Urbina, Juan de. Marqués de Oira y conde de Borgomanero. Urbina de Basabe (Álava), c. 1486 – Foligno (Italia), 5.IX.1529. Militar.
Citado frecuentemente como vizcaíno, Guvantes en 1802 fijó su nacimiento en el lugar de Urbina de Basabe, en el valle y hermandad de Quartango (Álava). Suele datarse su nacimiento en torno a 1490-1492 (Römling, Espasa, etc.), pero es necesario retrasarlo un lustro por la imposibilidad de conciliar tales fechas con las noticias aportadas por Sandoval, Zurita o Paredes, entre otros, que forjan su reputación de valiente soldado durante las campañas napolitanas del Gran Capitán (1502-1503).
Más por necesidad que por ambición —como recordaría Diego García de Paredes (1466-1528) en los postreros días de su vida— lo cierto es que a finales del año 1506 ambos pasaron al servicio del papa Julio II, que les empleó de alabarderos del “Sacro Palacio”. En 1507, fue alférez en la compañía de infantería de García de Paredes, el “Sansón extremeño”.
En el verano de 1509, tras la conquista de Orán, asentó nueva plaza de soldado en la Infantería española y partió de Nápoles, con los veteranos que el virrey aportó a Pedro Navarro (1454-1528), para otra expedición contra Berbería. Participó en los asaltos y tomas de Bujía (6 de enero de 1510) y de Trípoli (25 de julio de 1510), así como en la desastrosa invasión de la isla de los Gelves (Djerba), el 30 de agosto siguiente, quedando después de guarnición en Trípoli, a las órdenes de Jaime de Requesens. Tras el relevo de Requesens, Urbina fue a Roma para enrolarse por segunda vez en las tropas de la Iglesia. Julio II le concedió el mando de una compañía con la que sirvió en la toma de Mirandola (20 de enero de 1511), así como en la retirada del ejército pontificio de Bolonia (21 de mayo de 1511). Tras la publicación, el 5 de octubre de dicho año, de la primera “Liga Santa”, obtuvo licencia para servir en el ejército del virrey Ramón de Cardona (1467-1522), que le respetó el empleo de capitán de Infantería. Al mando de una compañía, se halló en el infructuoso asedio de Bolonia (26 de enero-6 de febrero de 1512) y en la batalla que se disputó en las inmediaciones de Ravenna (11 de abril de 1512). El escuadrón de Urbina, en el que combatió junto a Luis de Herrera y Antonio de Leiva, consiguió replegarse en perfecto orden, rechazando todas las cargas del enemigo, incluso la última de la caballería, mandada personalmente por el duque de Nemours, que perdió su vida en el empeño. Aquella retirada permitió salvar al virrey y al núcleo del ejército de Cardona. En una rápida campaña, que comenzó con la toma y saqueo de Prato (29 de agosto), logró restablecer la autoridad de los Médicis en Florencia y, poco después, la del duque Maximiliano Sforza (1593- 1530) en Lombardía. El año siguiente participó en la victoria sobre los venecianos en la Motta, cerca de Vicenza (7 de octubre de 1513), permaneciendo en Lombardía hasta que, poco antes de la muerte de Luis XII (1 de enero de 1515), se alcanzó la paz con Francia. Tras las acciones de Francisco I sobre el Milanesado y la invasión de Navarra para intentar la restauración de la casa de Albret en 1521 la paz de rompió.
Después de participar en la toma de Milán junto a Prospero Colonna, el 19 de enero de 1523, el virrey Lannoy, con Fernando de Alarcón (1466-1540) y Juan de Urbina, asaltaron sorpresivamente el cuartel de los franceses en Robecco, con gran éxito y fue Urbina quien tomó el puente que protegía el campamento sin que se diese la alarma. El 26 de marzo, Juan de Urbina, al mando de un millar de soldados españoles y alemanes, sorprendió al destacamento alojado en Sartirana Lomellina, donde hizo prisioneros a dos señalados jefes enemigos: el conde Hugo Pepoli (1484-1528) y Juan de Birago (1488-1528). Para evitar nuevos sobresaltos, Bonnivet agrupó a su ejército y ordenó la retirada hacia Ivrea con la intención de retornar a Francia. Lannoy marchó tras ellos, pero cuando quiso atacar su campo en Romagnano, en la orilla opuesta del Sessia, la artillería francesa se bastó para frustrarlo. Urbina, herido en la acción, reaccionó visceralmente y acusó al virrey de connivencia con el jefe francés, pero logró que tanto Alarcón como el condestable Charles de Bourbon (1490-1527), que militaba por Carlos I desde comienzos de aquel mismo año, arrancaran del virrey una conducta más enérgica. Aquel mismo día se cruzó el Sessia y, en la tarde del 30 de abril, se trabó una escaramuza en el bosque de Rovasenda donde cayó mortalmente herido Pierre de Terrail (1476-1524), señor de Bayard, prototipo del héroe caballeresco francés y universalmente conocido como “el caballero sin miedo y sin tacha”. El 1 de mayo se castigó duramente a la retaguardia enemiga en Buronzo y Salussola, al paso del Elvo. Los franceses desistieron de fortificarse en Ivrea, pero lo hicieron tras el puente romano de Pont Saint Martin, a 25 metros de altura sobre el Lys, poco antes de desaguar en el Dora. Urbina —apenas recobrado de su herida— lo forzó el 3 de mayo, provocando que la vanguardia francesa, para aligerar su huída, abandonara toda su artillería en Bard. La satisfacción por la presa y la necesidad de transportarla a Shantià, donde había quedado el grueso del ejército, puso fin a la persecución.
