Alarcón de Covarrubias, Francisco de. Valladolid, 29.III.1589 – Córdoba, 18.V.1675. Maestre escuela y canónigo de Cuenca, inquisidor, obispo de Ciudad Rodrigo, de Salamanca, de Pamplona y de Córdoba, virrey interino de Navarra y consejero de Castilla.
Hijo de Diego Fernández de Alarcón, señor de Valera, del Consejo de Castilla bajo Felipe II, y de Catalina de Covarrubias y Leyva, y sobrino de Diego de Covarrubias y Leyva, obispo de Cuenca y presidente del Consejo de Castilla, y de Antonio de Covarrubias y Leyva, vicario general del arzobispado de Sevilla. Se decía biznieto del famoso general Hernando de Alarcón (1466-1540), cuyo mausoleo en Palomares de Huete (Cuenca) mandó reedificar en su memoria.
Cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, y se doctoró en Cánones por la Universidad de Salamanca (4 de febrero de 1610). Obtuvo un canonicato en la catedral de Cuenca, de donde era originario el linaje, y la dignidad de maestre escuela por coadjutoría de su tío Sebastián de Covarrubias (del que disfrutó por espacio de treinta y tres años). Gozó de una renta de mil quinientos ducados, entre una pensión real sobre el obispado de Córdoba y unos beneficios que le cedió su tío. En 1623 consiguió el cargo de consultor de la Inquisición de Cuenca, y el 7 de mayo de 1626 fue nombrado para el Consejo de Castilla.
Por su condición, los colegiales doctorados en Cánones disfrutaban de todas las oportunidades para obtener un puesto en la Administración, iniciando la carrera en algun tribunal y anhelando terminarla como oidores en una chancillería, o alcaldes del Crimen o fiscales. Francisco de Alarcón fue juez metropolitano del arzobispo de Santiago de Compostela, abogado de la chancillería de Granada durante veintidós años, antes de ser oidor, y también ejerció de fiscal real.
En julio de 1631 fue designado uno de los diecisiete miembros de la Junta sobre abusos de Roma y Nunciatura, junta creada en el momento de máxima tensión con el Papado, para analizar todos los problemas que enfrentaban a la Monarquía española y a la Santa Sede. Las funciones de dicha junta concluyeron en septiembre de 1632 con la emisión de un voluminoso dictamen a través del cual se vierte todo el ideario político- eclesiástico de aquella época. El 18 de enero de 1635 era nombrado inquisidor de Barcelona, siéndolo sucesivamente de Valencia (29 de agosto de 1636), y de Madrid (septiembre de 1638).
En julio de 1638, Felipe IV le nombraba uno de los jueces en la causa que le enfrentaba al Consejo de la Inquisición sobre el lugar donde se debían reunir el oidor e inquisidor para determinar las competencias; la comisión todavía le ocupaba tiempo a mediados de octubre de 1639, hecho por el cual se le nombró como sustituto en el Consejo de Castilla a Sebastián Zambrana. El 15 de diciembre siguiente es propuesto y aceptado para ejercer de juez en el pleito entablado entre el fiscal de S. M. y Diego de Vergara Gaviria.
En recompensa a sus servicios obtuvo el nombramiento de obispo de Ciudad Rodrigo, en 1636, sede de la que no tomó posesión hasta el 4 de julio de 1640. La época de su ejercicio pastoral coincide con un período bélico muy delicado, en el cual el Monarca se servía de los obispos para alentar la empresa de su causa política. Como sucediera en Barcelona, Tortosa o Tarragona, el nuevo obispo de Ciudad Rodrigo ocupaba un puesto de enorme influencia, aunque en el frente de Portugal. Sus mayores desvelos al servicio de la Corona se materializaron en la construcción de un fuerte en Gallegos, a su costa, para defensa territorial de su diócesis, concluido en 1646.
También fundó un hospital para la cura de soldados heridos, y no cejó de recorrer todo el obispado proveyendo remedios y consuelos para paliar los estragos que la guerra causaba. En septiembre de 1642 el maestre de campo general del ejército de Galicia, Pedro Carrillo de Guzmán, le informa de los movimientos de las tropas portuguesas rebeldes, y un año más tarde intervino en el traslado de infantería al frente de Badajoz y al ejército de Sevilla. En 1645 fue promovido al obispado de su ciudad natal, Valladolid, sede que no llegó a ejercer debido a que su sustituto en Ciudad Rodrigo, el padre Juan Merinero, general de los Franciscanos, no aceptó. Merinero acabaria en Valladolid en febrero de 1647, mientras que Alarcón obtenía las bulas para el obispado de Salamanca el 18 de octubre de 1645. En noviembre del siguiente año se halló presente en Madrid, en las honras fúnebres del príncipe Baltasar Carlos.
