María Victoria del Pozzo. Princesa de la Cisterna, en Italia; duquesa de Aosta, en Italia. París (Francia), 7.VIII.1847 – San Remo (Italia), 8.XI.1876. Esposa de Amadeo de Saboya y reina de España de 1870 a 1873.
Nació en París en el 21 de la calle Belchasse, donde su padre Carlos Emanuel del Pozzo (nacido en Turín, el 7 de enero de 1782), príncipe de la Cisterna y marqués de Vochera, estaba exiliado por sus ideas liberales. Su madre fue Luisa Carolina, condesa de Merode-Westerloo y del Sacro Romano Imperio (nacida en Bruselas, el 22 de mayo de 1819). Sus padres —que se llevaban treinta años— se habían casado en el castillo de Louberval (Bélgica) el 28 de septiembre de 1846. Esa misma fecha escogió su hermana Antonieta de Merode para casarse con Carlos Grimaldi, príncipe de Mónaco. En París vivieron los príncipes de la Cisterna hasta 1852, fecha en la que regresaron a Turín para educar a sus hijas (Beatriz había nacido en mayo de 1851). Sus bienes les fueron devueltos y residieron en el viejo palacio, mientras los veranos los pasaban en Reano, donde tenían el castillo feudal, o marchaban a Bélgica.
Su infancia fue tranquila y sus padres le buscaron los mejores profesores de Turín. Aunque no fue a la Universidad, era muy cultivada; le atraía la literatura, el álgebra, así como la economía y el derecho internacional.
A los quince años hizo su retrato moral: “Soy muy alegre y me encanta gozar de la vida. No me gusta nada el campo y estoy deseando bajar a Turín y proseguir mis clases”.
En marzo de 1864 falleció su padre, quien le había inculcado su amor por Italia y sus ideas sobre la unidad, y el 27 de abril del mismo año murió su hermana Beatriz. Ante esas dos pérdidas, los libros fueron el bálsamo para su dolor. “He vuelto a mis estudios con mucho placer —escribió—, el estudio es para mí lo que el pan para otros, sin estudiar no podría vivir”. Leía y escribía en latín y griego; hablaba correctamente el italiano, el francés y el inglés y comenzó con el alemán y el español, pues gozaba leyendo literatura en su lengua original.
La guerra de 1866 entre Austria e Italia cambió el destino de la joven; Amadeo, duque de Aosta, que había luchado valientemente y caído herido en la batalla de Custozza, se encontraba convaleciente de sus heridas en Moncalieri. Durante su convalecencia, los compañeros que le visitaban le hablaron de la que llamaban “La rosa de Turín”. Amadeo, tras conocerla, decidió pedir al presidente de la Cámara de Diputados, Juan Bautista Cassinis, que hablase con su padre sobre su interés. El Rey creyó que la unión de su segundo hijo con María —una rica heredera cuyo padre había sido un gran patriota— podría agradar a los descontentos habitantes de Turín, tras haber dejado de ser ésta la capital de Piamonte. Un decreto del 19 de febrero de 1867 concedió a la princesa viuda y a su hija María Victoria el tratamiento de alteza y a finales de abril de ese mismo año, Víctor Manuel II y su hijo viajaron al palacio de la Cisterna a pedir su mano. La novia era agradable, rubia, con bonitos ojos azules, boca ancha con dientes muy blancos; su tez pálida y su silueta esbelta atraían, así como su amena conversación. Incluso después de la petición, no faltaron personas que quisieron entorpecer el enlace, que finalmente tuvo lugar en Turín el 30 de mayo, día de la Ascensión, el mismo día en el que Amadeo cumplía veintidós años (a la novia le faltaban dos meses para los veinte). La ceremonia se celebró en la capilla del Palacio Real ante la Sábana Santa.