En Shantià se decidió la invasión de Provenza para favorecer la pretensión del condestable de Borbón de reinstaurar el viejo Reino de Arles, apoyada por Carlos I al objeto de distraer la atención de Francisco I sobre Italia. Urbina era ya maestre de campo de la infantería española, que no llegaba a dos mil hombres.
Sometieron la capital y diversas villas, pero Marsella, bien provista y defendida por una escuadra naval, se aprestó a resistir. La batería comenzó a actuar el 23 de agosto, pero la muralla, terraplenada por el interior, imposibilitaba el ataque pese a durar el cerco cuarenta días. El 29 de septiembre se inició la marcha conocida como “la bella retirada”, porque en tan sólo veintitrés días se desandó el camino entre Marsella y Milán, a tiempo de acudir a la defensa del estado pues Francisco I, que había reunido un ejército en Aviñón, avanzaba hacía Pavía, a la terminó poniendo cerco el 28 de octubre. Juan de Urbina siguió la retirada del ejército hasta San Remo y allí se embarcó con licencia hacia Nápoles para atender “a cosas que tocaban a su honra” (Oznayo, 420), pues había transcendido que su mujer se amancebaba con otro en Nápoles, cuestión que zanjó matándola en su propia casa “con cuantas cosas halló vivas en ella”. Este asesinato contó sin embargo con la indulgencia de los historiadores, poetas y comediógrafos del Siglo de Oro, que trataron el caso como legítima reacción al honor mancillado. Luis Zapata sugiere que primero mató a un hijo y tras éste estranguló a la esposa con sus propias manos, en un extenso poema en octavas (Carlo famoso, Valencia, 1566); pero mientras el licenciado Manuel González afirma que quemó su propia casa con toda su familia dentro (El español Juan de Urbina, o el cerco de Nápoles, 1656), Lope de Vega apunta que los ahogó en el mar, reputando el acto como otra de sus hazañas (La contienda de don Diego García de Paredes y el capitán Juan de Urbina, 1600). Aunque tal disparidad sobre los detalles hizo sospechar a Antonio Restori (pág. 233) en una posible tradición infundada del suceso, la ausencia de Urbina en el ejército durante casi dos años invita a creer en que pudo tener más de un quebradero de cabeza con la justicia, aunque finalmente quedara absuelto de los posibles cargos y reforzada su promoción personal con el empleo de maestre de campo de la infantería del Reino de Nápoles.
En septiembre de 1526 se hallaba en las montañas del Piamonte, intentando sorprender a su viejo conocido Birago en las proximidades de Revello, al que derrotó y causó numerosas bajas aunque éste consiguiera escabullírsele. Juan de Urbina, tras la marcha a Nápoles del marqués del Vasto, al frente de veintinueve compañías de infantes españoles (cinco mil quinientos hombres) pretendía alcanzar Bolonia por la antigua Vía Emilia y pasar a la Toscana por el Sasso; mientras tanto, el ejército veneciano se mantenía a prudente distancia, sin intención de llegar al combate.
El 31 de marzo, a una legua de Bolonia, en el viejo puente romano sobre el río Reno, les cerraba el paso un numeroso cuerpo de infantería y caballería véneta que Urbina no sólo franqueó sino que persiguió tan de cerca al enemigo —en su huída para refugiarse dentro de Bolonia—, que bien pudo haber intentado cobrarla a favor de la confusión, lo cual le prohibió el condestable (García de Cereceda, 1873, vol. I: 172).
El Papa intentó comprar nuevamente la retirada de los imperiales, pero confiando en la capacidad de resistencia de Florencia, volvió a incumplir el plazo de su entrega. El condestable saqueó Laterina, Rondine y el castillo de Valdarno antes de partir hacia Siena para proveerse de la artillería y municiones necesarias para formalizar el asedio de la capital medicea; pero el 26 de abril, tras un consejo de jefes celebrado en San Giovanni Valdarno, al que asistió Urbina, decidió variar el plan y dirigirse directamente contra Roma, peor defendida que Florencia y donde no se le esperaba.
