García Rico, Juan Bautista. Juan Bautista de la Concepción. Almodóvar del Campo (Ciudad Real), 10.VII.1561 – Córdoba, 14.II.1613. Trinitario (OSTD), reformador de su Orden, místico, escritor y santo.
San Juan Bautista de la Concepción ha pasado a la historia como el reformador de la Orden de la Santísima Trinidad, pero su obra literaria lo coloca también en una posición destacada entre los grandes místicos del Siglo de Oro de España. Su trayectoria existencial se inscribe en el contexto de la Iglesia postridentina y de la España de Felipe II y Felipe III. Nació en el seno de una numerosa familia de Almodóvar del Campo (Ciudad Real), emparentada por parte de padre (Marcos García Gijón) con san Juan de Ávila (hijo único de Catalina Gijón). Ya en su adolescencia se relacionó con los carmelitas descalzos de Almodóvar, cuyo hábito deseó vestir. Allí conoció, en junio de 1576, a santa Teresa de Jesús, que visitaba a sus frailes y tuvo a bien hospedarse en el hogar de san Juan Bautista de la Concepción. La santa andariega pronunció en tal ocasión palabras proféticas sobre el futuro del joven, llamado entonces Juan García. Vistió el hábito trinitario en Toledo (28 de junio de 1580) con el nombre de Juan Bautista y allí mismo emitió la profesión religiosa un año después (29 de junio de 1581). Seguidamente, como ya había realizado los estudios filosóficos antes de entrar en el convento (en Baeza y Toledo), fue enviado al colegio universitario que la Orden tenía en Alcalá de Henares, donde cursó cuatro años de Teología.
Ordenado sacerdote y apenas repuesto de una grave enfermedad, los superiores le encomendaron la labor más acorde con sus dotes humanas y su buena preparación doctrinal: la predicación. Fue, así, predicador titular de los conventos de La Guardia, La Membrilla (Ciudad Real) y Sevilla. Aún sin poseer grados académicos, entre los religiosos se le apodaba el Teólogo y, en los conventos y entre sus oyentes, se le tenía por uno de los mejores predicadores de la Orden. Los trinitarios, aun aceptando las directrices generales de reforma del Concilio de Trento, fueron refractarios a introducir en la Orden la severa reforma propugnada por Felipe II. Sólo tardíamente (1594) las provincias españolas decretaron, bajo la presión del Monarca, la instauración de algunas casas de recolección o de vida más austera. Juan Bautista de la Concepción, a pesar de alegrarse por dicha medida de reforma, se resistió a abrazarla, apoyado en su salud enfermiza y en la desconfianza que le merecía la actitud inoperante de los superiores. Tuvo que intervenir Dios con una gracia extraordinaria para hacerle cambiar de vida, en febrero de 1594. Tras vestir el hábito de trinitario recoleto en Valdepeñas (26 de enero de 1596) y después de una dura experiencia como ministro de la casa, en contraste con la línea seguida por los superiores, sostenido por inspiraciones divinas y por el consejo de maestros espirituales, en el verano de 1597 emprendió viaje hacia Roma para solicitar de Clemente VIII la aprobación de la reforma. Tras un largo y azaroso viaje, con insidiosas pruebas para su perseverancia en el proyecto, llegó a la Ciudad Eterna el 21 de marzo de 1598, a la sazón Sábado Santo.
El trayecto existencial de año y medio vivido en Roma estuvo erizado de pruebas humanas y espirituales.
Ya el segundo mes, no pudiendo convivir con los trinitarios calzados, hostiles a sus planes, se refugió en Santa Maria della Scala, casa noviciado de carmelitas descalzos, cuyo prior, Pedro de la Madre de Dios (Villagrasa), le acogió con miras a darle el hábito carmelitano.
