Raposo Tavares, Antônio. San Miguel da Beja (Portugal), 1598 – São Paulo (Brasil), 1658. Figura prominente del bandeirantismo (expedicionismo) paulista en Brasil.
Llegó a Brasil en 1618, en compañía de su padre, Fernão Vieira Tavares, que había sido nombrado capitán-mayor y proveedor-mayor de la Capitanía de São Vicente por su donatario, el conde de Monsanto.
En 1622, tras la muerte de su padre, se afincó en la villa de São Paulo. Fue juez ordinario de la villa y magistrado-general de la Capitanía de São Vicente. Disponía de una casa en la villa y de una hacienda en la región de Quitaúna, al oeste de São Paulo. En las tierras paulistas, se cultivaba principalmente trigo, maíz, alubias y mandioca. Igualmente se iniciaba la explotación del pastoreo. Sobre todo en función del trigo, el interior de São Paulo pasó a integrarse en el sistema económico del espacio brasileño, entonces concentrado en la caña de azúcar del nordeste.
“Figura brutalmente heroica”, tal y como lo calificó Euclides da Cunha, autor de Os Sertões, Raposo Tavares fue uno de los bandeirantes (expedicionarios) más activos y audaces de la Historia de Brasil. La Bandeira (Expedición), en palabras de Oliveira Vianna, era una pequeña nación de nómadas, organizada sólidamente sobre una base autocrática y guerrera. El bandeirante era, al mismo tiempo, el patriarca, el legislador, el juez y el jefe militar. Se hacía acompañar por escribanos para los ritos procesales y de sacerdotes para el conforto de las almas. Formaban parte de las expediciones gente de cualquier color y situación social. Se observaba una rígida disciplina.
Se acostumbraba a dividir las Bandeiras entre las que tenían como objetivo apresar indígenas para el trabajo en las labranzas entonces intensificadas a partir de São Paulo, las “expediciones de Captura”, y las que buscaban metales preciosos por el interior del Continente.
La necesidad de mano de obra cautiva surge inmediatamente al principio de la colonización de Brasil.
Desde el Siglo xvi se apresaban indios en la región paulista.
Los indígenas apresados eran concentrados en “aldeamientos”, donde eran adoctrinados y evangelizados por los jesuitas, según el sistema “legalizado” por las autoridades metropolitanas, ya que moralmente se justificaba por la conversión de las almas al cristianismo.
El control holandés sobre el nordeste brasileño a partir de mediados del siglo xvii interrumpió el tráfico negrero, causando una significativa elevación del valor de los esclavos indígenas. Las misiones jesuitas, donde se concentraban millares de indígenas, se convirtieron en el objetivo prioritario de las expediciones.
Raposo Tavares se anticipó a la cronología de este proceso. En 1628, después de haber participado en la expedición que, en 1624, partió con dirección a Bahía y posteriormente a Pernambuco para auxiliar en la defensa contra los holandeses, realizaría la primera de las muchas Bandeiras por el interior del Continente que emprendería a lo largo de sus sesenta años de vida. Tuvo en su punto de mira los establecimientos jesuitas de Guaíra, donde, en una vasta región que corresponde al oeste del actual estado de Paraná, desde 1609, pasó a concentrarse la mayor cantidad de asentamientos jesuitas, las llamadas “misiones”. Los jesuitas castellanos iniciaron la ocupación de la región de Guaíra a partir de los Burgos de Ciudad Real, en las cercanías de la Desembocadura del río Piquiri, en Paraná, y Vila Rica, en la margen izquierda del río Ivaí. En total, crearon cerca de trece aldeas que, en su conjunto, formaron la provincia de Guaíra. La provincia de Paraná, a su vez, abrigaba siete misiones, la de Uruguay, diez, y la de Tape, seis. Al frente de setenta paulistas, novecientos mamelucos y dos mil indios, Raposo Tavares destruyó diversas misiones.
Evitando Vila Rica y Ciudad Real, que serían posteriormente tomadas en 1632, la Bandeira se dirigió al sur en busca de un área donde se sabía que los jesuitas tenían una gran actividad misionaria.
Relatos de la época dan cuenta de que Raposo Tavares habría manifestado la intención de expulsar a la Compañía de Jesús de tierras que eran lusitanas y no del rey de España. Hizo millares de prisioneros indígenas y expulsó a los misioneros jesuitas, que huyeron río Paraná abajo en busca del sur y de la protección castellana. Volvió a São Paulo, seguido de cerca por los jesuitas Justo Mancilla y Simón Maceta, determinados a dar parte de sus actividades predatorias a las autoridades del Gobierno General en Bahía. Es de Mansilla, tal y como refiere Alcântara Machado, la afirmación de que la vida de los paulistas en el segundo cuarto del siglo xvii se resume a un constante “ir y venir y traer y vender indios”; y que en la villa entera de São Paulo solamente habría uno o dos habitantes que no se entregasen al comercio de “ganado humano”. Lo máximo que los dos jesuitas consiguieron fue el envío en 1630 de una misión de investigación que nunca llegó a tener mayores consecuencias, a pesar de reacciones airadas de representantes castellanos como el gobernador de Buenos Aires, Francisco de Céspedes, que llegó a escribir a Felipe IV pidiendo la destrucción de São Paulo y la dispersión de sus habitantes.