La sorpresa fue casi total en Roma, donde sólo se conocieron las intenciones del Borbón cuando éste alcanzó Viterbo. El asalto se pospuso al alba del día 6, a favor de una espesa niebla que impedía fijar el blanco a la artillería de las defensas. Los alemanes de Bemmelberg atacaron por la puerta Torrione, mientras que los españoles, liderados por Urbina, lo hacían por la de Santo Spirito y los italianos por la de Settimiana. El condestable cayó por un arcabuzazo y Juan de Urbina tomó entonces las riendas del asalto, que se prolongó durante cinco horas. En lo más recio del combate, los defensores abandonaron la muralla y emprendieron la huída hacia el puente Sixto. De nuevo cupo a Juan de Urbina la misión de desalojar a los defensores del puente, que ofrecieron escasa resistencia. Poco después, los soldados desparramados por la ciudad, se dieron al pillaje, mientras algunos notables y el Papa se refugiaron en Sant’ Angelo.
En sólo tres días, Juan de Urbina tendió varios puentes de barcas sobre el Tíber y cercó el castillo por la parte opuesta con una profunda trinchera. El 27 de mayo, el abad de Nájera escribía a Carlos I: “Ha hecho el dicho Juan de Urbina tales trincheras y reparos que el Papa y sus valedores podrán perder la esperanza”. El papa Clemente VII tuvo que capitular bajo durísimas condiciones. Urbina formó parte del Consejo de Guerra del príncipe de Orange.
La conmoción en Europa por la violación de la Ciudad Santa de la Cristiandad y la prisión del Sumo Pontífice, tuvieron efectos políticos inmediatos. Francisco I envió a Italia un ejército de cincuenta mil hombres, al mando de Lautrec, que invadió el Milanesado, aunque no entró en Milán, ante la cual llegó el 24 de septiembre, marchó contra Pavía, que tomó el 5 de octubre y se encaminó hacia el Reino de Nápoles.
Lautrec intentó someter la capital por hambre, pero los sitiados forzaban sus líneas con salidas diarias que dieron lugar a numerosas escaramuzas. El 12 de mayo, unas naves francesas, cargadas de vituallas, municiones y dinero fueron abordadas siendo preciso transportar el cargamento por tierra, para asegurarlo contra el bloqueo naval del enemigo. El príncipe de Orange ordenó salir a Juan de Urbina para hacerse cargo de ello, mientras Lautrec quería recuperarlo a toda costa. “De tal manera dieron los unos contra los otros que Juan de Urbina hizo una gran matanza y tomó preso al coronel de los tudescos del campo francés [Wolf von Lupfen], con otros oficiales” (García de Cereceda), regresando a Nápoles con el botín y “poca pérdida de los suyos”.
A primera hora de la madrugada del viernes 28 de agosto, Juan de Urbina al frente de quince compañías de soldados españoles, congregadas en Sant’ Elmo, junto a otro escuadrón de tres mil alemanes, que saliendo de Nápoles a favor de la oscuridad se habían ocultado en la falda de Poggio Reale, acometieron las trincheras francesas de Campo Vecchio, bien fortificadas y artilladas. Tras pelear toda la noche, al alba se rindieron los últimos defensores con su jefe, el coronel Charles de Coucy, señor de Burie. La capitulación del marqués de Saluzzo en Aversa, de cuya fortaleza fue nombrado castellano Urbina, obligaba también a la rendición de las demás guarniciones francesas. Nola se entregó inmediatamente y todas las restantes a lo largo de septiembre, excepto Barletta, Andria, Trani y Monopoli, retenidas por los venecianos.
Aún antes de firmarse el tratado que le reconciliaría con el Papa, el Emperador había escrito varias veces al príncipe de Orange, desde Zaragoza y la misma Barcelona, previniéndole de que estuviese preparado para marchar “a donde y por donde Su Santidad le pidiera” (Varchi, 32). El 15 de mayo, desde Barcelona, le recomendaba que llevara alemanes y “que no deje de ir Juan de Urbina” (cartas de Carlos V). Ésta debía ser posterior a otra, mencionada por Varchi sin aportar su data, dirigida a su Consejo Colateral de Nápoles, solicitando que “si las cosas del Reino no reclamaban la presencia de Urbina, el virrey pudiese valerse de su persona”.