En 9 de febrero de 1647 tomó posesión del obispado de Salamanca, y “fue muy acepto en aquella gran Universidad, que le veneraba, experimentada de sus grandes talentos, y prudencia, desde el tiempo de sus estudos”. Allí visitó la diócesis y corrigió diversos abusos, sin tiempo para nada más, ya que en 15 de junio de 1648 era designado para el obispado de Pamplona.
El 24 de agosto prestaba juramento en Madrid y partía hacia Pamplona, tomando posesión de la sede el 3 de septiembre, y ejerciendo interinamente de virrey hasta la llegada del titular designado, el duque de Escalona, en junio de 1649. Durante los nueve años de su episcopado navarro, las gestiones más relevantes que llevó a cabo fueron la supresión de la dignidad de tesorero, para aplicar sus rentas a la Sacristía (1649), la visita que giró a la diócesis en 1649, y el establecimiento de san Francisco Javier y de san Fermín como patronos de Navarra, tras una agria polémica suscitada por los jesuitas, la Diputación Foral y el ayuntamiento pamplonés, que se zanjó con una concordia (13 de marzo de 1656). En 1652, presidió las Cortes de Navarra, y dos años más tarde se vio envuelto en una violenta disputa con el Consejo Mayor de Navarra por una cuestión sobre inmunidad local en la villa de Falces. Por otro lado, sus relaciones con el cabildo navarro siempre fueron excelentes, en prueba de ello, les libró mil ducados para la fundación de un aniversario perpetuo (1 de octubre de 1656). A pesar de su carácter sedentario, efectuó un viaje a La Mancha para asistir a la colocación de la primera piedra de la capilla de Nuestra Señora del Sagrario (verano de 1654), habiendo contribuido liberalmente a su construcción. También se desplazó a Madrid en octubre de 1656 para gestionar la obtención de una renta a favor de su sobrino.
Nombrado obispo de Córdoba a 8 de junio de 1657, entró en dicha ciudad el primero de abril siguiente, siendo solemnemente recibido por el cabildo dos días más tarde. Desde su nueva sede episcopal tuvo oportunidad de servir de nuevo a su Rey con un importante donativo de dos mil ducados para el socorro de la plaza de Badajoz, entonces asediada por los portugueses; el levantamiento del sitio fue ocasión para celebrar un Te Deum laudamus en octubre. Más tarde, en 1666, a requerimiento de la Reina gobernadora, levantó una compañía de soldados de cien hombres y los condujo al puerto de Cádiz, manteniéndola a su costa hasta febrero de 1668. Acometió igualmente la tarea de celebrar un sínodo (junio de 1662), último que se organizara en dicho obispado, cuyas constituciones mandó publicar en 1667.
Durante su episcopado llevó a cabo numerosas obras en su iglesia-catedral. En 1660 impulsó la obra de la torre de la catedral, desde la parte donde se había colocado el reloj hasta arriba, obra que se concluyó en mayo de 1664, coronada con la figura del arcángel san Rafael. Asimismo, mandó construir un órgano, unas banquetas forradas de terciopelo para el cabildo, unas rejas de bronce para el coro, capilla mayor y crucero y una danza de arcos junto a la capilla de San Clemente, y también mudó la Audiencia al Salón. Fuera de la catedral, no dudó en acometer otras obras de no menos importancia. Hizo reedificar a su costa el Hospital de Incurables de San Jacinto, por orden suya se hicieron los retratos de los obispos de la sede cordobesa, y también se delineó un mapa del obispado, que imprimió Luis David Hosfrichter.
De carácter pío y liberal, Alarcón donó doce mil ducados al Hospital de mujeres de San Lázaro (1664), acomodó en Córdoba a las religiosas del Císter consiguiendo para ello bula del Santo Padre y dotándolas de constituciones (20 de diciembre de 1671), y también proveyó de reglas al colegio de Huérfanas y al de San Pelayo Mártir, contribuyó a la fábrica de la iglesia de los Trinitarios Descalzos (1672), e hizo sustanciosos donativos a la Iglesia de Cuenca (1674) y a la de Salamanca. Por su natural afable y pacífico supo entenderse con el cabildo, y resolver los litigios que enfrentaban a sus miembros llegando a una concordia que satisfizo a todos, a 19 de mayo de 1670.