Como muchos de los recién casados de aquel año, fueron a París para visitar la Exposición Universal, donde María Victoria fue muy admirada por su discreción y cultura. En Londres fueron obsequiados por la reina Victoria, de la que —aunque enemiga de los matrimonios morganáticos— la duquesa de Aosta consiguió su amistad, que jamás se desmintió, ni aún en la época más borrascosa de su vida. Al regresar a Italia, Amadeo se encaminó a Venecia, donde recibió con gran pompa a los reyes de Grecia. Llamado Amadeo a Nápoles para organizar la flota, recibió el 12 de marzo la noticia de la muerte de la princesa de la Cisterna. La pareja regresó a Turín, donde el 22 de abril de 1868 asistieron a la boda del príncipe heredero Humberto con su prima Margarita de Génova.
Fue precisamente en dicha ciudad donde María Victoria, el 13 de enero de 1869, dio a luz a su primogénito, Manuel Filiberto. En primavera, Amadeo, con su familia, se trasladó al puerto de La Spezia, donde estaba la flota estacionada, que aquel verano iba a zarpar rumbo a Egipto con motivo de la muy esperada inauguración del canal de Suez; acontecimiento al que no pudieron asistir por una grave enfermedad de Víctor Manuel II, de la que quedó finalmente restablecido.
En España, tras la caída de Isabel II en septiembre de 1868, el general Prim buscaba un príncipe entre las cortes europeas para reinar y, a este respecto, en julio de 1870 le comunicó a Víctor Manuel que Amadeo sería el candidato ideal; pero éste —en contra de la opinión de su padre— se opuso a ello. Francia no admitió al nuevo candidato —Leopoldo de Hohenzollern—, por lo que declaró la guerra a Prusia. Cuando Napoleón III fue hecho prisionero en Sedan, el imperio francés desapareció y Víctor Manuel II envió a sus tropas a que ocupasen Roma. En septiembre de 1870, Pío IX se consideraba prisionero en el Vaticano y la duquesa de Aosta —que era sobrina de monseñor de Merode— trató de mejorar la situación del Papa y de evitar la excomunión del Rey. El 7 de octubre, Víctor Manuel II proclamó a Roma capital de Italia, obligando a sus hijos y a la Corte a que se trasladasen allí. El Rey insistió al duque de Aosta de que España le aguardaba y sobre el temor que le despertaba el regreso de los Borbones a Nápoles. Amadeo aceptó finalmente y el 13 de octubre Prim, mientras estaba cazando, recibió su telegrama aceptando la Corona de España.
El 26 de noviembre en el Congreso tuvo lugar la votación con la que el duque de Aosta —por ciento noventa y un votos— se convertía en Amadeo I, y a principios de diciembre llegó a Italia una comisión de diputados para conocer al nuevo Soberano. Desde Florencia marcharon a Turín, donde María Victoria les recibió en el lecho porque el 24 de noviembre había tenido a su segundo hijo, que recibió los nombres de su abuelo — Víctor Manuel—, quien le concedió el título de conde de Turín. El día de Navidad, Amadeo I zarpó de La Spezia a bordo del Numancia, llegando a Cartagena el 30 de diciembre, donde se enteró del atentado sufrido por Prim y decidió salir hacia Madrid al día siguiente. Aquella madrugada murió Prim; pero Amadeo decidió continuar con su viaje y el 2 de enero de 1871 hizo su entrada en Madrid, un día frío en el que las calles estaban desiertas y los palacios se veían cerrados. El regente Serrano le recibió y le acompañó a la Virgen de Atocha, donde estaba instalada la capilla ardiente de Prim; tras visitar a su viuda, marchó a Palacio, donde ocupó las habitaciones de Isabel II.