En los tres años que siguieron, otras Bandeiras completaron la destrucción de Guaíra. Se cree que al término de ese período un número indeterminado entre treinta y sesental mil indios fueron apresados y llevados a São Paulo.
En julio de 1633 hay registro de una incursión de Raposo Tavares contra el colegio jesuita y el aldeamiento de Barueri. Los ignacianos consiguieron del vicario de Parnaíba la excomunión de Raposo Tavares y de sus seguidores. Al recibir la sentencia eclesiástica, consta que los bandeirantes se limitaron a rasgarla impunemente.
Se perdió en las luchas por la captura de indígenas y en las batallas contra los misioneros jesuitas el temor a la autoridad eclesiástica y, quien sabe, hasta a Dios.
En 1636, encabezando a ciento cincuenta portugueses y mil quinientos indios atacó Jesús-María, la más septentrional de las Misiones de la región de Tape, hoy correspondiente al Estado de Rio Grande do Sul. Tomó igualmente las localidades de São Cristóvão y São Joaquim. Regresó a São Paulo en 1640, donde participó en el movimiento inspirado por los colonos de origen castellano que intentaron instalar a Amador Bueno como rey de un Estado paulista soberano al término de la Unión Ibérica. Siguieron otras expediciones paulistas, que culminaron con la ocupación de todas las misiones jesuitas de Tape y de Uruguay.
Ante el avance de los bandeirantes, los Jesuitas, liderados por Antonio Ruiz de Montoya, se retiraron y fortificaron las misiones restantes en las márgenes de los Ríos Uruguay y Paraná. Al término de este proceso, estaban lanzadas las bases para la futura incorporación a Brasil de vastas tierras, hoy correspondientes en líneas generales a los Estados de Paraná, Santa Catarina, Rio Grande do Sul y Minas Gerais, excediendo considerablemente los límites fijados por el Tratado de Tordesillas para la división de las tierras entre los Reinos de Castilla y de Portugal.
En los últimos años de la década de los treinta, aún bajo la Unión Ibérica, las autoridades de Madrid decretaron la prisión de Raposo Tavares y de sus compañeros en las expediciones contra Guaíra. Se llegó a pensar en la instalación de un tribunal del Santo Oficio en São Paulo para indiciar a los responsables de las capturas de indígenas, vinculándolos a crímenes de judaísmo.
Con la restauración en Portugal en 1640, se liberó a los paulistas de la presión jesuita apoyada por Madrid.
Lisboa amnistió a los acusados de “crímenes cometidos en las incursiones al interior”, tal como se determinaba por actuación del gobernador Salvador de Sá.
Con la reconquista de Angola en 1648, se recuperaría el flujo negrero de África en dirección a Brasil y disminuyó, en consecuencia, el bandeirantismo de captura de indígenas, iniciándose un período en que las expediciones se concentraron sobre todo en la busca de riquezas minerales.
Raposo Tavares pasaría algunos años en Portugal.
De regreso a Brasil en 1647, recibiría al año siguiente el encargo de organizar una expedición destinada a abrir una ruta en dirección a Perú. Siempre fue objetivo lusitano expandir el área bajo su control en el interior de América del Sur. Además del interés en los metales preciosos hasta entonces desconocidos en Brasil, había el deseo de establecer contacto con los territorios explorados por el colonizador castellano.