Diligenció todas las gestiones y contactos posibles, dentro y fuera de la Santa Sede, mas todo parecía en vano. Estuvo a punto de claudicar pasándose al carmelo descalzo. Por motivos de salud, hubo de alejarse de Roma y pasó un mes en Gaeta (juniojulio de 1598), hospedado por el obispo español del lugar, Juan Gante. Con todo, al fin recibió el espaldarazo de la Santa Sede. El 20 de agosto de 1599, Clemente VIII expidió el breve Ad militantis Ecclesiae regimen, por el que erigía la Congregación de los hermanos reformados y descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, con el fin de que en ella se observara en todo su rigor la regla primitiva. Las instrucciones esenciales comprendían: dependencia de un visitador (franciscano reformado o carmelita descalzo) hasta poder disponer de al menos ocho conventos con doce religiosos cada uno; sucesivamente, la convocación de un Capítulo Provincial, momento de arranque de la autonomía jurídica de la congregación, aún sin desvincularse de la suprema autoridad de la Orden. El nuncio Camillo Caetani nombró al prior general de los carmelitas descalzos, fray Elías de San Martín, visitador apostólico de la naciente congregación (6 de diciembre de 1599) y Juan Bautista le prestó obediencia, como trinitario descalzo, dos días después, en la fiesta de la Inmaculada Concepción. Asumió entonces el apellido “de la Concepción”.
A partir de una terna inicial de frailes, la reforma trinitaria conoció un desarrollo sorprendente, si se computan algunas circunstancias desfavorables: el mal momento político español, la saturación de conventos en las grandes ciudades y, particularmente, la cerrada oposición de los trinitarios calzados, que recurrieron a todo tipo de medios, incluidas la calumnia y la agresión física, para cortar los pasos del reformador.
Desde su profesión como descalzo (18 de diciembre de 1600) Juan Bautista de la Concepción se dedicó a fundar conventos: Socuéllamos, Alcalá de Henares, Villanueva de los Infantes, La Solana, Madrid. Contando los dos primeros que le correspondían en virtud del breve pontificio (Valdepeñas y Biemparada), eran ya siete. A mediados de 1605 logró el octavo asentamiento (Valladolid), con lo que alcanzó el número requerido para formar provincia independiente. Y así fue: sin demora se celebró el Capítulo constituyente en la ciudad del Pisuerga (8 de noviembre de 1605) y de él salió elegido ministro o superior provincial. Por las mismas fechas tuvo su primer venturoso encuentro con el duque de Lerma, que a partir de entonces será su brazo secular protector y su valedor ante Felipe III. El duque se empeñó entonces a su favor con estas elocuentes palabras: “Esté cierto, padre ministro, que, si fuera necesario darle este brazo (señalando el derecho), se lo daré para ayuda a lo que hace”; y, en un encuentro posterior (Rejas, 31 de marzo de 1606), ya regresada la Corte de Valladolid a Madrid, le reiteró su compromiso con otras palabras no menos significativas: “Créame, padre provincial, que le tengo de ayudar a banderas desplegadas, que lo sepa todo el mundo”.
En Olmedo (octubre de 1605), gracias a la mediación del valido, Juan Bautista de la Concepción tuvo su primera entrevista con Felipe III, y escuchó también del Monarca la promesa de favorecer los intereses de la descalcez. Ambos, el Rey y su valido, cumplieron luego lo prometido. A las pocas semanas, Lerma donó al reformador una espaciosa casa, La Quinta, que poseía aneja a los jardines de su palacio de recreo (entre el paseo del Prado y la carrera de San Jerónimo), de la que costeó incluso los trabajos de acomodación y asumió el patronazgo formal de la nueva fundación madrileña (Juan Bautista y el duque firmaron las escrituras correspondientes el 17 de julio de 1606). A primeros de mayo de 1606 el reformador se entrevistó con Felipe III en Aranjuez, “ofreciéndole las ganancias que la Religión había adquirido en este poco tiempo, siendo la que más estimábamos el tener al señor Duque por padre y patrón”. El duque tenía acceso directo desde sus jardines al convento, donde acudió en diversas ocasiones para hablar con su amigo, Juan Bautista, y observar la vida de los frailes.
En algunas de esas visitas lo acompañó el propio Felipe III. El apoyo de Lerma fue también determinante para tres de las fundaciones andaluzas llevadas a cabo por Juan Bautista de la Concepción: Baeza, Córdoba y Granada.
