendo en cuenta los conocimientos, patriotismo, laboriosidad, celo y buen deseo que adornan al Sr. Peral así como la experiencia por él adquirida, acordó que considera conveniente la construcción de un nuevo buque submarino según los planos que presente el Sr. Peral y bajo su dirección; entendiéndose en dichos planos, que el proyecto en general y la ejecución de las obras han de ser examinadas, aprobados e inspeccionadas por las autoridades y centros a quienes reglamentariamente corresponde”. Meses después de la apoteosis nacional del éxito de las pruebas finales del submarino y las felicitaciones de la Reina Regente, Cámaras, instituciones nacionales y extranjeras, la situación cambió radicalmente. Peral fue desautorizado y su proyecto cancelado.

De forma tan despiadada e injusta, cuando ya había alcanzado un merecido éxito su buque submarino y abierto por primera vez nuevas rutas para la navegación submarina, se destruía todo su trabajo y de ello se aprovecharían después las naciones que intentaron comprar el proyecto. Peral consideraba su deber rechazar adecuadamente dichas críticas formuladas contra su persona y obra con entera libertad, sin limitaciones, que hasta ese momento le había impuesto la disciplina militar. Para ejercer libremente estas facultades solicitó su licencia de la Armada. Trataron de disuadirle numerosos amigos y compañeros, aconsejándole la espera de un posible cambio político que le permitiera la continuidad de una carrera hasta ese momento brillante, pero su decisión estaba ya tomada a finales de 1890 y el 5 de enero del siguiente año le fue concedida la licencia solicitada.

Llegaba pues el momento de comparecer ante la opinión pública y manifestar, con la mayor objetividad posible, un resumen del desarrollo de la construcción y pruebas del torpedero-submarino. Redactó su manifiesto en la habitación del madrileño Hotel de Embajadores, según su hijo y biógrafo, Antonio. Finalizado el documento, se lo dio a leer a su sabio amigo José Echegaray, ingeniero, físico y matemático, entre otras disciplinas, quien mostró su conformidad sobre el texto. Seguidamente, Peral giró visitas a los principales periódicos y revistas de Madrid que se habían ocupado profusamente del tema, interesando la publicación. Su petición no fue atendida alegándose todo tipo de excusas.

“Tranquilo de conciencia y sereno de espíritu”, manifestaba Peral en su preámbulo, “tomo la palabra para responder a un interrogatorio que mis compatriotas me dirigen desde hace muchos meses, sobre las vicisitudes del barco submarino que lleva mi nombre. ¿Qué dice Peral? ¿Son tan abrumadores cargos contra Peral en la Gaceta de Madrid que no le permiten rehacerse y deshacer con razones propias las supuestas razones de sus adversarios?”.

Peral no hablaba porque pertenecía al Ejército, y los que pertenecen al Ejército no pueden hablar sin licencia de sus jefes, ni discutir los actos de sus superiores, ni menos contender con ellos en una ardiente polémica, como la que exigen la historia y vicisitudes del submarino. Necesitaba despojarse del uniforme militar para ascender, de humilde subalterno de la Armada, a la altura de sus generales, ante quienes es preciso hablar con la mano en la gorra, actitud poco conveniente para el que necesitaba rebatir datos falsos, juicios erróneos e infundadas acusaciones.

La rigurosidad de la Junta Técnica llegó a extremos esperpénticos. El inventor debió rechazar la acusación de haber elevado el costo de la construcción del submarino, presupuestado inicialmente en 327.404 pesetas, hasta alcanzar 931.155 pesetas, según habían informado los servicios económicos del Arsenal de San Fernando. Al parecer, los sistemas administrativos aplicados allí no eran muy ortodoxos, cargándose partidas equivocadas, recargos desmesurados de gastos generales, etc. Finalmente, Peral lamentó una vez más que se hubiera quebrantado el pacto de mantener en secreto la documentación y planos del submarino, publicados después en la Gaceta Oficial, acto que sorprendió a las potencias militares de aquella época.

Peral se hizo eco de los consejos, posiblemente bien intencionados, que le llevaron a irrumpir en el campo político, campo tan peligroso como alejado del suyo de ambiente científico en el que el inventor se desenvolvía con reconocida pericia y seguridad.

En este último acto del drama, el almirante Beranger, ministro de Marina, desempeñó un papel trascendental en los resultados finales del mismo, movido entre otros motivos, por el resentimiento hacia la persona y la obra de Peral.

Manifestó Peral que “el General Beranger que acababa de entrar en el Ministerio de Marina con los conservadores presentó frente de mi a su hijo, a pesar del empeño que puso en su triunfo obtuve fácilmente el acta. La encarnizada guerra que Beranger hizo a mi trabajo de navegación submarina por efecto de la mortificación que le produjo la derrota de su hijo y otras causas tan ruines como ésta que sería muy largo de detallar”.

