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Rafael Correa y García

Biografía

Correa y García, Rafael. Ceuta, 1.XII.1832 – Madrid, 17.IV.1899. Teniente general de Artillería, gobernador militar de las plazas de Sevilla y Badajoz, comandante general de Ceuta y jefe del Cuarto Militar de la reina María Cristina.

Rafael Correa y García, era hijo del brigadier Correa y Loy, y al igual que su padre ingresó como cadete el 20 de diciembre de 1846 en el Real Colegio de Artillería de Segovia. Cinco años después fue promovido a subteniente, pasando entonces como alumno a la Escuela de Aplicación de Artillería. En 1859, con el empleo de teniente, fue destinado al recién creado 5.º Regimiento Montado de Artillería, al que se incorporó en Madrid, haciendo su servicio de guarnición en la Corte y en el conocido cantón de Vicálvaro.

Con el general O’Donnell en el Gobierno (dentro de una nueva etapa de corte moderado en el reinado de Isabel II, que se prolongaría hasta la revolución liberal de 1868), el 22 de octubre de 1859 daba comienzo la guerra de Marruecos, intervención militar destinada principalmente a la reafirmación de España como potencia en el territorio norteafricano, donde prestó servicio el teniente Correa y García. Las hostilidades fueron suscitadas por uno de los innumerables conflictos fronterizos provocados por los actos vandálicos de los cabileños de la zona en Ceuta. Correa había sido enviado a la División de Reserva del Cuerpo Expedicionario destinado a las costas africanas, que mandaba el general Juan Prim. Tras desembarcar en Ceuta en el mes de diciembre, fue comisionado para proteger los trabajos de construcción de un camino hacia Tetuán. Este ejército, cuyo general en jefe era el propio O’Donnell, ascendía a 45.000 efectivos. El avance resultó difícil a causa de las constantes lluvias y los fallos en el aprovisionamiento de las tropas, a pesar de ello, se saldaron con éxito varias acciones preliminares, como las de las alturas de los Castillejos y del Serrallo, en las que participó el teniente Correa. No obstante, la batalla más importante en que se distinguió, también favorable para los españoles, tuvo lugar el 1 de enero de 1860 en el valle de los Castillejos, por la que fue recompensado en el mismo campo de batalla con el grado de capitán de Infantería. Posteriormente, intervino en la ocupación de Tetuán con la División de Vanguardia y en otras operaciones menores de aquel año a las órdenes de los generales Rubin de Celis y Ríos.

Por los méritos contraídos en esta campaña ganó la concesión de la Cruz de 1.ª clase de San Fernando, ascendiendo a comandante de Infantería por su distinción en Castillejos. Las victorias de Tetuán y de Wad-Ras, y la consiguiente firma del Tratado de Tetuán el 26 de abril de 1860, dieron por finalizado el enfrentamiento. Marruecos reconocía la soberanía española sobre sus enclaves norteafricanos, algo ampliada, además de la concesión de un territorio en la costa atlántica frente a Canarias, una indemnización de guerra y un tratado de comercio favorable a España.

Tras un breve período en que estuvo comisionado en la fábrica de armas de Orbaiceta en Navarra, Correa y García cruzaba el Atlántico en julio de 1863 hacia Santo Domingo, habiendo sido promovido a comandante de Artillería. Aquél sería el comienzo de una prolongada estancia en las provincias de Ultramar, que finalizaría con múltiples reconocimientos y honores para este militar. A pesar de haber sido destinado en un principio a la isla de Puerto Rico, en calidad de supernumerario a la espera de una vacante, el capitán general de Santo Domingo le reclamó con urgencia para atender las operaciones de campaña en la región. Este departamento había sido reincorporado a la Corona española dos años antes.

De esta forma, Rafael Correa fue nombrado comandante de Artillería del campamento atrincherado de Puerto Plata —en la costa norte— cuyo principal bastión era la fortaleza de San Felipe, participando en todos los hechos de armas que allí acontecieron. De hecho, no abandonó el campo de batalla hasta el término de esta guerra civil, en 1865, resultando herido en dos ocasiones, una de ellas de gravedad, durante un cañoneo sostenido contra las baterías rebeldes. Como consecuencia de su destacada actuación, se le concedieron entonces el grado de teniente coronel de Infantería y la Cruz de caballero de la Orden de Carlos III, por los méritos contraídos en su actuación del 16 de marzo de 1864 en esta plaza. Sin embargo, el conflicto no acabó de resolverse satisfactoriamente para los españoles, decretándose en definitiva la derogación de la anexión de Santo Domingo.