La fidelidad a Dios y a la Iglesia acarreó al santo críticas y vejaciones sin cuento. Llegó a ser apaleado por el superior de los calzados de Valladolid (1605) y traicionado por algunos de sus propios hijos, que, aliados con los no reformados, recavaron del nuncio Decio Carafa la ejecución de una visita extraordinaria (enero-junio de 1608) a la descalcez con intención de aniquilarla. Pero el visitador, el franciscano observante Andrés de Velasco, contrario a reformas, concluyó su tarea certificando la santidad del reformador y el buen espíritu reinante entre los descalzos.
A despecho de las previsiones más pesimistas, Juan Bautista de la Concepción logró instalar a sus hijos en ciudades importantes, máxime centros universitarios, que escogía por obvios motivos vocacionales y formativos: Alcalá, Madrid, Valladolid, Salamanca, Sevilla, Córdoba, Baeza, Granada... De un total de dieciocho dejados a su muerte (uno de ellos en Roma), promovió personalmente la fundación de dieciséis conventos. Una vez concluido su mandato de ministro provincial (noviembre de 1608), anduvo errante, sin cargo alguno, por varias casas hasta que, el 30 de abril de 1610, fue nombrado ministro del convento de Córdoba. En 1611 efectuó con grandes esfuerzos y superando duras pruebas la fundación de la casa de Toledo. Allí conoció al gran pintor Domenikos Theotokopoulos, llamado El Greco, quien, impactado de su figura, quiso plasmar su rostro en el lienzo (Museo del Prado, n.º 2644). El mismo año 1612 el reformador trinitario colaboró en la creación de la primera comunidad de trinitarias descalzas (en Madrid).
Poco después, convaleciente de una dolorosa operación para la extracción de un cálculo renal, fue enviado desde Madrid a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) para tramitar allí una nueva fundación que ofrecía el duque de Medina Sidonia. Las gestiones quedaron inconclusas por orden contraria del provincial, y el santo se retiró al convento de Córdoba, por él fundado, donde falleció el 14 de febrero de 1613. Allí, en la iglesia cordobesa de los trinitarios, se veneran sus restos. Fue beatificado por Pío VII el 26 de septiembre de 1819 y canonizado por Pablo VI el 25 de mayo de 1975.
En su extensa obra literaria, compuesta entre 1604 y 1612, vierte las propias vivencias e inquietudes. Algunos de sus textos espirituales más representativos son La llaga de amor, El conocimiento interior sobrenatural, Diálogos entre Dios y un alma afligida, El recogimiento interior, Algunas penas del justo en el camino de la perfección, La continua presencia de Dios o Tratado de la humildad. De su misión carismática arranca otra rica serie de escritos, algunos en torno al desarrollo de la reforma trinitaria, vista siempre como obra de Dios: Memoria de los orígenes de la descalcez trinitaria, La confianza en Dios en la reforma, Asistencia de Dios a la descalcez trinitaria, Respuesta a seis dificultades sobre la reforma, etc. Otros, acerca de la identidad espiritual de los trinitarios descalzos, son La regla de la Orden de la SS. Trinidad, De los oficios más comunes en la Religión de Descalzos de la SS. Trinidad, Exhortaciones a la perseverancia, etc. Cual destello de su intensa experiencia como prelado (reformador, ministro local y provincial) se presentan muchas de sus reflexiones acerca, justamente, de los prelados o superiores.
Aparte de seis misivas, aún es desconocido su extenso epistolario, que abriría una ventana interesante sobre su polifacética existencia.
Obras de ~: La llaga de amor, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1972; Un maestro de la liberación interior (trad. de J. L. Losada Rodríguez), Madrid, Trinitarios, Curia Provincial, 1977; Dios se da de balde. Pensamientos de san Juan Bautista de la Concepción, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1980; El recogimiento interior, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1981; Obras completas, Madrid, Crítica, 1995- 2002 (Biblioteca de Autores Cristianos maior, vols. 48, 55, 60 y 70).