Algunos historiadores, sin embargo, niegan la orientación geopolítica de aquella que sería la mayor tarea de Raposo Tavares. Creen, basados en la ausencia de documentos que formalmente vinculen la expedición a instrucciones precisas de Lisboa y en la evaluación contemporánea del Padre Antônio Vieira, que Raposo Tavares originalmente buscaba nada más que apresar indios en las estribaciones de los Andes. Todo el resto habrá sido meramente fortuito. El hecho es que la expedición dejó São Paulo en mayo de 1648. Se componía por doscientos portugueses y alrededor de mil indios armados. Entre 1648 y 1652, en lo que acabó conocido como la Bandeira dos Limites (Expedición de los Límites) o la Bandeira do Norte (Expedición del Norte), Raposo Tavares recorrió prácticamente toda la extensión de América del Sur, alcanzando las laderas andinas y terminando en la Amazonía. Esta Bandeira está rodeada de mitos y de referencias discrepantes entre los historiadores. Hay innumerables versiones sobre su desarrollo. La caminata, de cualquier forma, se inició por el río Tietê en busca de Paraná, de donde alcanzó el Aquidauana. Los hombres de Raposo Tavares ocuparon la misión de Santa Bárbara, destruyeron Santiago de Jerez en la Provincia jesuita de Itatim, en el actual Estado de Mato Grosso do Sul, así como una misión jesuita en las márgenes de río Apa. A pesar de acosado y atacado por los indios guaranís y por las fuerzas españolas, Raposo Tavares consiguió llegar a la región de Corumbá en abril de 1649. A partir de Corumbá, los cronistas divergen en cuanto al camino preciso seguido por la expedición. Algunos creen que Raposo Tavares atravesó el Chaco, exploró algunos de los ríos de la región de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) y que llegó a subir los Andes en busca de Potosí.
Otros creen que los bandeirantes se perdieron en los pantanos de la región del Alto Paraguay (Pantanal) y que de ahí directamente descendieron el río Madeira en dirección al Amazonas. Algunos relatos dan cuenta de la presencia de Raposo Tavares en Quito en 1651.
Algunos creen incluso que pueda haber llegado a las orillas del Pacífico, donde algunos relatos llegan a afirmar que habría lavado simbólicamente las manos. De Quito, habría descendido lentamente el Amazonas, explorando varios de sus afluentes, incluyendo el Río Negro. Las versiones divergen bastante sobre lo que realmente habrá acontecido.
Lo cierto es que un hermoso día del año de 1652, Raposo Tavares llegó al Fuerte de Gurupá, en la desembocadura del río Xingú, en las cercanías de Belém, capital del actual estado de Pará, en compañía de apenas cincuenta y seis blancos y mamelucos y de algunos indios. Los restantes habían perecido a lo largo de una expedición sin precedentes y sin igual en la historia colonial americana. De Belém, según estiman algunos cronistas, tuvo que alcanzar Lisboa para desde allí volver a São Paulo. A su regreso a sus tierras paulistas, tal como el Ulises de la Odisea homérica, estaba tan depauperado físicamente que, reza la tradición, sus amigos y su familia mal le reconocieron. En 1658 fallecería, según consta, pobre y amargado por el fracaso de su tarea final.
Algunos historiadores, resaltando el hecho de que la Bandeira do Norte no aportó ningún beneficio real para Raposo Tavares ni para los paulistas en general, le dan el calificativo de Bandeira inútil. Se jactan, para ello, del parecer expresado por Salvador Correia de Sá ante un requerimiento formulado años más tarde por uno de los lugartenientes de Raposo Tavares, Antônio Pereira de Azevedo, para ocupar el cargo de proveedor de la Hacienda de la Capitanía de Espírito Santo, en el cual alegaba haber formado parte de la formidable expedición como razón de mérito. Salvador de Sá aconsejó la concesión de la petición del solicitante pero por otras razones, ya que en sus palabras, no debería haber “merito ni satisfacción” por la participación en una expedición “nula e inútil”.
Inútil, gigantesca, nula, jactanciosa, estratégica, cualquiera que sea el calificativo, la Bandeira dos Limites sería la última de las grandes incursiones bandeirantes por el interior del continente. Figura emblemática de un proceso de ocupación que dilató las fronteras del espacio luso-brasileño en América del Sur, Raposo Tavares siempre despertó controversia.
En vida, luchó contra la hostilidad del medio y contra los jesuitas. Muerto, es hasta hoy objeto de polémica entre los historiadores. Unos, como Taunay, Cortesão y Oliveira Vianna, ven en él al prototipo del “hombre brasileño” del interior, del paulista desbravador y visionario, de los hombres que poblaron los límites meridionales de Brasil y los campos de Iguaçu, que conquistaron los valles del centro-oeste y unieron las grandes cuencas platina y amazónica.
Cassiano Ricardo exalta su papel histórico, responsabilizándolo no solamente por los títulos que después valdrían para el establecimiento definitivo de las fronteras brasileñas, sino también por lo que califica de “desteocratización” de Brasil, gracias al alejamiento de los jesuitas, cuya permanencia podría haber conducido a la formación de un inmenso “estado paraguayo” en tierras hoy brasileñas. Otros, menos allegados a la creación de mitos históricos, reconocen en Raposo Tavares por encima de todo el aventurerismo, la audacia y la sed de riqueza. Ambas imágenes no son excluyentes. En verdad, se complementan para explicar una de las mayores figuras del proceso de expansión y consolidación del territorio en el cual vendría a establecerse en el siglo xix el Brasil independiente.
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Luiz Felipe de Seixas Correa