Murió entre las cuatro y las cinco horas de la mañana del 18 de mayo de 1675, tras una semana de agonía sobrevenida por “supresión de orina”. Instituyó heredera a la Iglesia de Córdoba, legando más de veinte mil ducados al cabildo para dotación anual de seis huérfanas. A pesar de haber dispuesto su entierro en su capilla de Palomares de Huete, su cuerpo se depositó en la capilla del Sagrario. Dejó dos sobrinos, Fernando de Alarcón (hijo de su hermano Fernando) y Luis de Alarcón, licenciado, colegial mayor de San Ildefonso de Alcalá, que le hizo de vicario general en Pamplona hasta 1649. El obispo Francisco de Alarcón ha sido frecuentemente confundido en nuestra historiografía por un coetáneo del mismo nombre y apellido, también consejero de Castilla.
Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España, Manuscritos, “Sucesos por años, 1642”, leg. 2.332, n.º. 219; leg. 2.374, n.º. 157; Biblioteca de la Real Academia de la Historia, En la villa de Madrid [...] [auto del 11 de agosto de 1622]; Don Philipe [...] Rey de Castilla [...] Sepades q. el señor Francisco de Alarcon nuestro Fiscal, nos hizo relacion, que estando proveydo por los Sacros Canones, leyes destos nuestros Reynos, capitulos de Millones, que no se pudiessen hazer nuevas fundaciones, ni translaciones de conventos, sin licencia eclesiastica y nuestra, aora avia venido a su noticia, q. en contravencion desto [...] [provisión del 30 de marzo de 1623]; Sentencia dada por los Señores del Consejo Real en catorze de enero de 626, por la qual [...] [sentencia del 14 de enero de 1626]; Constituciones synodales del Obispado de Córdoba. Hechas y ordenadas por [...] obispo don Francisco de Alarcon [...] en el synodo que celebró en su palacio episcopal en el mes de junio de 1662 [...], Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1667 (Córdoba: Josef de Galvez y Aranda, 1789).
J. Gómez Bravo, Catálogo de los Obispos de Córdoba, y breve noticia histórica de su Iglesia Catedral, vol. II, Córdoba, Oficina de Juan Rodríguez, 1778, págs. 688-709; Cartas de algunos padres de la compañía de Jesus sobre los sucesos de la monarquía entre los años de 1634 y 1648, en Memorial Histórico Español (Real Academia de la Historia), vols. XIII-XIX, t. III, Madrid, Manuel Tello, 1888-1893, pág. 78; G. Fernández Pérez, Historia de la Iglesia y Obispos de Pamplona, Real y eclesiástica del Reino de Navarra: sucesión de los Reyes y obispos [...], vol. III, Madrid, Imprenta Repullés, 1820, págs. 103-105; J. A. Vicente Bajo, Episcopologio salmantino, Salamanca, Imprenta de Calatrava, 1901, pág. 158; M. Hernández Vegas, Ciudad Rodrigo: la catedral y la ciudad, Salamanca, Imprenta Comercial Salmantina, 1935, pág. 186; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España. Desde sus orígenes hasta el fin del reinado de Alfonso XIII, vol. II, Madrid, Revista de Occidente, 1952, I, pág. 73; Diccionario de Historia de España, vol. III, Madrid, Alianza Editorial, 1979, I, pág. 83; J. Fayard, Los miembros del Consejo de Castilla (1621-1746), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1982, págs. 58-60, 309, 500 y 508; VV. AA., La España de Felipe IV, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXV, Madrid, Espasa Calpe, 1982, pág. 621; J. Goñi Gatzambide, Historia de la Iglesia y Obispos de Pamplona: siglo XVII, vol. IV, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1987, 126-252; A. Heredia Herrera (dir.), Catálogo de las Consultas del Consejo de Indias (1637-1643), Sevilla, Diputación Provincial, 1990, págs. 280 y 302; I. Vicent López, “Alarcón, Francisco-José de”, en M. Artola, Enciclopedia de Historia de España, vol. IV, Diccionario Biográfico, Madrid, Alianza Editorial, 1991, pág. 25; VV. AA., Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana, vol. IV, Madrid, Espasa Calpe, 1991, págs. 29.
Manuel Güell Junkert