La isla de Cuba fue el siguiente destino en la ajetreada vida militar de Rafael Correa, desempeñando en un primer momento el cargo de comandante de Artillería del castillo del Morro y la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, en La Habana. Mientras en la Península se produjo el derrocamiento de Isabel II y el comienzo del Sexenio Revolucionario (1868-1873), se desencadenó en Cuba un intento de secesión favorecido por la inestabilidad que generó el destronamiento de la Reina. En España, un gobierno provisional presidido por el general Serrano, tomó las riendas de la política hasta la elección de Amadeo de Saboya como Rey en noviembre de 1870.

El movimiento insurreccional cubano, que dio comienzo en octubre de 1868 con el levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes en Yara, no tardaría en extenderse a gran parte de la isla, dominando en las provincias de Oriente y Camagüey, con centro en Guantánamo. Ese mismo año, Correa y García entró en acción como comandante de Artillería de las fuerzas en operaciones mandadas por el general conde de Valmaseda —capitán general interino de Cuba—, interviniendo en las operaciones sobre Bayamo y hechos de armas de Ripio, Tana, Montes de Dolores y Rompe, por las que se le concedió la Cruz sencilla de la Orden Militar de San Hermenegildo. La guerra se prolongó durante una década, a lo largo de la cual el comandante Correa tuvo ocasión de participar en múltiples acciones, entre las que cabe destacar la de Saladillo (8 de enero de 1869), por la que se le otorgó la Cruz de 2.ª clase del Mérito Militar; las que dirigió al frente de la Artillería de las columnas de operaciones del Departamento Oriental; la operación de las Ciénagas de Buey (mayo de 1870), en persecución de los cabecillas rebeldes Díaz y Máximo Gómez; o la conducción de los tres primeros convoyes a la ciudad de Victoria de las Tunas por la columna del coronel José María Velasco, en 1871. Por todas estas intervenciones mereció el empleo de coronel del Ejército. Finalmente en abril de 1874 volvería a la Península, tras haber cumplido el tiempo obligatorio de su servicio en Ultramar y a punto de iniciarse en España el reinado de Alfonso XII, que puso fin a la primera experiencia republicana. A su regreso, al coronel Correa se le concedió el título de la Encomienda ordinaria de la Orden de Carlos III. El cese de hostilidades y el pleno restablecimiento de la situación española en la isla no se produjeron hasta el refrendo del Convenio de Zanjón, entre el 10 y el 12 de febrero de 1878. Correa tendría aún tiempo de volver a la campaña cubana.

Ya en España, estuvo destinado como director en comisión del Parque de Artillería de Zaragoza, no tardaría en verse envuelto en nuevas operaciones militares, cuando en diciembre de 1875 fue destinado al Ejército de la Derecha, al mando del 5.º Regimiento Montado, dotado con ocho piezas de artillería.

La opción dinástica carlista aún no había sido desterrada del panorama político español, y en abril de 1872 había tenido lugar un nuevo alzamiento en el País vasco-navarro y en determinados núcleos montañeses de Cataluña y Levante, dirigido por el candidato al trono, nieto de Carlos María Isidro, Carlos VII, y su hermano Alfonso Carlos. Así se desencadenó la Tercera Guerra Carlista, que se prolongó hasta febrero de 1876, una vez restaurada la Monarquía en la persona de Alfonso XII de Borbón. Los ejércitos de Joaquín Jovellar y de Arsenio Martínez Campos dominaron las tierras del Maestrazgo y Cataluña y, posteriormente, una fuerte ofensiva sobre Vizcaya y Guipúzcoa, acabaría con las tropas del tradicionalismo carlista.

En enero de 1876, Rafael Correa asistió con la columna del Brigadier Moreno de Villar al reconocimiento del monasterio de Irurzun en Navarra, haciéndose con material abandonado por las debilitadas fuerzas enemigas. En la misma zona, durante el mes de febrero, participó asimismo en las acciones de las alturas de Abárzuza, Santa Bárbara de Oteiza, La Solana, Montejurra, Estella y Pamplona. Por su intervención en esta campaña le fue concedida la Cruz de 2.º orden del Mérito Militar, además de la Medalla de Alfonso XII con los pasadores de Santa Bárbara y Estella. Carlos VII se vio obligado a emigrar a Francia tras haber sido vencido en el campo de batalla, lo que permitió al artífice de la Restauración Monárquica, Antonio Cánovas del Castillo, asestar el último golpe a los fueros, avanzando hacia la centralización del Estado.

Por otra parte, el fin de la Guerra Carlista facilitó concentrar los esfuerzos militares en la guerra que el ejército Español —bajo el mando del general Martínez Campos— libraba en Cuba contra los rebeldes, entre los que destacó el general mestizo Antonio Maceo.

En este contexto, Correa de nuevo ocupó destino en el Ejército de Operaciones en la isla, en octubre de 1876, con el empleo de teniente coronel de Artillería.

Ya en La Habana fue nombrado Jefe de la media brigada de la Trocha de Júcaro a Morón, a las órdenes del entonces brigadier Alejandro Rodríguez Arias.