María Victoria y sus dos hijos aguardaron en Turín hasta el 9 de marzo, en que embarcaron en el Príncipe Umberto rumbo a España; desembarcaron en Alicante ocho días después. Amadeo I les esperaba y les enseñó la ciudad. El día de San José la nueva Reina hizo su entrada en Madrid, dirigiéndose a la basílica de Atocha, donde se rezó un Te Deum, siendo la recepción más calurosa de lo esperado. En Palacio ocuparon las estancias de la antigua Reina. Amadeo tenía su despacho al lado del salón de su esposa, quien por la mañana tenía audiencia con los generales y políticos que deseaban conocerla y por la tarde acudía a pasear en coche por la Castellana.
Al tercer día de su llegada las damas alfonsinas y carlistas se manifestaron contra la joven Reina, dando lugar a la farsa de “las mantillas en rebeldía”.
Los acontecimientos tuvieron lugar el 23 de marzo de 1871 a las cuatro y media de la tarde, cuando el paseo estaba lleno de coches ocupados por damas que llevaban bien alto sus mantillas; de repente aparecieron unos carruajes con majos y mujeres repintadas, de vida airada, que arrojaban claveles en medio de risotadas y muecas. Los coches se dispersaron quedando sólo los amadistas. Aquella tarde, la Reina no había acudido, salvándose del bochorno de ver quién la defendía.
Gracias a su iniciativa se creó un asilo y una escuela para acoger a los niños de las lavanderas mientras ellas trabajan en su penoso oficio. En seis meses se construyó el edificio, inaugurándose el 13 de enero de 1872, día en el que su primogénito cumplía tres años; su asignación de 100.000 reales —como príncipe de Asturias—pagó los gastos. El edificio estaba situado junto a la Estación del Norte (la Guerra Civil lo destruyó). “La reina saboyana”, como la llamaban, instituyó también un hospicio de niños desamparados, una casa-colegio para los hijos de las cigarreras y, con la ayuda de Concepción Arenal, dispuso que se distribuyeran raciones de carne para los pobres de la ciudad gracias a la creación de “La Sopa Económica”. A los pobres vergonzantes daba mensualmente 30.000 pesetas a través de las Hermanas de la Caridad. También fundó el Dispensario Oftalmológico, que tuvo larga vida. En cambio, la formación de la Corte fue una ardua tarea que le ocasionó muchos sinsabores. La duquesa de la Torre, esposa de Serrano, fue nombrada camarera mayor junto a la viuda de Prim; las dos mujeres se detestaban y raro era el día que aparecían para cumplir las funciones de la Corte.
Al poco de su llegada a España, Amadeo I, estando en el teatro Español, se fijó en una dama muy bella, Adela Larra y Wetoret, conocida por “la dama de las patillas” por su pelo rizoso que ocultaba sus orejas; era hija del famoso escritor Mariano José de Larra, y hermana de Baldomera, quien timó posteriormente a tantos madrileños. Amante del soberano italiano y muy amiga de los radicales, influyó en que Ruiz Zorrilla sucediese al general Serrano en la primera crisis de gobierno de julio de 1871. Aquel verano tan caluroso, María Victoria residía en La Granja, ya que Ruiz Zorrilla, que era el presidente del Consejo, no quiso que viajase con el Rey al Levante, Valencia, Tarragona, Barcelona y Lérida. Amadeo I regresó bastante satisfecho; pero el 5 de octubre hubo de nuevo crisis y se formó el tercer gobierno, presidido por el almirante Malcampo. El Ministerio llamado del “Puente de plata” cayó el 2 de diciembre por una votación en el Congreso; subió entonces al poder Práxedes Mateo Sagasta, que continuó hasta el 22 de mayo de 1872.
Durante aquel invierno la Reina comenzó su mecenazgo con artistas como Palmaroli, Gisbert y el escultor Medina. Encargó varias alfombras a la Real Fábrica de Tapices. Se fundó por entonces la Orden Civil de María Victoria, con la que fueron galardonados Campoamor, Madrazo, Casado del Alisal o Eslava, entre otros. Los alfonsinos, que la llamaban “la nuera del usurpador”, nunca le perdonaron su generosidad por más que diera limosnas o asistiera a funciones religiosas.