Bibl.: José de Jesús María, Vida del apostólico varón y venerable padre fray Juan Bautista de la Concepción, Madrid, Antonio de Zafra, 1676; B. Jiménez Duque, “En torno al beato Juan Bautista de la Concepción”, en Revista de Espiritualidad, 15 (1956), págs. 403-408; J. M.ª Martínez Val, El beato Juan Bautista de la Concepción y la Reforma trinitaria, Ciudad Real, Instituto de Estudios Manchegos, 1961; A. de San Juan Evangelista, “Las criaturas en la doctrina ascéticomística del B. Juan Bautista”, en Estudios Trinitarios, 1 (1963), págs. 9-48; B. Porres, “Trinitarios”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 2595; J. Borrego, San Juan Bautista de la Concepción, un santo de la renovación, Roma, Tipografía Editrice, 1975; P. Z abaleta, San Juan Bautista de la Concepción, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1975; M. Fuentes, “Hacia la unión con Dios. El camino de la santidad vivido por Juan B. de la Concepción”, en Estudios Trinitarios (ET), 10 (1976), págs. 286-312; J. J. Sánchez, “S. Juan B. de la Concepción y la dialéctica del compromiso cristiano”, en ET, 10 (1976), págs. 95-129; J. Pujana, “La unión mística en el primer escrito espiritual de S. Juan B. de la Concepción”, en Teología Espiritual (TE), 20 (1976), págs. 7-32; “La llaga de amor según S. Juan Bautista de la Concepción”, en TE, 21 (1977), págs. 65-92; G. Antignani, “Giovanni Battista Rico, scrittore ascetico”, en Rivista di Ascetica e Mistica, 6 (1981), págs. 230- 245 [y 7 (1982), págs. 63-79]; J. Pujana,“Presencia de Santa Teresa en la obra de San Juan Bautista de la Concepción”, en El Monte Carmelo, 89 (1981), págs. 255-299; “Trinidad y experiencia mística en san Juan Bautista de la Concepción”, en ET, 16 (1982), págs. 291-408 (Trinidad y vida mística, Salamanca, 1982, págs. 121-238); “Identificación de un personaje retratado por El Greco en un cuadro del Museo del Prado”, en Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, 13 (1983), págs. 5-18; “Un gran místico en la penumbra. S. Juan Bautista de la Concepción”, en Homenaje a Pedro Sáinz Rodríguez, IV (1986), págs. 167-184; P. Medrano Herrero, “La inefabilidad mística en los escritos de san Juan B. de la Concepción”, en Encuentro, 9 (1989) [11 (1990), págs. 57-73]; “Cervantes y el Reformador trinitario: un estilo de época”, en Prisma, VI (1992), págs. 67-100; VV. AA., Jornadas de estudio sobre el Reformador san Juan Bautista de la Concepción, Córdoba, 1992; J. Pujana, “Juan Bautista de la Concepción, san”, en X. Pikaza y N. Silanes (dirs.), El Dios Cristiano: Diccionario teológico, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1992, págs. 765-770; “San Juan Bautista de la Concepción. Retrato físico y humano”, en Trinitarium, 2 (1993), págs. 69-107; Valores literarios de san Juan B. de la Concepción, Ponce (Puerto Rico), Secretariado Trinitario de América, 1994; San Juan Bautista de la Concepción. Carisma y misión, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1994; P. Medrano Herrero, Estudios sobre san Juan Bautista de la Concepción, Ponce (Puerto Rico), Secretariado Trinitario de América, 1996; J. Pujana, “La Regla Primitiva de la Orden Trinitaria según el Santo Reformador”, en Trinitarium, 6 (1997), págs. 59-125; “Bibliografía en torno a san Juan Bautista de la Concepción y su reforma”, en Trinitarium, 8 (1999), págs. 273-285; I. Hernández Delgado (coord.), Juan Bautista de la Concepción: su figura y su obra 1561-1613. Actas del 1.er congreso trinitario internacional (Córdoba, 8 al 11 de abril de 1999), Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 2000; J. Pujana, “San Juan Bautista de la Concepción, presbítero. Reformador de la Orden Trinitaria”, en Nuevo Año Cristiano (Madrid) (febrero de 2001), págs. 219-222.
Juan Pujana Ascorbeitia, OSTD