Con el fin de superar la precaria situación económica en la que se vio sumido Peral al tener que renunciar a sus ingresos profesionales para mantener a su numerosa familia, tuvo que buscar trabajo en la industria privada. Inicialmente fue contratado como ingeniero en la firma alemana Lewy & Kogherthaler y, tras trabajar un año en ella, causó baja para crear su propia empresa, Centro Industrial y de Consultas Electro-Mecánicas Isaac Peral, a través de la cual realizó numerosos proyectos industriales. Creó, asimismo, una fábrica de acumuladores con su patente en Madrid y más de treinta centrales eléctricas en diversos puntos de la Península. En agosto de 1893 fundaba la Electra Peral-Zaragozana, que aportó un gran impulso a la industria eléctrica española.

Peral luchó hasta el último minuto de su vida activa para dejar asegurada la subsistencia de su familia, pero, lamentablemente, pese a esfuerzos sobrehumanos, calmando el dolor con progresivas dosis de morfina, trató de ganar la partida a la muerte que presentía ya próxima.

Dada la gravedad de su estado, se decidió su traslado a Berlín con el fin de someterle a una última operación en la clínica del doctor Bergman. Allí recibió toda clase de atenciones, entre ellas las constantes visitas del ayudante del emperador Guillermo, preocupado por su salud. En principio se estimó que la operación tuvo éxito, pero una inesperada infección dio lugar a una meningitis que acabó con su vida el 22 de mayo de 1895. Embalsamado su cadáver, se le trasladó a la Embajada de España en Berlín, donde desfilaron representantes del Imperio alemán, cuerpo diplomático, autoridades de Marina y numerosas personalidades que quisieron ofrecerle tributo de admiración y respeto al inventor español. Durante el viaje de regreso en tren a España se repitieron estas muestras de reconocimiento en el trayecto. Al llegar a la Estación del Norte de Madrid y “como paradoja del destino”, diría su hijo, sólo le esperaban los empleados de su fábrica y algunos íntimos amigos.

La familia de Peral, con cargo a sus limitados recursos, construyó una modesta tumba en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena en espera de que se desarrollaran los penosos y macabros episodios que todavía sufrirían los restos del inventor. Inesperadamente Beranger consultaba a la viuda de Peral si no tenía inconveniente en que fueran trasladados al panteón de Marinos Ilustres de Cádiz por haber sido profesor de la Escuela de Ampliación y posteriormente por “sus trabajos científicos acerca de la navegación submarina”. La viuda Carmen Cencio dio su conformidad y la de la familia al día siguiente, rogando hicieran llegar su gratitud a Su Majestad la Reina. Transcurridos dos años, Beranger no había tenido tiempo de llevar a término su ofrecimiento.

Quizás los últimos coletazos de la oposición a su obra o un incalificable intento de justificar lo injustificable impidieron que se depositaran sus restos en el Panteón de Marinos Ilustres. Su familia renunció a este honor y aceptó el consejo del entonces director de ABC: “La mejor sepultura para un hombre es la que constituye el amor de un pueblo”, y por ello aceptaron el vehemente clamor de Cartagena para acogerlos en su seno. A su exhumación en Madrid asistieron el alcalde de la capital y miembros de la Corporación, el ministro de Marina envió a su ayudante y representaciones de los cuerpos de Marina. Por carecerse de presupuesto formal para el envío del cadáver a Cartagena hubo de hacerse mediante paquete postal (en “bulto conteniendo los restos de Isaac Peral”, según se especifica en el correspondiente resguardo conservado en el Museo Naval de dicha ciudad). El tren hubo de hacer una parada antes de la llegada a esta capital del departamento marítimo para que el cadáver de Peral recibiera el multitudinario homenaje del barrio de su nombre, rebautizado en vida del inventor. Cartagena le tributó un impresionante recibimiento, pueblo y autoridades le acompañaron hasta su sepultura provisional en el Cementerio de Nuestra Señora de los Remedios. Más tarde, ya sus restos en el sobrio y bello mausoleo, constituye lugar de peregrinaje de las dotaciones de buques que visitan Cartagena y que iniciara la Escuadra de Instrucción de Alemania.

Los desastres de Cuba y Filipinas de 1898 salpicaron a los responsables del fallo adverso de la Junta Técnica que impidió la realización del submarino Peral. Como quedó de manifiesto en los posteriores conflictos mundiales, a España se le privó de un importante medio defensivo con los que otros países, como Alemania entre ellos, utilizaron después con todo éxito.