Al llegar el mes de mayo, Ruiz Zorrilla presentó una censura al gobierno, pero Sagasta se adelantó y leyó el decreto de Disolución de las Cortes. A este respecto la Reina escribió: “La Constitución nos hace la vida imposible, todos pueden gritar y defenderse excepto nosotros”. Cuatro días después de que Amadeo I nombrase de nuevo a Serrano presidente, el 27 de mayo de 1872, Ruiz Zorrilla dejaba en el Congreso su renuncia y se marchaba a Tablada. La Reina nunca sintió simpatía por el político radical, que trataba al Rey como si fuera su pupilo. Le agradaba Serrano por su afabilidad, Sagasta por su chispeante ingenio y, sobre todo, el almirante Topete, cuya rectitud y lealtad le eran muy gratas.
Este último fue quien se hizo cargo del Gobierno mientras Serrano se encontraba en el norte discutiendo con los carlistas el Convenio de Amorebieta.
El Imparcial del 10 de junio publicó en primera página un largo artículo titulado “La loca del Vaticano”, en el que se comparaba a María Victoria con la emperatriz Carlota y, lo que era peor, vaticinaban al Rey el desgraciado final del emperador Maximiliano. Serrano —con el apoyo de Topete y Ulloa— aconsejó al Rey como necesaria la suspensión de las garantías constitucionales para salvar el trono. La propia Reina lo consideró también necesario “para salvar el orden social”. Incluso la hermana del Rey, María Pía, calificó como un desastre el posible regreso de Ruiz Zorrilla al poder. Tan solo Víctor Manuel II aconsejó a su hijo que apelase a la nación antes de tomar una medida tan grave. En el Consejo de Ministros de 12 de junio, Serrano —tras una brillante exposición, declarando que “los radicales eran los únicos responsables de la situación”— presentó el decreto de suspensión de las garantías constitucionales para que lo firmase el Soberano.
Amadeo I se manifestó contrario y al punto Serrano presentó su dimisión, que fue aceptada por el Rey. Llamó a los radicales para que formasen el nuevo Ministerio y al día siguiente regresó Ruiz Zorrilla, quien gobernó hasta la abdicación del Soberano.
La Reina, que pese al calor se resistía a salir de Madrid, esperaba otro hijo y deseaba acompañar al Rey en su viaje por el norte de España, a lo que el Gobierno se negó. Decidió entonces ir a veranear a El Escorial, que tenía ferrocarril directo con Madrid y cuyo clima era más fresco. La víspera de la partida el Rey fue informado por Martos de que aquella noche se preparaba un atentado y que no debía salir de Palacio, a pesar de lo cual se mantuvo decidido a pasear por los jardincillos del Retiro; enterada la Reina, le quiso acompañar y ante las súplicas de su esposa accedió a que le acompañase “porque creía que era una falsa alarma”. Al regresar en el coche, frente al n.º 21 de la calle del Arenal, había un coche parado que obstruía el paso. El cochero aminoró la marcha y la Reina al sentir el fresco levantó su chal. Amadeo, mientras trataba de ayudarla, distinguió a un hombre que los apuntaba; instintivamente se levantó y el general Burgos trató también de proteger a la real pareja mientras se iniciaba el tiroteo. El cochero español, fustigando a los caballos, logró arrinconar al coche y pasar hacia Palacio, adonde uno de los caballos llegó moribundo.
Mientras, la Soberana caía desvanecida.
El 18 de julio de ese mismo año de 1872 se cantó un Te Deum en la capilla de Palacio y por la tarde hubo tal manifestación que obligó a los Reyes a salir al balcón central; por vez postrera en la plaza de Oriente se aclamaba a los saboyanos.