Urbina se presentó en el campo junto a L’Aquila, donde el virrey reunía las tropas destinadas a la empresa de Florencia. Apenas llegado, le nombró su lugarteniente, encomendándole el ejército mientras él partía a Roma para entrevistarse con el Papa (31 de julio de 1529). Las negociaciones con el Papa fueron arduas y hasta el 19 de agosto no se reunió el virrey con Urbina, que había conducido el ejército hasta Terni. De camino a Foligno, sometieron algunos lugares de Malatesta Baglioni, señor de Perugia, aliado de los florentinos. Cuando el ejército llegó a Foligno, aún no lo habían hecho los refuerzos que debía aportar el marqués del Vasto, ni tampoco se tenían respuestas positivas de Baglioni. El 28 de agosto, para forzar a éste, el virrey ordenó a Urbina que tomara Spello, 8 kilómetros al norte. Pasado el mediodía, Urbina efectuó la entrega de la plaza a su gobernador, Leone Baglione, hermano natural de Malatesta. “No le quiere obedecer; antes, entreteniéndole con palabras, le tiran con un mosquete y le hieren en una pierna” (García de Cereceda, 1873- 1875: vol. I, 235), siendo transportado a Foligno. El príncipe de Orange, al conocer el hecho, se presentó el día siguiente ante el lugar, con todas sus fuerzas, lo sometió a un duro bombardeo y forzó su capitulación el 31 de agosto. Sin embargo, la guarnición fue expoliada cuando salía bajo la fe de los pactos y, pese a ellos, la villa también fue saqueada. Tal fue la venganza de Orange por la agresión cometida sobre Urbina, hecho que la mayoría de los historiadores, siguiendo a F. Giucciardini, obvian y trastocan, prefiriéndose aquí la narración de un testigo ocular. Todavía le vio con vida el príncipe de Orange en Foligno, gangrenada su herida, y escribió al Emperador temiendo por ella. Carlos V, que se hallaba ya en Italia, le respondió desde Castell San Giovanni, el 5 de septiembre, lamentando su estado y deseando su recuperación (Cartas), pero falleció el mismo día, casi en soledad, dado que el ejército había emprendido ya la marcha sobre Perugia. En cambio, no le faltó tras su muerte el reconocimiento unánime de camaradas, poetas e historiadores, incluso de sus enemigos. Paulo Giovio, que había padecido el saco de Roma, se muestra muy laudatorio en los libros 25 y 27 de Historiarum sui temporis (Florencia, 1552), y tampoco le escatimó elogios Francesco Guicciardini en su Storia d’Italia (Florencia, 1561; lib. XIX, cap. 12), donde le reputa como “il principato tra tutti i capitani spagnuoli, perché per consiglio suo si reggeva quasi tutta la guerra”.
Aunque algo tardíamente, llegaron a alcanzarle en vida las recompensas y distinciones que tanto había merecido, labradas a golpes de audacia. Refiere Sandoval que fueron las de “comendador de Eliche, alcaide del Ovo y de Aversa, y marqués de Oira, conde de Burgomene (Burgonovo, según Oznayo), señor de Esforcessa, señor del jardín de Milán y maestre justiciero de Nápoles”; las mismas que había anticipado Juan de Oznayo y que repetiría Rafael de Floranes, autor de un memorial impreso sobre los “servicios de Juan de Urbina y muchos de los señores de su Casa hasta el alférez Francisco Javier de Urbina, Isunza y Eguiluz, diputado por la provincia de Alava” (1854).
La encomienda de Heliche, en la Orden de Alcántara, no pudo reconocérsele, aunque ciertamente se le concediera al vacar por la referida muerte de Cesare Fieramosca (Ferramosca en nuestros textos), dado que no llegó a expedírsele su título, como tampoco el de caballero de la Orden, porque le sobrevino antes la muerte que la conclusión de sus pruebas. Aunque investido de ellos, tampoco llegó a gozar, ni siquiera visitar, sus dominios señoriales. El único que fincaba en el Reino de Nápoles era el marquesado de Oira, arrebatado a Roberto Bonifacio por haberse sometido a los franceses, aunque éste conseguiría recobrarlo tras la muerte de Urbina mediando el pago de una fuerte suma; los restantes se hallaban en Lombardía: el condado de Borgomanero, cerca de Novara, formaba parte de las tierras confiscadas a Paolo Camillo Trivulzio, arriba mencionado; el palacio de la Sforzesca, una gran villa rural construida por Bramante, en 1486, para Ludovico el Moro, todavía se conserva cerca de Vigevano, y el Giardino di Milano o Viridarium, otra villa de recreo donde posteriormente se levantaría el palacio Isimbardi, estaba extramuros de Milán, en el camino de Monforte. En cuanto a los empleos, la castellanía de Aversa le fue mejorada seguidamente con la del Castillo dell’Ovo, el segundo en importancia de los que defendían la ciudad de Nápoles, donde también fue promovido a maestre giustiziere, uno de los llamados “siete grandes oficios del Reino”.
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Juan Luis Sánchez Martín