A lo largo del siguiente año desempeñó un papel relevante en las operaciones a retaguardia de la Trocha, además de intervenir en Guaimaro bajo mando del brigadier Esponda, destacando en el combate de Palma Hueca, el 23 de abril. Con el empleo de brigadier, mandó la 1.ª Brigada de las Villas de Sancti- Spiritus y Remedios, persiguiendo a la partida del rebelde Ramón Leocadio Bonachea. Su actuación en esta campaña le hizo merecedor de la Gran Cruz del Mérito Militar.

Sin embargo, su delicado estado de salud motivó su regreso a la Península en abril de 1879. A partir de aquel momento, según refleja su Hoja de Servicios conservada en el Archivo General Militar de Segovia, los cargos más importantes que desempeñó fueron los de jefe de la 2.ª brigada de la 2.ª división del Ejército de Cataluña; director de la Conferencia de Oficiales de Infantería de Barcelona; jefe de la 2.ª brigada de la 4.ª división del Ejército de Castilla la Nueva; o jefe de la 2.ª brigada de la 2.ª división del Ejército de Valencia, ya en 1883. Un año antes le había sido otorgada la Gran Cruz de San Hermenegildo.

A partir de 1884, en su carrera militar se inicia una nueva etapa al comenzar a prestar servicio en la Casa Real, siendo nombrado ayudante de campo de Alfonso XII. De esta forma, acompañó al Soberano en sus viajes políticos, como el que realizó en 1885 a las provincias de Málaga y Granada, con motivo de los terremotos allí sucedidos. La fuerte conmoción que produjo en todo el país la prematura muerte del Monarca, en noviembre de aquel año, fue vivida en primera persona por el brigadier Correa, que se trasladó a los Reales Sitios del Pardo, Madrid y El Escorial, acompañando al real féretro. María Cristina de Habsburgo- Lorena, su segunda esposa, ocupó la Regencia durante la minoría de edad del sucesor, hasta 1902. Por el Pacto del Pardo, entre Antonio Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta, se acordaba el establecimiento de un pacífico turno de partidos en el poder entre conservadores y liberales.

En aquel contexto político, Rafael Correa y García fue nombrado jefe del Cuarto Militar de la Reina Regente, encargándose de importantes cometidos profesionales, como la preparación de las operaciones militares de los miembros de la Familia Real, o el establecimiento y organización de las relaciones de carácter militar con las autoridades políticas correspondientes; además de tener directamente bajo sus órdenes a la Guardia Real. Sin embargo, el desempeño de estas funciones se interrumpió cuando el brigadier fue destinado por última vez a la isla de Cuba, como comandante general de las Villas. En 1887 pasó a ocupar el puesto de gobernador civil de la provincia de Santa Clara. Al año siguiente, Correa se encontraba de nuevo en España ya resentido en su estado de salud, a pesar de lo cual ocuparía varios cargos sucesivamente, entre los que cabe señalar los de inspector interino de la Caja General de Ultramar; gobernador militar de la provincia y plaza de Sevilla, y más tarde de la de Badajoz; o comandante general de la plaza de Ceuta. En 1889 ascendió a general de división y en 1896 a teniente general.

Finalmente, en 1897, volvió a la Casa Real, a ocupar el puesto de jefe del Cuarto Militar de la reina María Cristina, que ya desempeñó hasta su muerte.

Eran años difíciles para España, envuelta en las guerras contra las sublevaciones independentistas americanas y filipinas, para terminar con el fin del imperio colonial, que el general Correa aún llegó a vivir desde este destino en el último año de su vida.

En abril de 1899 este ilustre artillero falleció como consecuencia de una enfermedad cardíaca. En su entierro le fueron tributados honores de teniente general con mando en plaza.

 

Bibl.: La Ilustración Española y Americana, XV (abril de 1899), pág. 231; J. Vigón, Un personaje español del siglo xix (el Cuerpo de Artillería), Madrid, CIAP, 1930; Historia de la Artillería española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947, 3 vols.; Historia de las campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1981, 3 vols.; VV. AA., Al pie de los cañones. La Artillería española, Madrid, Tabapress- Ministerio de Defensa, 1993; J. P. Fusi y J. Palafox, 1808- 1996: el desafío de la modernidad, Madrid, Espasa Calpe, 1997; E. Ruiz de Azúa, “La Unión Liberal y el agotamiento del modelo moderado”, en VV. AA., Historia contemporánea de España (siglo xix), cap. 15, Barcelona, Ariel, 1998; E. Hernández Sandoica, “La política ultramarina de la Restauración. Los hombres, las ideas, los intereses”, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de don Ramón Menéndez Pidal, t. XXXXVI, Madrid, Espasa Calpe, 2000; J. Canal, El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza Editorial, 2000.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada

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