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Humbelina Altolaguirre Rezola

Biografía

Altolaguirre Rezola, Humbelina. Ataún (Guipúzcoa), 25.VI.1877 – Talavera de la Reina (Toledo), 30.XII.1972. Religiosa cisterciense (OCist.), lega, mística, acto heroico de caridad.

Descendiente de una modesta familia vasca, le impusieron en el bautismo el nombre de Hilaria, cambiándolo por el de sor Humbelina al ingresar en el claustro. Educada en sincera piedad, no obstante siguió la corriente del mundo como cualquier otra joven.

Pero el ingreso de una compañera en la vida religiosa le hizo cambiar e inclinarse hacia ese mismo estado religioso que antes rechazaba. Ingresó en el monasterio cisterciense de la Encarnación, en Talavera de la Reina. A pesar de que apenas entendía castellano —por haberse criado siempre en la aldea—, se encontró allí con otra joven del mismo pueblo, que ya dominaba bastante el español y le fue enseñando al menos para defenderse, aunque le costó mucho, porque al cabo de muchos años solía decir con gracia: “Español no saber, vascuence olvidar”. Desde el primer momento se adaptó perfectamente a las prácticas impuestas por la regla, sin renunciar a su carácter alegre y festivo, que fue la nota distintiva de toda la vida.

Como la situación económica de la familia no daba para costear la dote de monja de coro, aceptó de buen grado la clase de hermana lega, convencida de que en ese puesto humilde podía llegar a ser santa, y no se equivocó, por haber tratado de vivir esa vocación con toda la perfección posible, sin ansiar jamás pasar al estado de monja de coro. Feliz se hallaba sacrificándose a diario en la cocina por el mundo, cuando en 1936 estalló el Movimiento Nacional, cuyos resultados son conocidos. Talavera estuvo en los primeros meses en la zona sometida al gobierno, donde se persiguió con saña a la Iglesia y corrieron ríos de sangre de sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos. También las religiosas sufrieron lo suyo, si bien no tanto como los religiosos, al menos se les respetó la vida, aunque no siempre, pues son también algunos centenares de mujeres las que sufrieron la muerte por mantenerse fieles a Cristo.

Sor Humbelina tuvo que soportar todas las persecuciones desencadenadas contra las almas consagradas, sobre todo la expulsión de 1936 con todas sus penalidades, porque si bien las religiosas de la Encarnación fueron respetadas los primeros días, no tardaron en ser expulsadas del monasterio y llevadas a Madrid, habiendo experimentado la lobreguez de las cárceles, destinándoselas a las distintas prisiones improvisadas en edificios religiosos. No obstante, se puede decir que, a pesar de que estuvieron detenidas en las cárceles, ninguna fue martirizada, sino que sólo les tocó sufrir insultos, vejaciones, carencia de lo más necesario y no pocos peligros de todo género. Es digna de resaltar la actitud de esta monja —a quien se le volvió a llamar Hilaria, como en el mundo—. Por cierto, su apostolado en las cárceles fue tan fuera de serie, que de él se hace eco monseñor Montero, arzobispo de Badajoz, cuando escribe: “Llegó a ser una verdadera institución en Conde de Toreno la célebre H.ª Hilaria, lega del convento de bernardas de Talavera de la Reina. Estaba encargada de proveer a las reclusas recién llegadas de los enseres personales más indispensables, escudillas, plato, vaso y colchoneta. También lavaba la ropa que dejaban al salir. Mujer piadosísima, de un espíritu religioso nada común y una abnegación y caridad admirables, era, según recuerdan las esclavas, paño de lágrimas de todas las vecinas de la casa, no excluidas las milicianas y empleadas”.

Se hizo famosa en todos los ambientes, y realizó una fecunda labor apostólica entre las religiosas y religiosos detenidos. Con las anécdotas curiosas que contaba de esos días se podría hacer una apasionante novela.

La alegría que llevó siempre en el convento la acompañó a la cárcel, alegrando cuanto pudo la vida de sus semejantes. Un detalle evidencia el talante que distinguía a la famosa Hilaria. Antes de ponerla en libertad, logró que la colocaran en Madrid al servicio de cierta dama de alta alcurnia, la cual, al verla tan alegre y simpática, le permitía incluso vestir prendas de las más elegantes que tenía en el armario; y la monja, que tenía un tipo esbelto, gozaba de salir al balcón bien ataviada para que las gentes la admiraran y confundieran con la marquesa. Por ello se puede comprobar cómo la santidad no está reñida con la alegría. Al ponerla en libertad, y antes de volver al monasterio, la autorizaron para visitar su pueblo Ataún, después de casi cuarenta años fuera de él, pero permaneció allí poco tiempo, porque ansiaba regresar a su monasterio a internarse de nuevo en su cocina, donde hallaba la verdadera paz de espíritu. Así lo hizo en el momento que los superiores le comunicaron que ya podía regresar a su puesto. Volvió a su vida aparentemente monótona de la cocina, pero llena de méritos y sumergida en una honda espiritualidad. Iba a poner un broche de oro a su larga vida dando un ejemplo admirable de amor al prójimo.

Ya muy anciana, hallándose el capellán de la comunidad extremadamente grave, lo pensó seriamente, y con la confianza que tenía con el Señor se atrevió a decirle: “Mira, Señor, yo ya no sirvo para nada en la tierra, y en cambio este santo sacerdote todavía puede hacer mucho bien a las almas: Ofrezco mi vida por él”. El Señor la escuchó, se curó el sacerdote mientras ella enfermó gravemente y a los pocos días consumó su carrera mortal, falleciendo víctima de aquel acto heroico de caridad. El propio capellán, obtenida su salud por ella, pudo hasta oficiar los funerales lleno de admiración y agradecimiento hacia esta santa hermana.

En su homilía no pudo menos de ensalzar las virtudes de aquella humilde religiosa a quien había conocido durante tantos años. Entre los muchos testimonios que se prodigaron aquellos días a la comunidad, con motivo de la muerte de sor Humbelina no se puede silenciar uno de un sacerdote que la trató espiritualmente muchos años, el cual dejó escritas estas frases candentes: “Estimada Madre: Pasad y no hagáis duelo, / porque vayan los ángeles al cielo, / como sor Humbelina. / Cosecha de Dios”.

 

Bibl.: Sor Teresita Pascual, Sor Humbelina Altolaguirre Rezola (Semblanza inédita, en el archivo del Monasterio de la Encarnación de Talavera de la Reina); A. Montero, Historia de la Persecución Religiosa en España 1936-1939, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1961, pág. 380; D. Yáñez Neira, “Sor M.ª Altolaguirre Rezola”, en Cistercium, XXXVII (1985), págs. 139-163; El Monastertio Cisterciense de la Encarnación. La célebre Hilaria, Talavera de la Reina, Monasterio de la Encarnación, 2002, págs. 115-138.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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