El prominente papel que desempeñaron los submarinos en la contienda de 1914-1918 tuvo un hondo eco en la opinión española. No obstante, los recalcitrantes adversarios de Peral y de su submarino afirmaron que “la supuesta invención, ni es invención, ni novedad, ni descubrimiento, ni otra cosa que una especie de recopilación, a bordo de un casco de acero, de aparatos, invenciones y sistemas tan conocidos como vulgares y hartos de correr por libros, folletos y monografías”. A tal fin, Echegaray fue comparando cada uno de los ingenios submarinos con el prototipo “Peral”, poniendo de manifiesto que, considerados científicamente, no tenían coincidencias algunas entre sus elementos esenciales. Con fines no ciertamente científicos se intentó equiparar las prestaciones del “Peral” con el “Ictinio” (1859) de Monturiol, cuando en tiempos de dicho ingeniero catalán no se disponía ni de acumuladores, ni dinamos, la industria no podía construir depósitos para contener aire a cien atmósferas, ni aún el vapor podía manejarse bajo el agua.

Esta “arma secreta” que España no supo aprovechar ni usar fue un submarino que funcionaba y del que disponía este país hacia el año 1890, como recordaba el capitán de navío Carl H. Hilton, en Unite States Naval Institute Proceedings en noviembre de 1956. Y añadía: “Fue el prototipo de todos los submarinos que ambas guerras mundiales hasta la época del snorkel y del radar”. En tal criterio coincidía Anthony Preston en “Sea Power, a Modern Illustrated Military History” (1970): “El submarino propulsado eléctricamente de Peral fue construido en 1888, pero no fue nunca aceptado por la Armada Española a causa de la obstrucción oficial”. El casco vacío del submarino “Peral” permanece todavía en Cartagena, como un frustrado monumento de sí mismo, esperando su traslado al Museo Naval de la Ciudad para ser restaurado, devolviéndole los elementos fundamentales que documentan la autenticidad de este ingenio submarino. Significativamente, en uno de los cerros que abrigan las dársenas de Cartagena se encuentra el mausoleo de Peral. Próximo a él, los astilleros planifican la nueva y sofisticada serie de los sumergibles españoles S-80, que habrán de recibir la próxima Base y Escuela de Submarinos de Cartagena.

 

Obras de ~: Un marino fuera de su tiempo [biografía], s. l., Edic. España, ¿1945?; La Memoria del Submarino Peral, intr., est. prelim., notas y apéndice de A. R. Rodríguez González, Cartagena, Aglaya, 2003.

 

Bibl.: G. Bárcena, Peral y su barco, Madrid, Imprenta de Ricardo Álvarez, 1891; A. Peral Cencio, El profundo Isaac. Documentos inéditos del Archivo del submarino de Isaac Peral y Caballero, Madrid, 1934 (guión cinematográfico, Madrid, Artes Gráficas E. M. A., 1955); L. Villanúa, Peral, marino de España, Madrid, Pueyo, 1934; D. Pérez, Isaac Peral: la tragedia del submarino Peral, Madrid, Nuestra Raza, 1935; VV. AA., I Centenario de Isaac Peral: 1851-1951, Cartagena, Ayuntamiento, 1951; C. H. Hilton, Isaac Peral y su submarino, trad. de I. Peral Félez, U.S. Naval Institute Procedings, 1956; L. Carrero Blanco, España y el mar, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1962; M. Fernández Almagro, Historia política de la España contemporánea, Madrid, Alianza Editorial, 1974; J. M.ª Jover Zamora, Caracteres de la política exterior de España en el siglo XIX, Madrid, 1979; J. Zarco Avellaneda, Isaac Peral y Caballero, Alcoy, Gráficas Ciudad, 1986; A. de la Piñera y Rivas, El teniente de navío Isaac Peral y Caballero, Madrid, Revista General de la Marina, 1988; N. Ramírez, “Cien años de un invento genial no reconocido en su época”, en ABC, 30 de noviembre de 1988 (secc. Ciencia y Futuro), págs. 68-69; E. Pérez de Puig, Isaac Peral. Su obra y su tiempo, Cartagena, Autor-Editor, 1989; J. Carbonell Relat, “Isaac Peral”, en Investigación y Ciencia, 1990, págs. 7 y ss.; A. Rodríguez González, Isaac Peral. Historia de una frustración, pról. de J. M.ª Jover, Murcia, Universidad, 1993; F. Ruiz de la Cuesta, “Isaac Peral en el recuerdo”, en Historia y Vida, año 28, n.º 326 (1995); D. Quevedo Carmona, Tras la estela de Peral, Cartagena, Ayuntamiento, 2001.

 

Julio Mas

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