María Victoria y sus hijos se instalaron en un ala del monasterio de San Lorenzo de El Escorial; pero no tardó en regresar a Madrid, donde tenía asuntos pendientes; al saberlo, Ruiz Zorrilla, indignado, se dirigió a Palacio. Como era ya tarde la Reina se encontraba acostada pero sus voces la obligaron a abrir la puerta de su aposento; la conversación fue desagradable y el presidente, en tono amenazador, le advirtió que no volvería a permitir sus salidas de Palacio “para recibir monjucas e ir de iglesias” sin haber advertido previamente al Gobierno. Desde entonces María Victoria se sintió como secuestrada, ya que Ruiz Zorrilla insistía en investigar a quién recibía. Deseaba alejar al marqués de los Ulagares por ser el responsable de las audiencias, a lo que Amadeo acabó cediendo; la Soberana consiguió anular el cargo y nombrar dama de honor a la marquesa de los Ulagares.
El día de Navidad de 1872 el Rey firmó la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, que tanto él como su esposa deseaban ardientemente y que causó el alejamiento de la nobleza y de la opulenta burguesía antillana de la Corte amadeísta.
Por los anónimos que recibía María Victoria, estaba al corriente de las infidelidades de su esposo, y mucho sintió al enterarse de las relaciones de su marido con la condesa Valentina Vinent y O’Neill, cuyo tercer hijo, Antonio de Saavedra y Vinent —nacido el 14 de enero de 1873— era el vivo retrato de Amadeo I. Antonio de Saavedra, que fue guarda forestal en la Casa de Campo, tenía dos hermanos mayores, uno era un célebre embajador en Bélgica y el otro un bizarro coronel de Húsares.
Por entonces, el Partido Conservador estaba alejado de Palacio y los radicales se inclinaban por los republicanos.
La Guerra Carlista en el norte y la insurrección en Cuba preocupaban también a María Victoria mientras cuidaba a su marido de un fuerte reumatismo articular. El nacimiento el 29 de enero de 1873 del nuevo infante, Luis Amadeo, fue el pretexto del Gobierno radical para incordiar en la presentación y el bautizo del neófito, que fue llevado por la duquesa de Prim y bautizado por el confesor de la Reina, monseñor Isbert. Pero fue la disolución del Cuerpo de Artillería lo que obligó al Rey a abdicar el 11 de febrero de 1873. El viaje a Lisboa fue muy duro para María Victoria, que sufrió el frío y el hambre en un tren sin calefacción y sin comida.
Después de pasar la convalecencia en Lisboa, regresaron a Turín, donde treinta mil personas aguardaban su llegada. Fue la duquesa de Aosta la que expuso a Víctor Manuel la existencia que habían llevado en España. En cuanto ella mejoró, quiso volver a su vida de apostolado; su amistad con Concepción Arenal le hizo que se fijara en el estado de las cárceles, visitando personalmente a las presas. A través de ella, durante un tiempo siguió mandando limosnas y socorros a los pobres de Madrid.
Lentamente la tisis la iba invadiendo, María Victoria casi no podía andar y le costaba mucho respirar.
Los veranos los pasaban en Moncalieri y alguna vez en Reano. Como el invierno en Turín era muy frío, al llegar el otoño Amadeo decidió alquilar la villa Dufour en San Remo, que tenía un bonito jardín, y María Victoria, echada en la terraza, divisaba el mar mientras veía a sus hijos jugar. Los tres años que transcurrieron desde que abandonaron España fueron muy dolorosos para ella; pero tuvo el consuelo de que Amadeo la rodeó de un cariño singular.
Bibl.: G. B. Conso, Cenni Biograffici. Maria Vittoria Duchessa D’Aosta. Giá regina di Spagna-Torino 1880, Milano, Casa Editorial doctor Franceso Vallardi, 1913; O. F. Tencosoli, Maria Vittoria dal Pozzo della Cisterna (Una regina di Spagna), Milano, Casa Editorial doctor Franceso Vallardi, 1913; A. de Sagrera, Amadeo y María Victoria reyes de España, 1870-1873, Palma de Mallorca, imprenta Mossen Alcover, 1959.
Ana de Sagrera